El
miércoles 27 de noviembre, el año pasado 2024 hablamos sobre Patricia Guzmán (Caracas,
1960), en este
blog lapesteloca y conversaría sobre
una época hace ya muchos años
cuando ella trabajaba en el periodismo y en la docencia, mientras yo intentaba
garrapateando letras iniciarme como escritor en ciernes, y gracias a su ayuda, ella
publicaría algunos de mis pequeños relatos en El Diario de Caracas y en su
Suplemento Cultural, y con sus consejos me estimularía a seguir escribiendo.
José Pulido (1945) recientemente escribiría sobre ella
en “Las resonancias místicas en la
poesía de Patricia Guzmán” describiendo su persona con estas palabras: “Cuando
estaba dedicada al periodismo, cada uno de sus trabajos constituía una especie
de reto. Todo tenía importancia. Nunca trató la información como algo que se
podía escribir sin el respeto y la belleza con que se escribe un poema. Ella es
delicada como una estrella que dura millones de años apagándose. Su cara es una
luz”…“En la época que la conocí se
movía como una bailarina sonriente cuya música solo ella escuchaba y era
evidente que la música estaba ahí: se notaba en sus escritos. Sus palabras se
dejaban caer levemente, pero quedaban retumbando mucho tiempo después, como un
estremecimiento sísmico. Su belleza abismaba, sumergía en instancias que
parecían sahumerios para la mirada. Era de una fragilidad hermosa, como si se
hubiera preparado para ser modelo de vírgenes bizantinas, y un día estuvo a
punto de morir; sé que la operaron y que se salvó representando aquello un
verdadero milagro, en cuyo desarrollo tuvo mucho que ver su esposo. Cuando
reapareció, su delicadeza se había multiplicado, ahora era como de cristal,
como de pétalos. Y su rostro de muchacha que bailaba en el aire de las almas y
en el pálpito de las emociones, ya no estaba: pertenecía a nuestras
sensaciones. La poesía se había apoderado de nosotros”.
Tras este hermoso prolegómeno, entonces, José
Pulido le preguntaría a Patricia sobre su poesía ¿Cómo es la relación entre las dos? ¿Quién la guía, quién se somete? Y
Patricia Guzmán le respondería, sencillamente… “Siento un vínculo muy
estrecho, entrañable, con la poesía. Siento que sin ella soy huérfana de habla,
de silencio. Necesito que me someta y en esa circunstancia, en medio de la
angustia, del vértigo, del ahogo, me reconozco, soy”. En varias ocasiones –le dice José Pulido- has revelado
la esencia de ese vínculo hablando de tus libros: ¿puedes hacerlo de nuevo? Y
Patricia Guzmán le responderá que: en su “Soledad
intacta” ella misma declararía:
“Frecuento
los límites del cuerpo, del padecimiento físico y del goce que depara la
efímera belleza. Presto oídos a la cadencia del espíritu desasistido. Lo súbito
se me impone otorgando espacio a la sinrazón que signa el existir de la
criatura humana, sin perder la conciencia de los objetos con los que habitamos
y que nombran la frágil eternidad que encarna en lo cotidiano”.
“Mi
primer libro, “De mí, lo oscuro”
resultó una especie de confesión concentrada, un rito de ayuno, y repito:
“hilvanada en versos breves, allí donde late lo improbable y asoma un pájaro, y
ese pájaro se transfiguró en Ángel y me condujo a escribir “Canto de oficio” Y, fue como si la
figura del Ángel tomara posesión de mí y las alas de ambos se estrechasen a
través de mí, me exigieran otra respiración, una nueva modulación que
desencadenó una experiencia espiritual misteriosa, extrema y extenuante: el
canto, la invocación, el conjuro, las salmodias… A partir de “El Poema del Esposo” mi poesía adquirió
una resonancia mayor entre los lectores y los críticos. Ese poema es muy
importante para mí, porque me afinó la caja torácica. Entretejo las imágenes
que entreveo con los perfumes que respira mi memoria, rezo, canto, me entrego,
sirvo al amado, converso con el silencio, le doy indicaciones a la rosa y al
espejo, enciendo velas, me sirvo una taza
de té, corto nardos, rosas y pájaros para armar un ramo y obsequiárselo a mis
hermanas. A ese poema le debo haber escrito “La Boda”, la ceremonia de mi boda con
el Esposo, a la luz de cirios y ecos de bisturí. Los primeros versos de ese
libro se me impusieron: “Yo tenía un Esposo, / Pero no me había
casado / Las bodas sólo se celebran / Cuando llega la muerte // A mí la
enfermedad me obsequió unas alianzas / El cruce de alianzas debe oficiarse bajo
el Ala Derecha del Ángel”.
En “La casa de los afligidos”.
Dicha imagen salió a mi encuentro entre las Odas de Hölderlin y me ha deparado
quizá la más extraña y perturbadora experiencia, entre las que ha transcurrido
mi aproximación a la poesía. Al releerla en voz alta aún me turbo por lo que
allí escribí sin tener conciencia de lo que estaba cifrando, y me conmueve
escucharme ir tras “Él, que no desdeña” a quien Hölderlin tutea e invoca, como
“Tú que no desdeñas la casa de los afligidos” .“El sentimiento de la
“aflicción” se me reveló junto con tres versos de Emily Dickinson que
gravitan en torno al Cerebro, al Cielo y a Dios, órbitas sobre las que se
fueron entretejiendo mi trabajo poético y mis días”.
“En ese diario transcurrir de mi
vida, inevitable me ha resultado extremar la experiencia con mi voz, el
estremecimiento que ella suscita en el lenguaje y el temblor que me embarga y
embarga el habla de los poemas que escribo y que a mediados del año 2010 me
condujeron a adentrarme en el hermosísimo tratado místico “Moradas de los
corazones”, de Abu-I-Hassan-al-Nuri (840-907)
de Bagdad, en el que
descubrí, abismada, que esboza el símil de los siete castillos interiores del
alma en los que penetró Teresa de
Jesús, cristianizando un motivo simbólico en el que el Islam ha
insistido a lo largo de muchos siglos”.
“En esos mismos días, leyendo con la
sed de siempre los poemas de Ana Ajmátova, me imantaron estos versos: “Despójame de todo, pero déjame// la frescura de esta rosa encarnada”
y los entretejí con otros versos que se habían sembrado en mí, en diferentes
momentos de mi corazón, en horas de desasosiego, y de un goce indescriptible,
mientras ayunaba en una celda, mientras estaba confinada deseosa de dar con una
rama donde posar el dolor o la gracia del sentirme viva respirando el aroma de
la rosa eterna de Dante, o las de Rilke,
Blake, Dickinson y Di Giorgio, a la escucha de la tórtola que entreví en
las Moradas de los Corazones de Al Nuri, el llamamiento de Hesse y la desolación de Celan”.
Finalmente, tras hablar sobre “El almendro florido” (Kalathos
Ediciones España / Madrid / 2018), un libro que contiene saberes de otros
tiempos, saberes que brotan del reverente pasear por claustros de silencio y
galerías de la Memoria, donde la rosa y la fuente enlazan color y canto en un
movimiento ascensional sin fin…Viaje a lo intemporal e inefable, a las
mansiones del Ser”. Sobre este libro dice Patricia: “lo fui escribiendo como estando en procesión y sujetando un relicario
que colgué en el bíblico árbol de las nupcias, posesa de nuestro Señor y Rey. Y
con sed de sabiduría divina, de plenitud, me entregué, como la
bienaventurada beguina de Amberes, en el amor
desnudo, sin palabras ni porqués.
Concluye José Pulido refiriéndose a ese milagroso, poder de la poesía,
que consiste en escenificar lo que no puede ser dicho, lo que escapa a las
palabras, lo intocado y su maravilla, que quizás radique en esto: aunque El almendro florido podría ser el más
íntimo –el más próximo al punto de incandescencia de la persona Patricia
Guzmán- a la vez, es el más aglutinador…”
Finalmente, les invito a leer completa la
entrevista hecha por José Pulido a Patricia Guzmán en La Red Iberoamericana de Poetas y Críticos Literarios Cristianos (Tiberíades), o en el Grupo LiPo de “hermenéutica y poesía para
defender lo bueno”, donde quiera que se encuentre, el articulo del sábado 4
de este mes de enero del 2025.
Maracaibo, domingo 12 de enero del año 2025
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