miércoles, 2 de diciembre de 2020

El cantar tiene sentido

El cantar tiene sentido

 

Con las palabras de un conocido polo margariteño, reinicio en diciembre esta curiosa nota “sonora”. Cantar… Al decir “cantar” uno puede pensar en el bíblico “Cantar de los cantares”, o en el “Cantar del Mio Cid”, pero, al oír decir “cantar”, lo que acude a mi mente es la frase de… “Cantar el ranchero, duelo de guitarras por una bella mujer”. El cine Landia a una cuadra de mi casa era uno de aquellos cines de Maracaibo, sin techo con sillas de madera que se podían mover en la platea, y donde la gran mayoría de sus películas eran mexicanas. No sé cuántas veces vería yo siendo niño “Allá en el Rancho Grande”, la película de 1936 donde Tito Guizar en una disputa con Lorenzo Barcelata arrancaba cantando “Soy charro de Rancho Grande y hasta el amor bebo en jarro”, pero me sabía y todavía recuerdo toda la pendencia coral aquella, la misma que en 1952 repetirían, pero con otra letra, Jorge Negrete y Pedro Infante en “Dos tipos de cuidado”.

 

Según me contaba mi madre, me gustaba cantar siendo niño y “Muñequita linda” (Te quiero, dijiste) de María Grever era una de mis preferidas. En la primaria en el Colegio, Gonzaga ingresé al Orfeón que dirigía el padre José Joaristi. Ya sabemos que el canto y especialmente la música coral, es parte esencial de la cultura vasca, de manera que seguí cantando mientras estudiaba primaria y bachillerato. Aprendí canciones hasta en euskera, además de Endrina, y otras muchas clásicas venezolanas. Entretanto pasé de ser tiple a segunda voz, brevemente, para quedar en la tercera, con la ilusión de poder cantar como tenor…

 

No volví a formar parte de un orfeón, pero no puedo dejar de mencionar el himno de la UCV. Al decir orfeón, será un homenaje a sus integrantes, y me permito incluirlo aquí: Campesino que estás en la tierra, marinero que estás en el mar, miliciano que vas a la guerra con un canto infinito de paz; nuestro mundo de azules boinas os invita su voz a escuchar: empujad hacia el alma la vida en mensaje de marcha triunfal. /Esta casa que vence la sombra con su lumbre de fiel claridad, hoy se pone su traje de moza y se adorna con brisa de mar./ Para el sueño encendido de Vargas laboremos azul colmenar mientras mide el perfil de la patria con su exacto compás, ¡Cajigal! /Libre viento que ronda y agita con antiguo, desnudo clamor: ¡nuestra sangre de gesta cumplida, nuestras manos tendidas al sol! /Alma Máter, abierto Cabildo, donde el pueblo redime su voz: ¡nuestro pueblo de amable destino, como el tuyo, empinado hacia Dios!

 

Este es un buen momento para confesar que no tengo voz como para ser cantante, créanmelo, y ahora anciano, pues mucho menos. Aunque me precio de poseer lo que llaman, oído musical, pero carezco de ritmo, por lo que en el baile soy absolutamente incompetente, el baile -a pesar de conocer a “Terpsícore” por Le Luthiers- siempre ha sido para mí una incógnita. Me imagino que estas habilidades están en regiones diferentes del cerebro. De tal modo que siempre, cantaba por mi cuenta en la regadera y coralmente en el Orfeón.

 

Al avanzar en mi adolescencia terminaría el bachillerato y luego estudiaría los 6 años de Medicina, y dejé de cantar totalmente para estudiar a fondo. Así durante 4 años más hasta fanatizarme por la investigación en patología, aunque hubo mucha música en aquellos años, desde los Beatles y Elvis hasta todo cuanto puedan recordar de la música de los años sesenta, estaban Cole Porter, Heny Mancini, y la música de Gershwin y de las películas, pero yo, la escuchaba, sin cantar… Debo recordar como al volver a mi tierra, amigos compañeros de trabajo con alma de músicos rasgando el cuatro y la guitarra alegraron unos 7 años donde apoyado y con ellos me atreví de nuevo a cantar, de todo… Desde las canciones de Manzanero, hasta los tangos del Zorzal y las danzas zulianas, y éramos fanáticos de Chelique y “le metíamos” a los boleros, sin dejar por fuera las gaitas decembrinas.

 

Fui aventado de mi tierra por el destino que me llevaría a la capital y aunque la música siempre sonaba, dejé de cantar durante unos cuantos años. Entretanto, siempre me emocionó oír el himno de la UCV… En esa época, perdí igualmente mi agilidad manual para el piano con el que expresaba toda la música que llevaba por dentro. Esto puedo afirmarlo gracias a que en 2019, pude escucharme tocando piano en un “casette” que guardaba mi hijo mayor.  Me oí, más de 40 años después, tocando piano y me sorprendí, realmente me asombré ante lo que me pareció una especie de hemorragia musical. Había olvidado absolutamente como sonaba.

 

En la UCV trabajé en lo que me interesaba: la investigación en patología y mientras publiqué un centenar de trabajos, pinté cuadros y tuve la fortuna de dirigir la carrera profesional de muchos colegas patólogos, y cantaba… En IAP-UCV durante 12 años ejercí la Dirección del instituto y escribí varias novelas, y cantaba, porque al criar dos chamos creciendo desde el 83, volví a cantar y lo hacía para dormirlos, o lo hacíamos  viajando por toda Venezuela con ellos y con mi esposa, siempre cantamos, ella le cambiaba la letra a las canciones y eso les divertía a ellos, pero cantamos, todo nuestro repertorio, reiteradamente… 

 

Cuando me tocó la suerte de visitar el país vasco. En Donosti, pude cantar en euskera recordando mi orfeón de adolescente y entonar a Maite y Maitechu la del emigrante, así fue como en aquellos años, muchas veces cantaría, desde Barlovento hasta El Colibrí, con Eduardo mi gran amigo gipuzkoano. En uno de mis viajes a Congresos canté con mi amigo Hernando sobre el Danubio flotando desde Viena a Budapest. En la década de los ochenta fuimos siete patólogos venezolanos a dictar un curso en Nicaragua durante la guerra de los contras, y cantamos durante horas viajando en un pequeño bus, sin parar, de León a Managua. En Caracas canté hasta en el IAP con mi gran amigo Benjamín Trujillo, quien era músico y destacado dermatólogo, y así, cada vez que pudimos, cantamos.

 

Hace varios años en un Congreso centroamericano y ante una nutrida audiencia de patólogos acepté el reto de cantar en público y aplaudieron mi versión de Motivos de Italo Pizolante. Recordando al maestro Luna, canté rancheras hasta enronquecer con mi amigo Memo, en Guadalajara… Creo que después de todos estos cuentos, ya solo me falta decir que es muy necesario cantar para alegrar el espíritu; que es efectivo, puedo asegurarlo, lo creo tanto como creo en la vitamina C para alejar las gripes y protegerse contra el coronavirus…

 

NOTA: debo recordar que este artículo en principio fue escrito en Mississauga, Ontario y salió publicado en el blog en febrero del 2019. Está de nuevo acá para seguir musicalmente celebrando diciembre cuando finalizará el año de la pandemia.

Maracaibo, miércoles 2 de diciembre, del 2020

 

1 comentario:

espaz dijo...

Apreciado Jorge Garcia Tamayo, le he seguido en muchos de sus escritos, siempre me ha asaltaao la dudad del como un Individuo como Ud. aun vive en Maracaibo, de la cual, tan pronto como tuve oportunidad, escape desde 199, aunque falle y pude hacerlo en los 80's, sin ningun minimo de arrepentimientos ni dudas... Vivo o existo, como Sisifo, alegre y disfrutando de haber desobedecido y burlado la condena de los Dioses, sin resquemor ni arrepentimientos... Eppur Si Mouove... esopaz45@gmail.com