martes, 15 de diciembre de 2020

Palabras encriptadas

Palabras encriptadas


En diciembre del año 2016, estando en Toronto, Canadá, a varios grados bajo cero, publiqué en este blog un artículo intitulado “La palabra escrita” y hoy casi 4 años después, pensé retomarlo para hablar sobre el mismo tema, el de la escritura, pero al revisar publicaciones recientes en este año 2020, me he visto obligado a confesar que el asunto de la escritura, yo diría de “la escribidera”, para mí, casi que podría tildarse de obsesivo. Me puse a la defensiva para buscarle una explicación y se me hizo fácil ya que encerrado por la pandemia, escribir a diario es un ejercicio que puede transformarse casi en un divertimento más que en una tarea. Realmente creo que disfruto al hacerlo.

Regresé hoy para analizar retrospectivamente lo que había titulado este año desde que publiqué en el blog “Escribir como oficio” (https://bit.ly/30AyoXp), y luego el 11 de septiembre (https://bit.ly/2m42G4i) con retazos de escritos de los pasados años el 2002 y el 2014 considerándolos como posible escritura premonitoria… Para luego, el 26 de octubre 2020, (https://bit.ly/2Jb0wvz) hacer una breve revisión sobre la historia del lenguaje escrito, con el título de “Escribir para después, más recientemente, el 31 de octubre y el 1 de noviembre publiqué en dos partes un relato de mis andanzas escribiendo novelas: “De la escritura I y II”.

 

Hasta 1450 y aun en años posteriores, los libros se difundían en copias manuscritas por amanuenses, monjes y frailes quienes estaban dedicados exclusivamente a la réplica de ejemplares por encargo del propio clero o de reyes y nobles. Los monjes copistas creaban las ilustraciones y las letras mayúsculas como producto decorativo y artístico del propio copista. En la Alta Edad Media se utilizaba la xilografía para publicar etiquetas, y trabajos de pocas hojas, y se preparaba el texto en hueco sobre una tablilla de madera, que se acoplaba a una mesa de trabajo, donde se impregnaban de tinta negra, azul o roja. Luego se aplicaba el papel o pergamino y con un rodillo se fijaba la tinta.

Ya desde el año 1234 se conocían artesanos durante la dinastía Koryo (en la actual Corea), conocedores de los avances chinos con los tipos móviles. Los coreanos crearían un juego de tipos móviles de metal que se anticipó a la imprenta moderna. Aproximadamente el año 1444, la imprenta nacería  de la mano de Johannes Gutenberg en Maguncia, donde inventaría la prensa con tipos móviles y publicaría la Biblia de 42 líneas considerado como el primer libro impreso con tipografía móvil. Desde entonces, la palabra escrita se divulgó por el mundo.

Han transcurrido seis siglos y ahora, podemos mirar el sentido de la palabra escrita en medio de la revolución cultural provocada por los acelerados avances de los medios electrónicos y la cibernética que están modificando hasta la noción misma del Arte.  Ya en el pasado siglo XX, Paul Valery (1871-1945) escritor, poeta, ensayista y filósofo francés opinaba sobre la transformación que sufría el arte, ideas que serían comentadas posteriormente por Walter Benjamin (1892-1940). Valery escribiría: En todas las artes hay una parte física que no puede ser tratada como antaño, que no puede sustraerse a la acometividad del conocimiento y la fuerza modernos... Es preciso contar con que novedades tan grandes transformen toda la técnica de las artes y operen por tanto sobre la inventiva, llegando quizás hasta a modificar de una manera maravillosa la noción misma del arte.”

El mundo de la letra impresa se ha transformado, las letras ahora brillan en rutilantes monitores donde los humanos pueden acceder a una global divulgación de conocimientos, o del arte, recreación y de las letras… La literatura toda, se encuentra flotando en el ciberespacio y los humanos para acercarnos a ella recurrimos a medios electromagnéticos. Inadvertidamente hemos regresado a los tiempos de Pitágoras y el conocimiento no nos llega a través de las letras, sino de los números. Los números son los creadores de imágenes, ya que son complejos binarios que construyen códigos que pueden transformarse en palabras. Tenemos un nuevo lenguaje, el de los números que hablan a través de imágenes.

Para verlo en una pintura de Rembrandt de 1635 (https://bit.ly/2QYihyv) la que ya antes he mencionado al referirme al rey Baltasar... Como antes, hoy día, de nuevo es el dedo quien señala y decide… Ya no es el cincel, un buril, ni un estilete, ni carbón de piedra o una pluma de ganso mojada en tina, no es un lápiz de grafito, creyón o pluma fuente, no es la estilográfica ni el bolígrafo, es el dedo. No necesariamente el dedo ante una máquina de escribir de esas que tenían una cinta con color rojo y negro, ni es la eléctrica con una bolita donde estaban girando todas las letras, ahora es el dedo presionando suavemente una tecla del tablero de un CPU, o de una laptop, o cada vez más de un teléfono inteligente. Son de nuevo los dedos señalando las letras, unas letras que pueden estar flotando en una nube o encriptadas en un microchip, pero que en un momento dado salieron de la mente de algún ser humano habitante de esta “modernidad”. 

Estamos conscientes de que ahora las palabras se crean a través de los números que codifican imágenes para ser leídas en pantallas y que aquello de que, “el papel aguanta todo” y la tinta, y los libros, con sus páginas nacidas de la madre naturaleza, con su textura y su aroma característicos, parecería que tienden a desaparecer. Tristemente quizás debemos aceptar que el fenómeno de ésta inminente sustitución será lamentablemente irreversible y la humanidad habrá de irlo palpando cada vez más aceleradamente. La palabra impresa dejará de ser  manoseable, será electrónica y quizás no valdrá mucho el peso de cinco siglos de palabras escritas en papeles entintados, ante el poder de las imágenes creadas por los números.

Quizás no debería ser tan drástico en este tema de la sustitución de las palabras por imágenes virtuales, quizás el proceso no arrollará la literatura como un catastrófico tsunami. Pienso, y así lo ha expresado Sergio Ramírez, que el acto de transferir a la mente de otro lo antes creado por la imaginación y plasmado en palabras escritas, nunca podrá ser sustituido por medios electrónicos en imágenes mecánicas nacidas de números. La transferencia a la mente de otros, de lo que algunos piensan e imaginan, es el fenómeno original de la escritura que dio origen a la literatura y que depende absolutamente de la palabra escrita la cual al arribar a la mente del lector valdrá para construir imágenes, seguramente diferentes a la creadas por otro lector y hasta por el mismo autor, el escritor, fuente de lo que siempre habrá de permanecer como, la literatura.

Maracaibo, martes 15 de diciembre, 2020

 

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