viernes, 26 de noviembre de 2021

Inerte anatomía

 Inerte anatomía

Pensando en que tenía una novela inédita, aún sin buscarle un título, publique unos fragmentos del manuscrito en febrero del 2016, -¡hace ya seis años!- Me animé a publicar un adelanto pensando en que quizás existiría la posibilidad de crear una novela sobre un maracucho comenzando a estudiar Medicina. El proyecto, nunca se consolidó, y hoy me he tropezado con un par de páginas de aquel texto… 


 

 

-“Vos me decías que ibas a hablarme de realidades destacando que tu relato estaba insuflado por un extraño tremor anatómico. Por aquí teníamos que comenzar todos, me respondiste recalcando. Sí. Todos comenzamos leyendo el letrero colocado encima de la gran puerta. Decía: “Sala de Disección”, era que estábamos iniciando en el primer año de los estudios médicos y todo era novedoso y hasta emocionante. Vos me aclaraste que había entre tus recién conocidos compañeros quienes preferían llamar a aquel recinto “el anfiteatro”. Mirándome un instante murmuraste… ¡No era anfiteatro ni un carrizo! Repetiste entonces que me relatarías, tan solo la verdad.

 

Era un salón muy amplio, con las paredes tapizadas por baldosas blancas y existían unos doce mesones de concreto y granito simétricamente ordenados para colocar los cadáveres. La idea era que los íbamos a conocer manoseándolos. No abrí la boca y vos añadiste. Después te doy más detalles. Supuse que se te había ocurrido que tenías que ir primero a relatarme el cuento del local anexo. Así lo denominaste, vos mismo y era que existía más allá, en el fondo, otra puerta, una de metal que se divisaba en el extremo opuesto del salón. Me aclaraste que me querías explicar con detalles, porque eran necesarios para entender lo de los mesones... Me enteré entonces de que al cruzar el umbral existía un breve túnel, y desde allí mismo se abría un área cerrada, muy oscura y poco visitada, la del gran estanque. ¿Qué más?

 

Quienes se atrevieron alguna vez, ¿me entendéis?, a ingresar en aquel ambiente, siempre hablaban de la humedad y del olor penetrante a formol; todo estaba muy oscuro… Me contaste entonces que, cuando ya comenzabas a ver algo, en ese momento, te tropezaste con un hombre muy flaco, moreno, que estaba de pie, luciendo una especie de mono de trabajo gris oscuro. El tipo ya era famoso, desde hacía muchos años, y lo conocían como “El pez espada”. Escuché otros detalles que narraste sobre aquel ser desgarbado y tétrico, quien complementaba su atuendo con unas botas largas de caucho. Se encargaba, me dijiste, de tapar y destapar el gran estanque y de remover los cadáveres usando una vara larga con un gran gancho de acero en el extremo. Yo me quedé pensando en cual podría ser el origen de su apodo, mientras vos me dabas más detalles.

 

El pezespada parecía ser el frío y lúgubre amo de aquel recinto, supuestamente era el único conocedor de todos los cadáveres que formolizados nadaban en el gran tanque. Era él quien los buscaba para localizar “los mejores”, en ocasiones complaciendo peticiones de profesores o de estudiantes “preparadores”. Todos andábamos siempre enfundados en unas batas de color blanco ya amarillentas me informaste y entendí que los estudiantes las requerían para cumplir sus tareas en las disecciones anatómicas. Vos quisiste entrar en detalles y me contaste que habías podido presenciar la tarea del pezespada y que no siempre los magros difuntos aceptaban su garfio. Me aseguraste que algunos se escapaban, iban girando por su cuenta y se hundían a discreción, para resistirse al reclamo del señor del recinto sin dejarse pescar por su garfio...

 

Cuando vos me explicaste detalladamente la difícil tarea del pezespada, especialmente cuando se atrevía a ofrecer entregas de “un dos por uno”, lo que llegó a mi mente -sinceramente y parecerá inverosímil-, pero fue aquel valse peruano de vamos amarraditos los dos… Gracias a la pericia de su manejo de pica y garfio, los cadáveres terminaban por ser colocados en los mesones. Me dijiste, que el pezespada los secaba para que no llorasen los estudiantes… Por el formol digo, me comentaste esclarecedor; ni que fuera cebolla pensé yo.

 

Era siempre impresionante la sensación de humedad colándose fría a través de los guantes, y vos me lo asegurabas como si el formol hubiese embebido ya y para siempre aquellos cuerpos entecos, grises o muy oscurecidos algunos ya con un tinte violáceo. De manera que así, fue como vos me fuiste relatando tus primeras vivencias anatómicas y quizás para humanizarlas un tanto, me decías que mirabas las inquietas manos aunque cubiertas por el látex de sus guantes, de tu compañera, la de los ojos verdes, mientras te imaginabas lo que podía estar ella sintiendo al manosear los músculos, tendones y aponeurosis de los entecos difuntos.

 

Vos dizque le atendías a sus ojos atisbando otros cadáveres sobre las mesas de piedra, pero a vos como que ni te paraba; ella quizás pensando decidirse por buscar alguno mejor conservado. A los difuntos en las mesas me refiero… Si acaso ella llegase a mirarte… Vos dizque lo pensaste pero no era posible y yo de nuevo regresé al valsecito con la estrofa de, así verdes pensé se estilan tus ojazos y mi orgullo, como si la música en mi cerebro tratase de aplacar el olor a formol que impregnaba la historia.

 

Vos la mirarías a ella, mientras sus manos enguantadas reposando tranquilas sobre una pierna negruzca y volteaban sus ojos atisbando los rasgos de otro cadáver, una mujer delgada indígena, escuálida, seguramente era tuberculosa. Eso me dijiste ya que dizque lucía sus cavernas pulmonares ya curadas por años de formol. Ella dejaba ver sus dientes con una sonrisa triste. ¿Tal vez fue madre, alguna vez? Me lo preguntaba cuando me contaste que sus músculos fijados, delgados como fuetes, y volarían por los aires en la oscuridad durante una clase de proyecciones histológicas. Así habían sido las cosas, y todos, afirmarías que ciertamente eran irrespetuosos, pero valía todo en medio de la felicidad de aprender, de salir de la ignorancia con la ayuda de ellos, los silenciosos maestros.

 

En ocasiones me dijiste que te daba por preguntarte… ¿Quiénes serían en vida aquellos muertos? Yo regresé a mi musical contraparte imaginando algún recrujir de almidón que tal vez nacería en sus ropas, pues seguramente ellos vivirían luciendo sus atuendos, quizás la gente los miraría con envidia por la calle y de ellos tal vez murmuraban los vecinos los amigos y el alcalde… Ahora tan solo eran cadáveres, que instruían silenciosos sus lecciones. Nunca más vestidos… Mientras vos con los demás compañeros, vivían todo aquello, impertérritos y hasta engreídos cuando observaban los grises y mudos maestros de anatomía, rígidos, desnudos, cada uno seguramente con su historia personal, que terminarían siendo inventadas por los mismos estudiantes. Ellos silentes, bajo su piel de un ocre pardo oscuro, solo enseñaban, aunque nada decían…

 

¿Quién sería el misterioso gigantón de los grandes serratos? Contaban que era un polaco cargador de bultos en el malecón. Frente a la mesa de granito, los ojos verdes de ella te miraban, ¿interrogantes? Entonces vos, serio y altanero, supongo yo que en tu mente le responderías…Yo sé que se estilan tus ojazos y mi orgullo cuando voy de tu brazo por el sol y sin apuro… Así lo quise pensar yo, mientras vos me querías explicar todo lo que contaban las leyendas de los previos pasantes. ¿Usaría alguna vez un traje de casimir aquel polaco? Cuál si fuese humano… Sí, y tal vez andaría muy galante, dominguero quizás, y yo repetía mis preguntas… Desde luego parece un juego que pensara en el valse aquel en vez de imaginar a Bécquer “ante aquel contraste de vida y misterio, de luz y tinieblas” pero ni pensé un momento en la soledad, ellos, los mudos maestros, tan solos, que solos, se quedan los muertos

 

Al despedirme regresé a mi valsecito peruano y añoré no poder saludar a mí amigo con un gesto como tocando el ala de mi sombrero mejor pero hube de aceptar que en estos tiempos, ya no se estila, ni tan siquiera un sombrero para defendernos de nuestro marabino sol, tan fiero, ya sé que no se estila, ni se acostumbra ahora que para cenar te pongas jazmines en el ojal, y es que los tiempos han cambiado y aunque no habría nada mejor que ser un señor de aquellos que vieron mis abuelos, será, posible mejorar gracias a que en las universidades muchos apacibles cadáveres se permiten enseñarle en silencio la anatomía del cuerpo humano a tantos bisoños estudiantes y es así como se sigue estudiando la inerte anatomía.

Maracaibo, viernes 27 de noviembre del año 2021

1 comentario:

Jose dijo...

Muy interesante el articulo yo estoy empezando en esta web https://cursos-gratis.com.es/c-fp-anatomia-patologica-y-citologia con anatomía patológica y citología ya que me interesa mucho el sector de la sanidad.