En 1973…
El viernes 1 de enero del año 2016 se me antojó publicar un artículo intitulado “Uno en Budapest” donde recordaba una aventura real y verdadera del año 1973, en tiempos cuando todavía existía “la cortina de hierro”. Aquella habría de ser mi primera incursión como visitante al mundo comunista y en el relato repetía la palabra “uno” sopotocientas veces, me imagino que intentando reforzar mis recuerdos aseverando que en aquella historia del año 73, uno era yo. La repongo, pues…
Uno allí, todo nervioso, mirando a la gente, pensando que si… ¿Puede que unos gringos en la fila, también vayan al Congreso de Neuropatología? Corre este año setenta y tres, y tener uno que ir hasta Budapest, ¡para ver gringos haciendo una cola!, ¿cómo explicárselo uno? También hay unos hindúes y hasta negros africanos con toda una indumentaria extraña, con trapos a rayas de múltiples colores, luciendo una pinta de lo más folclórica y todos, curiosos personajes, estamos haciendo la fila, y uno allí, sin poder entender qué diablos irían a hacer tantas gentes, y ¡tan raras!, y ¡a Hungría! ¿Qué papel jugará cada cual por allá?, y ¿qué pensará cada uno para sí mismo cuando esté sentado en el asiento del avión?, uno va haciéndose preguntas hasta el momento cuando le llega el turno de subir por la escalerilla, y al rato, ya en el aire, con las ruedas metidas en su panza, va uno viajando, ¡con las Aerolíneas Austriacas¡
¡Tan solo para hablar un rato sobre unas amibas!, amibas que son de vida libre, que no es lo mismo que decir, ¡amigas de vida alegre!, y también uno recuerda que deberá hablar sobre unos virus, unos microbios que tienen forma de bala, son los virus de la rabia, la que usualmente se ve en perros, y uno debe mostrarlos con la electronmicroscopía, pero en las neuronas del cerebro de humanos… Así va uno, volandito en el DC 9 de AA, y uno sabe que en las nubes serán solo veinte minutos, un brinquito no más, lo que dura el paseo aéreo entre Viena y Budapest. Uno notará que se le va a ir el tiempo, por el aire, en un suspiro. Será acaso suficiente para tratar de entender cuál es el significado, para captar la relevancia, o si quieren, la trascendencia, de haber penetrado, uno, ¡casi nada!, uno mismo, que es maracucho, cruzando, atravesando, ¡y por el aire!, la famosa “cortina de hierro”.
Uno allí, estará sentado pero se sabe rompiendo “el telón de acero”, por primera vez. Uno rasgando el cielo, AA se ha vuelto un puñal de plata, como en la serenata, ir a parar ¡al mundo socialista! Tal vez por eso, uno es asediado, casi bombardeado por imágenes del pasado, el anticomunismo ancestral de mi tío y el fanatismo de algunos de mis caros amigos estudiantes de Medicina. Eran las dos versiones, pin pom, como cuando cayó Berlín, y luego el Japón, eso decían los versitos y uno era bien pequeñito en ese entonces, pero los oía, cantados, pom pom claudicación… ¿Como la de mis compañeros?, mis admirados camaradas febriles de la Facultad, transformados a corto plazo en burguesitos del nuevoriquismo. Jejeje…
Algunos, ¡por obra y gracia de una beca disfrutada en los Estados Unidos!, otros sin beca, adaptándose, ¿y el comunismo burgués de nuestros dirigentes políticos?, ¿y el de los sindicaleros?, a uno le viene a la cabeza todo ese mollejero… Primero fue parado en un rin y luego un molde de hielo hasta lograr nalgas azules en la Seguridad Nacional, mi inocente compañero de clase sin poder confesar nada pues todo lo ignoraba mientras Gumersindo escapaba por las trochas, ¿y ahora?, el Gumer se comió las lentejas de su plato en London… ¡Miércoles! ¿Cómo entenderlos?, tal vez porque el dinero todo lo tuerce, ¿hasta el izquierdismo?, ¿lo tuerce a la derecha?, sobre todo si es de blablablá, todo se puede, hasta llegar a tener, el viejo aforismo de la bolsa, ¿para bolsas?, el que no ha tenido y llega a tener, ¿y las fotografías de la revista LIFE en español?, loco se quiere volver, nos mostraban los tanques en las calles y los jóvenes cargados de piedras con caras de consternación…
Aquella era la Hungría de mí viaje, sí, la del golpe reformista de Irme Nagy, y luego llegaría Kadar, y con los tanques la represión. ¡Por los bigotes de Stalin! ¿Y dónde me dejáis el zapato de Nikita?, era la ley del todo o nada… Pero uno allí, iba flotando entre nubes de algodón. Uno va cavilando, con hindúes, con africanos, hasta hay gringos… Uno va volando entre Viena y Budapest, una singladura aérea oscilante, quizás cruzamos sobre el Danubio azul. Comienza el descenso...
Aeropuerto, pasaporte, vacunas, la visa, y uno, ahí, de pie, ante un viejito de amable sonrisa, ¡venezolano!, ¡desde tan lejos!, bienvenido, pase, pase, y uno ahí, mirando a los demás, todos tratados así, con tan buenos modales, sin presiones, buenas maneras, por encimita así, pase pase, sin revisiones, también los otros así, pase pase, y uno ahí, medio extrañado, pensando en que algo raro estaba sucediendo, que tal vez no era el país como uno lo esperaba, como se lo habían pintado, o planteado, el país pobre que uno creía, el que le contaron, y uno ahí con su maleta, esperando una requisa que no llega, si no tiene nada que declarar, pues pase pase, y uno entonces comienza a preguntarse cuál era la cortina, ¿dónde estaba el telón?, uno, ¿por dónde lo cruzó?, y uno se pregunta desconcertado, cuantas sorpresas habrá de vivir en los próximos días.
Todavía anda medio aturdido uno y va por ahí, preguntando cómo hacer para irse hasta el hotel, pues tome un taxi, ¿sí? Claro está, eso le dicen en la información y uno ahí, sintiéndose tonto, pues es lógico, debe funcionar, ¿un taxi?, ¿cualquier taxi?, pues sí, pues claro y pase pase, y todavía el recelo de pensar y ¿cómo le hago?, y va hasta una taquilla, y uno dice que quiere cambiar unos cheques de viajero, que es lo que trae, y pues sí, ¿cuánto necesita?, deme usted, lo que desee, ¿en efectivo?, ¡cuánto usted quiera señor!, y uno ahí es cuando empieza a creer que el país tras la famosa cortina no es como le pronosticaron, que no es un misterio, que es un país machete, o es chévere, o quizás de pinga, o que se yo como, pero a uno le parece que es todo tan diferente a lo esperado, y uno se atreve a pensar si será un poquito como la patria entrópica y tropical de uno, y al salir a la calle y no ver lluvia, ni nada gris, sino todo tan brillante, con verdor de esperanza, uno ahí mismo, acariciado por una fresca brisa, en la calle, toma un taxi y arrebujado de emoción pide ir al hotel y decide enfrascarse en el paisaje...
La tierra es muy negra, los pastos son muy verdes, se ve poca gente, seguramente por ser domingo, uno lo piensa, o a uno, ¿se lo explica el chofer?, y uno sin saber en cual idioma le habla, pero uno le entiende. Conversamos. Nos acercamos a la ciudad, ya se ven más personajes y uno con admiración detalla a las gentes, van bien vestidas, pasean grupos de adultos y llevan niños, familias seguramente, una cosa es evidente, resalta, destacan las jovencitas, rubias o morenas, terriblemente atractivas, sus ojos como almendras, a veces claros, las faldas muy cortas, las aceras húmedas, las piernas torneadas, ellas caminan por las calles de Budapest y uno va en el taxi, silencioso, y las ve pasar y sigue diciéndose que Hungría debe ser un país subyugante, esta nación, este país, el de los viejos Magiares, a uno le impresiona, y cada vez hay más colorido, y hay plazas y parques llenos de árboles, y uno piensa que ya tiene que estar acercándose al hotel, el Duna, un intercontinental, y uno dice para sí, que no será de pollo y fideos, ¿cómo la sopa?, ¡disparates pues!
De pronto desembocamos en una plazoleta y uno lo detecta por vez primera. Allí, de frente, está el río Danubio, el famoso Danubio Azul, y al preguntarle al chofer, tal vez en húngaro, él lo corrobora. Uno desde el taxi ve los puentes cruzando sobre el río y detalla en la otra ribera el Castillo Real y el Monumento a la Liberación y más allá, a lo lejos y sobre un pequeño monte, divisa el Bastión de los Pescadores y la Iglesia de San Matías y después uno se enterará que no le dicen San, simplemente Matías. Ya casi cae la noche, y en ese preciso momento se encienden las luces, y toda la ribera queda iluminada. Se estremecen los reflejos en las aguas del río y uno allí dentro del taxi mira como ascienden las luces por los puentes y como se multiplican en el Castillo y van creando destellos en las sombras espliego-magenta de la ribera opuesta, y el cielo detrás y arriba, aún es azul jaspeado por trazos purpurinos. Va a caer la noche, muere el día y entonces uno siente como si se le pusiera la carne de gallina, uno, allí mismo, en el taxi, así lo piensa, y dice, ¡gación!, maracucho con pelos verticalizados tras la cortina de hierro, ¡bicho!, uno es raro ejemplar, curioso espécimen, un fenómeno extraño, y uno no sabe que debe hacer, si reírse de sí mismo, o pensar en la suerte de vivir esos momentos.
En el río hay muchos barcos, uno ve especie de ferrys, otros parecen remolcadores y algunas barcazas ancladas en la ribera y parecen restoranes, están llenos de gente, todos repletos de comensales; uno detalla los personajes, ¡no tienen cara de turistas, ¡tienen que ser húngaros!, ¡y están cantando!, suenan violines, se abrazan amorosas algunas parejas, la gente sonríe, y uno, ¡pues claro está!, uno no puede creer que las cosas sean así. ¡Detrás de la cortina de hierro!, y busca uno con afán ver cosas negativas, hay edificios grises, es evidente que algunos bombillos alumbran poco, ¡horror!, en la orilla opuesta, uno logra divisar ¡un gran aviso de Pepsi Cola! Uno repite para sí mismo, esto tiene que verse para poder creerse, o mejor aún, debe vivirse, o vivenciarse, ¿así se dice?
Uno percibe, con emoción y rubor como es el mundo socialista del año mil novecientos setenta y tres, lo ha impresionado favorablemente, y a uno, puede que le cueste aceptarlo, pero allí está todo, ante las meras narices de uno, quien además no cesa de repetirse que, ¿cómo puede ser cierto? Uno sabe que durante la guerra derribaron todos los puentes sobre el Danubio, uno ha visto las fotos, uno está consciente de que los húngaros han vivido desde entonces pisados por los rusos, uno sabe que es verdad que los alemanes desbastaron la hermosa ciudad, esa que en ese instante y ante uno mismo, se esconde entre las sombras en el primer anochecer de uno tras el telón de acero, y uno está allí, ante el Danubio, escuchando el eco del gemido triste de los violines gitanos y siente que todo se le está transformando en algo maravilloso, estupendo.
Era que uno creía otra cosa, se lo dice a sí mismo, como excusándose, uno esperaba otra cosa pero está en el sitio, allí mismo, en Budapest, por vez primera, para afirmar sin atisbo alguno de vergüenza, que está en la ciudad más hermosa del mundo, y se imagina uno lo que sería con un poco de mantenimiento, de pintura, de cariño, la ciudad luz se te ha quedado atrás, sinceramente, eso es lo que uno piensa frente al río Danubio que corre bajo los grandes puentes...
Maracaibo, sábado 28 de noviembre del 2021, casi 50 años después de lo sucedido y en pandemia por Covid-19
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