Modos de subir al cielo…
Puede resultar extraño; -a mí me lo parece, al menos…-, que esté publicando este retazo de una de mis novelas en este, mi blog lapesteloca, ya en 2021 después de sobrevivir al año terrífico, el pasado 2020 de la pandemia y de tanta crispación y dolor por la partida de mucha gente, seres queridos, amistades, y familiares. Aunque se piense que no es casual sino causal, y que seguramente como cantaba Felipe “la historia vuelve a repetirse”, he dejado aquí esta crónica, para regresar al tema de la relectura, que supongo algo habrá de dejar, como enseñanza, digo yo…
“Se me hace fácil recordar la historia del señor Juvencio Palacios O´Leary porque fue muy bien conocido, considerado como el mejor vendedor de Seguros de su época, en unos tiempos cuando las Compañías Aseguradoras casi ni existían en el país y si alguien no creía en ellas, por su peculiar idiosincrásica manera de ser, eran las personas comunes y corrientes de la ciudad de Maracaibo en el Estado Zulia al noroeste de Venezuela. Durante años Juvencio había sido todo un personaje, y era muy querido por todos; se había casado con una linda catira tachirense y estaba criando una hermosa familia…
Mucha gente no se explicó nunca por qué Juvencio pasó los últimos cinco años de su vida “entregado al aguardiente”. Algunos creían que había sido víctima de una brujería pero los más cuerdos sabían que todo estaba relacionado con malos negocios y algo más. Cuando murió su padre, le había dejado a él solito, puesto que no tenía más hermanos, una fortuna en tierras ubicadas en el Estado Yaracuy. Unos terrenos que Juvencio muy pronto vendió y transformó en dinero contante y sonante. Lamentablemente, todo lo perdió a causa del juego. Una pasión que él desconocía por no tener recursos. Dicen que “la codicia rompe el saco”, y a él, todo se le volvió cera y pabilo, sin duda por la ambición de querer ver cual si fuese un rey Midas criollo, como su dinero habría de multiplicarse en las patas de los caballos, en las loterías y hasta en las mesas de juego con el poker y la ruleta.
Después, Juvencio comenzó a beber, supuestamente para olvidar y se convirtió en un borrachín, hasta que fue despedido de la Compañía de Seguros. Se trasformó entonces en un ser irascible y pronto enfermaría con los síntomas y signos característicos de la hidropesía: cirrosis hepática dijeron los médicos. Un día, a mediados del año 1953 hizo su primer vómito de sangre: hematemesis dijeron los médicos. El episodio fue aparatoso. Relataba su hijo mayor Régulo que estando todos reunidos a la hora del almuerzo, dio un rugido y transformó la mesa en un lago de sangre perdiendo muy pronto el conocimiento. Sólo gracias a la sangre fría y la celeridad de Ligia, su mujer, se salvó de morir desangrado ante su mujer y sus tres hijos, en aquella ocasión sobre un mantel y entre platos de comida ensangrentados… por shock hipovolémico dijeron los médicos.
El señor Juvencio Palacios O´Leary fallecería por un cáncer en el hígado, el mes de septiembre del año 1954. Durante el mes de marzo de ese mismo año, su enfermedad había sido diagnosticada por una biopsia hepática practicada en el Centro de Especialidades Médico-quirúrgicas La Luz, de Maracaibo, en el Estado Zulia. Su médico tratante era uno de los mejores gastroenterólogos de la ciudad. Gracias a las insistentes gestiones de su esposa Ligia, ante la Compañía de Seguros “La Piedad Progresista”, empresa donde Juvencio se había desempeñado como eficiente empleado durante los últimos veinte años de su vida, se le pudo ofrecer al enfermo los mejores adelantos de la ciencia médica zuliana y las comodidades y modernos equipos en una prestigiosa clínica privada.
Fue una odisea el esfuerzo para lograr un adelanto del dinero de su seguro de vida para pagar los gastos de la hospitalización. Ya hecho el diagnóstico, meses después, se determinó un carcinoma hepatocelular implantado sobre un hígado cirrótico, esto dijeron los médicos. Como era de esperarse, el proceso evolutivo de su enfermedad hizo que el dinero del Seguro y algo más, pasó a engrosar el patrimonio del Centro de Especialidades Médico-quirúrgicas, y puede que también a las cuentas bancarias de varios eficientes galenos. Todo aquello condujo a que en el mes de agosto, Juvencio, ictérico, caquéctico y en la ruina, hubo de ser trasladado en condición de insolvente al hospital Central Dr. Urquinaona de la misma ciudad, donde fallecería un mes más tarde, limpio como talón de lavandera y pobre de solemnidad.
Su lenta agonía, quedaría como una impronta imborrable en el espíritu de toda la familia. La resignación cristiana y todos los principios religiosos inculcados a los tres hijos de Juvencio y de Ligia desde muy temprana edad, hubiesen tal vez sido suficientes para aceptar el tardío pero sincero arrepentimiento de su padre por los errores cometidos en vida, y verlo sufrir de tal manera, sin duda se transformó en un purgatorio en vida, de manera que sus hijos terminaron considerando seriamente que tal vez mereciese subir directamente al cielo.
Su viuda, Ligia y sus tres hijos, Régulo, Braulio y Analía quedaron en la inopia y la madre de los tres estudiantes se vio obligada a regresar a su antiguo y mal pagado cargo de maestra y a preparar por la noche empanadas y pasteles para ayudarse con la venta de los mismos. Los hijos de la familia Palacios, quienes habían padecido en los últimos años por las borracheras y la penosa enfermedad terminal de su difunto padre, tuvieron que salir de los colegios privados donde estudiaban para irse al Liceo público..
Pero hubo algo, que no toleraron ni lograron superar ninguno de los tres hijos del difunto Juvencio. Los hechos habrían de revelar como la esposa y madre, en medio de aquellos difíciles largos meses de tórpidos padecimientos paternos y familiares, terminaría enamorándose para al final irse con hombre equivocado... A los tres hijos les parecía intolerable, absurdo y bochornoso que su madre estuviese enamorada del mismo individuo que ellos consideraron siempre cual sólida mole de principios morales y de dogmas de fe; un ser que paulatinamente los había convencido de que era posible alcanzar la gracia divina y hasta ascender al cielo por los caminos de la fe y del sacrificio…
Les parecía terrible, a ellos, quienes estaban persuadidos de que la mejor manera de subir al cielo habría de ser rezando y hasta aspirando llegar a transformarse en hermanita de la caridad o en sacerdotes jesuitas, misioneros redentores del mundo, a la mayor Gloria de Dios… ¿Les espantó acaso pensar que las cosas aprendidas, asimiladas, afianzadas y consolidadas, podrían ser una burla? Todo aquel conjunto de artilugios para lograr la derrota de los espíritus malignos… ¿Era acaso una mal intencionada mamadera de gallo?, ¿una tomadera de pelo? ¿El asunto era puro cuento? De paso sea dicho, el máximo de la irónica desfachatez, era para ellos recordar, dizque, ¡iban a ascender al empíreo en aroma de santidad! Para aquel entonces, ellos eran tan solo unos inocentes y castos adolescentes comenzando a estudiar del primero al tercer año de bachillerato. Pero, ¿qué hacerle? Como decía en aquellos días la radio en boca de un “salsero” de moda… “Así es la vida, así de ilógica, cada quien lleva al fin una historia que hablar o callar”...
NOTA: este texto ha sido, simplemente extraído de la novela “Para subir al cielo...” (Novela ganadora de la Bienal de Literatura Elías David Curiel, del año 1987 de la Dirección de Cultura del Estado Falcón, presentada por el escritor Eduardo Liendo en la Librería Monte Ávila del Complejo Cultural Teresa Carreño en Caracas, en marzo de 1990. La novela nunca estuvo de venta al público. Una 2da edición de "Para subir al cielo..." fue presentada en Maracaibo el 27 de octubre del 2016 por el poeta Carlos Ildemar Pérez y al fin existe y está a la venta al público, (confío en que será cierto!) en la Librería Europa en el Centro Comercial Costa Verde, en la Avenida Bella Vista de Maracaibo).
Maracaibo, viernes 15 de enero del año 2021
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