Felisberto Hernández
Felisberto Hernández (1902 -1964) nació a principios del siglo XX en el barrio Atahualpa de Montevideo y fue un compositor, pianista y escritor uruguayo, caracterizado por sus obras basadas, principalmente en una reflexión sobre sí mismo que en un principio fueron catalogadas como de literatura fantástica.
A los nueve años comenzó sus estudios de piano que profundizaría en composición y armonía con el profesor Clemente Colling. Ya en 1908 conoce a Bernardo de los Campos, un pianista ciego de Las Piedras cuya inspiración se añade a otro sonido evocador: el de la mandolina que toca con placer don Prudencio Hernández. Dos años después, afirmar esa vocación será la finalidad de la profesora francesa Celina Moulié, cuyo esbozo literario admiramos en El caballo perdido. Tan fértil enseñanza, complementada por el profesor Dentone, logra que el pequeño ejecute en público varias piezas al piano con tan sólo diez años de edad.
Debido a dificultades económicas, a los 16 años comenzó a dar clases particulares de piano y a ilustrar musicalmente películas, trabajando de pianista en varias salas de cine mudo. A los 20 años comenzó a dar recitales en los que interpretó también algunas obras de su creación. Tres años más tarde, tomó clases de piano con Guillermo Kolischer, convirtiéndose en un buen instrumentista. , De esas experiencias musicales que vive entre 1925 y 1942 proviene su tendencia creativa de correlacionar intuiciones con aspectos y comportamientos mundanos en apariencia independientes. Esa dúplice experiencia musical y vital, predeterminó su necesidad de escribir. Una necesidad de escribir que plasma, por vez primera, en 1925, cuando publica su libro Fulano de tal, en una edición costeada por su amigo José Rodríguez Riet.
En 1925 contrajo matrimonio con María Isabel Guerra, con quien tuvo su primera hija, Mabel. Se divorciaron en 1935 y dos años después se casó con la pintora Amalia Nieto, con quien tuvo a su hija Ana María al año siguiente. Cuando en 1926 nació su primera hija, Mabel Hernández Guerra, Felisberto tiene tantas ocupaciones que no podrá conocerla hasta cuatro meses después. Ese trajín, sumado a otras claves de orden íntimo, explica su paulatino distanciamiento de María Isabel Guerra. Con alguna razón, acaso por la intrincada personalidad de Felisberto, esa crisis matrimonial fija una secuencia que irá repitiéndose en las sucesivas parejas que ensaye a lo largo de su vida. En último término, las glorias de este tiempo también son escasas. En 1927 estrena en el montevideano Teatro Albéniz tres de sus partituras, Festín chino, Bordones y Negros; y un año después dirige el ballet infantil Blancanieve, de José Pedro Bellán. Hasta 1942 fue pianista itinerante entre Uruguay y Argentina, alternando entre la orquesta del café La Giralda en Montevideo, como pianista y director de una orquesta en el café-concierto de Mercedes, Teatro Albéniz de Montevideo y Teatro del Pueblo de Buenos Aires.
En 1943 se separó de Amalia y viajó a París, en su momento de mayor esplendor. En París conocería a María Luisa de las Heras (alias Africa), española, veterana de la Guerra Civil y agente de la KGB a quien se le encomendó para seducirlo. En 1949 se casaron y se instalaron en Montevideo, donde ella trabajó como modista y otras actividades que encubrían su red de espionaje. Al año se divorciaron, sin que él supuestamente se enterase del papel que había desempeñado. Sobre sus complicadas relaciones con las mujeres (se casó cuatro veces), existen dos testimonios de interés: el libro Felisberto Hernández y yo de Paulina Medeiros, con quien mantuvo una relación entre 1943 y 1947 tras la cual continuaron escribiéndose, y ¿Otro Felisberto? de la pedagoga Reina Reyes con quien estuvo sentimentalmente vinculado de 1954 a 1958.
Comenzó a publicar a los 23 años, aunque en vida sus obras nunca alcanzaron una repercusión masiva. Tras la última etapa como músico itinerante, abandonó la carrera de pianista dedicándose exclusivamente a la literatura. Se diferencian tres etapas en su producción literaria: desde 1925 a 1941 publicó en diarios e imprentas del interior del país, como el “Libro sin tapas” (no tenía tapas); desde 1941 a 1946, definiría su estilo entre humorístico y fantástico en dos extensas narraciones; desde 1947 a 1960, escribe de una manera “algo extravagante” en libros como “Nadie encendía las lámparas” y “La casa inundada”.
Sus cuentos y novelas cortas recrean el mundo de su infancia y juventud, evocan personas que conoció y barrios de Montevideo. Una calle, un tren, un piano, pueden encerrar recuerdos y le hacer revivir sensaciones. Su narrativa sin seguir la línea proustiana, se basa en el recuerdo como motor de la escritura. La construcción de gran parte de sus cuentos se apoya en la reivindicación de detalles como en La cara de Ana. Una temática recurrente e interesante es el lugar primordial que le dio a los objetos inertes (como sucede en El vestido blanco, Las hortensias o El caballo perdido, entre otros). En octubre 2020 decía (https://bit.ly/2FBKDg2) en Taller de Narrativa (I) de este blog: “Los comentarios más banales pueden mostrarnos a un Felisberto Hernández transformando en lápices afilados puñales.”.
El trabajo como escritor de Felisberto, eclipsaría su carrera de pianista, aunque su obra entera está impregnada de música, tanto en los temas evocados como en la forma de contarlos, al sugerir emociones con palabras de cierta sonoridad, transformando el sentido de las palabras en función de los sonidos, al construir partes de su relato como variaciones de un mismo tema musical. Aunque desde el punto de vista de su prosa se ha planteado que "podría pensarse de una límpida musicalidad, pero sería un juicio erróneo, ya que Felisberto Hernández fuerza las construcciones gramaticales de un modo tan anómalo como personal para que comuniquen lo que él pretende transmitir".
El crítico literario Emir Rodríguez Monegal lo criticaría muy duramente por “la incorrección de su prosa”. El análisis crítico de la obra de Felisberto Hernández se encuentra ligado a su carácter difícil de categorizar. Sus cuentos no poseen la rigurosa economía de Horacio Quiroga, ni pretenden la cerebral perfección de Jorge Luis Borges, no anticipan los relatos de Juan Carlos Onetti, y vendría a ser Julio Cortázar en Historia de cronopios y de famas y en Rayuela, el único en recoger, al menos en parte, el legado de Felisberto Hernández. Para Julio Cortázar, es rechazable la mera etiqueta de “fantástica” para su obra de la que dijo: "nadie como él para disolverla en un increíble enriquecimiento de la realidad total que no sólo contiene lo verificable sino que lo apuntala en el lomo del misterio".
Ha sido considerado un maestro tanto por Cortázar como por Gabriel García Márquez. La extraña ficción de sus cuentos hace brotar un universo totalmente personal y que no puede ser comparado totalmente con los cuentos más urbanos, más intelectualizados, de Cortázar. Italo Calvino, quien prologó la versión italiana de Nadie encendía las lámparas (1974) (Nessuno accendeva le lampade) lo definió como "un escritor que no se parece a nadie: a ninguno de los europeos y a ninguno de los latinoamericanos, es un “francotirador” que desafía toda clasificación y todo marco, pero se presenta como inconfundible al abrir sus páginas". Especialista en el ámbito de la narrativa breve, sus obras han sido traducidas, tardíamente, a varios idiomas: alemán, francés, inglés, italiano, griego y portugués. En un viaje a París intentó publicar, sin éxito, pese al apoyo generoso del escritor Jules Supervielle, de origen montevideano. En España se difundió en 1974-1975 gracias al esfuerzo de Cristina Peri Rossi.
Juan Carlos Onetti en un artículo que, leído en su fecha, resultó muy revelador, escribiría, “Felisberto Hernández fue uno de los más importantes escritores de su país”. Al elogio añadía la constatación, del general desconocimiento que del escritor uruguayo mostraban los lectores españoles del momento. Subrayando esta omisión, Onetti hablaría sobre la ausencia de Hernández en el imaginario libresco de los españoles señalando que: “no debe preocupar, cuanto la ignorancia de su obra es también comprobable en el Uruguay. Hace poco tiempo la editorial montevideana Arca inició la publicación de sus escritos completos. Tal vez esto mejore las cosas, aunque Felisberto nunca fue ni será un escritor de mayorías. Desgraciadamente murió demasiado temprano para integrar ese fenómeno llamado boom y que todavía no logro explicarme de manera convincente”.
En 1955 La Licorne publica el que será su principal y único documento estético, “Explicación falsa de mis cuentos”, y en 1960 Ángel Rama incluye La casa inundada en la colección Letras de Hoy, de la editorial Alfa. Los primeros síntomas de la leucemia que acabó con su vida coinciden con la segunda publicación de El caballo perdido, impresa en diciembre de 1963 por la Editorial Río de la Plata. Esa ambivalencia sentimental, donde se oponen el dolor propio de la enfermedad y cierta satisfacción por el reconocimiento de sus contemporáneos, van a acompañar al escritor hasta su muerte, el 13 de enero de 1964.
Maracaibo martes 12 de enero 2021
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