sábado, 4 de abril de 2020

Las delicias del jardín


Las delicias del jardín

En esta prolongada cuarentena donde como si hubiésemos regresado al medioevo, nos está tocando sobrevivir en medio de la pandemia desatada por el coronavirus Covid-19, vemos que Italia nos retrotrae a escenas del Decameron de Bocaccio, mientras las naciones del mundo se debaten intentado proteger la humanidad, y hay tantas preguntas como pudiesen hacerse sobre el significado de las pinturas de El Bosco, por lo que aprovecho el momento para hacer algunas consideraciones sobre algunas de las explicaciones que se han planteado.   

En septiembre del año pasado 2019, había hablado en este blog sobre Jheronimus van Aken, (https://bit.ly/2ULek1P) conocido también como El Bosco (1450-1516), y llamaba la atención sobre la vida de este pintor holandés de finales de la Edad Media, autor de “El jardín de las delicias” y de numerosos cuadros, en particular de curiosos infiernos y de juicios finales con personajes muy extraños. Destacaba igualmente, como su vida está recreada en mi novela “Para subir al cielo…” (https://bit.ly/2kqHrJN) la cual reeditada en 2016, hoy día está a la venta en la Librería Europa del Centro Comercial Costa Verde de Maracaibo.

Durante más de diez siglos medievales de oscurantismo, de supersticiones, de ignorancia y de imposición de códigos, normas e intereses “divinos” sobre la razón, nacería en los Países Bajos Jheronimus El Bosco, en quien el condicionante geográfico y tradicional influiría en su obra en medio de la piadosa religiosidad del arte flamenco, cómo se vivía en aquellos días. Recordaremos qu además de la situación socio-política, una crisis religiosa y moral generalizada sacudía a Europa a finales del siglo XV y ella se refleja en el Elogio de la locura de Erasmo y en La Nave de los locos, de Brandt, la que el mismo Jheronimus llevaría a la pintura. Estos eventos conducirán a la Reforma y en 1517, un año después de la muerte de El Bosco, cuando Lutero clavará sus 99 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg. 

En aquella pequeña ciudad de Hertogenbosch, una próspera burguesía acomodada, cerrada y cargada de desconcierto y desencanto espiritual, nos encontramos al pintor que reflejó en su obra la impotencia ante el desquiciado momento por el que pasaba Occidente. En el año 1947 Wilhelm Fraeger asomaría la posibilidad de que El Bosco fuese miembro de “La Hermandad del Espíritu Libre”, un grupo herético que había florecido en Europa a partir del siglo XIII. Aunque no existe mucha información sobre esa agrupación, que es considerada por algunos como una secta de la que se decía que sus ritos a través de una búsqueda de la inocencia perdida por Adán en el Paraíso, incluían prácticas de promiscuidad sexual. Por esta razón, también se les conocía a sus seguidores como Adamitas.

Los Adamitas aparecieron en Bruselas desde 1411 y aunque se plantea que puede que hayan sobrevivido hasta el siglo XVI, en realidad es difícil pensar que Jheronimus El Bosco, fuese algo más que un cristiano ortodoxo, quien por demás era un reconocido miembro de La Hermandad de Nuestra Señora, una comunidad de clérigos y laicos de su ciudad, muy diferente a la que caracterizó a Los Hermanos del Espíritu Libre. Según Fraenger, “El jardín de las delicias” habría sido pintado por El Bosco para un grupo de Adamitas de Hertogenbosch, donde vivía el pintor.  Un erudito escritor, M.Gauffreteau-Sevy quien publicó un tratado sobre El Bosco en 1967, no coincide con las ideas Fraenger y considera que el pintor quiso en “El Jardin”, condenar los placeres de los sentidos que ciegan a la humanidad, como lo hiciera en su tríptico de “El carro del heno”.

Felipe de Guevara, gentilhombre de Carlos V y heredero y coleccionista de su obra, heredó la colección de su padre Diego y en 1570 la compraría, para Felipe II y sus descendientes, junto a los bienes confiscados en Flandes, como El Jardín de las delicias confiscado en 1567-1568 a Guillermo el Taciturno y que vía Fernando de Toledo, hijo bastardo del Duque de Alba, incrementará su colección de “Boscos” que finalmente acabarán en El Prado y El Escorial. Por ese interés manifiesto del rey Felipe II, un ferviente católico, por las pinturas de El Bosco es muy poco probable que en una época cuando la Santa Inquisición perseguía cualquier desviación del dogma y la doctrina católica, no existe evidencia alguna de que estas pinturas en manos del rey hayan sido criticadas o condenadas por el Santo Oficio.

Finalmente, a finales del siglo XVI se produjo una denuncia de que las obras de El Bosco estaban viciadas de herejía y esta acusación tuvo que se enfáticamente desmentida por un sacerdote historiador, poeta y teólogo español, Fray José de Singüeza, monje de la Orden de San Jerónimo. El Santo Oficio presentó varios testimonios hostiles a Sigüenza quien decidió presentarse voluntariamente en abril de 1592 ante el Tribunal de Toledo y se le encerró en el Monasterio de la Sisla hasta octubre cuando finalizó su causa con apenas una reprimenda que se le dio el 25 de julio de 1593. En 1603 fue elegido prior y reelegido en 1606 ya hasta su muerte. Todas las “diablerías”, sus demonios y las sugerencias libidinosas de “el jardín” hechas sobre la obra del pintor, quedarían como en suspenso durante siglos.

Sería en el siglo XIX cuando de la mano de Dvorák, Friedländer, Tolnay, Fraenger, Bax, Combe, Salas y Freud, así como de Jung y de la Escuela de Viena, reaparecerán comentarios sobre las obras de El Bosco, algunos de los cuales nuevamente lo relacionaron con los Adamitas, con lo herético, el esoterismo, el Catarismo, la astrología, la alquimia, el hermetismo, el ateísmo, los naipes, el tarot, la sodomía, la ironía, el folclore y particularmente el refranero popular neerlandés, que parecía burlarse de todos con el humor y la sátira. Algunos de los nuevos “descubridores” del viejo pintor decidirían citarlo como “enfermo erótico”, “febril inventor de monstruos”, “inventor de absurdos”, hasta llegar a decir que sus pinturas parecían el “delirio indecente de un fraile tísico”.

Aunque su influencia entre los surrealistas, y en especial en Dalí, es indiscutible, El Bosco no podría ser surrealista a finales del medioevo. Simplemente, tomó los elementos de la realidad y con ellos crearía figuras antropomórficas, seres irreales y demonios, en quienes llevado por su imaginación, los iría construyendo con objetos de la vida cotidiana, creando una mezcla de realidad y ficción, que si nos interesa, nos puede llevar a meternos en el fantástico mundo de Jheronimus, algo que de veras vale la pena. Una sugerencia para estos meses de confinamiento puede ser profundizar en este tema, y podrán detallar además que como pintor Jheronimus van Aken fue un paisajista excepcional.

Maracaibo sábado 4 de abril, 2020 

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