viernes, 7 de febrero de 2020

Moisés, el egipcio


Moisés, el egipcio

Quisiera retrotraerme en el tiempo para regresar a mi vieja agenda y a sus páginas garrapateadas con mi enrevesada escritura de adolescente, que parecieran difuminarse en un pasado lejano; más no están olvidadas… Era cuando estudiaba bachillerato y existían además unos cuadernos, de esos “de tareas” que todavía son descifrables. En aquellos tiempos yo escribía historias inventadas y se mezclaban en mi mente con las lecturas y las películas; muchas giraban alrededor de barcos con marinos que cazaban ballenas, pero otras se confundían en un pasado muy remoto, tanto que me acercaba a la cautividad de Babilonia. Pero no el cautiverio medieval cuando los papas sacándole el cuerpo a la peste negra escaparon hacia Aviñon, no. Mi Babilonia era la propia, la del Éufrates y el Tigris y los jardines colgantes, y desde entonces yo la parangonaba con Maracaibo; a pesar de este detalle, tampoco era la Babilonia de Blas Perozo. Aparecía en mis relatos y en mis dibujos con el apoyo de cuanto había leído sobre Gilgamés y del código de Hamurabi. En realidad se me hace difícil entender como tan solo con unos libros de Historia Universal y con la Biblia me inventé toda una saga, sobre Nabonido el último rey de Babilonia; lo digo ahora que las cosas son más fáciles pues todo está en la nube de internet…  

Sin duda alguna debo aceptar que estaba influenciado por la lectura de la novela de Mika Waltari sobre un médico egipcio y seguramente que por ver repetir por la tele, año tras año en la Semana Santa Los diez Mandamientos de Cecil B De, Mille. Entonces ya me había leído a Tamburas y después a El Asirio, de modo que los personajes fueron consolidándose y no me incomodaba que el tuerto Kaptah amigo de Sinuhé el egipcio se pareciese al Nerón Ustinov de Quo Vadis, de manera que junto a mis ideas, los judíos presos, encadenados por las huestes del faraón Nejo marcharon por el desierto camino de Babilonia, y en Harran, habría de quedarse una jovencita que luego se haría sacerdotisa de Isthar. De su rebeldía y escapada del templo fue a toparse con una avanzada de militares egipcios, y ya de vuelta nacería Nabonido muy pálido y su hermano gemelo el moreno Azurlazar. De cómo llegaría Nabonido a hacerse monoteísta y como aquello que le sucedió se parece a la historia del faraón Amenhotep, está en alguna parte, ni sé dónde, pero finalmente sobre su reinado final en Babilonia y su retiro a un oasis antes de que el rey Ciro de Persia invadiera Mesopotamia, todo vino a ser parte de mi novela…

Bien, la realidad es que salvadas mis garrapateadas páginas, había decidido intercalarlas en mi primera intentona literaria, y así, la historia de los hermanos con todo este cuento babilónico llegó a formar parte de “La Entropía Tropical”. Una novela que fue escrita a comienzos de los 80 con mi intención de darle cuerpo a una tragedia, la de un médico que quiere hacer investigación en su tierra y termina exiliado, con un hermano que vive algo parecido. Nada que ver con Babilonia… Bueno, me explico: es que existía un problema con la novela maracaibera-babilónica, por ser los hechos muy parecidos a la realidad, y además, por el hecho de estar escrita parcialmente en maracucho, incluía algunas “malas palabras”. Como resultado: no quería nadie publicarla. No sería sino hasta el año 2003 cuando finalmente, quizás por la suerte de tener ya dos novelas premiadas en Bienales nacionales de Literatura (1994 y 1997), Ediluz “tras largas revisiones con un corrector de estilo”, aceptó su publicación. Así nació la historia que nos ocupa en este momento.

El manuscrito de “La Entropía Tropical” (expresión de Fernández Morán para destacar nuestro singular y característico desorden) fue rechazado muchas veces y estaba en una carpeta identificada con las siglas “ET”. Me imagino que los revisores esperaban enfrentarse con un extraterrestre como el de Spielberg, pero nada que ver. Todo esto a pesar de que en la Dirección de Cultura de la UCV me habían convencido de que “ET” era una buena novela, y aceptaron inicialmente que en maracucho las esdrújulas no deben acentuarse… Fue una ardua lucha, larga y tenaz. En el texto que lleva diversas historias que sin duda sonarán diferentes, terminan por conjugarse con Nabonido y su hermano, donde el rey de Babilonia debe retirarse a un oasis y deja en el trono a su hijo Baltazar a quien le tocará el infortunio de enfrentar a Ciro y los persas que caen sobre Mesopotamia con la langosta.

Puede que se estén preguntando por el título y cómo y dónde cabe Moisés en este disparatado asunto sobre las vicisitudes para publicar una novela en Venezuela… Quisiera explicar algo que sinceramente desconocía hasta hace una semana. El famoso médico psiquiatra Sigmund Freud al final de su vida decidió escribir un detallado estudio sobre una posibilidad muy interesante que me parece toca la historia novelesca que les he venido narrando. Se trata de, el monoteísmo y de los egipcios, por lo que debemos regresar al reinado del faraón Amenhotep de la dinastía XVIII, y a la película de DeMille cuando nos mostraba el pueblo judío azotado bajo el látigo inclemente de los egipcios y a Moisés, a quien quizás puedan recordarlo como Charlton Heston. Pues el hombre, quien cuando era un bebé, dizque había sido recogido en una canastilla flotando en las aguas del Nilo, según Freud, no era realmente judío. Freud, quien de paso es bueno que recuerden que él sí que era judío. Supuestamente Moisés era un egipcio que  estaba insuflado por las ideas monoteístas del faraón y le dolía ver al pueblo judío clamando por su libertad, pisado por la bota egipcia, así como estamos actualmente bajo el narcorégimen, pisados por la bota cubana.

Según Freud, Moisés decidió sacar adelante a aquella población que no le era ajena puesto que también eran monoteístas. Por otra parte se venían produciendo campañas contra los seguidores del dios Atón. Los sacerdotes de Amón no estaban de acuerdo con el postulado de que “existía un  solo dios, Atón y el faraón era su profeta”.Nefertiti la esposa del faraón y sus hijas oficiaban sus ritos al dios Atón. La muerte de Akenatón se daría en el decimoséptimo año de su reinado a una edad entre 30 y 36 años, y la corte del reino fue mudada nuevamente a Tebas. Nefertiti y sus hijas habían muerto por una grave epidemia probablemente de peste bubónica que azotó a Egipto. El faraón fue sucedido por Semenejkara, quien reinó menos de un año y después ascendió al trono de Egipto un niño de menos de once años de edad que sería el faraón Tutankamon. Moisés se puso al frente de los judíos y los llevaría a “la tierra prometida”. Cuando tras cruzar el Mar Rojo y todas aquellas calamidades ya habían logrado establecerse, Moisés, como sucede muchas veces con los políticos, morirá asesinado.

Toda este relato sobre el origen egipcio de Moisés, ha sido discutido ampliamente y no es aceptado por los judíos, lógicamente, aunque el trabajo del doctor Sigmund Freud es muy detallado e interesante, en realidad no tiene una conexión alguna con mi novela “La Entropía Tropical”, cuyos remotos orígenes he aprovechado para que mis lectores estén enterado de algo más sobre la lejana Babilonia.

Maracaibo, viernes 7 de febrero, de 2020

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