Sobre la novela (1)
En el mes de mayo del año 1943 Enrique Bernardo Nuñez escribía: “La novela en nuestro país necesita una renovación. En otros términos, necesita nuevos novelistas que nos ofrezcan temas distintos de la vida venezolana”. Ahora, han transcurrido muchos años y en estos tiempos pareciera haber una especie de ansiedad por publicar lo que los venezolanos están produciendo y no obstante, no veo a mediano plazo ni atisbos de algún intento por evaluar la calidad de lo producido, llámese novela, cuento o poesía. Quizás por ello, me ha parecido, por ejemplo, preguntarse seriamente: ¿Qué es una novela? A continuación responderé con algo que tenía escrito por allí, en alguna parte: “Una novela no se parece a nada, ni siquiera a otra novela”.
Escuchemos a Ednodio Quientero quien en una publicación editada en LUZ, definió la novela como: “esa forma de prosa que explora hasta sus últimas consecuencias las posibilidades del lenguaje, a fin de examinar algún aspecto de la condición humana”. Ednodio ya había escrito también: “La novela no es el lugar apropiado para la prédica, ni púlpito ni cátedra ni tarima, es un espacio abierto, desolado tal vez, abismo a la intemperie, donde el escritor, acompañado de su cómplice, puede desplegar los múltiples registros de su voz, donde le es permitido expresar su ansia por reconocer lo que aún resta de humano, donde acepta, al fin, su parentesco con los dioses muertos, con el agua que corre y con el polvo estelar”.
¿Cómo deberá funcionar la creación literaria para una novela? En todo texto que aspira transformarse en una novela, tiene que existir una fuerza interior que se perciba intensamente; un espíritu que esté vigente, algo esencial que tiene que prevalecer y que estará expresado en el lenguaje particular del escritor. Esa fuerza interior será lo que en cada escritor de novelas, vendrá a transformarse en su propio estilo. Quien se inicia en estos menesteres podrá sentir evidentemente las dificultades de la indagatoria sobre lo que se tiene en mente y de cómo trasladarlo al texto para crear una novela.
Quien se decide a escribir una novela, generalmente ha escrito relatos, o especie de cuentos breves. Pero estos no valen para darle cuerpo a una novela, pues se necesitará haber tomado la decisión previa de escribirla con un plan definido. Un pintor no se lanza a pintar un cuadro sin tener una idea aproximada del mismo, o sin hacer un boceto, por lo que de manera similar, una novela puede llevarle al escritor meses o años y mientras la planifica o especialmente antes de acometer formalmente esa tarea, puede que hasta sea necesario tener una idea aproximada de cuanta dedicación y sobre su tiempo y de la constancia que requerirá para llevar adelante esa tarea.
Hay que entender que un relato no es una novela corta, ni una novela es un relato largo, son dos cosas muy diferentes. Ambos, si bien pertenecen al ámbito de la Narrativa, su ritmo, su estilo y los recursos que se emplearán son muy diferentes. Se pueden ofrecer datos cuantitativos sobre estos distintos géneros. Existe el microcuento, de menos de cien palabras. El cuento corto, que tiene entre 100 y 2.000 palabras, el cuento que deberá tener entre 2.000 y 30.000 palabras, la novela corta de 30.000 a 50.000 palabras y la novela que contará con más de 50.000 palabras. Estos son detalles matemáticos que en realidad poco se aplican en la creación literaria. Quizás es más importante ceñirse a la opinión de un experto. Para Julio Cortázar el cuento es “un texto continuo y cerrado sobre sí mismo que exige un alto grado de perfección para que sea eficaz”.
En otras ocasiones he dicho que me parece más difícil escribir un cuento bien logrado que una novela. Sobre la novela Pedro Beroes hace años que dijo: “En verdad la novela es un género de saqueo que deliberadamente se nutre de los elementos propios de otros géneros literarios; del diálogo, que toma del teatro, de la capacidad razonadora del ensayo, y de la atmósfera lírica de la poesía”. El cuento se lee de un tirón, la novela se suele leer por etapas y sus historias se mezclarán con las vivencias diarias del lector. Quizás por estas características es que las novelas parecieran quedar grabadas en la memoria de los lectores con mayor intensidad que los cuentos.
Cada novela debe responder a una intención muy personal; la de investigar algo, de querer decir algo, y ese algo, tiene que expresarse poniéndole mucha imaginación. No creo exagerar si digo que cada novela debe reflejar de alguna manera el inconsciente del escritor. No se debe escribir sin antes hacer una profunda investigación, sin sumergirse a fondo, sin margullirse en determinado asunto, ese que revolotea en la mente del escritor y que le lleva a batir las alas de su imaginación. Esas inquietudes deberán ser plasmadas en letras, puesto que la novela es obra escrita y no puede ser un simple relato, no debe ser, tiene que constituir algo que salga del alma, que surja del interior, de lo más profundo de quien escribe y con una dosis abundante de imaginación.
Eso, la imaginación, que Santa Teresa llamaba “la loca de la casa”, según lo expresara en su brillante novela homónima, la escritora española Rosa Montero, la imaginación que fuera denominada por Baudelaire “la más alta y filosófica de nuestras facultades”, será siempre algo fundamental, pero cada escritor tendrá su estilo. No estoy muy seguro, de lo que decía Bufón, de que “el estilo es el hombre”. De lo que si estoy perfectamente seguro es de que, el estilo es esencial. No hay un escritor verdadero que no haya creado su propio estilo, su forma personal de expresión literaria, e importará siempre, la solidez de estilo que vaya adquiriendo el escritor con su experiencia.
La historia puede no ser tan relevante. ¡Hay tal variedad de ideas! Además, está la imaginación de por medio, y lo interesante tiene que ser, no la manera de plantear la idea, sino la manera de decir las cosas. Esta manera o modo, justamente será lo que constituirá el estilo del escritor. Después ya surgirá el tono de lo relatado que no será otra cosa que la manera como se narrarán los hechos, de modo tal que más que un asunto de técnica narrativa, el tono vendrá dado por la interpretación subjetiva de la historia que se escribe. La originalidad de la obra residirá en el imaginario, en la memoria inconsciente y en la conciencia misma del escritor y serán estos los pilares de la historia, ellos conformarán su estilo propio.
Quien escribe, buscará el tono que se adapte a los requerimientos de la historia relatada en lenguaje literario. La trama de la novela se vinculará con la organización estructural de la misma. Será como una urdimbre donde la manera de cruzar los hilos, de enfrentar nudos e inventar el laberinto por donde transcurrirán los hechos, será potestativo del escritor. Algunas veces los episodios podrán aparecer anticipados, en prolepsis narrativa, o contados hacia atrás, en analepsis, especie del llamado flash-back del cine, y así él podrá iniciar una historia por su final, de atrás hacia adelante, de manera circular, por la mitad… "La Odisea", se inicia al desembarcar Ulises en Itaca, para retroceder luego la narración unos diez años atrás y finalmente llegar a su encuentro con Penélope.
Además del estilo, puede ser necesario para precisar el tono de lo que se relatará, profundizar en el entorno de los personajes, en la psicología del personaje principal, en saber quién narra y como quiere hacerlo. En fin hay otra serie de búsquedas que ayudan a concretar un tono adecuado a lo que se está relatando, pero está claro que este proceso no es siempre fácil, por lo que puede ser que quien inicia la escritura de un texto le toque enfrentarse al llamado “dragón del escritor”, también denominado “el dilema de la página en blanco”, y que puede representar una especie de bloqueo mental para la escritura. Esta situación puede darse en el escritor, y para algunos en ciertas circunstancias puede hacerse casi irreversible. De producirse, diría yo que para quienes se inician en los avatares de la escritura, puede ser aconsejable no darle mucha importancia al fenómeno.
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. A partir de esa frase, García Márquez retrocederá hasta la fundación de Macondo para regresar con la historia de “Cien años de soledad”. El narrador en primera persona de “Corazón tan blanco”, la novela de Javier Marías, no ha nacido aún, cuando la novela se inicia con el suicidio de una jovencita ante un espejo con la pistola de su padre, mientras su familia está almorzando. En “Para subir al cielo…” la historia transcurre un día domingo en Caracas, pero los personajes viven situaciones que giran en torno a una autopsia en la morgue el día viernes y entretanto, se relata la vida del pintor flamenco Hyeronimus Bosch.
El uso del llamado monólogo interior puede ofrecerle al escritor una capacidad intimista que lo conecte psicológicamente con el lector. Si el escritor habla consigo mismo establecerá una especie de soliloquio y este puede parecerse más bien un monólogo, pero en el monólogo interior nadie habla. En el llamado monólogo interior, o corriente del pensamiento, hay una riada de ideas que pueden ser traducidos al lenguaje escrito y las palabras y frases pueden ser vistas como ideas dispersas, sin sentido o caóticas, y sin embargo, la traducción del mismo servirá para señalar que este discurso interno estará siempre dirigido por el inconsciente y se rige por asociación de ideas.
En realidad lo que se pretende es escribir en palabras un fenómeno normal de la mente humana. No hay que olvidar que el cerebro es como una máquina que mientras estemos vivos, hasta donde conocemos, nunca deja de funcionar, no cesa de trabajar ni siquiera cuando dormimos y una prueba de esto son los sueños. El cerebro estará siempre hablando y no podremos hacerlo callar. Dujardin en “Han cortado los laureles” fue el primero en usar la técnica del monólogo interior que luego en el siglo XX Jamen Joyce lo haría magistralmente en el “Ulyses”. La lectura de un monólogo interior puede resultar inquietante, o incómodo, y precisamente por ello, escribirlo es pasearse por el lado oscuro, posiblemente inhóspito de la mente pues se trata de que el escritor plasme en letras lo que atraviesa por la región del inconsciente.
En el fondo, estos procedimientos del escritor al crear secuencias de palabras que son reflejos de su inconsciente, se pueden semejar a lo que es la creación poética, o lo que se logra expresar en una pintura. Es poner por escrito la parte más de artista con poner en palabras el yo interior, ese que comenzó a vislumbrarse con el psicoanálisis. El oscuro territorio de los sueños es atisbado desde el monólogo interior y puede transformarse en una especie de escritura automática. Otros escritores también como Joyce han utilizado con excelencia esta técnica, Luís Martín Santos, William Faulkner, Miguel Delibes, Virginia Wolf y algunos otros han usado la técnica con grandes ventajas, no solo de la mayor verosimilitud que se le da al texto, sino que logra crear una especie de nexo entre el escritor y el lector a través de los personajes cuya vida interior es cada vez mejor conocida por la existencia de curiosos registros lingüísticos utilizados adecuadamente.
Nota: mañana, continuaré tocando este tema, en una parte (2) ahora cuando publicar cuentos, poemas y novelas, casi parece ser más importante que leerlas.
Maracaibo, jueves 16 de diciembre del año 2021
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