domingo, 26 de diciembre de 2021

Los peligros de la lectura…

 

Los peligros de la lectura…

Los años comprendidos entre el acceso al trono de Felipe II (1556) y la clausura del Concilio de Trento (1563), no alcanzan a cubrir una década, y no obstante, durante esos años, ante la llegada de textos impresos tanto a los Países Bajos como de la  misma Península Ibérica, ante el peligro de la evangelización calvinista, las autoridades hispanas y Felipe II en concreto optó por reforzar las defensas religiosas y movió a la Inquisición a iniciar investigaciones para evitar los contactos. 

 

La Inquisición española, estaba comandada entre 1547 y 1566 por Fernando de Valdés, con el apoyo teológico del dominico Melchor Cano, e incrementaría su vigilancia en defensa de la ortodoxia de la fe, para evitar cualquier contagio de las ideas luteranas o calvinistas. En 1558 se prohibió, bajo pena de muerte y de confiscación de bienes, la importación de los textos impresos que figuraban en un Índice de libros prohibidos elaborado por la Inquisición. En dicho catálogo, no solo aparecían escritos de autores protestantes, sino también los de reputados católicos, incluso de santos, cuya lectura podía prestarse a interpretaciones equívocas, como Tomás Moro, Juan de Ávila o fray Luis de Granada.


 

La extensión progresiva de la censura fue acompañada de otras medidas encaminadas a reforzar las barreras intelectuales entre España y el protestantismo. En 1559, se ordenó el retorno de todos los universitarios españoles que estaban cursando estudios en la Universidad de Lovaina y se les conminó a comparecer ante la Inquisición a su llegada a la Península. Ese mismo año se prohibió la salida de estudiantes españoles a universidades extranjeras.

Las medidas represoras en la mente de los gobernantes tenían sentido, no solo por la fuerza que estaba adquiriendo la reforma religiosa en Europa, sino también porque en 1557 y 1558 fueron descubiertas en Sevilla y Valladolid doscomunidades protestantes”, que más que Iglesias organizadas parecían reuniones de iluminados. “Los iluminados” o alumbrados eran cristianos que creían que mediante la oración podían llegar a un estado tan perfecto, que no necesitaban practicar los sacramentos ni las buenas obras, y se sentían libres de pecado independientemente de sus actos; doctrinas éstas que tenían fuertes afinidades con las del protestantismo (justificación por la fe, negación del purgatorio y del valor de los sacramentos y las buenas obras, rechazo de la confesión y de la autoridad pontificia). La Inquisición, quizá temía pudiesen convertirse en auténticas sectas, ya que sus adictos eran personas de cierta talla dentro de la sociedad civil y eclesiástica.


 

En un grupo de Valladolid el miembro más destacado era el doctor Agustín de Cazalla, canónigo de Salamanca, que había acompañado a Carlos V en sus viajes por Alemania y los Países Bajos. Cazalla era un predicador conocido, que no tenía recato a la hora de discutir públicamente sus puntos de vista reformadores. Carlos de Seso, era un seglar italiano, llegado a España hacia 1550. Cuando la Inquisición intervino, el movimiento ya tenía conexiones en Zamora, Palencia, Toro y Logroño.

Valdés logró el permiso pontificio para poder enjuiciar a los mitrados y para condenar a muerte a los herejes, aunque se arrepintiesen y pidiesen misericordia, y terminó con ellos organizando dos autos de fe en 1559. Cazalla, Seso y otros 13 acusados fueron relajados al poder secular y serían ejecutados. Los que se retractaron fueron agarrotados y quemados muertos. El abogado Antonio de Herrezuela fue el único que no se retractó y fue quemado vivo. Felipe II asistió personalmente al segundo auto de fe que está descrito en la novela “Vesalio el anatomista”(2016, Maracaibo, AstroData Ed).

Al mismo tiempo, fue descubierto otro brote protestante en Sevilla. Sus inspiradores fueron dos canónigos de la catedral hispalense, los doctores Juan Gil y Constantino Ponce de la Fuente. El primero fue perseguido desde 1550 y recibió un trato relativamente suave. El segundo acompañó a Felipe en su viaje por los Países Bajos y Alemania entre 1549 y 1551. Fue atacado tanto por sus doctrinas luteranas como por su origen judío. Fue encarcelado en 1558; murió en la cárcel y fue quemado en efigie por luterano.

El grupo sevillano se extendió en torno a dos focos de actividad: el monasterio jerónimo de San Isidro y la casa de Juan Ponce de León, hijo del conde de Bailén. Fueron juzgadas por la Inquisición más de 800 personas. Mediante dos autos de fe, celebrados en 1559 y 1560, fueron relajadas al poder secular más de 30 víctimas con pena de muerte. Las retractaciones fueron más raras, por lo que hubo más hogueras directas.

La acción represiva de Valdés no terminó con estas dos acciones. Su mayor objetivo fue el arzobispo de Toledo y primado de la Iglesia española, Bartolomé de Carranza. El interés suscitado se fundamentaba en varios motivos convergentes: La envidia personal del inquisidor Valdés ante la promoción de Carranza al arzobispado toledano y la enemistad del teólogo Melchor Cano, rival académico de Carranza en la Universidad de Valladolid. Era evidente la oposición de las altas familias toledanas, a las que no les gustaba el origen humilde del dominico. La falta de apoyo entre los prelados españoles, molestos por las acusaciones de Carranza en relación con el elevado absentismo episcopal.

Tras la muerte de Paulo IV en 1559, Felipe II intentó influir en el cónclave de forma que se eligiera a un pontífice manejable y proclive a los intereses de España, pero resultaría elegido otro candidato, Pío IV, y pronto las relaciones entre ambos fueron empeorando en el contexto del “asunto Carranza”. Carranza era el fraile dominico, que había estudiado teología en la Universidad de Valladolid, donde llegó a impartir docencia.


En 1545 participó en el Concilio de Trento, donde se manifestó inequívocamente en contra del protestantismo. En 1550 fue nombrado confesor de Felipe II, y acompañó al monarca durante su estancia en Inglaterra, durante tres años. Allí comenzó recomendando moderación en las relaciones con los protestantes ingleses y acusado de protestantismo, se esforzó por apartar cualquier duda sobre la pureza de su fe participando en el proceso que concluyó con la ejecución por hereje del arzobispo de Canterbury, Thomas Cramner.

En 1557 fue nombrado arzobispo de Toledo y de forma casi inmediata fue acusado de herejía por el contenido del libro Comentarios sobre el catecismo cristiano. Melchor Cano interpretó que en dicha obra apoyaba la justificación por la fe, motivo por el que acabó siendo arrestado en 1559. Carranza permaneció en la cárcel, en Valladolid, durante 7 años. El caso acabó convirtiéndose en un conflicto jurisdiccional entre Felipe II y la Inquisición española, por una parte, y Pío IV, por otra.

El pontífice reclamó el envío a Roma del arzobispo, para ser juzgado allí. Finalmente, se consintió su salida para la Ciudad Eterna en 1566, en tiempos ya de Pío V. Carranza fue juzgado en Roma y en 1576 fue absuelto por Gregorio XIII del cargo de herejía tras abjurar de 16 proposiciones altamente sospechosas sacadas de sus libros. Fue sentenciado a cinco años de reclusión y suspendido en el ejercicio de sus funciones episcopales. Dos meses después de pronunciada la sentencia, murió en Roma.

Ya finalizando este año 2021, podría sonar paradójico que tras promocionar reiteradamente la lectura en este blog: “para escribir bien hay que leer… y mucho…”, escriba sobre “los peligros de la lectura”. Simplemente quise destacar que hubo tiempos difíciles para los lectores de cuanto se escribía en otras épocas, afortunadamente ya son muy lejanas, aunque hay que estar siempre en guardia pues los totalitarismos siempre pretenderán controlar las ideas para meternos como cabras en su redil. De modo que… ¡Mosca!

Maracaibo, domingo 26 de diciembre del año 2021

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