Octavio, su mujer Livia y su hija
Julia
Dedicado
a mi amigo, el poeta Víctor Vielma, experto en los intríngulis de la
historia de Roma
El
año 38 a.C,
Marco Antonio, Octavio y Lépido firmaron el tratado de Tarentum, continuando así
el Segundo Triunvirato que se extendería hasta el 33 a. C. En la fecha cuando se renovó el Triuvirato en Tarento, Octavio
siguió por primera vez en su vida los dictados de su corazón y a pesar de las
dificultades existentes, decidió contraer matrimonio con la que sería su
tercera y definitiva esposa, la hermosa Livia
Drusila. El mismo día que nació su hija Julia, Octavio, el futuro emperador Augusto,
se divorció de su esposa Escribonia alegando “que no podía soportar más su
manera de molestarlo”, aunque la verdadera razón era que se había enamorado
perdidamente de aquella joven patricia romana que era 5 años menor que él:
Livia
Drusila. Existía un inconveniente. Livia, no sólo
estaba casada con su primo Tiberio Claudio Nerón con el que ya tenía un hijo
(el futuro emperador Tiberio), sino que además estaba nuevamente embarazada.
Sin importarle el escándalo que suponía llevar a cabo tal enlace, el virtuoso
Octavio no escatimó esfuerzos para conquistar a Livia y llevar sus planes a
buen término, pues la joven no sólo le permitiría un matrimonio por amor, sino
también le proporcionaría una alianza con la gens Claudia, uno de los clanes
más poderosos de Roma
.
Tras
el vacío de poder originado por el asesinato de Julio César, se había producido
el Segundo Triunvirato entre
Marco Antonio, César Octaviano y Marco Emilio Lépido. Marco Antonio
expulsó a Casio y Bruto a Grcia y se hizo con el poder sin saber
que César había nombrado a su sobrino Octaviano como sucesor. El sobrino-nieto de César se
reunió con Marco Antonio en una isla cerca de Bolonia y acordaron junto a Lépido, regresar a Roma y
publicar una lista de 300 senadores y 2000 caballeros condenados a muerte. El
primero de la lista fue Marco Tulio Cicerón. Los bienes de los proscritos fueron repartidos entre los ejecutores. El
23 de noviembre de 43 a. C., Con la Ley Ticia se procedió al reparto
territorial: Sicilia, Cerdeña y África para Octavio. Galia Cisalpina para Marco
Antonio y Galia Narbonense e Hispania a Lépido. El ejército en Grecia, bajo las órdenes de Bruto
y Casio, fue derrotado en la batalla de Filipos (42 a. C). Octavio se enfrentaba continuamente en Roma a
disturbios y reclamos, mientras Marco Antonio vivía en Egipto con la reina Cleopatra. Octavio, intentó mantener
buenas relaciones con él, y le entregó a su hermana Octavia como esposa. En el año
36 a. C. Octavio le quitó las provincias africanas a Lépido y lo
apartó de la vida política. Por su parte, Antonio repudió a Octavia para
casarse con Cleopatra y en la batalla de Aeccio(31 a. C.), Marco
Antonio y Cleopatra fueron derrotados y ambos terminarían suicidándose. De esta
manera Octavio pasó a llamarse Augusto y se convirtió en el primer
emperador romano.
Tiberio Claudio Nerón tras la
derrota de Bruto y Casio se había unido a la causa de Marco Antonio y se
encontraba en Perugia, cuando Octavio asedió la ciudad. Tras la victoria de
éste, Tiberio Claudio huyó con su mujer e hijo (Livia y el pequeño Tiberio) lo
que condenó a la familia a varios años de grandes privaciones. La suerte les cambió cuando la joven patricia
decidió cruzar su vida con la de Octavio; éste prometió una amnistía al marido
si se divorciaba de la muchacha y Tiberio Claudio accedió sin vacilar. Dado el avanzado
estado de gestación de Livia, la pareja se tomó su tiempo antes de convertir el
compromiso en matrimonio y la boda se celebró unos días después del nacimiento
del pequeño Druso, quien al nacer fue enviado junto con su hermano Tiberio de 3
años a casa de su padre.
Pasado el ardor de la juventud, Augusto y Livia se
convirtieron en compañeros de vida, siendo su matrimonio uno de los más sólidos
de la antigüedad. Livia llegó a ser la mejor consejera y colaboradora del emperador
en las tareas de gobierno. Él le consultaba la mayoría de sus decisiones y ella demostró ser mucho más que un rostro
bonito, una mujer inteligente, juiciosa y una excelente administradora: la gran
mujer que se esconde detrás de cada gran hombre.
Cuando
Livia enviudó, se retiró a una villa en las afueras de Roma y llevó con ella
una copia de una imagen del difunto emperador para venerarlo hasta el final de
sus días.
Julia era la única hija biológica de
Augusto, nacida a finales del año 39 a.C. del breve matrimonio con su segunda
esposa Escribonia, de la que se divorció el mismo día que nació la niña quien
fue educada por su padre y su madrastra Livia, siguiendo las rígidas costumbres
del patriciado romano. Julia recibió también una esmerada educación en retórica
y griego y se convirtió en una mujer culta y refinada con amplios conocimientos
en arte y literatura. Pero Julia sería utilizada siempre por su padre como
pieza política. La joven se vio obligada a casarse tres veces por razones de
Estado. Su primer matrimonio con su primo Marcelo (25 a.C.) prometía felicidad
por ser jóvenes, ricos y descendientes
de un linaje patricio. Julia contaba sólo 14 años cuando se celebró el enlace,
pero dos años después se produjo la muerte inesperada de su esposo. Pasado el
luto, Augusto la casó con Marco Vipsanio Agripa, su mano derecha y el más
grande general romano del momento. Julia debió sentirse desilusionada y confusa
pues tras haber tenido un marido de ensueño se encontraba con otro 24 años
mayor que ella y de dudosa estirpe. A pesar de ello, fruto de esta unión
nacerían 5 hijos.
Durante su segundo matrimonio,
Julia, sometida a los intereses de Roma, aprovechando las largas ausencias de
su marido, se unió a un grupo de intelectuales que debatía sobre poesía y
política y que también celebraban fiestas… Como acto de rebeldía, Julia
empezó a coleccionar amantes jóvenes, con los que conseguía sentirse mujer Al
morir Agripa (12 a.C.), Julia contrajo nuevas nupcias con su hermanastro
Tiberio el futuro emperador. Tras
su tercer matrimonio la conducta de Julia comenzó a ser escandalosa y de
dominio público. Al principio se mostró dócil e incluso acompañó embarazada, a
su marido a sus campañas militares en Panonia y Germania, donde tuvo que dar a
luz a un niño prematuro que murió casi de inmediato. Julia, con gran conmoción volvió a Roma decidida a vivir
su vida junto al único hombre de quien decía desde su infancia haber amado de
verdad, Julo Antonio, (el último de
los hijos habidos del matrimonio entre Marco Antonio y Fulvia). En el año 6
a.C., Tiberio, convertido en el segundo hombre más poderoso de Roma, se exilió
voluntariamente a Rodas, para huir de la humillación a la que lo sometía su
esposa.
Durante el 30 aniversario de la
batalla de Azio, Julo Antonio y Julia se unieron a una conjura que pretendía
acabar con la vida de Augusto. Julia probablemente pretendía forzar su divorcio
para poder contraer matrimonio con su amante. Cuando se descubrió la conjura en
2 a.C, Augusto había promulgado en 17 a.C. una ley que castigaba severamente la
infidelidad conyugal, la Lex Iulia de adulteriis coeercendis, y no tuvo más remedio que aplicarla a
su propia hija. Julia fue acusada de traición y adulterio por lo que salvó la
vida, pero fue desterrada a la pequeña isla de Pandataria con la única
compañía de Escribonia, su madre. Julia partió hacia el exilio. Augusto
soportó mucho peor la deshonra de Julia que la muerte de sus seres
queridos. Acostumbrado a imponer su voluntad se sintió humillado y ridiculizado
además de llegar a la conclusión de que había fracasado como padre. Augusto
comunicó a Tiberio el divorcio de su hija, pero ni le perdonó su abandono ni le
permitió volver del exilio pues en el fondo lo culpaba de la degeneración de la
conducta de Julia A pesar de todo, el pueblo romano sentía una gran simpatía por
la joven, de carácter dulce y muy humano por lo que continuamente reclamaban a
Augusto su perdón. Después de cinco años, Augusto cedió y la trasladó a la isla
de Reghium a la vez que ordenó que se suavizaran un poco sus condiciones de
vida. Aun así nunca volvió a pronunciar su nombre y dejó estipulado en
su testamento que si le sobrevivía no la enterraran en
su mausoleo. A los pocos meses de la muerte de Augusto, Julia falleció a
la edad de 53 años, amargada por las noticias que les llegaban de Roma comunicándole
una tras otras las desgracias acaecidas a sus hijos.
Maracaibo 20
de octubre de 2017
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