Apoyado en dos
breves frases, “La abominable generación del 28” de José Ignacio Cabrujas y “Desgraciado
el país que necesita héroes” de Bertolt Brecht, Lorenzo García Tamayo nos
demuestra “la razón del no ser” de nuestra concepción democrática del país que
tenemos, gracias a la equivocada visión monárquica, absolutista y centralizada sobre el poder que nos rige, parasitado por un clientelismo corrupto de seres que
medran alrededor del soberano de un “Estado” que puede darse lujos porque se
sabe inmerso en el negro excremento del demonio (Pérez Alfonzo dixit). “¿Cómo
puede ser que la riqueza natural de un país perpetúe la pobreza de la mayoría
de sus habitantes?” Se preguntaba Moisés Naím en el diario El País de España el
año 2009 y su explicación era sencilla: … debido a “la maldición de los
recursos naturales”. El reciente artículo de mi hermano Lorenzo, desvela
crudamente nuestra tragedia ciudadana.
La abominable generación del 28…
La
frase del título, probablemente para algunos con cariz de anatema, es de
Cabrujas. Estoy convencido, que tanto en
el teatro como a través de su trabajo ensayístico, la personalidad angustiosa y
tremebunda de José Ignacio, le impidió encontrar una respuesta de advertencia
al origen de tal repugnancia. Tal vez nunca la buscó porque no la
necesitaba, o más aún presumo, porque terminó
siendo para él, enigmática. Cabrujas no
vivió ni soñó el idilio satánico que hoy vegeta en las castas políticas que
ultrajan la República. Y a pesar de que JAC conoció (1937-1995) la aventura de
Chávez, presagió con benevolencia y cierta candidez, un futuro promisor.
¿Se
equivocó? De ninguna manera. Solo ignoraba el origen de las abominaciones. La
República Venezolana adolece de una malformación congénita. La heredamos del
Imperio Español a través de la Capitanía General de Venezuela. Y por obra y
gracia de sus héroes, de sus caudillos y de sus líderes mesiánicos, ha ido en aumento creciente como si se
tratase del ADN republicano. Ha logrado insertarse mórbidamente en anodinos e
ignaros actores políticos, e igual que ayer,
ocupan hoy similares espacios de poder.
Un
pueblo que necesita héroes, es digno de compasión. Hemos
arrastrado por más de doscientos (200) años esa herencia abominable. Siempre
hemos sido así. Nunca fuimos algo. Hemos sido por siempre algo inconcluso, muy cercano
a la utopía. Eso somos. Indios, negros, españoles, mestizos, mantuanos,
oligarcas y revolucionarios; pero, por sobre todas las cosas, inmensamente pobres y carentes de libertad. Nuestras
constituciones, absolutamente todas desde 1811 a nuestros días, han estado
inspiradas en ese adefesio malformado,
que por herencia recibimos de
Reyes, Líderes Mesiánicos, Caudillos y Cogollos, de cuyo yugo aún, no hemos podido
zafarnos.
Las
contradicciones en un texto constitucional son inadmisibles (¿abominables?). Por
eso, cuando digo que existe una malformación desde el origen, destaco el
principio de la inadmisibilidad razonada, para concluir afirmando con certeza,
estar frente a una Farsa Continuada,
que terminó siendo hecha costumbre. Pero vamos a referirnos solamente a las dos
(2) últimas, la de 1961 y la de 1999, como auténticas Farsas Continuadas. Basta una tilde o una coma, para cambiar el
sentido de una frase. Eso es bien sabido. No voy a entrar en
consideraciones de interpretación y/o subjetividades constitucionales, porque
además de no ser experto ni abogado, lo relevante es demostrar el origen y las
causas del porque aún después de más de
dos (2) siglos, la República Venezolana sigue “sin levantar cabeza”. ¿Qué heredamos
como abominación? En esencia, un país monárquico. “Reyecitos” tropicales, en
mula, corcel, tranvía, vapor o más recientemente en jet, heredaron un poder
absolutista, por obra y gracia de cartas
magnas contradictorias de principio a fin. El Presidencialismo, inserto como está en nuestras constituciones,
es absolutamente contrario a la de un
Estado Federal Descentralizado, tal y como lo consagran nuestras dos (2)
últimas constituciones. No podemos ser esto, afirmando lo contrario. A postre
como resultado se cae en el campo de la galimatía y los absurdos.
Como
ilustración sencilla, cito los artículos 142, 157 y 158 de la constitución
actual, que contradicen la autonomía federal de los Poderes Públicos Estadal y
Municipal ante el Poder Nacional. Y el 226 y 236, que expresan sin duda alguna, el hecho cierto de que recaiga en un solo
ciudadano la autoridad como JEFE de Estado (por consiguiente de la República),
como único y plenipotenciario Administrador de la Hacienda Pública. Es decir,
amo y señor del presupuesto total de la Nación. O lo que es lo mismo, de
siempre, el presupuesto nacional (hoy traducido en la astronómica suma de miles
de millones de dólares) ha sido manejado al leal saber y entender de un solo
hombre (de partido), en concordancia con
un “puñado” de políticos, que disponen
desde un cogollo, el reparto clientelar burocrático de todos los bienes de la
Nación.
Además
de ello y como si fuera poco, el Presidente, que es el Comandante de la Fuerza
Armada Nacional, puede vía decreto con fuerza de Ley, hacer lo que le dé la
gana. (Así es ahora, pero así era antes también). Eso, no solo no debe seguir siendo así. Sino que
es el origen y el mal de todas nuestras desgracias como República. Un modelo de
Estado tan dado a la “maña” y las “corruptelas”, no puede seguir funcionando de
esa manera. El principio absolutista del Presidencialismo, es el puntal más
fuerte del Estado de Poder Centralizado y totalmente opuesto al Estado
Descentralizado. De tal manera que
estampar esas dos opciones, la de que somos una República de Estado Federal
Descentralizado, para luego en el mismo texto constitucional, enunciar y gravar exactamente lo contrario,
es por decir lo menos, abominable.
Esa
herencia patológica, hoy se repite
torpemente y la vemos reflejada de manera ostensible, en el lenguaje
común de todos los dirigentes, luchadores sociales y líderes políticos
venezolanos. No es casualidad. Se trata de una consecuencia que deriva de la
naturaleza ignara del barro que los moldeó, e irremisiblemente los arropa. Lo
más triste es, que la exhiben con ingenua arrogancia. Se caracteriza por la
improvisación e inmediatez en sus discursos. Piezas retóricas, concebidas
siempre desde una perspectiva histórica, plagada de pecados y errores que
enuncian como anatemas, pero sin ofrecer soluciones. Y esto, lo de no tener
respuestas a largo plazo con soluciones efectivas, y no efectistas como es y ha
sido siempre su costumbre, sucede así, porque simplemente no las tienen. Es
decir, las ignoran, porque no las saben,
o llanamente las desconocen.
Toda
esta ignorancia generalizada, es la
parte más aguda del problema que nos aqueja como país, porque ha sido la causa
principal que destruyó la República y que en este momento trágico, ahora nos
impide rehacerla. Aquel país rural que vio nacer y crecer la abominable
generación del 28, la que sucumbió sin
encontrar una fórmula eficaz y no pudo ni tuvo capacidad suficiente para
organizar una sociedad libre e independiente de líderes y cogollos, continuó en
la oscurana hasta que a finales de la primera mitad del siglo XX, de la mano del presidencialismo y los
cogollos de siempre, con la abundancia petrolera; se convirtió en un país rico
e importador; ensamblador; y fortuitamente productor, a expensas de subsidios y
ayudas gubernamentales. Así, poco a poco nos fuimos labrando una economía no
competitiva, no sustentable, inmensamente rica,
y totalmente improductiva.
No
es tiempo de analizar lo que no sucedió, es tiempo de entender porque no ha
sucedido. La
etiqueta que distingue a los politiqueros ignaros, es el cortoplacismo. Siempre ha sido así.
Populismo y demagogia. La
figura presidencial obra como membrana osmótica. Como un enmantillado cobertor,
que arropa basura y virtudes en un mismo saco, bajo la tutela clientelar y
hegemónica del cogollo centralizado. Todos vamos siempre al matadero de las
promesas improvisadas, los cantos de sirena que pregonan soluciones inmediatas,
y distribuyen a discreción del cogollo y las cofradías “buchonas”, bajo la
egida del amo y señor del Estado de Poder Centralizado, el inmenso recurso del
presupuesto nacional. ¿Y el País? ¿El País?....que se joda! Y no me vengan con eufemismos legales
falso-democráticos. Siempre ha sido así. ¿Saben porque? Porque el dinero
alcanzaba para mucho, aunque la planificación a largo plazo, se fuera viniendo
a menos año tras año. Hemos siempre mantenido la mirada enfocada en la riqueza
petrolera. Tenemos problemas, problemitas y problemones. SI. Pero tenemos
petróleo, y como si fuera poco, tenemos un Papá Estado, encarnado en la figura
del Presidente, andando y desandando el país, de la mano del Cogollo.
Mientras
la globalidad en investigación y desarrollo; los avances de la ciencia y la
tecnología; la transición energética
hacia las renovables; la eficaz aplicación de la sustentabilidad del desarrollo
como plataforma de progreso; los novedosos, dinámicos y eficientes sistemas que
hoy se están utilizando en la formación de educados y educandos; el reacomodo
exitoso sobre la huella ecológica; y un largo camino por recorrer en el mediano
y largo plazo, que no vayan orientadas hacia la búsqueda de esas soluciones
absolutamente probadas, que funcionan a
la perfección en otras latitudes, y las mismas y otras más, no sean
rigurosamente implementadas como políticas de Estado, en un solo conjunto y no
de manera parcial o sectorizada. Todo lo que digan, ofrezcan y hagan nuestros
políticos de vieja data, y esto lo digo no por la edad cronológica, sino por la
herencia recibida, es decir, “malformados” o “deformes”, será en vano. Tiempo
perdido.
¿Y
tú que propones? es la frase manida de los politiqueros de oficio, cuando se
les pone el dedo en la llaga.
Al
buen entendedor pocas palabras.
Lorenzo García Tamayo
Maracaibo, 10 de octubre
de 2017
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