Leyendas de Bécquer
Recuerdo cuando hice la primera comunión hace muchísimos años, con mi hermano mayor; no tendría más de seis años y alguien nos regaló unos libros. Uno de ellos, de tapas azules era las “Leyendas de Bécquer”. No he olvidado la emoción al haberlas leído y releído, con susto, impresionado por aquellas historias en los bosques umbríos de Soria. Particularmente rememoro “el monte de las ánimas”, pero igual “el rayo de luna” o “la corza blanca” y las otras leyendas que podrían no parecer lectura para tan corta edad, pero el hecho se dio y pasaron a ser olvidadas…
Muchos años después, ya adulto y viejo, en estos días, releyendo a Béquer y con la manía del retrospectoscopio, al releer algunos retazos de mis escritos, he hallado en esos relatos, o “ejercicios narrativos” reminiscencias de las leyendas leídas muchos años atrás, ellas se dejaron transparentar en mí escritura, seguramente que desde mi subconsciente. Este detalle me pareció interesante y quisiera compartirlo con ustedes, usando por la gracia de la palabra, el verbigracia (vg.), y aquí van dos ejemplos:
De “Taller de narrativa” : “Del taller en el ángulo oscuro, pensando en Segismundo me he detenido en el recuerdo de los girasoles de la Madre Rusia- …Escuchándola me enteré sobre la dicha inmensa cuando ellos se encontraron, en el instante de estrechar sus manos, creí ver aquel rayo lunar sutilmente descrito por la muchacha narradora, saltaba cual gacela entre piedras y arbustos de un Soria tan lejano como mi infancia misma”.- Otro ejemplo pude hallarlo en “Elipse”, un relato publicado en “Mas reflexiones sobre la patología y el país” (1998). “De pronto, clavado en la arenisca del río observa angustiado en la oscuridad purpurina de la selva el parpadear de las miríadas de cocuyos, y todo estalla, como si le hubiesen golpeado en la nuca. Las garzas han desaparecido en la penumbra, centelleantes, pero allí está. El atisba la figura pálida de una mujer... Le observa, y él se imagina que el alma blanca de las aves le reclama, y se ahoga, se ahoga, sólo un instante, el tiempo necesario para creer que ha visto algo hasta sentir dentro de su pecho un salto helado que sin poder huir se escapa corriendo por su cuerpo”.
Gustavo Adolfo Bécquer nació en Sevilla en 1836 y fallecería en diciembre de 1870, muy joven, en Madrid. Es conocido por su poesía y sus narraciones como un representante del Romanticismo, o del Posromanticismo con influencias del romanticismo alemán. Como muchos otros artistas, Bécquer fue conocido por sus poemas y leyendas en vida, pero alcanzaría su fama después de muerto por su obra más conocida las Rimas.
Gustavo Adolfo era hijo del pintor José Domínguez Insausti, que firmaba sus cuadros con el apellido de sus antepasados como José Domínguez Bécquer. Su madre fue Joaquina Bastida Vargas. Por el lado paterno descendía de una noble familia de comerciantes de origen flamenco, los Becker o Bécquer, establecida en la capital andaluza en el siglo XVI; de su prestigio da testimonio el hecho de que poseyeran capilla y sepultura en la catedral misma desde 1622. Tanto Gustavo Adolfo como su hermano, el pintor Valeriano Bécquer, adoptaron Bécquer como primer apellido en la firma de sus obras.
Sus antepasados directos, empezando por su mismo padre, José Domínguez Bécquer, fueron pintores de costumbres andaluzas, y tanto Gustavo Adolfo como su hermano Valeriano estuvieron muy dotados para el dibujo. Valeriano, de hecho, se inclinó por la pintura. Sin embargo el padre murió el 26 de enero de 1841, cuando contaba el poeta cuatro años, y en esa vocación pictórica perdió el principal de sus apoyos. En 1846, con diez años, Gustavo Adolfo ingresó en el Real Colegio de Humanidades de San Telmo de Sevilla, donde recibió clases de un discípulo del gran poeta Alberto Lista, Francisco Rodríguez Zapata, y conocerá a su gran amigo y compañero de desvelos literarios Narciso Campillo, huérfano de padre también. Campillo le enseñó a nadar en el Guadalquivir y a manejar la espada.
Tras ciertos escarceos literarios en 1854 Gustavo Adolfo marchó a Madrid con el deseo de triunfar en la literatura. Sufrió una gran decepción y sobrevivió en la bohemia de esos años. Para ganar algún dinero el poeta escribió, en colaboración con sus amigos bajo el seudónimo de Gustavo García. Hizo comedias y libretos de zarzuela como La novia y el pantalón (1856), en la que satiriza el ambiente burgués y antiartístico que le rodea, y La venta encantada, basada en Don Quijote de la Mancha. Subsiste además con traducciones del francés y trabajillos de ayudante de redactor, escribiente y dibujante. Le interesan por entonces el Byron de las Hebrew Melodies y el Heine del Intermezzo a través de la traducción que Eulogio Florentino Sanz realizaa en 1857 en la revista El Museo Universal.
Hacia 1858 conoció a Josefina Espín, una bella señorita de ojos azules, y empezó a cortejarla; pronto, sin embargo, se fijó en la que sería su musa irremediable, la hermana de Josefina y hermosa cantante de ópera Julia Espín y empezó a escribir las primeras Rimas, como Tu pupila es azul, pero la relación no llegó a consolidarse porque ella tenía más altas miras y le disgustaba la vida bohemia del escritor. Después, entre 1859 y 1860, amó con pasión a una “dama de rumbo y manejo” de Valladolid, que durante muchos años se identificó con Elisa Guillén, un personaje que fuera quien fuera, se cansó de él y su abandono pareció sumirlo en la desesperación.
En 1860 publica Cartas literarias a una mujer, en donde explica la esencia de sus Rimas que aluden a lo inefable. En la casa del médico que lo trataba de una enfermedad venérea, conocería a la que sería su esposa, Casta Esteban y Navarro. Contrajeron matrimonio en 1861, y con ella tuvo tres hijos. En 1862 nació su primer hijo. Empezó a escribir más para alimentar a su pequeña familia y, fruto de este intenso trabajo, nacieron varias de sus obras. Pero en 1863 padeció una grave recaída en su enfermedad y para recuperarse, Bécquer se trasladó con su hermano a vivir al Monasterio de Veruela en Zaragoza, Gustavo Adolfo escribió allí las cartas agrupadas después en "Desde mi celda". Y también varias de sus leyendas.
Tras su recuperación, él y su hermano se marcharon a Sevilla con su familia. En 1864 el escritor regresará a Madrid, donde trabajaría hasta 1867 por veinticuatro mil reales de sueldo. En ese último año nace su segundo hijo, Jorge Bécquer. En 1866 Casta le es infiel; su libro de poemas desaparece en los disturbios revolucionarios y para huir de ellos marcha a Toledo, y en diciembre nace en Noviercas su tercer hijo, Emilio Eusebio, en medio de su tragedia conyugal, pues se dice que este último hijo es del amante de Casta. Sale para Madrid en 1870 a fin de dirigir La Ilustración de Madrid, que acaba de fundar Eduardo Gasset con la intención de que lo dirigiera Gustavo Adolfo y trabajará allí con Valeriano como dibujante, pero en septiembre, la muerte de su inseparable hermano y colaborador le sume en una honda tristeza. En la primera quincena de diciembre, su ya precario estado de salud se agrava, y muere el 22 de dicho mes, coincidiendo con un eclipse total de sol. Los restos de los dos hermanos fueron trasladados a Sevilla, reposando desde 1972 en el Panteón de Sevillanos Ilustres.
Maracaibo, martes 9 de marzo, de 2021
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