miércoles, 26 de junio de 2019

( II )-La Retórica, en 1997…



( II )-La Retórica, en 1997…

Retazos de la charla, dictada a los patólogos del Estado Carabobo-Capítulo Carabobo de la Sociedad Venezolana de Anatomía Patológica (SVAP), en Valencia, el 28 de junio de 1997:
SEGUNDA PARTE: (CONTNUACION y FINAL)

De nuevo citaré unas frases sobre el oficio de escribir, puestas en boca de una joven, personaje de mi novela “Escribir en La Habana”. “Para escribir yo no quisiera plagiar la realidad, esa está en la prensa... Yo no escribiré para relatar mis vivencias, una debe escribir para inventar la vida”. Ednodio Quintero, ha descrito al novelista como un investigador que se asoma a los pasadizos del túnel de la novela, armado con la linterna del lenguaje.  José Napoleón Oropeza también ha señalado que: “La grandeza de un creador está en su poder de sugerencia, en su inventiva y en ese don de convencer al lector de que aquello que está presenciando es pavorosamente real”. Por todas estas cosas, es la novela un género híbrido que permite, el mayor grado de aproximaciones; es un arte de imprecisas fronteras, el cual curiosamente al poseer esa capacidad inquisitorial, y dada su sorprendente plasticidad, resulta ser muy vulnerable y está expuesto a los ataques de muchos aspirantes imbuidos de fanatismo religioso, de absolutismo político, y de positivismo científico. Para Ednodio Quintero “La novela no es el lugar apropiado para la prédica, ni púlpito, ni Cátedra, ni tarima, es un espacio abierto, desolado tal vez, abismo a la intemperie, donde el escritor acompañado de su cómplice, puede desplazar los múltiples registros de su voz, donde le es permitido expresar su ansia por reconocer lo que aún le resta de humano, donde acepta, al fin, su parentesco con los dioses mortales, con el agua que corre y con el polvo estelar” .

Si vuelvo a mis vivencias, les diré, a quienes, hayan o no leído la novela “Escribir en La Habana”, que pasé un par de años trabajando en ella. Era la época cuando asistía a los Talleres de Narrativa y estos me estimularon a escribir. Noté que era escasa la literatura sobre la Cuba revolucionaria, literatura no panfletaria, ni mayamera, digo, literatura, e imaginé que la razón debía estar en eso de eludir el compromiso, a favor o en contra. ¿Cómo escribir sobre la Cuba de los últimos 40 años despojándose de la pasión política? Por otra parte el argumento me obligaba a escribir desde dentro del alma femenina y no de una, sino de dos, mujeres, de edades diferentes. ¡Era un reto!  

En el fondo, la novela es una sencilla historia de amor vivida en un entorno de espías y de narcotráfico. ¿Novela polifónica?, ¿lúdica?, ¡no tanto! ¿Realidades factibles? Para muchos lectores es una novela anecdótica. Para mí, es sencillamente una creación literaria de estructura lineal con un narrador -escribidor- y un yo narrativo que se reparte sin rigidez alguna, el cual en momentos puede ser onírico y que va variando los tiempos, presente, pasado y futuro imperfecto, fluyendo con la acción entre los diversos personajes, sean hombres o mujeres.

Al finiquitarla, la envié a la Bienal de Literatura “José Rafael Pocaterra”, aquí en Valencia y ganó el premio de Narrativa-Novela, el año 1994. Un amigo vasco y donostierra, Eduardo Blasco Olaetxea la leyo y de inmediato la hizo publicar a través de la Fundación Gipuzkoa de San Sebastián en el País Vasco. Me traje unos doscientos ejemplares a Venezuela, que fueron distribuidos por las librerías KuaiMare y se agotaron; ya la primera edición se acabó. Con ciertas dificultades, estoy gestionando una segunda edición en nuestro país... 

Déjenme contarles que recientemente, he concluido otra novela... Se titula, “Para subir al cielo...” En ella incursiono en temas pocas veces abordados por nuestros escritores: el envejecimiento, la muerte, la religión, y la violencia de una ciudad como Caracas. Todo conforma el marco perfecto para una novela policiaca, además está plena de salsa, y en ella recreo paralelamente, la vida del pintor neerlandés Hyeronimus Bosch, el Bosco. Todo esto, durante un domingo caraqueño del año 1995. Es una especie de locura, ¿verdad? Les confieso que me divertí mucho escribiéndola.

Aprender cómo mover las palabras, hasta hacerlas fluir como ríos internos, se logra con la práctica, puedo garantizarlo. ¡Anímense! Ese poder mezclar en las letras los sueños con lo vivido, se disfruta ensayándolo y corrigiéndolo, hasta transformarse en una pasión, en una obsesión por el oficio de saberse capaz de jugar con lo imaginario y mezclarlo con lo real y mantener las ilusiones siempre disfrazadas por una cierta delicada ambigüedad. Todo eso es crear una novela. Claro está que se tienen que producir vasos comunicantes entre el escritor y el lector, y lograr esa retroalimentación, debe ser, tiene que ser, la parte vital y más compleja del oficio de escribir.  Una cosa es muy cierta. Para poder escribir bien hay que leer bien. Cito de nuevo una párrafo de “Escribir en La Habana“Leer siempre es difícil, es complejo, leer un libro es más complicado que leer un periódico... Un libro puede leerse dos o más veces, la literatura es para releerla... Lo que cada quien encuentre en los libros, depende más del lector que del autor, sobretodo del lector que sea capaz de releer” .

Una pregunta que la gente a menudo se hace, es: ¿Para quién se escribe? ¿A quién va dirigida la obra escrita? ¿Una novela se escribe pensando en los que la van a leer? Muchos escritores dicen escribir para ellos mismos y eso en países como el nuestro debería ser la regla, puesto que los sistemas de divulgación o de comercialización de la literatura son un desastre. Publicar una obra literaria en Venezuela es toda una proeza donde hay que luchar contra roscas, compadrazgos y tercos editores, y debe uno transarse con libreros-usureros, donde si no se gana uno un premio de literatura bien famoso, el escritor sin palancas no tiene muchas oportunidades de publicar; el nuestro, sigue siendo el propio “país de las reputaciones consagradas”. Esto es tan cierto que llegamos hasta el punto de que todos los escritores venezolanos tienen que ejercer otro oficio para poder sobrevivir. Este hecho, en la tierra de Bello y de Baralt produce una gran tristeza, pero es la verdad, la cual dicho sea de paso, no debe ofender a nadie, es un hecho consumado.

Escribir para uno mismo, frecuentemente es producto obligado de las circunstancias. No publicar, no tiene que ser siempre por el deseo intrínseco del escritor. Ya lo decía el propio Guillermo Meneses en uno de sus ensayos sobre “El hecho de ser escritor”. Cito: “...No significa que el escritor tenga que  ser necesariamente un explicador, ni un maestro, como tampoco lo contrario, un hermético fabricante de fórmulas ininteligibles; cuando alguien escribe, necesariamente desea comunicar su experiencia, su razonar, su comprender” . Debo decir también que Meneses opinaba que en ese intento de ofrecernos su experiencia, el escritor siempre se compromete. En nuestra historia existen una serie de personajes que se han destacado por lo inquisitivo de su pluma, o luchadores contra las dictaduras quienes plasmaron en libros sus guerras, no obstante, da la impresión de que el compromiso de nuestros escritores con sus ideales no ha sido excepcional; en realidad, durante este siglo nuestra literatura ha sido bastante pacata y la referencia obligada no va más allá del escándalo del “Inquieto Anacobero” de Salvador Garmendia, y de las noveletas algo rupestres de Argenis Rodríguez, sin comentar una onda de narrativa erótica, en la cual destaca Rubén Monasterios, aunque lamentablemente la mayor parte de ella sea de cuestionable valor literario.

Tal vez una de las preguntas claves viene a ser: ¿Por qué se escribe?, o ¿Para qué? Si además es cierto que para algunos escritores, quienes se toman el asunto en serio, como un verdadero oficio, y buscan el perfeccionamiento de sus textos, escribir es un trabajo arduo, pésimamente remunerado, y difícil de dar a conocer en sus resultados... ¿Cuál es la idea que se persigue con escribir literatura como un oficio? ¿Existe acaso una sola respuesta a la interrogante de, por qué se escribe?  Carlos Noguera ha dicho que “Se escribe porque no se puede no escribir. Se escribe para sustituir al mundo que nos ha tocado en suerte, y se escribe por juego y por goce. Y se escribe a la par por una inmersión inevitable en la muerte y por un insaciado anhelo de totalidad” . Laura Antillano dijo una vez: “Lo que no entiendo de la vida, paso a entenderlo cuando lo escribo.  

Hay quien ha propuesto que una de las razones de la creación literaria es el deseo de trascender y yo creo que esta aseveración tiene visos de verdad. Ya les contaba al comienzo de esta charla como fue el temor a una enfermedad que me acercaría la hora de la muerte lo que me provocó el sentimiento de temer que mis vivencias personales de una época, terminasen en el olvido, y como fueron esas las razones que me llevaron a dedicarme a escribir como un oficio. Julio Cortázar en 1947 señalaba la diferencia entre “el hombre que existe para escribir y el hombre que escribe para existir”. Quisiera concluir esta charla con unas palabras de mi amigo, el escritor Eduardo Liendo, a quien debo el saber una buena parte de lo que les he comentado hoy : “Lo que más me fascina de la literatura es la posibilidad de ser otro, de ser yo y múltiple. Ser zorro y pez, nube y cometa, héroe y ratero, espuma y roca, eco y silencio... El escritor, por muy desamparado que se encuentre, por suicida que sea, es el amante preferido de la existencia. Por eso quizás su mayor desafío es vencer a la muerte con el filo de la palabra”.
Muchas gracias
En Valencia, Edo Carabobo, el 28 de junio de 1997.

Hasta aquí, me he atrevido a mostrarles una parte de lo que les relataría, hace más de 20 años a mis colegas patólogos de la SVAP, sobre mis aventuras cuando estaba intentando iniciarme como “escribidor de oficio”. Hoy en 2019, he publicado 8 novelas: “Escribir en La Habana”, “La Peste Loca”, “Para subir al cielo…”, “El movedizo encaje de los uveros”, “La Entropía Tropical”, “Ratones desnudos”, “El año de la lepra” y “Vesalio el anatomista”; aunque nunca he percibido ni un céntimo por mi oficio literario y eso, no me mortifica absolutamente, aún están inéditos 36 relatos en “Trípticos”, y continúo esforzándome en el largo y complejo proceso de otra novela: “El proyecto Oposum”. Hasta hoy, siento que he cumplido una placentera labor y les doy mil gracias por leerme a todos quienes hayan tenido la oportunidad de hacerlo.

Mississauga, Ontario, vecindario de Toronto en Canadá, el miércoles 26 de Junio, 2019.

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