martes, 25 de junio de 2019

( I ) La Retórica, en 1997…



 ( I ) La Retórica, en 1997…

Traigo aquí,  para repasar mi propia historia, de cuando comenzaba a creerme “escribidor de oficio”, varios retazos de una charla, dictada a los patólogos del Estado Carabobo-Capítulo Carabobo de la Sociedad Venezolana de Anatomía Patológica (SVAP), en Valencia, el 28 de junio de 1997:
PRIMERA PARTE:
                                      
. . . “Me he atrevido a compartir con ustedes estas vivencias a riesgo de parecer pedante o fastidioso, porque francamente, he creído que les puede interesar escuchar el porqué, para qué y cómo, he venido durante casi catorce años ininterrumpidos escribiendo novelas; como me las he planteado, como las he ensamblado y las he borroneado, hasta considerarlas listas luego de escribir y corregir hasta el cansancio, como un oficio. Enfrentarse a la página en blanco y escribir, diariamente, durante años. El escribir literatura, para mí no ha significado abandonar el trabajo que representa la redacción, corrección y publicación de manuscritos de carácter científico, de trabajos de investigación. Indudablemente que pueden establecerse paralelismos y puntos de contacto entre el oficio de escribir ciencia y literatura, pero hoy quiero crear un hiato, una división formal entre estas dos maneras de escribir. Lo hago exprofeso. Pienso que escribir literatura es otra cosa, es algo totalmente diferente a esa pasión por la verdad que implica el ejercicio de nuestra mi especialidad. Don Pío Baroja, quien también era médico señaló una vez: “Soy un aficionado a la Biología; naturalmente sin un rigor completo, porque en literatura, el rigor científico no puede existir”.

Escribir novelas es un reto a la imaginación, es un querer ser invencionero y escribidor de todas las cosas que asedian los muros de nuestra conciencia. Pienso que este proceso de escribir novelas, en mi propia aunque modesta experiencia, debe tener un significado importante en mi vida y pienso que el tratar de explicárselo a ustedes, tal vez me ayude a comprenderlo mejor. Así, al hablar sobre estas cosas, sobre el proceso de creación en la narrativa, ayudará sin duda a comprender mejor las razones de cada cual tenga para escribir…

Las novelas, como los cuentos, son ejemplos de narrativa en prosa. Debo decirles que, escribir cuentos, bien logrados, para mí, es algo muy difícil. El cuento, real o imaginario tiene un comienzo, un meollo y un final y como todos saben es mucho más breve que la novela. Escribir un cuento brillantemente, siento que es una verdadera proeza. La novela es diferente. Sin duda alguna, es uno de los géneros más sensibles y más complejos de la literatura. “Multiforme y proteica” decía Don Pio Baroja, “la novela lo abarca todo”. Podría definirse la novela como la vida reinventada. Escribir una novela puede parecerse a componer música. La novela debe poseer un tono y un ritmo y el instrumento de cada obra, no es otro que el lenguaje.

Pero no quisiera teorizar más, pues les dije, les prometí, que iba a hablarles de mis vivencias y eso es lo que trataré de hacer. Comencé a escribir relatos inventados cuando era niño. En aquel entonces, es bueno decirlo, leía bastante. Entre los 10 y los 16 años escribí muchas cosas y si no fuese porque aún guardo algunas poesías, cuentos y esbozos de novelas de esa época, les juro que ahora creería que todo fue un invento o que me traiciona mi imaginación. Puedo verme, en mi casa, en Maracaibo, sentado, muy joven, leyendo a “Valle Verde” y “Alegre” de Hugo Wast, a “Miguel Strogoff” de Verne y “El último de los Mohicanos” de Fenimore Cooper, o  Los verdes años” y “La ciudadela” de AJ Cronin, releyendo a “David Coperfield” y “Oliver Twist” de Dickens, y puedo asegurarles que en esos años, me ilusionaba pensando en que cuando fuese grande, sería escritor.

Después se me pasó todo aquello. La Medicina, la Patología y la investigación sobre la ultraestructura y los virus, absorbieron mi espíritu durante muchos años, creo que hasta el fanatismo. Quisiera ser breve para poder contarles cómo, en 1983, a los cuarenta y tres años, me supe hipertenso y calculé como el espesor de mi ventrículo izquierdo sería inversamente proporcional a la vida que me restaba y, en ese momento, sentí que una de las cosas más lamentables para mí, sería el que nadie se enterara de tantísimas vivencias sobre una ardua lucha, que había librado durante siete años en mi propia tierra, tratando de hacer investigación. En aquella época, estuve al frente de un microscopio electrónico sin lograr convencer a los patólogos de mi terruño, de que valía la pena dedicarse a esos menesteres.

Durante una semana de darle vueltas a la idea en mi cabeza, decidí que la mejor manera de relatar estos hechos, sería “echando un cuento”… Tal vez crear una novela, al fin y al cabo, todo iba a parecer producto de una calenturienta imaginación, ya que todo cuanto había acontecido en aquellos años, entre los sesenta y los setenta, era, ¡increíblemente surrealista! Así comencé a escribir y a escribir y así nació “La Entropía Tropical”. Cuando decidí escribir mi primera novela, no sabía que cosa estaba escribiendo; no sabía si era un relato autobiográfico, o una jerigonza apocalíptica (así la denominaba), mientras intentaba relatar cosas que me ocurrieron durante 8 años en mi tierra al regresar de 4 años de especialización en unas tierras heladas y de cómo estuve luchando por tratar de hacer investigación científica…

Así se fue fraguando “La Entropía Tropical”, un monstruo de casi 400 páginas llenas de personajes, con nombres diferentes a los reales, intertextualizado, lúdico, fragmentario, con una historia mesopotámica intercalada, de la cual no era muy difícil deducir que parangonaba a mi tierra natal con Babilonia. Cuando creí terminarlo, acudí a gente tan seria como el doctor Ildemaro Torres, quien era el director de Cultura de la UCV, o la Licenciada Mariela Sánchez Urdaneta y unos años más tarde, le di a leer “La Entropía...” al escritor Eduardo Liendo; ellos me hicieron creer que aquello que había escrito, era, una novela. Así fue cómo después de eso, me dediqué a escribir y a escribir y luego a releer cuartillas para corregirlas y desde entonces he tratado de concienciar algo que dijera no sé quién, “el compromiso primordial del escritor es, escribir”.

En 1986 y ya dándole los últimos toques a “La Entropía Tropical”, me metí de lleno en un proyecto acariciado desde hacía varios años. Quería escribir una novela sobre Rafael Rangel, y deseaba usar al presidente Cipriano Castro como contrafigura. Habría de ser una novela que transcurriera durante los tres últimos años de la dictadura castrista, la cual culminaría con la peste bubónica en La Guaira, el suicidio de Rangel y el exilio para siempre de Cipriano Castro. Esos tres años de sucesos a comienzos de este siglo debían ir corriendo paralelos a varias historias vivenciadas en los treinta años de nuestro sistema democrático. Después de cuatro años de escribir y corregir “La Peste Loca” se me había transformado en un hipertrófico manuscrito de más de 700 páginas.

Acepté entonces los sabios consejos de quienes me explicaron la imposibilidad para un autor desconocido, de publicar algo tan voluminoso, así que decidí separar la historia del pasado con Rangel y Castro, de la del presente en el marco del período democrático, y nacieron entre 1989 y en 1990 “La peste loca” y “Bajo la sombra de los uveros”, que después titularía como “El movedizo encaje de los uveros”. Ambas novelas, con la “La Entropía Tropical”, permanecen inéditas. La Secretaría de Cultura de la Gobernación del Estado Zulia ha aceptado para publicación a “La Peste loca”, y actualmente está en la imprenta. Creí que nadie se atrevería a publicarla... Les aseguro que levantará un polvero. Esperaremos, tal vez antes de noviembre de este año 1997... 

En realidad, más que contarles sobre el contenido de mis novelas, yo quería hablarles sobre el oficio de escribir y relatarles cómo fue que caí en la trampa de las letras. En una de mis novelas más recientes “Escribir en La Habana”, uno de los personajes, interesado en la literatura dice: “En eso de escribir, lo más importante es querer hacerlo. Sentarse a escribir. Claro está que no es ir escribiendo allí lo que a cada cual se le ocurra. Sartre decía que en la literatura, el asunto no es decir las cosas, sino decirlas de cierta manera. Pienso que en el lenguaje que usa el escritor reside el éxito de su obra. No es solo el fondo del cuento, el secreto está en el tratamiento de excelencia que se le dé a las letras, porque el tema, bueno ya probablemente todo está dicho. Hay una cita, creo que de Goethe sobre eso de que no hay nada que no se haya escrito, lo difícil es decir las cosas por segunda vez”.

Uno de los aspectos singulares de la escritura literaria como oficio, es que es una especie de tarea que implica leer y releer lo escrito hasta lograr el tono y el ritmo adecuados a la acción. No creo que la creación literaria pueda ser vista como un proceso sencillo. Un artículo para un periódico, podría tal vez escribirse naturalmente, con un espontaneo desenfado, pero el fenómeno de la literatura, les aseguro que exige mucho más.  En 1853, Gustave Flaubert se refirió en varias cartas al oficio de escribir. Él hablaba sobre la creación de su gran novela “Madame Bovary”. En ella, según cuenta Flaubert, el escribir tan solo treinta páginas de un episodio, le llevó más de tres meses para lograr, según sus propias palabras “tratar de trasladar los valores de una sinfonía a la literatura”. Julio Cortázar dijo sobre su breve relato “Continuidad de los parques”...“Ese lo he escrito quince veces y todavía no estoy satisfecho. Creo que le faltan aún elementos de ritmo y de tensión para que pueda llegar a ser diminutamente perfecto”.

Luego de pasar varios años asistiendo a Talleres de Narrativa del CONAC dirigidos por Eduardo Liendo, aprendí muchas cosas sobre los escritores y su trabajo como oficio; mucho de lo que les estoy comentándoles hoy es fruto de esos talleres. Sin lugar a dudas, si algo es crucial en el oficio de escribir, es hacerlo desde el fondo de cada quien; lograrlo desnudando el alma, sin afanes de pedagogía, sin ideales políticos, sin proclamas reformistas, sin ser rebasado por lo sociológico o por sus propios conflictos y esto es difícil, es muy complejo, porque además de las vivencias de cada quien, existe lo que cada escritor haya ido incorporando a su intelecto como lector de muchos autores.


El escritor puede ser un testigo de su tiempo, o puede bucear investigando en otras épocas, pero es factible que él mismo se transforme en un espejo de todo lo aprendido y como dice Eduardo Liendo citando a Federico Amiel, resulta que todos no somos más que copia de copias reflejo de reflejos”. Por ello, debe el escritor evitar transformarse en exégeta de admirados literatos. En realidad un autor puede ser muchos autores a la vez y cada cual debe buscar su estilo, el cual vendrá dado por el tono y el ritmo de las palabras. El uso polifónico del lenguaje como instrumento, es desde los tiempos de don Alonso Quijano creado por Miguel de Cervantes, un hermoso proceso que se produce en la mente del escritor y que se plasma en palabras, mientras él trata de reinventar realidades sobre la vida misma. Bien lo dijo Kundera al afirmar el novelista solo tiene que rendir cuentas a Cervantes”. Por otra parte, parafraseando a Oswaldo Trejo, es importante señalar que  “lo menos que se le puede pedir a un escritor es que escriba bien”.

Evidentemente hay que cuidar la ortografía, la sintaxis y la prosodia. El estilo puede ser hiperbólico como el barroco, puede ser desmesurado como los textos de Lezama Lima o de Sarduy, puede ser de una erudición apabullante cual “Palinuro” de Fernando del Paso, o como a veces pareciera querer impresionarnos nuestro Denzil Romero, pero en ocasiones, más importante que una copiosa erudición, densa como la de “Terra Nostra” de Fuentes, puede resultar la economía de los medios de expresión, en ella puede residir el secreto de la difícil sencillez que nos legara Tolstoi, o la diáfana claridad de Borges quien sin circunloquios verbales siempre nos demostró que no es lo mismo ser simple que sencillo. Un lenguaje críptico, con frecuencia entorpece la lectura, el lenguaje debe ser claro y preciso. Al escribir, ¡cuán problemático puede en ocasiones ser lo obvio! Es impresionante como los lugares comunes pueden degradar considerablemente un texto literario, no obstante, pueden ser usados como muletillas por el autor o buscando exagerar situaciones. Los riesgos que se corren al escribir, son numerosos y como le escuchara comentar a Eduardo Liendo, puede citarse a Santa Teresa como ejemplo, por aquello que, “de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno”.

(Mañana compartiré con Uds, una segunda parte de este ejercicio retórico del año 97)

Mississauga, Ontario, vecindario de Toronto en Canadá, el martes 25 de Junio, 2019.

1 comentario:

Sala de Autopsia dijo...

General.
Me encanta conocer de esos inicios precoces y de su capacidad y tenacidad científica y literaria.
Me identifico con algunas de sus consideraciones y lo admiro como Buzz Lightyear....(hasta el infinito y más allá)