… en La Habana…
SEGUNDA PARTE
“Así pagamos y nos fuimos del
bar y a la salida del hotel en un destartalado Volkswagen (automóvil que yo
creí era el escarabajo alemán pero luego supe que era una imitación soviética),
estaban dos negritos. Lo digo en diminutivo porque me parecieron bastante
jóvenes y uno era esmirriado y el otro quizás más corpulento. Ambos completaban
un dúo, (complementario a cuarteto si nos sumábamos nosotros dos). Eran negros
como la noche misma y en su jerga habanera nos asediaron con preguntas, con
proposiciones, con ofertas y claro, ante Eduardo en su corpulenta humanidad y
su jocoso espíritu, (eso que nosotros llamamos una echadera de vaina, o
tomadera de pelo permanente), muy pronto estábamos en sintonía (no era la
permanente lo que tenían en la cabeza nuestros tintos amigos, era natural). Muy
pronto nos hicimos panas (¡una burda panadería!). ¿Cómo no hacer amistad con un
tipo como Eduardo Imaz? Entre sus risotadas y una botella de ron de
cientoquince grados (ocoró lo llamaron ellos), salimos en el Volkswagennoff supuestamente
con la intención de regresar al hotel Presidente, pero pocas cuadras después ya
estábamos en una conversación sobre la religión, la discriminación racial, el
dinero, el poder de los Orishás y su influencia en lo que va a ocurrir con la
revolución cubana. Ellos nos hablaron sobre Fidel con sus palomas en la cabeza
y yo traje a la palestra nada menos que a María Lienza, e inventé unas
historias truculentas sobre la Diosas indiana en neblinosas montañas, allá
lejos en Sorte, temas que resultaban fascinantes para Eduardo, un vasco de
Donostia metido en el trópico pintoresco lleno de magia y de sabor. Así surgió
la idea loca de irnos a un sitio de música algo fina. De categoría, (eso nos
decían nuestros guías), una de esas buats (¿o boites?), donde quien está al
frente de la orquesta (pueden jurarlo) siempre resulta ser un famoso compositor
de cientos de boleros muy conocidos. Terminamos, gracias a la charla
impenitente de nuestros amigos y a la malsana curiosidad de Eduardo (y de mí,
ni se diga, estimulando todas sus propuestas) rodando calle tras calle hasta
detenernos al final ante una casa (ni sé en qué rumbo estábamos, pienso que en
el barrio de Regla, era un caserío oscuro cerca del puerto), con una apariencia
externa fantasmagórica. Estábamos en el sitio donde un faculto (un babalao nos
dijeron nuestros amigos), nos señalaría la verdad sobre los designios de los
Orishás. El santero yoruba nos indicó primero (afortunadamente) cuál sería su
tarifa, para leernos (en dólares) los caracoles. Yo desde el comienzo me dije
que no me interesaba el asunto. En realidad, siempre he creído que de que
vuelan, vuelan, y todo el día y la noche había sido un disparatado evento tras
otro, llenos todos de magia y de cosas que de tan absurdas que eran, me daban
cierto temor, o debo decir, casi terror. Me espantaba de sólo pensar que aquel
adivino mayombero640 me dijera algo sobre los microfilms, o sobre un alijo de
coca que aparecería en mi maleta (a la carrera y temblando hubiera llegado
hasta la cama de Alicia en la mansión protocolar). Pero ¡cuándo no!, yo debí
suponerlo, Eduardo hecho una pascua, salió a decir como los buenos, ¿quién dijo
miedo? Él sólo les preguntó a nuestros panas (¿intermediarios?), si acaso era
necesario ¿pagar algunos dólares por adelantado? Y claro, pues no importa (como
quien dice, ¡fuera cacho!). Eduardo le pagó al negro brujo ipso facto. Así
comenzó la sesión. Estábamos los cuatro y el mayombero (nuestros amigos
negritos del Volkswagenkrofsky fueron obligados por Eduardo a quedarse dentro de
la habitación). Si no están mis amigos no hay negocio, le dijo autoritariamente
al santero. Al fin acordamos que así sería, y una negrota gorda y vestida de
blanco, muy tinta ella, decidió salirse al parecer ofendida por la incorrección
(léase desorden) para ella seguramente irreverencia, del par de extranjeros
(léase Eduardo y su joder constante). Así, a pesar de que él pagaría en
billetes verdes de dólares, ella salió furibunda moviendo su calipígico trasero
mientras el viejo mayombero también de blanco y lleno de collares de colores se
quedaba esperándonos en el centro de la pieza. Si entro en detalles me quedo en
este cuento (que no es ningún cuento, sino una real historia) y ahora no la veo
tan truculenta, pero ese día o mejor dicho, esa madrugada era todo un asunto de
magia negra, o no sé si blanca, entre tanto negro y tanta deidad yoruba...
Trataré de resumir la situación, antes de que me vengan a buscar Natasha y
Eduardo para salir con Enrique y Ramón, nuestros amigos que resultaron ser nada
menos que ecobios, (esto quiere decir que eran miembros de una secta, los
abakuás). Supe también que los abakuás eran unos señores para quienes la magia
de los caracoles y los poderes adivinatorios de los viejitos babalaos, al
parecer se quedaba en pañales... El mayombero tendría quizá setenta años, o tal
vez más, puesto que ya comenzaba a encanecer. Vestía todo de blanco y lucía
collares y brazaletes... ¿Cómo tú te crees que puedes escapar ante lo que ya
han decidido los Orishás? Los collares tenían cuentas blancas, semillas
perforadas alternando con otras rojas... Son para Changó el dios de la guerra,
de día es Santa Bárbara protectora contra rayos y centellas y sólo se acuerdan
de ella cuando truena, hay otros quienes sí la tienen muy presente. ¿Cómo
haremos para conocer los designios de los Orishás? ¡Vaya...! Celina González a
45 revoluciones por minuto canta desde muy lejos... Que viva Changó, que viva
Changó, que viva Changó, ay Changó Changó señorees... Luces parpadeantes de una
rockola cantándole a Santa Bárbara bendita, se confunden en mi cabeza con el
brillo de los candiles que alumbran desde los cuatro ángulos de la habitación
al viejo babalao. Cuentas blancas y semillas amarillas para Ochúm, la diosa del
amor. Pienso en Natasha, desnuda sobre una conchuela marina, es Afrodita ella
es Ochúm con su cabellera ondulada, rojiza, nace la primavera de Sandro
Boticelli. ¿La diosa del amor, o de la mar? Las cuentas blancas alternan con
semillas azules para Yemayá, la reina de todos los santos, de los mares, de las
aguas de oleaje turbulento, del mar Caribe espumoso, lleno de corales, se
ramifican creando un chantillí de espuma, reina del océano salado y tibio en el
ancho lote de las noventa millas entre la isla de la revolución y la orilla del
capitalismo, mare nostrum reventando en sal, mar del almirante Don Cristóbal
Colón, Yemayá la virgen de Regla, diosa del mar abismal, infinito, profundo,
batiendo desde la inmensidad azul contra el malecón habanero, chás, cuás,
chuaz, rucuchás, échale semilla a la maraca paque, suene, cacuchá, cuchacuchá,
cuchá, chuas, plash... El hombre ni nos miró. Tomó los caracoles en sus manos e
hizo unos pases murmurando. De inmediato pareció abstraerse y nosotros nos
quedamos mirándolo fijamente... Date un baño, tienes que hacerte una limpieza,
date un baño con Rompe Saragüey. Los caracoles saltaron en el aire y cayeron
dentro del círculo en medio de la habitación. Ellos se fueron moviendo,
adaptándose cada uno en su predeterminada posición, irremediablemente. Él
parecía saber su trabajo y los caracoles se detuvieron. Ya no había más
remedio... Eduardo muy atento, estaba casi serio por primera vez en la noche.
Entonces el mayombero alzó la vista y me miró frunciendo el ceño. ¡Qué malo
está este negocio! Son dos y están cubiertos. Son dos y ustedes dos, son dos...
Yo irreverente pensé que esa suma de dos y dos son dos era pura matemática
cachicamera, pero muy pronto cambié el curso de mis ideas al fijarme en sus
conjuntivas biliosas y en sus pupilas dilatadas, creí ver en ellas un asomo de
angustia. Se desplazó hacia la derecha y tomó una bandeja de metal que estaba
en el piso fuera del círculo de cal. La fue espolvoreando lentamente con una
fina arenilla y yo de nuevo me salí del contexto recordando mis épocas
juveniles de beisbolero, la línea de cal, la pezrrubia del pitcher, el círculo
de espera, prevenido al bate... Ya espolvoreada toda la bandeja, la tomó el
babalao en sus manos y me miró otra vez de una manera que no me gustó nada. El
hombre metió la mano en una bolsa de papel y sacó un puñado de algo que en el
momento no supe qué era, luego me enteré del poder de las semillas de palma.
Las fue arrojando sobre el plato y al terminar su tarea, bajo la parpadeante
luz de las velas se dedicó a examinar las marcas dejadas por cada semilla sobre
el polvo de la bandeja. Hizo unos gestos negativos y suspiró ruidosamente.
Entonces nos miró a los dos y con una voz profunda habló. Dos son ustedes y dos
son los jimaguas, ellos siempre estuvieron protegidos por las siete potencias,
pero se ha roto el lazo. Este es un ensalmo que traerá sangre, dolor y muerte.
Un pájaro negro los quiere arropar. Están bajo sus alas. Tú, (me señaló con el
dedo), tú has venido con Changó y su espada caerá sobre uno de los dos. De
nuevo me miró y levantando su mano me señaló otra vez con el índice. Tú que
empuñas el arma y vistes con la capa roja, tú que tienes el poder de Changó, tú
matarás, tú lo eliminarás, tú expulsarás de este mundo a uno de los dos...
Entonces se llevó las manos al rostro y pareció suspirar gimoteando o haciendo
un ruido como si aspirara, como un estridor de fiera y se estremeció. Desde
lejos y no sé si dentro o fuera de mí, yo volví a escuchar. Con los santos no
se juega, Rompe Saragüey, si tú juegas ten cuidado, anda y Rompe Saragüey, no
juegues si tú no sabes, oye, estas cosas se respetan, Rompe Saragüey, Amalia
Amalia Amalia ten cuidado, anda no juegues si tú no sabes, que daño, mucho daño
te puedes jacé, y Rompe, pero Rompe Saragüey. Cuando regresábamos, en el
interior del Volkswagen ruso, Eduardo prácticamente cosió a preguntas a
nuestros amigos Ramón y Enrique, pero ellos fueron muy parcos en sus
comentarios. Nos terminamos de tomar la botella de ocoró y recuerdo algunos
comentarios, son como pistas para entender el plano del minotáurico laberinto que
se estaba conformando en mi mente. No obstante no tengo claras las claves pero
conservo con toda precisión la verdad de los hechos sobre el rito y todos los
designios tan impresionantes del babalao. No obstante, no termino de sacar
conclusiones. Ramón y Enrique nos dijeron que jimaguas son gemelos o mellizos
pero nuestros amigos eran ecobios y no santeros. Eran de otra secta, con otros
rituales ¿quizás con otras predicciones? Los dos eran abakuás y ambos habían
luchado en Angola uno o dos años. Ahora parecían desempleados pero convencidos
de que la magia era parte importante de todo lo que ocurre a diario. La última
palabra, lo que va a pasar, lo deciden los Orishás y la conocen los Yorubas...
Entonces nos invitaron para participar en una ceremonia abakuá la noche
siguiente (léase hoy). Sólo pueden ir los ecobios, pero creo que lo podremos
arreglar. Eso nos dijeron. Dejaron a Eduardo en el hotel Presidente y a mí en
mi casa mansión de protocolo ya casi amaneciendo”.
Fin de la 2da parte
Maracaibo, 20 de septiembre del 2017
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