jueves, 30 de enero de 2020

El 68 en Praga



El 68 en Praga
...En aquel abril, ya tan lejano, en Praga, estábamos viviendo nuestra feliz primavera, todos con espumosa cerveza, ambarina bebiendo, allá lejos... Años ha, sí, y salimos de Antonín, lo echamos, placer inenarrable era decirlo, Dubeck le sucedió, horas dichosas, esperanzadas, las disfrutamos, espumosas y Novtry Antonin se largó, y nosotros las bebimos en la vieja taberna, celebrando, jarras y jarras de cerveza. En un instante, de vino blanco se abrieron las botellas, fragmento lúdico, Antonino, perdió el vaso en el camín, pobre vaso, pobre vin, se jodió Novtry Antonin, cantarinas carcajadas, admirar tus dientes parejos, todos envueltos, en aquel dejo de tu acento, tu mirada, espejo de tu aliento, risueño, embriagador y el abrazarnos, tú y yo, solos en Praga, entre reflejos caleidoscópicos del inmenso vitral, barras de plomo fragmentando luz, y un rayo azul colándose entre el humo de todos los cigarros.

En la taberna de la plaza estábamos, y a reírnos del mundo y de la guerra, y de Sartre, nosotros todos asomados a la historia universal, éramos defensores de un socialismo inexistente, estuvimos muy juntos, de un comunismo ortodoxo, a rabiar con Lenin y Carlos Marx, y ásperamente a deglutir a Engels, asimilando a Hegel, y a escuchar puntuales opiniones sobre Nietzsche. Allá, bebiéndonos las jarras de cerveza, ¿y Sigmund Freud? Pilsen a temperatura de Kant, el ambiente ambarino del viejo Herman Hesse, mirar en tus pupilas reflejados los techos del palacio Czerny y sus ventanas brillando al sol opaco de un atardecer con suaves tonos ocres y violáceos, lejana la terraza y balaustrada, sombreados querubines de piedra, y hacia el poniente, las cúpulas con reflejos verdosos, mientras deseaba ahogarme en el esmeraldino mar de tu mirada, quizá de azul malváceo entre tu rutilante pestañeo, margullido en tu charla embriagante, entusiasta, parloteo desbocado, yo padecía extasiado aquel atardecer en Praga, cuando el palacio Woldjhe reventaba en flores, filigrana de ramas, y desde allí atisbar el curso del Ultava, un encaje con reflejos dorados, brillar de trecho en trecho, espejos en cada techo de las casas...

Primavera de Praga, mirando el río entre los puentes, su chispear en el atardecer dorado, tú y yo abrazados, disimulando la mirada de los horrendos gárgolas, y en el puente de Carlos, encendidos ya los faroles, tomados de la mano, escrutamos la velada sonrisa de los ángeles pétreos, de unos guerreros medievales, con grandes cimitarras, y los cristianos con su cota de malla y el mandoble, y los frailes, misteriosos de silenciosa piedra, recuerdo que te hablé de Wenceslao, del patriarca Roberto, y tú trajiste a la mesa al joven Kafka, de Franz y sus tormentos, a orillas del Moldava y levitamos sobre los tejados de Praga, quedaba abajo la ciudad embrujada, y la noche se acercaba arropándonos, íbamos por los aires, ¡hasta Francia!, sobrevolando el Sena, en un París de cielo encapotado, para encontrarnos, ¿entre caballeros Templarios?, poco rato después, olisqueamos sus carnes, ardiendo en las hogueras, allá tan lejos, en la Isla de Francia, achicharrados en la ciudad luz, ellos, ¿y nosotros?, casi oscureciendo, realmente estábamos en Checoslovaquia, fue una ilusión sutil y vaga, ¿tal vez como la muerte? ¡Primavera de Praga!

Esta vez en un tren, sí que nos fuimos a París, nada de gárgolas, ni maestres templarios, tan solo tu mirada. Recorrimos Pigalle, Montmatre y Montparnasse. Tomados de la mano, recorrimos el boulevard Sebastopol, y cruzamos el Sena, tantos puentes. La huelga era un pivote, y sentíamos sincero el apoyo de los intelectuales, Jan Roche en la Sorbona, mitin estudiantil, el Odeón, las barricadas, la represión, los esquiroles, se dispersaron los obreros, la police persiguiendo estudiantes, hechos elípticos, reciclables, como la pólvora, se regó por el mundo, hasta el Japón, se expandió en Berkeley y llegó hasta Polonia, la policía azuzó a los perros contra los estudiantes, aplastados por botas, era millares de manifestantes... El día veinte de agosto, los tanques rusos penetraron en Praga.

Ya estábamos muy lejos. Nosotros, ilusos viajeros visitantes, escapamos por los aires a Francia, espectadores hispanoamericanos, ¡qué bien se ve la historia desde lejos!, emoción de muchachos. Los troncharon en flor. El dos de octubre, cerrando un periplo de viajeros castellanoparlantes, curiosos  ejemplares, cual extraña locura, latinoamericanos, algunos dizque eran hasta militantes, asistimos al colofón de la jornada… Mientras esperaban Olimpiadas Mundiales, se alborotaron otra vez los estudiantes, escuincles pidiendo libertades, miles de cuates en una plaza llena de historias, y sacrificios aztecas y de gachupines, y de cruces, y espadas, emboscados, arteramente, como el último día de Emiliano Zapata, de guantes blancos los guardias mexicanos, en la plaza de Las Tres Culturas masacrarían a cientos de manifestantes, y nos sentimos todos estudiantes. Fuimos tan solidarios, desde lejos, ¡qué fácil era así!, ¡Tlateloloco! ¡Horrible corolario! Pesadilla y trasnocho, de aquel esfuerzo temerario que culminó en la muerte. Para nunca olvidar. En México o en Praga. Desde ese entonces ya nada sería igual. Año sesenta y ocho...

Texto modificado de “La Peste Loca” novela publicada por la Secretaría de Cultura de la Gobernación del Estado Zulia en 1997

Maracaibo, jueves 30 de enero, 2020

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