jueves, 8 de diciembre de 2022

Estudiar Medicina…


Cuando mi hermano mayor decidió, sin aviso previo, que estudiaría Medicina yo estaba finalizando mi vida de estudiante de bachillerato en el Gonzaga y luego, pues al no existir 5to año en el Colegio, pasé a estudiar en el Liceo Baralt. Mi hermano mayor y yo, compartíamos el cuarto, con baño, radio e incontables interesantes libros, pero igualmente fui sorprendido por su decisión, en realidad, como todos en la familia… ¡Estudiar Medicina!


Curiosamente, al salir del Liceo también yo me decidiría por estudiar Medicina, en nuestra Universidad del Zulia. En aquellos días, recién comenzando en Medicina, hice un cuadro clínico típico de apendicitis aguda y me operaría el doctor Jesús Ramón Amado, y es que era esa, una época cuando las cosas se sucedían apresuradamente. Piensen que estábamos tan solo a varios meses de la caída del régimen del general Marcos Evangelista Pérez Jiménez…

Recordé algunas cosas interesantes sobre los cambios producidos en el comportamiento del profesorado al salir de la dictadura. Quien escuchó hablar sobre “ElChé” Julio César García Otero (https://bit.ly/3VuDSP2) sabrá entender a lo que me refiero-salió en verso sin esfuerzo-, pero también las cosas dependían bastante de cómo éramos los estudiantes en aquel entonces… En fin, todo esto lo analizaba en la penumbra bajo el chirrido de mis chicharras “tiníticas” y quise pensar buceando en algunos antecedentes sobre aquellas nuestras curiosas derivaciones médicas, que proseguirían su curso en nuestro primo-hermano Ernesto (https://bit.ly/32EUWql ) quien era por demás nuestro vecino y compañero de travesuras desde niño. No tuve que darle muchas vueltas a la cabeza, existían demasiadas evidencias para creer en algo más que las sencillas coincidencias.

Esta perorata, estaba ya demasiado larga en el original, y es que formaba parte de otra de mis disquisiciones en este blog lapesteloca (https://bit.ly/3inz6UF) y habrá de concluir pronto, pues en aquel entonces comencé hablándoles de un tal Ricardo, y ahora me quiero referir, no el elegante batutero del Gonzaga, sino a mi primo, el hermano mayor de Ernesto García McGregor, Ricardo, apodado “Rico”, quien había estudiado unos años Medicina en la Universidad Javeriana del hermano país, pero al abandonar la carrera y regresar a su ciudad natal, se había traído un cargamento de libros, y de huesos humanos…

Nosotros vivíamos en “Los Arrayanes” y la casa “de al lado” era la de mis primos: “La Alquería” y nos separaba tan solo una estrecha calle de uso común que comunicaba BellaVista con SantaRita. Hace tan solo unas semanas capté la realidad de que esa era la calle 84 porque mi primo Rico y Gladys, vivían en la calle 85... Me perdonan lo localista del cuento, pero (aunque parezca de Ripley) todavía se mantiene en pie, detrás de lo que fue una agencia de autos, lo que quedó de “La Alquería”.

Estos detalles los digo para recordar que no son parte de un sueño, todas estas cosas que se sucedieron cuando éramos adolescentes y aprendimos mucho sobre la Medicina mirando reiteradamente los libros de mi primo Ricardo, hasta olvidarnos del “Consejero Médico del Hogar” que era el único gran libro de la casa, lleno de láminas en colores y de enseñanzas sobre higiene y consejos de salud, hasta llegar a reconocer de memoria las fotografías en colores de las más variadas patologías y a familiarizarnos con personajes como Gregorio Marañón, Testut Latarjet, y E.Forgue. Siento que allí estuvo el germen, esa fue la inoculación primaria de nuestro germen medicinal…

Ahora, sobre el tema de los huesos que se trajo mi primo desde Colombia, -que eran numerosos, varios cráneos y muchos huesos largos hermosamente barnizados-, y de lo que a la postre sucedería con ellos, es otra historia que en una ocasión dije que resultaría muy larga para poder contarla… Ya lo expresé en julio del 2017, cuando prometí, que quizás en otra oportunidad lo relataría antes de darme media vuelta en la cama, ya al final, cuando creí creer que las chicharras se fueron aplacando hasta silenciarse por efecto de las olas en las oscuras playas de los Oniros, bajo el manto de Morfeo. Tal vez, algún otro día…

Pero mi tinitus imperturbable prosigue despertándome en las insomnes noches de helado aire acondicionado maracaibero (https://bit.ly/3VKugPx ) y mientras trato de seguir cantando, rancheras o boleros, medio entonado (https://bit.ly/3gOLmwX), aunque, sinceramente ya la voz cascada de vejete no cuadra con lo que digo, pero vamos a dejarle espacio a la imaginación, por favor… No tanto, pensarán quienes leyeron mi historia sobre un OVNI que nos visitara (https://bit.ly/3FfIqD6 ) en una noche oriental y ojo!, que es del oriente cerca de Anaco, no el de Sherezada y Harum AlRashid, así que permítanme que abuse de mis “links” para darle coherencia a esta historia y es que he recordado que fue en el Instituto Fermi de la Universidad de Chicago donde entrevisté por vez primera al Dr Fernández Morán.

El físico italiano Enrico Fermi (1901-1954), era premio Nobel de Física 1938 y creador del primer reactor nuclear, y siempre fue muy amigo de las preguntas difíciles de responder. Él hablaba de la “Paradoja de Fermi” que consistía en decidir si en el Universo existen formas de vida inteligente más allá de la Tierra. Fermi una vez, le preguntó a Leo Szilard (1898-1964) -un físico húngaro de Budapest nacionalizado estadounidense quien era su gran amigo y colaborador en la creación de la primera pila atómica-, sobre la posibilidad de que hubiésemos sido colonizados por seres venidos de otros planetas… Leo Szilard le respondió afirmando: sencillamente, sí: “los húngaros”. Le recordó entonces a Fermi que había existido toda una pléyade de hombres especiales nacidos en Hungría a finales del XIX o comienzos del siglo XX, que podrían confirmar su carácter extraterrestre (https://bit.ly/3UizNvD)...

Pero me desvié del tema médico, y casi que le escucho decir a mi estimado colega David Mota, que estoy “desvinculándome de la trabécula limitante” como si fuera un hepatocito en apotóticas vías de volverme cuerpo de Councilman, así de “hiperbatónicas” eran y me imagino seguirán siendo las comparaciones, de David, allá lejos en el Canadá hasta donde lo ha llevado este inicuo exilio venezolano del siglo XXI. Hablaba de la Medicina y es que ya del blog he abusado usando enlaces (links) para regresarlos a lapesteloca, sin atreverme a relatar que fue del costal de huesos, y porque tuvo mi tío que decidir darles sepultura en una noche sin luces en tierras de su propia casa donde ahora existe una gran edificación que albergaba, antes de la debacle nacional de este siglo, hermosos automóviles, para vender.

Comenzaron a producirse ruidos nocturnos y el jardinero de La Alquería (que no era el “fiel jardinero” de filme de la bella Tessa), no podía conciliar el sueño y le suplicaría a mi tío que tomase la decisión de enterrarlos “para que descansen en paz”. Asi le dijo, y no sé, si seria para quitarse el fastidioso jardinero de encima, pero de esta manera terminó el cuento en una noche oscura y se acabó la historia de tan hermosas y barnizadas osamentas venidas años antes en un saco, todas procedentes del hermano país.

Finiquito acá, igualmente este relato, varias veces interrumpido por enlaces que nos regresaron al blog lapesteloca, pero como decía el periodista Omar “Así son las cosas”.

Maracaibo, jueves 8 de diciembre del año 2022


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