martes, 20 de diciembre de 2022

El triunfo de la muerte


De Bolaño se puede decir lo que dijo Cortázar de Lezama Lima, cuando Paradiso era una obra maestra desconocida, o lo que dijo el propio Bolaño de Philip K. Dick: “Es bueno incluso cuando es malo”. 2666 fue su logro mayor y se dio, de manera especial, en el plano del lenguaje. Por su carácter inconcluso, deja algunas cosas sin resolver…

Con 2666, más vale dejar en suspenso la idea (https://bit.ly/3Dd7wC5) que podamos tener sobre lo que realmente es la literatura y, sencillamente, dejarse llevar... La lectura de 2666 es una experiencia total, una fiesta continua que nos depara sorpresas, casi a cada paso. No importa que esta obra tenga 1.119 páginas. No pesan. Cuando nos queremos dar cuenta, hemos leído seiscientas como si hubiéramos leído sesenta. 2666 le devuelve al lector la alegría elemental, la pasión de la lectura.

La senda de los elefantes, más conocida por su reedición bajo el nombre de Monsieur Pain, y es la segunda novela del escritor chileno Roberto Bolaño, y la primera publicada como único autor. Fue escrita en 1981 o 1982 y publicada por primera vez en 1984 como La senda de los elefantes, gracias al Premio Félix Urabayen del Ayuntamiento de Toledo. En Monsieur Pain, la trama (que el propio Bolaño tildó de indescifrable) gira en torno a un moribundo, y será nada menos que César Vallejo. Allí nos describe cosas tales como el hipo de Vallejo y la negligencia de sus médicos en un hospital de París, durante la primavera de 1938, o nos habla de la muerte de Pierre Curie atropellado por una carroza (https://bit.ly/3j7k4Ty) y de sus últimos trabajos ligados al mesmerismo, conocido también como “el magnetismo animal” que nos habla de un fluido invisible que permite que el cuerpo humano funcione ya que si no lo hace, aparecerían las enfermedades.

En apariencia, nada puede pasar, mas, sin embargo, el mesmerista Pierre Pain se verá envuelto en una intriga en donde planean un asesinato ritual de proporciones planetarias. ¿Quién es el sudamericano que agoniza en el hospital Arago? ¿Por qué unas fuerzas ocultas desean su muerte? ¿Qué se pierde y qué se gana con esa muerte? Pierre Pain se da cuenta de lo que se teje entre bastidores, y él, que no es un héroe sino un hombre común y corriente, solitario, quien esta secretamente enamorado de madame Reynaud; él, delicado, pacífico y descreído, será el menos indicado para intentar resolver una historia extraordinaria a mitad del camino entre la casualidad y la causalidad, una aventura a vida o muerte en donde se pondrá en juego el amor, la soledad, la dignidad y el valor del ser humano, el delirio y la irremediable tristeza. El libro finaliza a su vez con un epílogo titulado “Epílogo de voces: La senda de los elefantes”. Mosieur Pain es una insólita novela en la que el autor de Los detectives salvajes, premiado con el Rómulo Gallegos, exhibe su incomparable altura literaria.

En Nocturno de Chile, la inminencia de la muerte del protagonista es una percepción ilusoria. Sebastián Urrutia Lacroix sacerdote derechista, crítico literario, e ignorado poeta, en su cama se encuentra, en una noche que parece ser su última en este mundo pero más febril que su enfermedad el alud de sus recuerdos, como una avalancha incontenible de un pasado fantasmal -de halcones adiestrados para cazar palomas-, dictado de lecciones de marxismo a un dictador en ciernes; ese artista abandonado es “el joven envejecido” de su consciencia, y el monólogo de Urrutia se alza por encima de los muros de una ciudad hundida en el toque de queda.

En Los detectives salvajes asistimos a una escalofriante evocación de los días finales de Reinaldo Arenas (a quien no se nombra). Enfermo de Sida en Nueva York, el escritor cubano le dicta a un amigo el texto lacerado de Antes que anochezca. Dictado ya, lo consigue terminar, tras lo cual se suicida. Leída retrospectivamente, parece que Bolaño describe antes de tiempo la crónica de su propia carrera contra la muerte, entregado a la escritura de 2666: “No tengo mucho tiempo, me estoy muriendo”, dice uno de los escritores apócrifos hacia el final de la novela, y el lector siente que un sudor frío le recorre la espalda.

Ante un paisaje dominado por la muerte, comprendemos sin aliento que, ahora sí, y en directo, estamos asistiendo a la carrera desenfrenada del autor contra el tiempo. Como una de las sombras que aletea sobre las páginas de la novela. Musil tampoco lograría acabar su obra maestra, como le sucedería a Bolaño, pero hay mucho de grandeza en su derrota. A estas alturas, los defectos importan poco, y es la inteligencia, la humanidad, y la arrolladora simpatía que exudaba la personalidad de Bolaño lo que cuenta…

Si examinamos la historia, nos enteraremos de que Robert Musil (1880-1942) era un escritor austríaco, hijo de una familia de la baja nobleza, quien siendo niño fue internado en una escuela militar (1892 a 1894), de donde pasó al instituto militar para jóvenes oficiales en Hranice (1894-1897) hasta que abandonó la academia para en la escuela superior de Brno, licenciarse como ingeniero (1898-1901). Musil hizo estudios de lógica y psicología experimental en la Universidad de Berlín (1903-1908), y enseñó ingeniería mientras escribía su primera novela Las tribulaciones del estudiante Törless, sobre la vida de adolescente en un colegio militar. Musil sirvió en el ejército imperial austrohúngaro durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y vivía en Viena hasta la anexión de Austria a la Alemania nazi en 1938, cuando se exilió en Suiza, con su mujer Marthe Marcovaldi, para finalmente y atravesando grandes dificultades económicas, moriría en Ginebra en 1942. Ya en el final de sus días, escribió los dos volúmenes de El hombre sin atributos (1930–1943).

En español existen de Musil: Los extravíos del colegial Törless, Círculo de Lectores, 2004. Los alucinados, Barral Ed, 1970, El hombre sin atributos, SeixBarral, 2007, Uniones, Sei:xBarral, 1995, Tres mujeres, SeixBarral, 1992 y otros… Lo que nos dejará la lectura de estas obras, es una honda nostalgia de un todo perdido, que es difícilmente calificable, pues impresiona como si hubiésemos dado un largo paseo por la soledad y el caos. Bajo la superficie de todas estas páginas late una profunda humanidad, una visión compasiva de la existencia.

Como una nota más, sobre la lengua, y aunque la obra de Bolaño se inscribe de lleno en la tradición literaria de América Latina, su lenguaje trasciende las marcas de identidad regional, mostrando un cuño de signo claramente transatlántico, panhispánico. Dotado de un oído excepcional, Bolaño capta y registra con gracia irrepetible los más nimios matices del habla coloquial, Bolaño cultiva una prosa polimorfa y perversa, capaz de mimetizarse de española, chilena, mexicana, uruguaya o argentina y, si se tercia, de todas a la vez.

No se sabe bien cómo hizo este hombre para haber podido llegar tan lejos. Ha abierto sin duda, un camino para que pasen los demás y los jóvenes escritores, sobre todo de América Latina, es lo que han visto en él. Esa es la grandeza y la autenticidad de Roberto Bolaño, lo mejor que le ha sucedido a la prosa en lengua castellana desde hace décadas. La fuerza arrolladora de su estilo tiene algo de monstruoso, en el sentido que le daban los clásicos del Siglo de Oro al término. Bolaño marcaría un hito en la historia de la literatura en nuestra lengua y hay que entender que, con él, la novela en español entraría en un nuevo paradigma.

NOTA: Algunas de las citas en este trabajo las he tomado de publicaciones previas ya mencionadas en este blog (https://bit.ly/3Roj1L2), (https://bit.ly/3Dd7wC5)( (https://bit.ly/3D1dmX5).

Maracaibo, martes 20 de diciembre del año 2022

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