La cuñada de Vincent
Johanna Bonger (1862-1925), quedaría viuda en 1891, y con un hijo pequeño a su cargo al morir su marido Theo van Gogh. Como herencia recibiría toda la obra de Vincent van Gogh y la correspondencia que había intercambiado con su hermano Theo, su difunto marido.
Así, esta joven mujer daría inicio al proyecto de su vida: dar a conocer al mundo el gran pintor que había sido su cuñado, a quien por entonces nadie reconocía. Johanna se convirtió en un agente fundamental para que la obra de uno de los artistas más conocidos de la historia del arte no cayese para siempre en el olvido.
La relevancia de Johanna van Gogh-Bonger en la historia del arte es incalculable. La historia le debe mucho a la olvidada mujer de Theo Van Gogh, el hermano del artista Vincent. Sin su constancia sería difícil entender la evolución del arte contemporáneo y todo el giro pictórico del que participó el artista a finales del siglo XIX, y que daría pie a las vanguardias. Su papel fue tan determinante que se puede afirmar que sin Johanna, posiblemente no hubiera se hubiese conocido la obra de Vincent van Gogh.
Johanna nació en una familia de origen neerlandés de clase media. En su infancia desarrolló ya una sensibilidad artística, aprendería a tocar el piano y en el ambiente familiar dada la posición de sus padres tendría la oportunidad de formarse y escogería la carrera de profesora de inglés. En su juventud, vivió una época en Londres donde empezó su trabajo impartiendo clases especializándose en el poeta Percy B. Shelley.
Viviendo en Inglaterra se despertarían sus inquietudes políticas y sociales; entraría en contacto con el movimiento del sufragismo y con los movimientos obreros. Hizo algunas traducciones en las que pudo desarrollar sus habilidades lingüísticas, de manera que para entonces hablaba tres idiomas: inglés, neerlandés y alemán. Hoy se conocen más detalles sobre su vida, gracias la publicación de su biografía escrita por Hans Luijten, comisario del Museo Van Gogh de Ámsterdam, quien tuvo acceso a los diarios personales de Johanna.
Johana conoció a Theo van Gogh en 1885 y él no se demoraría más de tres citas en declararle su amor y pedirle matrimonio. Johanna rechazó al joven, quien insistió hasta que poco más de un año después logró que ella aceptase su propuesta. Theo quien ya tenía 30 años vivía en París y su principal ocupación consistía en tratar de buscar compradores y galerías para los cuadros de su hermano Vincent y los de otros jóvenes artistas parisinos que empezaban a desafiar el academicismo imperante con su obsesión por el color y su desprecio de la forma.
Como apunta en una entrada de su diario, Johanna, entró en el fascinante mundo de los artistas bohemios de finales del siglo XIX, Gauguin, Pissarro y Toulouse-Lautrec. Rendida al encanto de ese mundo ella describe esa temporada como la más feliz de su vida. El hijo que nació fruto del matrimonio fue bautizado como Vincent Willem, por el amor que Theo sentía por su hermano.
Cuando Johanna llegó a París, Vincent ya se había marchado a Arlés, atraído por los colores de la Provenza francesa. Desde allí, Vincent se carteaba con su hermano y le mandaba los nuevos trabajos y Theo, quien apoyaba de todas las maneras posibles la producción artística de Vincent, intentaba colocarlos en el mercado. La casa siempre estaba repleta de Van Goghs, pues el artista vivía uno de sus periodos más prolíficos, de creación casi frenética. Un periodo vital que fue paralelo al empeoramiento de su salud mental: el corte de la oreja (1888), el consiguiente ingreso en varios sanatorios provenzanos (1889) y la muerte, en 1890.
Vincent se iba de este mundo incomprendido y sin el reconocimiento artístico que tanto había perseguido su hermano cuando Theo solo había conseguido vender una ínfima parte de sus cuadros. La desaparición de Vincent tuvo un tremendo impacto en Theo. Pocos meses después, sufrió un colapso mental achacado a los efectos de una sífilis contraída tiempo atrás y murió a principios de 1891. En menos de un año la vida de Johanna se trastocó.
De la noche a la mañana Johanna se había convertido en una joven viuda de 28 años con un bebé a su cargo, a quien le había quedado en herencia un piso en París, un gran número de obras de su cuñado y un todavía mayor número de cartas fraternales que Theo había guardado con el mismo cariño con el que había atendido a su hermano mayor en vida. La necesidad de buscar un medio para ganarse la vida, llevaría a Johana a tomar la decisión de regresar a su tierra natal para abrir una casa de huéspedes que pudiera generarle algunos ingresos.
Tras un año de duro trabajo, el negocio ya estaba en funcionamiento. Los cuadros de su cuñado llenaban las paredes y, repartiendo el poco tiempo que le quedaba en la atención y crianza del pequeño Vincent, por las noches Johanna comenzó a leer la correspondencia que habían intercambiado durante años los hermanos Van Gogh. Aún no lo sabía, pero acababa de empezar lo que sería el proyecto de su vida. La dedicación de Johana Van Gogh-Bonger y la labor que llevó a cabo durante los siguientes años de su vida lograría conseguir que la obra de su cuñado fuera reconocida tal y como ella creía que se merecía. De esta manera, culminaría también el proyecto vital de su difunto esposo como último tributo hacia él.
Después de leer todas las cartas y quedaría prendada de las reflexiones de Vincent sobre su arte, su técnica y cada una de las pinceladas que daban forma a su obra, así como de la precisión narrativa con la que transmitía todas sus sensaciones su hermano. Johanna entendería la complejidad del artista torturado por los vaivenes de una mente inestable, pero cuya genialidad debería revelar. Johanna se autoimpartió un curso acelerado de crítica y marchante de arte leyendo publicaciones de arte moderno, títulos de George Moore y tomando inspiración de la escritora Mary Ann Evans, y retomó los antiguos contactos que le había proporcionado su estancia en París.
Gracias al convencimiento de Johanna y a la insistencia de considerar las cartas como parte esencial del proceso creativo consiguió la primera exposición en solitario del artista en 1892. Y poco a poco, diversas galerías se fueron interesando en otras obras. Johanna como agente de Van Gogh no actuaba sin criterio, y se trazó una estrategia premeditada que ejecutaba de manera metódica para que los cuadros fueran adquiriendo valor y a su vez no se traicionara la voluntad del artista, quien había verbalizado que soñaba con hacer un arte popular. Johanna prestaba todos los cuadros para las muestras y, aunque los galeristas insistían, nunca los ponía todos a la venta. Así, muchos pudieron acabar pronto en grandes museos y ser admirados por el público general. También solía situar cuadros menores al lado de obras más consolidadas porque los compradores solían animarse al ver los grandes cuadros.
Se han señalado dos grandes hitos en la gestión de la preciada herencia que recibió Johanna Bonger. Uno es la gran exposición de 1905, que tuvo una gran repercusión en toda Europa, supo transmitir la esencia vangoghiana y captó el interés de grandes fortunas e importantes museos. Por otro lado, su obsesión con las cartas de los hermanos, la llevó a publicarlas en 1914 en la versión original. Una de las últimas misiones a las que dedicó su vida fue que la obra de Van Gogh llegara al público estadounidense, para lo que se marcó el objetivo de traducir la correspondencia. Lamentablemente, fue algo que no ocurrió hasta 1927, dos años después de su muerte.
Su legado para el mundo y la historia del arte quedará marcado para siempre, aunque a menudo se olvide quien fue Johanna Van Gogh-Bonger, su cuñada, la mujer que hizo posible a Van Gogh. Fue ella quien supo ver el valor de su obra y convenció al público para que le prestara la atención merecida, quien hizo el complicado trabajo de profundizar en un patrimonio sin ningún valor y, mediante su trabajo, otorgarle la relevancia que hoy el mundo entero reconoce y que tanto se ha estudiado durante años.
NOTA : esta crónica se basa en un trabajo de Guiomar Huguet Pané del 14/06/ 2021
Maracaibo, domingo 27 de junio del año 2021
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