domingo, 19 de noviembre de 2017

Dulcísimo recuerdo




Dulcísimo recuerdo

Hace un par de semanas, conversando con mi primo Ernesto, él recordó como mi memoria todavía era “bastante exagerada” pues habíamos crecido en aquello que yo acostumbro a llamar “la ociosidad del caletre”. Es que el “caletrerismo”, con las siglas (a.m.d.g.) que lo precisan como una impronta jesuítica, todavía a mí me funciona, tanto para revivir con “Amigos romanos, compatriotas, prestadme un adarme de atención…”, el monólogo de MarcoAntonio en el “Julio César” de Shakespeare, como para alguna canción en euskera, o de muchas cosas aprendidas en la infancia y adolescencia, entre las que hoy mencionaré el “Dulcísimo recuerdo”. Es ahora, cuando gracias a Internet me estoy enterando sobre sus orígenes y sobre su autor y de cómo se ha usado, y se sigue utilizando en los colegios de la Compañía de Jesús en todo el mundo, por lo que me pareció que valía la pena compartir con mis lectores estos detalles, para mí, de un especial significado. 

 
 
“Dulcísimo recuerdo de mi vida, Bendice a los que vamos a partir… ¡Oh Virgen del Recuerdo dolorida. Recibe tú mi adiós de despedida, Y acuérdate de mí!...// ¡Lejos de aquestos tutelares muros, Los compañeros de mi edad feliz, No serán a tu amor jamás perjuros; Conservarán sus corazones puros Se acordarán de ti!// Más siento al alejarme una agonía, Cual no la suele el corazón sentir… ¿En palabras de niño quién confía? Temo… no sé qué temo, Madre mía Por ellos y por mí.//  Dicen que el mundo es un jardín ameno, Y que áspides oculta ese jardín Que hay frutos dulces de mortal veneno Que el mar del mundo está de escollos lleno ¿y por qué estará así?//  Dicen que por el oro y los honores, Hombres sin fe y de corazón ruin, Secan el manantial de sus amores Y a su Dios y a su patria son traidores… ¿Por qué serán así?//  Dicen que de esta vida los abrojos,  Quieren trocar en mundanal festín; Que ellos, ellos motivan tus enojos, Y que ese llanto de tus dulces ojos ¡Lo causan ellos, sí!//  Ellos, ¡ingratos!, de pesar te llenan…¿Seré yo también sordo a tu gemir? ¡No! Yo no quiero frutos que envenenan, No quiero goces que a mi madre apenan, ¡No quiero ser así! //  En los escollos de esta mar bravía, Yo no quiero sin gloria sucumbir; Yo no quiero que llores por mí un día, No quiero que me llores, Madre mía… ¡No quiero ser así!// Y mientras yo responda a tu reclamo, Mientras me juzgue con tu amor feliz, Y ardiendo en este afecto en que me inflamo, Te diga muchas veces que te amo, ¿Te olvidarás de mí?// ¡Ah no, dulce recuerdo de mi vida! Siempre que luche en peligrosa lid,  Siempre que llore mi alma dolorida,  Al recordar mi adiós de despedida ¡Te acordarás de mí! //  Y en torno de amor y fe sincera, Jamás sin tu recuerdo he de vivir, Tuya será, mi lágrima postrera… ¡Hasta que muera, Madre; hasta que muera, Me acordaré de ti!//  Tú en pago, Madre, cuando llegue el plazo, De alzar el vuelo al celestial confín, Estrechándome a ti con dulce abrazo, No me apartes jamás de tu regazo, ¡No me apartes de ti!”

Julio Alarcón y Meléndez (1843-1924) fue un sacerdote de la Compañía de Jesús, músico, poeta y escritor español. Huérfano de madre desde niño y con el padre impedido, pasó la infancia y adolescencia en Córdoba, donde estudió seis años violín y asistía a tertulias literarias. Adolescente se trasladó a Madrid. Estudió violín en el Conservatorio Nacional de Música y Declamación con el maestro Jesús de Monasterio. Recibió el primer premio de la especialidad en 1863 de manos de Isabel II. ​ Entró a formar parte de la orquesta del Teatro de la Zarzuela, donde tocó unos meses hasta que ingresó en la Compañía de Jesús el 23 de abril de 1966 en Loyola. Estudió humanidades, lengua y literatura griega y española y retórica, en Loyola y Amiens. Filosofía (1869-1872) Magisterio (1872 a 1875) y Teología (1875 a 1879). Fue ordenado sacerdote en 1878  y nombrado rector del colegio de Chamartín en Madrid, institución que dirigió entre 1882 y 1886. Desde 1886 hasta 1900 residió en Bilbao, dirigiendo la publicación El Mensajero del corazón de Jesús hasta 1890.​ Residió en la «casa de escritores de Madrid» (1900-1905), en Sevilla (1905-1908) y en Córdoba (1908-1910), volviendo como director espiritual al colegio de Chamartín hasta su muerte en 1924. En esta etapa generó el grueso de su obra, una amplia producción literaria que abarca desde poemas hasta artículos apologéticos, pasando por estudios críticos, biográficos, sociológicos y religiosos. Son célebres y han alcanzado gran difusión sus versos que comienzan «Dulcísimo recuerdo de mi vida…», incluidos por el Padre Coloma en el primer capítulo de Pequeñeces, versos que se han recitado en los colegios de jesuitas de España hasta bien avanzado el siglo XX y aún en la actualidad.

Maracaibo, 19 de noviembre 2017

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