viernes, 26 de abril de 2019

Granada


Granada


Creo que fue el año 1979, esto me parece que sería hace unos 40 años, cuando tuve la suerte de conocer la ciudad de Granada y visitar el palacio de La Alhambra. En aquella oportunidad admiré a lo lejos y luego estuve en “el patio de los arrayanes” y recordé lo que decía en un pequeño cuadro enmarcado en un sitio especial de mi casa. ”Mi casa se llama Los Arrayanes: nombre de un arbusto y también de uno de los más hermosos patios de La Alhambra de Granada”. Hoy en el 2019, visitando la casa de mi hijo mayor, lejos de Maracaibo, me tropecé con un libro de Arturo Uslar Pietri, titulado “El otoño en Europa”, de Ediciones Mesa Redonda 1952, donde el autor recrea en uno de sus capítulos, la hermosa ciudad de Granada. Trataré de apoyarme es su maravillosa escritura para hilar su texto con mis viejos recuerdos.

Granada, cuando era niño, para mi sonaba en la canción de Agustín Lara y en la voz de Alfredo Sadel, la que yo, aún tiple intentaba imitar. No sé si fue leyendo tempranamente los “Cuentos de La Alhambra” de Washington Irving como me enteré de las maravillas de aquel palacio y del llanto de Bobadil, o por saber que la reina era la misma Isabel que le aportó sus joyas a Colón para descubrir América, aquella quien con el rey Fernando “tanto monta monta tanto” terminaron con el reino de los moros en España y de paso, los judíos también debieron salir escapando de la persecución instaurada en nuestra llamada, “madre patria”…

De visita en aquella ciudad, donde el eco de fantasmas todavía parecieran pulular en sus calles estrechas y envolvernos en gemidos desde el Zacataín, donde el rey moro suspiraba por su Alhambra perdida y ahora parecen llegar hasta la capilla de Los Reyes Católicos, quizás dejándonos escuchar en el fondo la música de Las noches en los jardines de España de don Manuel María de los Dolores Falla y Matheu, quien desde 1922 se residenció en Granada, e hizo amistad con Federico García Lorca y otros miembros de “la tertulia del Rinconcillo", quienes en enero de 1923 celebrarían aquel concurso de cante jondo en la Plaza de los Aljibes de la Alhambra, con una adaptación lorquiana del cuento andaluz "La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón", entremés atribuido a Cervantes, cuando Falla intervino colaborando con su música en el auto sacramental del siglo XIII, el Misterio de los Reyes Magos…

En 1979, tendría yo mismo, la suerte de visitar sus callejas de un lado del Darro, con los viejos muros del Albaicín y más allá, divisar el Sacromonte con las cuevas de los gitanos y enfrente, poder ver la colina roja sobre la que se yergue la ciudadela de La Alhambra con el palacio donde vivió la decadente corte de la dinastía Nazarita. Sus anchas torres que se asoman por fuera del precipicio, desnudas de todo ornamento e interiormente, y más tarde, poder conocer sus breves y maravillosos palacios con paredes de estuco labradas como encaje y a través de sus ventanales, me dejaron divisar a lo lejos la sierra nevada y la vega abierta con el agua dormida en los estanques, también dejándose oír, cantarina y sonora en las fuentes. Allí estuve para conocer el patio de Los Arrayanes “de agua dormida y mucho cielo y altas galerías labradas como encajes”.

“El esplendor de la luna llena sobre el reino de los Nazaritas” siempre habrá de recordarnos el triste final de aquella historia, cuando Boabdil, el rey moro desterrado de Granada en 1492 viviría todavía durante unos años en un pequeño señorío en las Alpujarras. Más ya, camino a su destierro, Boabdil no osaba girar la mirada hacia Granada, y sólo cuando estuvo sobre la última colina desde la que se divisaba el palacio de la Alhambra, distante a unos doce kilómetros al sur de la ciudad, se detuvo y rompió a llorar, mientras su propia madre, la sultana Aixa al-Horra le diría: «Llora como mujer lo que no has sabido defender como un hombre».

Mississauga, Ontario, 26 de abril, de 2019

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