Sobre El Gabo y
sus escritos
La prosa de García Márquez puede perseguirse desde
su niñez en Aracata (1928) en una secuencia que tempranera la vemos iniciase
con “La hojarasca”(1955) dando a luz
un episodio premonitor lleno de lirismo de su niñez sin que incursione todavía
en el real y maravilloso mundo de lo fantástico, y será de un fragmento del
manuscrito de “La hojarasca” como
veremos nacer, chispeante y luego a cántaros, la lluvia que Isabel verá caer
sobre Macondo. “Isabel viendo llover en
Macondo”(1958) aquel aguacero de cuatro días trasmutado en algo de ensueño
que abrirá un paréntesis en la vida de El Gabo. Como consecuencia de un
reportaje periodístico sale García Márquez exiliado a París para escribir allá “La mala hora”(1961). Inicialmente
titulada “cinco minutos de silencio” donde todo un pueblo conmocionado por la
aparición de pasquines nocturnos que acusan a los vecinos de pecados, incitan a
la autoridad para conducir hasta la muerte a un joven en medio de una atmósfera
cargada de ambigüedad que habrá de preceder a “Los funerales de Mamá Grande”(1963) y desde allí, plena de
hiperbólica fantasía habrá de ver la luz su magistral “Cien años de soledad”(1967). García Márquez afirmaría entonces
con sobrada razón, que “la literatura es el mejor juguete que se ha
inventado para burlarse de la gente”.
Después habrían de venir, “La increíble historia de la cándida Eréndira y su abuela
desalmada”(1972), “El otoño del patriarca”(1975), la “Crónica de una muerte anunciada”(1981), y “El amor en los tiempos de cólera”(1985). Será sobre la creación
de “Cien años de soledad” de lo que
quiero brevemente conversar en este breve recuento de la narrativa de nuestro
admirado premio Nobel. Más explícito no podría ser si utilizo sus propias
palabras dadas a conocer por su amigo mexicano Carlos Fuentes al decidirse a
sentarse a escribir aquel proyecto que le había tomado 17 años para madurarlo y
que redactaría en 14 meses: “Jamás he trabajado en soledad comparable, no
siento más punto de referencia que quizás Rebelais, sufro como un condenado
poniendo a raya la retórica, buscando las leyes como límite de lo arbitrario,
sorprendiendo a la poesía, cuando la poesía se distrae y peleándome con las
palabras”.
Finalizaré esta breve nota citando las palabras
que Carlos Fuentes le escribiera a su amigo Julio Cortázar quien en ese
entonces residía en una remota aldea en el sur de Francia. “Querido Julio: te escribo en la
necesidad imperiosa de compartir mi entusiasmo. Acabo de leer Cien años de
soledad… …“he leído el Quijote americano,
un Quijote capturado entre las montañas y la selva, privado de llanuras, un
Quijote enclaustrado que por eso debe inventar al mundo a partir de cuatro
paredes derrumbadas. ¡Que maravillosa recreación del universo inventado y
reinventado!¡Que prodigiosa imagen cervantina de la existencia convertida en
discurso literario, en pasaje continuo e imperceptible de lo real a lo divino y
a lo imaginario!”
Maracaibo 22 de abril, 2018
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