El embrujo telúrico *
Detallarás su figura a
contraluz, percibirás el perfume dulzón que la envuelve, en penumbras ante el
ventanal, husmearás su cuello y detrás de sus orejas, y estarás respirando
agitado. En la distancia observarás el río iluminado, y rodearás sus hombros con
tus brazos, mientras le escucharás emitir un leve gemido, y será ella quien
buscará tu boca con ansiedad, y tú la abrazarás como si no hubieses querido
nunca en la vida desprenderte de ella. La besarás mientras tus manos recorrerán
su cuerpo, palparás su vientre tenso, sus caderas, y cayendo rendido a sus
pies, te aferrarás a sus piernas, y también ella, abrazada a ti, murmurará
quién sabe qué cosas, y ya, de rodillas, ambos, se besarán apasionadamente.
Sus manos te explorarán
delicadamente y tú las atraparás para besarlas, ella con voz muy queda te dirá
que la dejes hacer, y desabotonará tu camisa, sus manos buscarán tu correa, y
mientras sentirás su cálido aliento acariciarás su cuerpo besándola. Entonces
te pondrás de pie, y la levantarás para depositarla con suavidad sobre la cama.
Ella desatará tu correa y te irá desvistiendo y tú la irás desnudando
lentamente, llenándola de besos y murmullos. Continuarán jugueteando mientras
la ropa toda caerá al piso alfombrado y el aire acondicionado les obligará a
introducirse bajo las sábanas y a tironear de la colcha.
Regresarás desde el dulzor de
su saliva a recorrerla toda con tu lengua, acariciarás sus labios, sus orejas,
besarás sus ojos, y percibirás como sus
manos te recorrerán hasta hacerte cortar el aliento. Así se estarán ambos
lamiendo, besando sorbiendo, y entre ellos murmurarán frases sin sentido. Tú,
enhiesto, acariciarás su vientre, percibirás como se contrae hasta ponerse
pétreo, y te sumergirás en ella para mordisquear su pulpa suave, y así caerás
en un remolino de esencias y de líquidos que te arrastrará hasta el borde de
sus gemidos de dicha. Ascenderás besándola, y saborearás la dureza de los
pezones erguidos en sus grandes mamas, y ambos se dejarán arrastrar por la
corriente, flotarán a ratos en el aire, y regresarán para unirse con deleite en
la movediza arena y en los meandros del pasado hasta quedar chapoteando en los
latidos y los espasmos del presente.
Los dos darán vueltas y
revueltas creyendo percibir los embates de la mar oceana ante el gran río
cuando este se abre en la inmensidad del delta, y cientos de gaviotas
revolotearán sobre ellos. El sol calentará en un cielo de zafir y después
lloverá, y vendrá el nublado, y luego con la humedad de la hojarasca y todas
las fragancias del bosque umbrío, ellos irán hasta el límite mismo de las aguas
más límpidas. Ya en el después, los besos con más calma, se verán ambos
cuajados de gotas de rocío que brillarán con chispas azules y magenta, como las
estrellas en el cielo negro de la noche, lejana, a través del ventanal, y desde
la penumbra de la habitación, exhaustos, plenos de amor, abrazados luego de
quererse sin cordura, se dormirán tomados de la mano...
(*) Texto extraído del
capítulo 17 de mi novela “Ratones desnudos”. Editorial elotro@elmismo, 2011
Maracaibo, 6 de abril de 2018
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