Mario y Sila
Cuando
estudiaba el 5to grado de instrucción primaria en el Gonzaga de Maracaibo, conocía
a dos hermanos quienes también estudiaban en 4to y 5to grado, eran Mario y
Jorge y se apellidaban Pozo. Comenzábamos a estudiar historia universal y habiendo
dejado atrás los dos triunviratos, estábamos examinando la etapa republicana
del Imperio Romano, por los años 509 a.C-27 a.C
en la que aparecerían dos personajes, y como uno se llamaba Mario, yo casi hermanaba
al otro tipo como Jorge, pero no eran realmente hermanos, ni eran esos sus
nombres, eran Mario y Sila. Uno sabía por lo que había aprendido (lo usábamos
para los debates, siempre era buena idea aprenderse “la letra chiquita”), sabía que “Sila era de origen patricio y
Mario era de origen plebeyo”. Los personajes para mí, sin ningún parecido, eran
comparables con mis amigos los hermanos Pozo…
De estos recuerdos del pasado surgió una pregunta que le hiciera unos
años atrás a Víctor Vielma, si de veras Sila era patricio o si acaso el plebeyo
era él y no Cayo Mario. Víctor me ofreció detalles que casi eran novelescos
sobre la vida en Roma de aquellos tiempos para ambos sujetos, él sabe de todo
sobre el Imperio Romano, donde hubo ricos y pobres luchando por el poder, y desde
entonces había querido redactar una breve crónica sobre Mario y Sila.
En aquella época republicana,
quienes tenían acceso a las magistraturas eran los ricos. Ellos dejaron de lado
los valores tradicionales, incluso los religiosos, respetados en la época
monárquica, para hacer gala de derroches y ostentación ante el pueblo. Una
clase social de adinerados vivía en la opulencia y los campesinos y
proletarios, vivían sumidos en la miseria. Por el abandono de sus campos para ir
a las campañas militares, y los pesados tributos que habían de pagar los pobres
precisaban de urgentes reformas. Se haría un intento con las que trataron de
impulsar los hermanos Graco (130 a. C) pero fracasarían
ante la oposición de las clases poderosas. El año 108 a. C. llegó Cayo Mario al
consulado, cargo que ocuparía en siete oportunidades. La plebe vio en él, el
símbolo de sus reivindicaciones de clase, ya que se mostraba partidario de la plebe.
Siendo líder del partido popular, la plebe vio en él, el defensor de su clase.
No solo fue elegido cónsul, sino también fue puesto al mando de las fuerzas que
lucharían contra Yugurta, en el norte africano…
Lucio Cornelio Sila pertenecía a
una ilustre familia pero era de una rama patricia que ya casi estaba echada a
perder por la indolencia de sus antepasados. El año 108 a. C. Cayo Mario llegó
a ser Cónsul, cuando la plebe vio en él, el símbolo de las reivindicaciones de
los desposeídos, y no solo fue elegido cónsul, sino que también fue puesto al
mando de las fuerzas que lucharían en el norte africano de manera que toda esta
situación interna dividió marcadamente a Roma en, aristócratas y populares, y todo
conduciría a una guerra civil. Como es común las acciones fueron lideradas por
inescrupulosos que usaron al pueblo para consolidarse en el poder. Los populares, seguidores de las ideas de
los Gracos, se apoyaban en las asambleas populares contra el poderoso senado. El
año 105 a. C., Mario cambió su política y dejó de lado al pueblo empobrecido
para gobernar en favor de la nobleza aristocrática, este hecho concebido gracias
a la gestión de Sila, que en ese momento desempeñaba el cargo de cuestor. Ambos
Mario y Sila ascendieron juntos a partir de entonces en campañas militares aunque
ya se despertaban los recelos entre el jefe Mario, y su subordinado Sila, quien
reclamaba para sí los honores de las victorias. El año 104 a. C., Mario fue elegido
cónsul por segunda vez. Los pueblos itálicos decidirían unirse contra Mario,
conformando una confederación e iniciaron una guerra con objetivos sociales.
El año 94 a.
C. la pretura fue ocupada por Lucio Cornelio Sila, el hombre perteneciente a la
clase patricia, como ya dijimos, quien había sido un destacado lugarteniente de
Mario. En el año 88 a.
C., accedió al Consulado tras derrotar a los rebeldes italianos. Durante la
ausencia de Mario aprovechó Publio Sulpicio Rufo, un colaborador de Sila y de
los optimates, se pasó al bando de los populares y logró sancionar un decreto
por el cual ponía el mando de las legiones a cargo de Mario, relevando a Sila,
quien enterado de esto, convenció a sus hombres de que era necesario atacar
Roma. Lo hizo y victorioso, Sila, limitó
las facultades de los tribunos de la plebe. En el 87 a. C Sila dirigió una
campaña contra el rey del Ponto, Mitrídates, momento que aprovecharon los
populares para vengarse, estallando una nueva revuelta al mando de Cinna, quien
unido a Mario, y a su hijo del mismo nombre, habían armado un ejército en su
exilio en África, y atacaron a los conservadores optimates dirigidos por
Octavio. Estalló de nuevo la guerra entre populares (con Cinna al mando)
y conservadores (con Octavio al frente)… Mario volvió del exilio en
África junto con su hijo (Mario el joven), acompañado de un ejército que
había logrado reunir a las fuerzas de Cinna para derrotar a Octavio. Mario
entró en Roma y, siguiendo sus órdenes, sus soldados comenzaron a ejecutar a
los partidarios de Sila, incluyendo a Octavio, en una matanza que conmocionó a
Roma, entre las filas de los nobiles hubo 100 muertos y sus cabezas
fueron expuestas en el Foro. Cinco días después, Quinto Sertonio ordenó a sus tropas (mucho más
disciplinadas que las de Mario, que se habían reclutado entre gladiadores,
esclavos y demás) aniquilar los libertos responsables de las atrocidades,
acción que Mario se tomó con sorprendente calma. El Senado, en control de los populares
dictó una orden exiliando a Sila, y Mario fue nombrado nuevo general, y Cinna,
por su parte, fue elegido para un segundo consulado, y Mario para un séptimo.
El senado quedó en poder de los populares
que ordenaron el exilio de Sila. Sin embargo, poco más de un mes después de su
vuelta a Roma, a los 17 días de acceder al consulado, Mario murió
repentinamente, a la edad de 71 años.
Mario ya había muerto, y Cinna también. Sila, luego de vencer al ejército
de Mario el joven (hijo de Mario) y de Papirio Carbón, a cuyos hombres reprimió
con extrema dureza, fue proclamado por el senado, en el año 82 a. C como dictador perpetuo,
con funciones legislativas y de organizar la Constitución. Sila intentó dar
visos republicanos a ese período, dando mayor poder al senado, cuyo número
elevó de 300 a
600, y limitando las potestades de los magistrados, estableciendo edades
mínimas para el desempeño de los cargos, y sobre todo el de los tribunos de la
plebe, que solo podían presentar proyectos legislativos con autorización
senatorial, y cercenando su capacidad de veto. Ejerció un gobierno de terror y
proscripciones contra sus enemigos políticos, a quienes se les confiscaban y
vendían sus bienes. En el año 80
a. C, Sila abdicó en Cneo Pompeyo, su lugarteniente, y su
yerno. Se instaló en una villa de Puetoli, en Campania, cerca de la perteneciente a Cayo Mario, la vendió a un precio ridículamente bajo a su
hija Cornelia, y allí escribió en 22 libros sus Memorias (completadas más tarde por su liberto Cornelio Epicado). Sila regresó a las grandes fiestas y a las disolutas compañías que
caracterizaron su juventud, dedicando su tiempo, en palabras de Plutarco, “a beber
con ellos y contender en bufonadas y chistes, haciendo cosas muy impropias de
su vejez y que desdecían mucho de su autoridad”. Y así permaneció, lúcido y
jocoso, dirigiendo sus asuntos con la misma manera imperiosa y expedita de
siempre, hasta el mismo día de su muerte. Sila falleció como consecuencia de
una terrible enfermedad, según lo descrito por Plutarco, parecía ser algún tipo
de cáncer intestinal.
Maracaibo 23 de marzo 2018
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