Esperpentos
en perpetuo retorno
El siglo veintiuno, el de las luces
tecnológicas, nos ha traído nuevos regímenes dictatoriales que han tomado por
divisa el populismo, el peor de los cinismos políticos, divulgo desde Venezuela
el interesante artículo del escritor nicaragüense,
Sergio Ramírez 13/07/2017
En América Latina, al inventar,
contamos la historia, que a su vez tiene la textura de un invento, porque es
desaforada, llena de hechos insólitos y de portentos oscuros. Los novelistas
vivimos para inventar porque vivimos en la invención. Los hechos nos desafían a
relatarlos, se saben novela, y buscan que los convirtamos en novela. Me gusta
recordarlo cuando vuelvo a las páginas de Democracias y tiranías en el Caribe,
un libro de reportajes, ahora olvidado, escrito en los años cuarenta del siglo
pasado por el corresponsal de la revista TIME, William Krehm, en el que
desfilan los dictadores de las banana republic de Centroamérica en la época de
la política del buen vecino de Franklin Delano Roosevelt. Parece más bien una
novela o incita a verlo como novela.
Ese término peyorativo de banana
republic, que luego se convirtió en una marca de ropa, fue creado por O’Henry,
uno de mis cuentistas preferidos, en su novela Coles y Reyes, de 1904, escrita en
el puerto de Trujillo, en Honduras, donde se había refugiado tras huir de Nueva
Orleans, acusado de desfalcar un banco para el que trabajaba de contador. Como
la historia ofrece singulares coincidencias, hay que recordar que allí mismo
había sido fusilado el filibustero William
Walker, quien quiso conquistar Centroamérica antes de que aparecieran las
repúblicas bananeras, que dieron paso a todo un bestiario político. El general Jorge Ubico, de Guatemala, que se creía el vivo retrato de Napoleón
Bonaparte y se peinaba como él, y quien por otro de esos azares inefables del
destino, tras su caída fue a morir en Nueva Orleans, desde donde la United
Fruit Company, que lo había amparado y sostenido, dirigía sus operaciones
bananeras. El general Maximiliano Hernández Martínez, de El
Salvador, quien daba conferencias teosóficas por la radio y quien ordenó la
masacre de miles de indígenas en Izalco; el general Tiburcio Carías, de Honduras, quien tenía en los sótanos de la
Penitenciaría Nacional una silla eléctrica de voltaje moderado capaz de
chamuscar a los presos, sin matarlos; y el general Anastasio Somoza, de Nicaragua, con su zoológico particular en los
jardines del Palacio Presidencial, donde los presos políticos convivían en
rejas de por medio con las fieras.
No había manera de que los
novelistas no se vieran enfrentados al caudillo convertido en dictador, una
tradición que iniciaría en 1927 don Ramón del Valle Inclán con Tirano Banderas,
parte de lo que él llamaría su “ciclo esperpéntico”, y donde nos cuenta la
caída de Santos Bandera, ficticio tirano de Santa Fe de Tierra. Pero quizás el
verdadero inicio de este ciclo esté en Nostromo, la novela de Joseph Conrad de
1904, donde retrata a Costaguana, una república también ficticia, sometida a la
férula del dictador Ribiera, tras cuyo derrocamiento empieza una guerra civil
en la que mete la mano el gobierno de Estados Unidos, no debido al banano, sino
a las minas de plata. Conrad, quien viajó por el mundo alistado en la marina
mercante, aparentemente jamás puso pie en América Latina, pero supo penetrar
agudamente su vida política, divisando apenas el relieve de sus costas y
leyendo, por supuesto, a sus historiadores.
Al leer hace ya bastantes años ¡Ecce
Pericles! de Rafael Arévalo Martínez, sentí que lo que había en aquella crónica
sobre el siniestro dictador guatemalteco Manuel
Estrada Cabrera, era en verdad una novela preñada de imágenes. Y las
imágenes resultan vitales en la novela, porque son las que habrán de recordarse
siempre. Cuando la residencia presidencial de La Palma es bombardeada en el
alzamiento que derrumba al tirano, entre el humo y la destrucción, está, hasta
el último momento, José Santos Chocano. Un mecanógrafo teclea, apresurado, un
decreto de concesión de minas que el dictador deberá firmar a favor del poeta
peruano antes que sea demasiado tarde, y que él planea negociar con compañías
norteamericanas. Es cuando a la poesía le salen garras. Tampoco Más allá del
golfo de México de Aldous Huxley, publicado en 1934, es una novela, sino un
libro de crónicas de viaje. Pero, otra vez, salta de por medio el poder de las
imágenes. Desde el tren en marcha que atraviesa la selva, Huxley ve “junto con
un grupo de chozas especialmente tétricas un gran templo griego construido de
cemento y calamina que dominaba el paisaje kilómetros a la redonda… templos de
Minerva los llaman… fueron construidos por mandato dictatorial y son la
contribución a la cultura nacional del difunto presidente (Estrada) Cabrera…”
Pero todo ese universo de la
dictadura de Estrada Cabrera donde
se condensa con maestría en El señor presidente de Miguel Angel Asturias, quien
recibió hace cincuenta años el Premio Nobel de Literatura, una novela
construida de manera cinética, cuadro tras cuadro, que retrata el miedo y la
degradación, la represión y el servilismo, el sometimiento y la crueldad. Y el
tema siguió pendiente, como una obsesión que no había manera de saciar, en la
medida en que las dictaduras de folclore sanguinario no desaparecían del
paisaje, o ya estaban allí desde el comienzo de nuestra vida republicana. Augusto
Roa Bastos, cuyo centenario celebramos este año, volvió al origen en Yo el
Supremo, cuando las luchas por la independencia parieron la figura del prócer,
en este caso Gaspar Rodríguez de Francia,
devenido en tirano. Es cuando a la ilustración le nacieron garras. Se publicó
en 1974, y ese mismo año apareció El recurso del método de Alejo Carpentier; al
siguiente El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez, y el ciclo de los
dictadores se extiende hasta La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa, de
2010.
La historia de América Latina es
como una marea, con flujos y reflujos. El siglo veintiuno, el de las luces
tecnológicas, nos ha traído nuevos regímenes dictatoriales que han tomado por
divisa el populismo, el peor de los
cinismos políticos. Por tanto, debemos esperar un nuevo ciclo de novelas de
dictadores, los mismos esperpentos de Valle Inclán, solo que bajo un nuevo
maquillaje.
El autor (Sergio Ramírez ) es
escritor (www.sergioramirez.com)
Guatemala, julio de 2017.
Maracaibo, 18 de julio, para la pesteloca.blogspot.com
Maracaibo, 18 de julio, para la pesteloca.blogspot.com
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