La
historia de Rosalind Franklin
Si hubieses sido una persona aficionada
a las apuestas a principios de la década de los años cincuenta, casi habrías
apostado tu dinero a Linus Pauling,
del Instituto Tecnológico de California, el químico más sobresaliente del país,
como descubridor de la estructura del ADN. Pauling no tenía rival en la tarea
de determinar la arquitectura de las moléculas v había sido un adelantado en el
campo de la cristalografía de rayos X, una técnica que resultaría crucial para
atisbar el corazón del ADN, pero con el ADN acabó convenciéndose
de que la estructura era una hélice triple, no una doble, y nunca consiguió
llegar a dar del todo con el procedimiento adecuado. El que más se aproximaba a
la condición de cerebrito convencional era Mauríce
Wilkins, quien había pasado gran parte de la Segunda Guerra Mundial
ayudando a proyectar la bomba atómica. Los otros dos, Rosalind Franklin y Francis
Crick, habían pasado los años de la guerra trabajando para el Gobierno
británico en minas... Crick en las que explotaban, Rosalind Franklin en las que
producían carbón. El menos convencional de los cuatro era James Watson, un niño prodigio estadounidense que ya se había
distinguido de muchacho como participante en un programa de radio muy popular
llamado The Quiz Kids. Había ingresado en la Universidad de
Chicago cuando sólo tenía quince años, había conseguido doctorarse a los
veintidós y ahora estaba trabajando en el famoso Laboratorio Cavendish de
Cambridge.
La cuestión es que supusieron
(correctamente, como se demostraría) que, si se podía determinar la forma de la
molécula de ADN, se podría ver cómo hacía lo que hacía. Como Watson comentaría
alegremente, «yo albergaba la esperanza de poder resolver lo del gen sin tener que
aprender química». Aunque a Crick y a Watson se les atribuye en las
versiones populares casi todo el mérito de haber aclarado el misterio del ADN, su
descubrimiento tuvo como base crucial el trabajo experimental de sus
rivales> que obtuvieron sus resultados «fortuitamente», según la
historiadora Lisa Jardine. Muy por delante de ellos, al menos al principio, se
encontraban dos académicos del Colegio King de Londres, Wilkins y Franklin.
Wilkins, oriundo de Nueva Zelanda, era un
personaje retraído, y Rosalind Franklin
era el personaje más enigmático de todos ellos. Watson, en La
doble hélice, hace un retrato nada halagador de ella
en el que dice que era una mujer muy poco razonable, reservada, que siempre se
negaba a cooperar y (esto parecía ser lo que más le irritaba) casi
deliberadamente antierótica. Él admitía que “no era fea y podría haber sido
bastante sensacional si se hubiese tomado un mínimo de interés por la ropa”,
pero en esto frustraba todas sus expectativas. Nunca usaba ni siquiera barra de
labios, comentaba asombrado, mientras que su sentido del atuendo “mostraba
toda la imaginación de las adolescentes inglesas que se las dan de
intelectuales”. Sin embargo, tenía las mejores imágenes que existían de
la posible estructura del ADN, conseguidas por medio de la cristalografía de
rayos X, la técnica perfeccionada por Linus Pauling. La cristalografía se había
utilizado con éxito para cartografiar átomos en cristales, pero las moléculas
de ADN eran un asunto mucho más peliagudo. Sólo Franklin estaba consiguiendo
buenos resultados del proceso pero, para constante irritación de Wilkins, se
negaba a compartir sus descubrimientos.
No se le puede echar a Rosalind Franklin
toda la culpa por no compartir cordialmente sus descubrimientos. En la década
de los años cincuenta, a las mujeres se las trataba en el Colegio King con un
desdén formalizado que asombra a la sensibilidad moderna en realidad, a
cualquier sensibilidad. Por muy destacada que fuesen o mucho prestigio que
tuviesen no se les daba acceso al comedor del profesorado y tenían que comer en
una habitación más funcional, que hasta Watson admitía que “era deprimentemente carcelaria”.
Además la presionaban sin parar y la acosaban activamente para que
compartiera sus resultados con un trío de hombres cuya ansia desesperada de
echarles un vistazo raras veces iba acompañada de cualidades más atractivas,
como el respeto. “Por desgracia, creo que siempre adoptábamos digamos que una actitud
paternalista con ella”, recordaría más tarde Crick. Dos de aquellos
hombres eran de una institución rival v el tercero se alineaba más o menos
abiertamente con ellos. No debería haber sorprendido a nadie que ella guardase
bien cerrados sus resultados. Watson y Crick parece ser que explotaron en
beneficio propio el hecho de que Wílkins
v Franklin no congeniaran. No tiene nada de sorprendente que la propia Rosalind
Franklin estaba empezando a actuar de una manera decididamente extraña. Los
resultados que había obtenido dejaban muy claro que el ADN tenía forma
helicoidal, pero ella les decía a todos insistentemente que no la tenía. En el
verano de 1952, hemos de suponer que para vergüenza y
desánimo de Wilkins, Rosalind colocó una nota burlona en el departamento de
física del Colegio King que decía: “Tenemos que comunicarles, con gran pesar, la
muerte, el viernes 18 de julio de 1951, de la hélice del ADN... Se espera que
el doctor M. H. F. Wilkíns diga unas palabras en memoria de la hélice difunta”.
El resultado de todo esto fue que, en enero de 1953 Wílkins mostró a Watson las
imágenes de Franklin… “Al parecer, sin que ella lo supiese ni lo
consintiese”. Watson y Crick, armados con el conocimiento de la forma
básica de la molécula de ADN y algunos elementos importantes de sus
dimensiones, redoblaron sus esfuerzos. Pauling se disponía a viajar a
Inglaterra para asistir a una conferencia, en la que se habría encontrado con
toda probabilidad con Wilkins y se habría informado lo suficiente para corregir
los errores conceptuales que le habían inducido a seguir una vía errónea de
investigación. Todo esto sucedía en la era McCarthy, y Pauling fue detenido en
el aeropuerto de Idlewild, en Nueva York. Le confiscaron el pasaporte,
basándose en que tenía un carácter demasiado liberal para que se le pudiera
permitir viajar al extranjero. Crick y Watson tuvieron, además, la oportuna
buena suerte de que el hijo de Pauling estuviese trabajando en el Laboratorio
Cavendish y de que les mantuviese inocentemente bien informados de cualquier
noticia o acontecimiento. Watson y Crick, que aún se enfrentaban a la
posibilidad de que se les adelantasen en cualquier momento, se concentraron
febrilmente en el problema. Sabían qué el ADN tenía cuatro componentes químicos
(adenina, guanina, citosina y tiamina) y que esos se emparejaban de formas
determinadas, así que, jugando con piezas de cartón cortadas según la forma de
las moléculas, Watson y Crick consiguieron determinar cómo encajaban las
piezas.
A partir de ahí construyeron un modelo
tipo Mecano (tal vez el más famoso de la ciencia moderna>, que consistía en
placas metálicas atornilladas en una espiral, e invitaron a Wilkins, a Rosalind
Franklin y al resto del mundo a echarle un vistazo. Cualquier persona informada
podía darse cuenta inmediatamente de que habían resuelto el problema. Era sin
duda un brillante ejemplo de trabajo detectivesco, con o sin la ayuda de la
imagen de Franklin. La edición del 25 de abril de Nature incluía un artículo de 900 palabras de
Watson y Crick, titulado “Una estructura
para el ácido desoxirribonucleico”, acompañado de artículos independientes
de Wilkins y Franklin. Rosalind Franklin no compartió el premio Nobel. Murió de
cáncer de ovarios con sólo treinta y siete años, en 1958, cuatro años antes de
que se otorgara el galardón. Los premios Nobel no se conceden a título póstumo.
Es casi seguro que el cáncer se debió a una exposición crónica excesiva a los
rayos X en su trabajo, que podría haberse evitado.
Maracaibo,
7 de junio del año 2017
Con
algunas modificaciones, tomado de : Bill
Bryson “Una breve historia de casi todo”
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