martes, 4 de noviembre de 2025

Manejando


Conducir, es un término usado como sinónimo de “manejar” y así decimos cuando llevamos el control de un automóvil. Esa sencilla acción, de uso común, fue una de las pasiones de mi vida… Recorrí casi todo el país manejando por decenas de pueblos y ciudades… Frecuentemente, casi siempre, me tocó hacerlo con muchos niños en el asiento trasero. Las vivencias que poseo de tantos sitios visitados, de paisajes con esteros y montañas, en ocasiones se entremezclan en mis sueños y muchas de ellas se fundieron en mis novelas…

 

Escribir sobre el tema de, -manejar un auto- quizás sea, porque soñé nuevamente que estaba en una carretera… Aunque mis sueños no eran pesadillas, recordé a Viggo Mortensen... y como flash-backs que regresaban vi al sufrido padre sobreviviente y a su hijo, a pie, por una interminable carretera, padre e hijo, en el desierto post apocalíptico de “La carretera” (The Road), el filme del 2009, basado en la novela homónima (2006) de Cormac McCarthy.

 

Regreso a leer un retazo del Capítulo 2 de mi novela La Peste Loca (Maracaibo, 1987)… “Llegando a Barquisimeto ya casi él lo había decidido. En las curvas de San Pablo, detrás de un camión, creyó tener consigo la verdad; era como un riachuelo claro que circulaba bajo una gruesa capa de arena y lodo, la tenía encharcada dentro de sus ojos. Después de Carora, algunos araguaneyes comenzaron a llenarle la vista de reflejos dorados. ¡Curarires floreados! Él o pensó y recordó entonces a su padre, quien le llevaba de la mano, un día de sol en el Moján, la vez primera cuando conoció a los guajiros y se extasió ante los curarires de oro… …Cansado, manejando por aquel camino interminable, salpicado de curarires de oro puro, la carretera Lara-Zulia era una cinta luminosa y brillante, infinita, bordeada por cientos de árboles floreados que parecían recibirlo”.

 

Siempre me gustó manejar por la carretera trasandina con sus numerosas curvas, subiendo hacia el páramo, o bastante antes de llegar al pico del Águila desviándonos hacia Jajó y al páramo de Tuñame, o hacia La Mesa de Esnujaque; estos paisajes de la carretera trasandina con cada uno de sus pueblos, están permanentemente en mis recuerdos. Ascender desde Timotes hasta el pico del Águila-en ocasiones hasta con nieve- y la delicia de percibir el aire frío, viendo los frailejones del paisaje paramero, y luego, al ir descendiendo, y siempre detenerse, aunque sea un instante, en el monumento a Luz Caraballo, o más adelante en el Castillo de San Ignacio ya entrando en Mucuchíes…

 

También es posible llegar hasta Mérida desde El Vigía, y pasando los túneles, después acercarse hasta “la plaza Bolívar merideña”, y se te ocurre “donde jure no dejarte de amar”, ¡si vos queréis!, podéis desviarte hacia el sur y seguir hacia Tovar, e ir hasta La Grita, o continuar por Bailadores y pasar el páramo de La Negra, hasta llegar a la capital del Táchira… ¡Oh San Cristóbal!

 

Mi novela “Ratones Desnudos” (Mérida, 2011), se inicia así: “Viajé por tierra hasta Ciudad Bolívar con la intención de lograr una entrevista con Eduardo Soriano. Caía la noche al cruzar el puente sobre el río Orinoco”… …“Evocando algunas vivencias de mis anteriores visitas a la región guayanesa, conduje mi auto lentamente por calles empedradas y balcones protruyentes, creyendo reconocer parajes olvidados, hasta llegar a encontrarme perdido. Me fui acercando hasta la dirección que me habían indicado, siempre marchando hacia la izquierda, cual si estuviese buscando la orilla del gran río”...


¿Por qué escribir sobre andar manejando? Quizás, pensé; que si, que tengo un motivo, -y no es el de la rosa pintada de azul de Pizolante-... Hoy en día, mi auto, que era un KIA, un automóvil muy especial, durante años, flamante, siempre rodando sin parar, hasta que le tocó incendiarse estando estático, en su estacionamiento, y espontáneamente, desaparecer flameante… ¡No miento! El fenómeno, está descrito como una falla en estos autos (KIA y Hundai) hasta quedar incinerado… Es que, aun no siendo un sueño apocalíptico, estas son las cosas que día tras día- suene o no a Héctor Cabrera-, sucedieron y son recuerdos del año de la pandemia de Covid-19, -querida mía, amada mía…


En el Capítulo 35, de la novela “RatonesDesnudos” yo escribiría“Salió del Instituto y se dirigió a su auto. Había decidido no volver a su laboratorio. No quería hablar con nadie. Enfiló hacia el norte, dejó atrás la plaza de toros y tomó el rumbo de Santa Cruz de Mara, hacia las playas del norte. Entonces volvió a pensar con una cierta nostalgia en Luisita Kauffman mientras la carretera se le iba transformando en una larga cinta gris que se perdía en el horizonte”.

 

Cuando me acerqué por primera vez a Cumaná lo hice por su única ruta, la que deja a la izquierda el mar desde antes de la cementera y Playa Colorada hasta Mochima y un poco más allá, para sentirse uno, que va orillando La fosa de Cariaco, y luego, ya en la vetusta ciudad del Mariscal, de Andrés Eloy y del Manzanares, ver que te dejará pasar, más no sin antes otear la costa de enfrente y creer divisar a Manicuare, el pueblo del poeta del “Azul”. Uno puede avanzar hacia Carúpano y Río Caribe o decidirse por el paisaje lunar de la península rumbo a las salinas de Araya. Siempre será difícil desde allí, hacerle creer a cualquiera que si regresa y decide subir monte arriba, hallará un clima frío, serpenteando hacia Cumanacoa o en la vía de Caripe y así el viajero podrá sentirse como Humboldt al visitar la impresionante Cueva del Guácharo.

 

Una de mis rutas en múltiples viajes de Maracaibo a Caracas y a la vis-conversa, fue en un tiempo por el norte, a través del Estado Falcón. La carretera tenía muchas subidas y bajadas y recuerdo que mejoró bastante gracias a un gobernador copeyano. Yo viajaba en una camioneta Ford, hasta que un día con lluvia dimos un patinazo y la camioneta giró dos veces quedando de nuevo como si nada… Por esa ruta, vía Sanare y Tucacas, terminabas en El Palito para entrar en Valencia, fácil y rápidamente, pero, un tiempo después, decidí viajar por la Lara Zulia, de Carora a Barquisimeto, y seguir hacia Nirgua y Bejuma para llegar a Valencia por el parque zoológico. Con tantísimos viajes, nunca tuve a Dios gracias ni un accidente importante que lamentar.

 

También en la novela “RatonesDesnudos”, yo escribiría: ¿A Santa Cruz de Mara?... …Basta de hablar, el escarabajo ya ha torcido su rumbo, para beber agua de coco, el plan perfecto, estará todo bien, escuchar los marullos de las ondas del lago, muy lejos de la gente, el viento ya despeina su cabellera lacia, el pequeño auto amarillo, ¿o era dorado?, enfila por una larga carretera, se desplaza con rumbo definido, y a la izquierda están las lagunetas de Las Peonías, a la derecha los cocoteros en hilera, rueda el escarabajo, ambos, los dos, juntitos, se dirigen a las playas del norte y el resplandor ha transformado la carretera en una cinta de plata incandescente.

 

Ya viviendo en Caracas, era toda una aventura querer salir hacia el Oriente por la ruta de Guarenas, Guatire y seguir después de Higuerote, ahora que la vía ha mejorado, está bien (creo…), pero siempre fue una ruta peligrosa por los accidentes... Después de Barlovento uno sabía que iba en paralelo al mar Caribe y poder en Boca de Uchire entrarle a un manamana con casabe o con arepas. Luego, ya en la ruta de Clarines, percibir la inmensidad del Unare hacia el sur, para luego, al divisar en el cerro la iglesia de Píritu, o llegar después Puerto Píritu, para detenerse a descansar, o si quisieras acercarte por la ruta del Criogénico hasta Barcelona y Puerto La Cruz, era para después de la cementera irse a bañar en Playa Colorada.

 

Finalizo nostálgico, sabiendo que ya no conduzco autos, ya “no manejo”, pero recordar tantos paisajes y aventuras por las carreteras de mi país, ha sido un ejercicio que bien ha valido la pena.

Maracaibo, martes 4 de noviembre del año 2025

 

 

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