viernes, 6 de septiembre de 2024

Homenajeando…

 

Revisando papeles encontré un par de páginas escritas hace varios años, en las que pretendí hacerle un homenaje al escritor Ednodio Quintero… Tenía copiado en anexo un glosario con dichos, y refranes que había extraído de sus novelas, pensando que la originalidad de muchos de sus comentarios y ocurrencias podían ser compartidos en este mi blog lapesteloca 

Vaya pues, aunque varios años más tarde, este disparatado soliloquio escrito con la intención de homenajear que no es “ojomenear” a un admirado escritor.

Aunque creo recordar que Ednodio es primariamente fan del imperio japonés, doy inicio a esta reláfica pensando que no es lo mismo una pelota en China que una china en pelota, y me basta recordar a la china para ponerme más contento que chino en bicicleta, y eso que no entro en detalles sobre la real identidad de los chinos-guajiros, o de los chinos-japoneses. Feliz estaba, feliz sí, y no era alegría de tísico, aunque había comenzado a sentirme en un callejón sin salida cuando dije para mí como si anduviese acompañado: hasta aquí nos trajo el río y si te he visto no me acuerdo.

Aunque creí estar pasando desapercibido en aquel guiriguay, ya casi una grisapa, me detuve al hallarme ante mí a un pequeño ser con mirada de basilisco. En menos de lo que espabila un loco, aquel enano siniestro me miró de frente y le escuché cuestionarme interrogante… ¿Me comprendes Méndez?  Él me inquiría y yo, casi de soslayo únicamente logré musitar entre dientes… La puta que te parió.

El fruncido bicho como que percibía que yo casi estaba viviendo una alegría de tísico, y pensé que sería por escuchar mi cumplido, y yo mismo -de ñapa- sentí como el petiso iba torciéndome los ojos mientras con su torva mirada recorría mi humanidad. Luego, tan solo ronroneó… No te conozco mosco… Al instante y convencido de que el papel lo aguanta todo, pensé pedirle que me lo caligrafiara. Mi consigna había sido: ¡No lo diga, escríbalo! Pero no creí ni probable que hubiese entendido aquellas mañas mías de un pasado remoto.

Quise creer que aquel pequeño engendro seguramente mantenía su dragón en una hornacina profunda y mientras él, -desde abajo-me miraba oblicuo e iba frunciendo su cara de perro de Barkesville llegaría a decirme de lo más fríamente y para mi sorpresa: -Heráclito es mejor que le atiendas a tu vaina porque si parpadeas pierdes. Si resbalas, será la vaina... Callado lo pensé e imaginé que el bichito ni idea tendría de aquel programa de concursos, pero no andaba yo para resbaladeras ni pistoladas cuando ya seguro estaba de que me confundía con algún amigo griego, quien sabe cuál y pensé en, ¡el propio Heráclito!

Queriendo tranquilizarme me dije que con o sin dragón guardado en pétreas hornacinas era para mí muy evidente, que aquel bicharraco no era maracucho, ni por su griega conexión esdrujuliana y bien sabía yo, que atendiéndole al viejo Calderón, amigo mío, los sueños, sueños son; persuadido así mismo y es que era que “de cajón” estaba, y aunque con hambre no hay amor que dure, y si el enanito creía tener ya clavada una pica en Flandes, no me entusiasmaba para nada estirar la pata con mis Reebox puestos…

Fue entonces cuando pensé que aquel elfo, me veía como si solo yo cargara el bacalao y no estaba ni tan siquiera reconstituido con la emulsión de Scott y fue así como empecé a comprender que la caverna de Platón estaba como la nevera de los Guacos, hasta los meros tequeteques llena de cucarachas ebrias de Baygón y ante las evidencias, hube de regresar al dicho aquel de cada oveja con su pareja y estiré entonces el cuello a la manera de los avestruces concretando mis ideas y me dije: ¡Perros a cagar!

A estas alturas del partido, pude escuchar como el bichito me sugería o más bien, como que me lo ordenaba... ¡Suéltala que ella baila sola! Yo que siempre he sido sordo para el baile, imaginé que el taimado enano me propinaba un golpe bajo remachado con aquella cruel ironía y aunque siempre me he caracterizado por hablar burda de paja y gamelote, había quedado sin entender un carajo y fue entonces, puedo jurarlo, cuando sentí que comenzábamos a llegar al llegadero.

Persistía en el backstop de mi conciencia la idea de que muy en el fondo estaba enfrentando la aciaga intención de aquel engendro que intentaba sacarme de quicio al persistir en su especie de leimotiv colmado de salvajes cuestionamientos. Todo me obligaba a tranquilizarme si quería sobreponerme y mientras me cuestionaba repitiendo para mí -aonde barro si no ha llovío- cuando decidí cortar por lo sano y analizar en detalle al pequeño engendro.

Noté como lucía una téticas de perra flaca, lo cual evidentemente contrastaba con su fama de fiero sabueso y de sus ingeniosas tácticas marciales. Entonces fue cuando sentí como un pálpito mientras iba captando cual, en una epifanía, que el mero escenario de nuestro conciliábulo era nada más y nada menos que la transcavidad de un recoveco que existe en la propia entrada del Averno y que estábamos a la espera de la orden de partida…

Allá van, parejos, me perifoneaba un locutor en mi mente cuando ya creía comenzar a entender de lo que simplemente aquello se trataba; era un vulgar mollejero y no debería mortificarme por estar sintiendo algo que parecía ir mas allá de fuego-fuego-fuego, y es que no eran las chicas del can, era simplemente un calorcito tropical que de repente me trasladaba a otra noche de apagón en mi tierra del sol amada.

Con los ojos ya pelados, mientras seguía sudando ya lo tenía más claro, finiquitaba mi propósito de ojo-menear a Ednodio y despertaba sencillamente inundado de la luz fecunda de las regiones índicas, aquellas que mentaba José Ramón… 

Así, ante tan disparatada reláfica, tendría que aceptar la realidad de despertar simplemente, en casa.

En Maracaibo, el viernes 6 de septiembre del año 2024

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