viernes, 5 de junio de 2020

La soledad y Emily Dickinson


La soledad y Emily Dickinson  

A propósito de las cuarentenas y confinamientos que el mundo está atravesando por la pandemia de Covid-19, puede ser interesante recordar a la gran poeta estadounidense Emily Dickinson (1830-1886) ya que ella fue también, una gran solitaria. Emily pasó los últimos veinte años de su vida recogida en su casa, consciente de que no se le había perdido nada entre las multitudes. Su poesía apasionada la ha colocado en el panteón de los poetas fundamentales estadounidenses. Se ha dicho que su poesía tiene un estilo inimitable y no puede ser confundida con la de ningún otro poeta del mundo. Por su importancia y trascendencia en las letras de habla inglesa se la ha comparado con Edgar Allan Poe, Ralph Waldo Emerson, Walt Whitman, Robert Frost, Robert Browning, William Wordsworth y John Keats.

A los dieciséis años, después de abandonar el Seminario Femenino Mount Holyoke, Emily vivió la opresión de ciertos corsés morales, pero igualmente pudo estudiar botánica, historia natural, y astronomía. Ya para esa época había sentido la llamada de la literatura. Emily Dickinson fue ciertamente una mujer solitaria, pero esto no le impidió ser luminosa, con una tendencia a la sutil ironía que le daba a lo que escribía una chispa y una gracia etérea. Ella se recogió en el hogar familiar para preservar su libertad. 

La Academia y el Colegio de Amherst disponían de un claustro de profesores científicos de fama nacional, entre ellos los biólogos Edward Hitchcock y Charles Baker Adams, y el geólogo Charles Upham Shepard, quienes llevaron al colegio sus colecciones de especímenes. En 1848 cuando Emily Dickinson tenía dieciocho años, ambas instituciones construyeron un importante observatorio astronómico con un buen telescopio, y gabinetes para guardar las colecciones lo que estimuló su interés por las ciencias naturales. Desde temprana edad ella conocía los nombres de las constelaciones y las estrellas, y se dedicó con entusiasmo a la botánica. Sabía dónde encontrar cada especie de flor silvestre que crecía en la región y las clasificaba correctamente según la nomenclatura binomial en latín. Toda esta erudición científica quedó firmemente guardada en su memoria y fue utilizada para la trama naturalista de sus poemas muchos años después. 

El poeta Lorenzo Oliván, responsable de la antología “La soledad sonora”, en sus “Pre-Textos” destaca esa sensación de desapego con la sociedad. El cineasta Terence Davies la resumió en una escena de su película “Historia de una pasión(2016), donde el personaje de Emily dirá: “Desearía sentir lo que sienten los demás, pero no es posible”. La filóloga Margarita Ardanaz, experta en la obra de Dickinson, lo explica así: “Ella escogió la soledad. No tenía un interlocutor válido, y por eso decide aislarse y escribir, y presentar al mundo su visión a través de la poesía”.
 
Dickinson fue una prolífica poeta; sin embargo, curiosamente, en vida no se llegó a publicar ni una docena de sus casi 1800 poemas. El trabajo publicado durante su vida fue alterado por los editores, adaptándolos a las reglas y convenciones poéticas de la época. No obstante, los poemas de Dickinson son únicos en comparación con los de sus contemporáneos: por lo general carecen de título, contienen líneas cortas, con rimas consonantes imperfectas [half rhyme] y una puntuación poco convencional. Muchos de sus poemas están relacionados con la muerte y la inmortalidad, dos temas también recurrentes en las cartas que enviaba a sus amigos. Un traductor de su poesía completa, (José Luis Rey), se expresó sobre la poesía de Emily Dickenson así: “Es una poesía coloquial, cercana pese a ser honda, que nos interpela constantemente, que dialoga con nosotros”, y añadiría: “es curioso. A mí me gusta compararla con Keats, porque su poesía surge como una conversación con el lector”.
 
Se suele achacar el aislamiento de Emily Dickenson a la muerte de sus seres queridos. La muerte de su padre en 1874, la de su madre en 1882, la de su sobrino Gib a los ocho años en 1883, pudiese haberle provocado una especie de respuesta o desquiciamiento con la realidad. Sin embargo, su obra destila un vitalismo particular, un talento especial para las cosas íntimas donde ella misma decía que tenía el mundo entero dentro de sí, aun sin salir de su habitación.

“Algunos guardan el domingo acudiendo a la Iglesia- /Yo lo guardo estando en casa/  Con un pájaro como cantante/ Y con un Huerto en vez de Cúpula//     A mí me bastan mis alas /    Y en vez de doblar las Campanas en la Iglesia / Nuestro pequeño Sacristán nos canta//                   Aquí predica Dios, un clérigo famoso /Y el sermón nunca es tan largo /                                     Así que en  vez de llegar al Cielo al fin /Ya estoy yendo hacia él desde el principio”.

Emily se puso en manos de hombres a los que consideraba más sabios que ella y que podían indicarle qué libros debía leer, cómo debía organizar sus conocimientos y allanarle el camino del arte. Los dos hombres que Dickinson menciona en su carta a Thomas Wentworth  Higginson, a quien Emily siempre llamaría Master en sus cartas, son los protagonistas de sus poemas de amor. En Filadelfia en mayo de 1854 Emily conoció al reverendo Charles Wadsworth, de 40 años y felizmente casado. La joven poeta de 23, impresionada escribiría: «Él fue el átomo a quien preferí entre toda la arcilla de que están hechos los hombres; él era una oscura joya, nacida de las aguas tormentosas y extraviada en alguna cresta baja».
Benjamin F. Newton, diez años mayor que Dickinson, también causó profunda impresión en la poeta que, no bien lo hubo conocido en 1848, le escribió a su amiga, vecina y futura cuñada Susan Gilbert: He encontrado un nuevo y hermoso amigo”. Newton permaneció dos años con los Dickinson, y abandonó Amherst a finales de 1849 para nunca más regresar. No es seguro que Emily haya sentido una fuerte atracción erótica hacia Newton, pero no existe duda alguna de que durante toda su vida posterior estuvo también profundamente enamorada de Wadsworth. Estos dos hombres que Dickinson menciona en su carta a Higginson son los protagonistas de sus poemas de amor.

De vuelta en su ciudad natal Benjamin F. Newton se dedicó al derecho y al comercio, en 1851 se casó con Sarah Warner Rugg, 12 años mayor que él. Newton estaba ya gravemente enfermo de tuberculosis, dolencia que lo llevó a la muerte a los 33 años de edad, el 24 de marzo de 1853. Una tarde del verano de 1880, Wadsworth  golpeó a la puerta de la casa de los Dickinson. Ella le preguntó, “¿Y cuánto ha tardado?”. “Veinte años”, susurró el presbítero. Charles Wadsworth murió dos años después, cuando Emily tenía 51 años, dejándola sumida en la más absoluta desesperación.

Tras las muertes de Newton y Wadsworth, la vida de Emily Dickinson quedó totalmente vacía y su único camino para evitar la muerte, según su principal biógrafo ya mencionado, consistió en la poesía. Helen Jackson, amiga de Emily Dickinson y protegida de Higginson, hizo lo imposible para conseguir que Emily publicara, al menos, algunas de sus poesías. La negativa de la poeta fue cerrada e inexpugnable. Cuando murió su sobrino menor, último hijo de Austin Dickinson y Susan Gilbert, el espíritu de Emily, que adoraba a el niño, se quebró definitivamente. Pasó todo el verano de 1884 en una silla, postrada por el mal de Bright, y a principios de 1886 escribió a sus primas su última carta: “Me llaman”. Emily Dickinson pasó de la inconsciencia a la muerte el 15 de mayo de 1886.
Maracaibo, viernes 5 de mayo, 2020

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