martes, 5 de diciembre de 2017

Palabras del 91 salpican ahora el festín de Baltasar



Palabras del 91 salpican ahora el festín de Baltasar

El día primero de abril del año 1991 en un artículo para El Nacional, titulado “Cada defecto es un tesoro”, escribí unos comentarios que voy a citar brevemente. Me cito textualmente: “Los médicos venezolanos conocemos la desoladora realidad de la asistencia pública en nuestro país asediado por el hambre que afecta a la mayoría de los ciudadanos que sobreviven en el rigor de la pobreza crítica”. Aprovecho para recomendar a quien le interese leer el breve artículo, que está en mi blog lapesteloca.blogspot.com del 4 de diciembre del 2015.

Regreso a comentar lo que dijera en 1991, viviendo en Caracas y en una Venezuela que para aquel entonces tenía los citados problemas por evidentes fallas de quienes en nuestro país conducían la política a través de sus agrupaciones partidistas. Lo que escribí en aquel entonces, vale la pena recordarlo hoy, pues en el 91 podría pasar inadvertido para muchos, más para mí, ya era una cruda realidad. No transcurrió ni un año después de la publicación de mi artículo en El Nacional, cuando en febrero del 1992, se produjo el golpe de Estado de Chávez que intentó derrocar a Carlos Andrés Pérez y fallaría, y se rendiría diciendo el fatídico “por ahora”, y se le haría preso, o se le trataría como a un héroe, y a pesar de su talante antidemocrático, y de las advertencias sobre el peligro del militarismo, y de su personalidad carismática pero hábilmente mentirosa, ya en 1999 con el indulto que le granjeó el presidente Caldera y el apoyo del 56% de los venezolanos se dio inicio a la tragedia que en 20 años ha llevado a Venezuela al desastre social y económico que padecemos y que rompe en hiperinflación todos los records internacionales. Estoy persuadido de que haber desmantelado y llevado a la quiebra a una de las compañías petroleras más eficientes y mejor capacitadas en el mundo, fue una empresa decisiva como parte esencial del proyecto.

Siento que puedo reclamar para mí el haber denunciado las fallas del sistema antes de que nos dejásemos atrapar por el delirio mesiánico de creer necesario un salvador surgido de entre los militares para rectificar los entuertos en este país presidencialista. Era previsible, pero pocos se atrevieron a imaginar que desgraciadamente regresaríamos al culto de la personalidad del jefe, cual si no hubiésemos vivido las épocas de Guzmán, y de Castro y Gómez, o de Pérez Jiménez, queriendo sentirnos como adoradores de un nuevo PapaDoc. Quien haya leído la novela “La Peste Loca” (está en Amazon para quienes dispongan de dólares), podrá entender porque nunca MonteÁvila aceptó una reedición de esta novela publicada por la Secretaría de Cultura de la Gobernación del Estado Zulia 1997. La crítica del sistema democrático se les transformaba en una caricatura de los vicios que engendraría el populismo del siglo XXI, y se excusaban señalando que en aquel estilo barroco me burlaba de los presidentes muy crudamente…   


Estamos hoy día en un país asediado por el hambre que afecta a la mayoría de los ciudadanos que sobreviven en el rigor de la pobreza crítica y es que ahora, ya no hay comida, ni medicinas y el gobierno monstruosamente, ríe, baila y se jacta de ofrecerle a los ancianos pensiones que equivalen a 3 dólares al mes por cabeza. Ante tal desafuero, podría parecer insólito ver como todavía hay quienes intentan sentarse a negociar con este régimen, como si fuese posible disimular la verdad, o aparentar que puede ser que no estén enterados de que finalmente estamos viviendo en el tan prometido “mar de la felicidad”. Los venezolanos, somos víctimas de un proyecto macabro, fríamente calculado, que ha logrado transformarnos de un país democrático y productivo a un cementerio desolador plagado de enfermos de miseria, hambre y enfermedades.

 No permitiré que en Venezuela haya un solo niño de la calle, y si no, dejo de llamarme Hugo Chávez”, lo dijo en 1998 el culpable de lo que está sucediendo, cuando prometía entregar su cargo a los 5 años, y juraba que no habría mafias ni cúpulas para manejar a los jueces pues su gobierno tendría un “Poder Judicial independiente”. En sus promesas absurdas llegaría a ofrecer hasta la descontaminación de río Guaire y en el año 2005, la del Lago de Maracaibo. Hoy se jacta Maduro de que Venezuela es un país productivo y próspero “y no de mendigos”, y lo hace ante  quienes se reúnen con él en la República Dominicana sin que les importe escuchar sus dislates cuando niega sonriendo que exista una crisis humanitaria. 

Maduro reniega de la crueldad de su régimen, mientras el paludismo y la difteria avanzan descontroladamente y los pacientes renales, con VIH y con cáncer mueren por falta de medicinas, pero se le escucha decir orgulloso que “carnetizará” a los venezolanos para controlarlos mejor, y cínicamente afirma que ello servirá para aplacar le hambre de quienes con su carnet recibirán las bolsas de comida. Monstruosos delitos, que se dan, no por ignorancia, sin duda, sí por una malévola crueldad que implica no importarle los miles de venezolanos que mueren hambre y de enfermedades sin esperanzas. La pregunta que surge en la mente de cualquiera, es si acaso esta crueldad… ¿Será una aberración compartida?… ¿No hay dolor ni sentimientos de culpa? La monstruosidad… ¿No se hace extensiva a sus corifeos? ¿Quiénes se reúnen con ésta cáfila de truhanes? Seguramente habrá de ser aspirando prebendas, o mendrugos… ¿No entienden acaso  que se ha terminado ya  lo que antes había sido el festín de Baltasar? Ahora, nadie se atreve a leer nada en las paredes, quizás es porque creen percibir que las letras están teñidas con la sangre de un centenar de jóvenes asesinados…

Maracaibo, 5 de diciembre 2017

1 comentario:

Hector Pons dijo...

Simplemente, excelente, triste y veraz.