La vaquera de la
Finojosa
Comenzaré
esta historia recordando a un buen amigo y colega de quien me tocó aprender
muchas cosas y con él luchar para defender otras tantas, durante muchos años,
en el IAP de la UCV. El doctor José Ángel Suarez, un llanero erudito en
refranes (“el primer maíz es de los
pericos”, “aonde barro si no ha llovío”, “de las muchachas bonitas la cincha y
la gurupera”, y etc,etc), quien había comenzado a estudiar muy niño en el
único colegio privado del estado Guárico, la escuela del profesor Cherubini,
hasta que su padre lo inscribió en el Liceo, ¡mixto!, y con un primo llegó en
un camión de repartir queso y allá en el Liceo Gil Fortul de Valle de la
Pascua, estuvo hasta el 3er año de bachillerato que habría de terminar en
Mérida, la Ciudad de Los Caballeros y sería en la ULA donde iniciaría sus
estudios de Medicina para mudado en el tercer año a la capital culminaría
exitosamente en la UCV. Toda esta historia de la que me enteré muchos años
después de conocer a José Ángel, viene a cuento porque ambos conocíamos, ante cualquier
ignaro presente, todo lo necesario sobre el Marqués de Santillana y de memoria,
éramos capaces de recitar sus Serranillas,
cosa que nos llevaba siempre a lamentar las fallas del sistema educativo actual
y al hacer comparaciones obligarnos a creer en aquello de que “todo tiempo
pasado fue mejor”.
Íñigo López de Mendoza, I marqués de Santillana, I conde del Real de Manzanares y señor de Hita y de Buitriago del Lozoya, mejor conocido
como El Marqués de Santillana, (1398-1458), fue
un militar y poeta español,
tío del poeta Gómez Manrique y pariente de los poetas Jorge Marrique y Garcilaso de la Vega. Su abuelo, Pedro González de Mendoza, y su padre, el Almirante de Castilla Diego Hurado de Mendoza, fueron
también poetas. Sus hijos continuarían esta labor literaria y en particular
será reconocido el gran Gran Cardenal Pedro González de Mendoza. Su padre falleció teniendo él cinco años (1404), por
lo que su infancia la pasó en casa de su abuela Mencia de Cisneros, y luego con su tío, que más tarde sería Arzobispo de Toledo. Se
casó en 1412 con Catalina Suárez de Figueroa, transformándole en uno de los
nobles más poderosos de su tiempo.
Marchó al poco a Aragón, con el nuevo rey Alfonso V de Aragón, y se
formó en la corte aragonesa donde nació
en septiembre de 1417 su primogénito, Diego Hurtado de Mendoza y Suárez de
Figueroa, futuro duque del Infantado. Regresó a Castilla y participó en las
luchas entre Enrique de Aragón y Álvaro de Luna, en el bando del primero.
Íñigo López de Mendoza, estuvo en el cerco del castillo
de La Puebla de Montalbán, en diciembre de 1420 y tras la prisión de don
Enrique, regresó a sus posesiones de Hita y Guadalajara. En 1428 nació en
Guadalajara su sexto hijo, el que sería Cardenal Mendoza. En la primera batalla de Olmedo(1445) estuvo en las filas del ejército real, y como
recompensa por su ayuda el Rey le concedió el título de Marqués de Santillana y
el condado del Real de Manzanares. Don Íñigo contribuyó claramente a la caída de don
Álvaro de Luna, apresado y ajusticiado en la plaza pública de Valladolid (1453) y contra él escribió su Doctrinal de privados; a partir de entonces comienza a
retirarse de la política activa. Su última gran aparición se produce en la
campaña contra el reino nazarí de Granada de 1455, ya bajo el
reinado de Enrique IV de Castilla. Ese mismo año muere su mujer, doña Catalina de
Figueroa, y el Marqués se recluye en su palacio de Guadalajara para pasar en
paz y estudio los últimos años de su vida.
Su obra literaria, es fruto del cruce de dos
tendencias, una culta predominante y otra popular menos representada. Se le
conoce sobradamente su intento fracasado de insertar el endecasílabo y el soneto en la
tradición métrica y estrófica castellana por medio de sus “42 sonetos fechos al itálico modo”, en que tendrá
más fortuna ya en el siglo XVI su pariente Garcilaso de la Vega.
Bien conocido es su juicio sobre las
poesías populares castellanas "con
las que la gente baxa y servil se alegra". Se incluyen en su obra
colecciones de proverbios como los Refranes que dicen las viejas tras el fuego,
que condensan la sabiduría popular, o en sus Serranillas, en que la
refinada tradición culta de la pastorela provenzal se une a la popular castiza
de la serrana. A su obra culta pertenece
el primer esbozo de historia de la literatura escrito por un autor castellano,
el Prohemio
e carta al condestable don Pedro de Portugal. Como género literario Ramón Menéndez Pidal reconstruyó
el ejemplo más antiguo de serranilla que conocemos, anterior a 1420, en su
trabajo "Serranilla de la Zarzuela"
aparecido en 1905 en la revista turinesa Studi
Medievali II Pocos años después existen una serie de serranillas muchas de
ellas paródicas y cómicas, de un autor de todos conocido, Juan Ruiz, el arcipreste
de Hita, en el Libro de Buen Amor de
la primera mitad del siglo XIV. En el
siglo XV, finalmente, don Íñigo López de
Mendoza, Marqués de Santillana, compuso sus célebres Serranillas en las cuales idealizó a las serranas, muy
probablemente a causa del influjo de la refinada lírica provenzal y sus
pastorelas. Los cancioneros de ese mismo siglo y del siglo XVI contienen
algunas cancioncillas que pueden ser reformulaciones de esas cantigas o
villancicos de serrana desaparecidos.
Regresando al comienzo de este breve tránsito por el
siglo XV, transcribo las coplas del famoso Marqués que contrapunteaba con José
Ángel en el IAP de la UCV entre 1975 y 2004, en la capital de nuestro ahora
desguarnecido país... “Moza tan hermosa no vi en la frontera, como una
vaquera de la Finojosa. Haciendo la vía del Calatraveño a Santa María, vencido
del sueño, por tierra fragosa perdí la carrera, do vi la vaquera de la
Finojosa. En un verde prado de rosas y flores, guardando ganado con otros
pastores, la vi tan graciosa, que apenas creyera que fuese
vaquera de la Finojosa”…
Maracaibo, 20 de agosto de 2017
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