viernes, 4 de febrero de 2022

Ruy Pérez Tamayo (1924-2022)

Ruy Pérez Tamayo (1924-2022)

Quisiera excusarme por no iniciar hablando sobre el doctor Pérez Tamayo, pero antes, debo relatar algo sobre mi primer intento serio como escribidor... Sucedió a comienzos de la década de los 80 cuando intenté divulgar las vivencias de lo acontecido en mi tierra tras varios años batallando por hacer investigación. Quise ponerle un título y utilicé una expresión que le escuché al doctor Fernández Morán el año 1967 cuando me tocó visitarlo en su laboratorio del Instituto Fermi en la Universidad de Chicago, al hablar sobre nuestra desorganización característica que él denominó, la entropía tropical. En una carpeta, tenía mi manuscrito intitulado “Entropía Tropical” cuando a mediados de los 80 y trabajando en la Universidad Central de Venezuela (UCV), hablé con mi amigo y colega Ildemaro Torres quien era director de Cultura en la UCV y tras leerlo y aprobarlo se lo pasó a la Lic. Mariela Sánchez Urdaneta, su mano derecha. Tras una acuciosa revisión, la experta me llamó para conversar y me conminó a seguir escribiendo. Para ella, había escrito una novela y no una “jerigonza apocalíptica medio-autobiográfica” como yo la había calificado. La historia de la carpeta con un abultado manuscrito titulado “ET” que la gente confundía por las siglas con el extraterrestre, fue tórpida, ya que tras múltiples rechazos, al final lograría ser editada en la imprenta de  la Universidad del Zulia (LUZ) el año 2003. 

He querido relacionar con la literatura este relato de un especial y muy apreciado personaje quien para mí fue “el ejemplo a seguir” e insté durante años a mis colegas venezolanos a imitar como patólogos al ya famoso colega mexicano, quien era -investigador-diagnosticador- y docente- el doctor Ruy Pérez Tamayo a quien tuve la suerte de conocer el año 1969 en Buenos Aires durante el VII Congreso de la Sociedad Latinoamericana de Patología. Cualquier persona, relacionada con nuestra especialidad para aquellos tiempos, ya había escuchado algo sobre Ruy Pérez Tamayo. No puedo precisar donde fue la primera vez que oí hablar sobre él, pero era “Tamayo”, y sin conocerlo me había dado por sentirlo como un familiar lejano. Él había publicado un famoso libro sobre la patología del sistema inmune y yo lo había visto también entre los autores de un libro gordo de Patología, para nosotros casi el único escrito en español, con la colaboración de peruano Javier Arias Stella, del colombiano Pelayo Correa y del venezolano Luis Carbonell. 

Me tocaba entonces el momento de conocerlo, y en mi novela “La Entropía Tropical” relataría lo sucedido así:  En un salón semicircular, semioscurecido con tonos azules y violáceos, en la penumbra de la proyección… allí en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, escuché su nombre, y vi como él se ponía de pie, en la primera fila y como paso a paso avanzó hasta el podio Los lentes redondos le daban un aire intelectual, especie de niño prodigio de nariz perfilada. El traje de un azul marino intenso lo hacía lucir sobrio. En las sombras de aquel inmenso salón, resplandecía con la luz que iluminaba sus hojas manuscritas... Comenzó a hablar sobre el colágeno y él le decía, la colágena, sobre moléculas y otras cosas poco usuales para el lenguaje común de los patólogos…Entonces yo me dije…,¡al fin!, lo he conocido…

Con la relectura de las páginas 118 y 119 de mi novela, regresó a mí memoria otro inolvidable amigo y colega mexicano, a quien siempre sentí como un hermano, el doctor Mario Armando Luna quien comenzando la década de los 90, en una de sus visitas a nuestro país, insistió en hacerles saber a los médicos residentes del post grado de Anatomía Patológica quien era su compatriota, el doctor Pérez Tamayo y lo haría en el Aula E del Instituto Anatomopatológico (IAP) de la UCV, releyendo con chispeantes comentarios adicionales, como era su costumbre, algunos fragmentos del manuscrito de mi novela tan desprestigiada y refrenada ante mis intentos por publicarla. Como todas las cosas de Mario Armando, aquella lectura fue todo un éxito. 

Yo no volví a ver al doctor Pérez Tamayo durante el Congreso en la Argentina. Era parte de un círculo muy exclusivo, de pibes y de cuates, seguramente todos famosos anatomopatólogos latinoamericanos. Nosotros, éramos tan solo, varios imberbes patólogos maracuchos que estábamos por vez primera asistiendo al evento máximo de la SLAP. El año 1970 estuve en el Segundo Congreso Centroamericano y Mexicano de Patología en San José de Costa Rica y allí nuevamente en el mes de diciembre volví a escuchar una disertación del doctor Pérez Tamayo sobre la curiosa manera de desintegrarse el colágeno en “granulomas desmoplásicos experimentalmente inducidos por la inyección de Carragenina”.

En la novela, también relato mi gran suerte, cuando tan solo dos años después de haberlo conocido, luego de conversar con él en CostaRica, Ruy aceptaría gustosamente mi invitación para venir a Maracaibo en abril del año 1971 y poder participar en el Primer Simposio Venezolano de Patología Ultraestructural. (ver) En el Colegio de Médicos del estado Zulia dictaría una conferencia titulada La patología experimental o el elefante y la Echerichia Coli” publicada en parte (https://bit.ly/346EbtV) en este blog en diciembre del 2015. En aquella oportunidad Ruy visitaría nuestro laboratorio de microscopia electrónica recién creado en 1969 y amablemente habría de respaldar nuestros iniciales esfuerzos comparándolos textualmente con “una flor que nace en el desierto”…  


Relaté en la novela como me impresionó el doctor Pérez Tamayo al volverlo a ver en aquella su primera visita a nuestra tierra. “Cuando llegó ya era otro. Dejó el terno en Buenos Aires, dejó la gomina y los lentes redondos. Se había transformado en un tipo de guayabera blanca, con una barba que ya no se la quitaría nunca más; era un nuevo chavo, simpático, agudo, no era un escuincle, ya parecía grande, con la sonrisa siempre en los labios, la mirada clara, ¡quihúbole!, el verbo incisivo, cáustico, no era abusado y resultaba osado y de avanzada en todas sus ideas, aglutinando entusiasmo y emociones, estimulándonos para echar adelante por el camino de las dificultades”. 

Les repetí a mis colegas, que él era el ejemplo a seguir, el modelo a imitar, y que debíamos “atrevernos a construir la infraestructura para impulsar la investigación en la Anatomía Patológica venezolana”. Pos no se me sigan llenando el buche con piedritas, que luego luego lo veremos, el trecho es mucho muy largo, y entre el elefante y la Echerichia coli solo hay un paso, y no vayan a achicopalarse, ¡no dejen que les ronquen los que creen ser la mera mamá de Tarzán envuelta en huevo! De esa arenga no quedó nada… ¿A poco no? ¿Pero nada nadita? A poco les quedaría el gaznate boludo. ¡Como si tragaran camote! Como el humo en el viento, se disipó el discurso y cual al poeta Baralt hube de creer que bajo la luz fecunda que hace brillar nuestra tierra calcinada... “...en hora malahada y con la faz airada, me vio el lago nacer que te circunda”...

Los años fueron trascurriendo en el devenir de la historia y en 1996 tuve que dejar la dirección del IAP de la UCV, y luego me tocó jubilarme en 1998 y abandonar con dolor la ultraestructura para dedicarme a hacer inmunohistoquímica en unos años de grandes padecimientos donde nuevamente volví a conversar personalmente con Ruy. A finales de octubre de aquel año 1999, durante el XXII Congreso de la Sociedad Latinoamericana de Patología, en Lima, Perú, bajo la presidencia del doctor Javier Arias Stella. Estaba Ruy en conocimiento de la lucha contra el cáncer que llevaba desde el 97 mi esposa Saudy, y con Arias Stella nos invitaron a sentarnos en la mesa donde nos esperaba Pelayo Correa. Ellos amablemente me dijeron yo supliría la ausencia de Luis Carbonell. Me vi obligado a responder la pregunta de quién había sido mi maestro, y muy francamente les respondería que era a él, el mismo Ruy, a quien yo decía seguir y lo usaba como ejemplo ante mis colegas venezolanos.

Los congresos de la SLAP se siguieron dando; ya en el 97 en Panamá me había enterado de que otro gran amigo, Hernando Salazar estaba enfermo de leucemia y  fallecería en julio del año 2000. Saudy tras cuatro años de lucha fallecería en marzo del 2001. Tampoco había vuelto a ver al doctor Pérez Tamayo hasta en noviembre de ese año 2001 y estaba en el XXIII Congreso de la SLAP en Managua Nicaragua. De este evento hay una fotografía (ver) de Ruy con Lopez Corella y con otro gran amigo a quien no vería más, Horacio Oliva Aldamiz quien aparece con su señora al lado del doctor Pérez Tamayo. En Managua, la tierra de Vilma Pérez valle, conocería a dos personajes de la patología; Miguel Reyes Mujiga, quie era un discípulo dilecto de Ruy Pérez Tamayo, y a Eduardo Zambrano quien estaba por decidir su suerte como patólogo, y sin volver a Guayaquil, se quedaría a trabajar con Miguel en Pittsburgh. 



 

En el mes de mayo del año 2004 estuve invitado e participar en el XLVII Congreso anual de la Sociedad Mexicana de Patólogos que se daría en Cancún, y tendría la suerte de tener en primera fila a Ruy quien disfrutó mucho y comentaría luego mi charla sobre Rafael Rangel y Luis Daniel Beauperthuy. Esa noche conversaríamos en una inolvidable velada donde estaban presentes Mario Armando, Eduardo Zambrano y Miguel Reyes, con el maestro Ruy quien me sugirió me dedicase a escribir literatura, porque según él, las inmuno las harían eventualmente las máquinas, pero escribir como lo leía él en mis novelas, era otra cosa… Años más tarde, en 2008 también Mario Armando nos dejaría con el recuerdo y la admiración de sus muchos amigos y discípulos quienes nos seguiríamos viendo y reuniéndonos para recordarlo en los congresos y jornadas de los anatomopatólogos.

Habría de ser en el año 2013 cuando volvería a ver personalmente a Ruy, y le recordé su propuesta y de cómo cada vez más escribía novelas aunque no había dejado la inmunohistoquímica. Aquella reunión del XXX Congreso de la SLAP en noviembre en Oaxaca fue muy importante. Ruy mostraría casualmente en su conferencia magistral una imagen en colores única de “La Fábrica del cuerpo humano” (ver) la magna obra de Vesalio y este detalle me daría la oportunidad de conversar con él sobre el manuscrito de la novela que había venido escribiendo en los últimos años sobre Andrés Vesalio, el anatomista. Le propuse al maestro enviarle lo que había ecrito y él me recomendó comprase su libro que estaba a la venta allí mismo en el evento “La profesión de Burke y Hare”.

Conversaríamos un rato más sobre el personaje y tras leer su libro comprendí que existía allí una muy valiosa información sobre la real historia de Vesalio. Entonces, decidí darle un vuelco al manuscrito y sin consultárselo me atreví a meter a Ruy Pérez Tamayo en la novela. Ha sido mi última publicación formal y de ella se ha dicho que es quizás la mejor de las otras mis 8 novelas que la precedieron… Cuando estuve invitado a participar en el Tercer Congreso Anual de los patólogos mexicanos en Mérida, Yucatán en abril y mayo del año 2015, le entregaría al doctor Eduardo López Corella, su muy estimado amigo, un ejemplar de la recién editada novela “Vesalio el anatomista”, (ver) donde converso largamente con mi maestro, el doctor Ruy Pérez Tamayo y será él quien lleve el hilo conductor de la historia de Andrés Vesalio. 

Hace una semana, el 26 de enero de este año 2022, en Ensenada, Baja California, a los 98 años fallecería mi apreciado maestro, el doctor Ruy Pérez Tamayo. Con una dilatada vida como filósofo, historiador, divulgador de la ciencia, y brillante investigador con numerosos libros y trabajos científicos publicados, quien “enriqueció en mundo en que vivió con inteligencia, dignidad, sobriedad y elegancia”. Que descanse en paz quien fue y será un ejemplo a seguir, en particular entre los médicos anatomopatólogos.

Maracaibo, viernes 4 de febrero del año 2022

 

1 comentario:

Blanca Tamalia Márquez Romero dijo...

Hermoso cada fragmento de esta narración que tiene sabor, olor y accionar de un Venezolano que plasma su sentir haciendo volar el tiempo sobre anécdotas de personajes insignes siendo El uno más de estos fragmentos que enaltecen la vida misma de la investigación, sus pormenores, vivencias y que van implícitas del quehacer de un investigador que experimenta la sapiencia ensimismo y con otros modelos de sabiduría externos. Mis respetos y admiración a usted Dr. Jorge García Tamayo. Oriundo de una tierra preciosa que se llama Zulia que ha dado muchos frutos de sapiencias en nacidos de sus entrañas.