martes, 15 de febrero de 2022

La República del Este

La República del Este

“En los años 70, con los restos de El Techo de la Ballena, algunos borrachos, escritores e intelectuales decidieron crear la República del Este, precisamente al Este de Caracas, por oposición geográfica al palacio presidencial de Miraflores”. Esto lo escribiría Juan Jesús Armas Marcelo (1946) el 14 de marzo del año 2014 en “El Cultural” (España). Hoy día, no sé si todavía hay venezolanos que recuerdan a “La República del Este”. Ella funcionaba indistintamente en tres bares de primera categoría, que formaban el llamado Triángulo de las Bermudas: El Vecchio Moulino, Franco´s y el Camilo´s. El escritor y periodista canario JJArmas Marcelo relataría cómo… “eran una troupe asombrosa, Salvador Garmendia y su mujer, "la Negra", Mary Carrillo, Adriano González León, que lloraba recitando poesía, David Alizo, experto en mitologías clásicas y en gamberros de barrio, el pintor Carlos Altamirano y el gran cuentista Pancho Maciani”.

 

Ya los lectores de este blog conocen de la novela “Escribir en La Habana”, premiada en la Bienal José Rafael Pocaterra 1994 y publicada en 1996, y recordarán que en 1997 “Para subir al cielo…”ganó la Bienal Elías David Curiel y de aquella novela haríamos una primera edición en 1999. En aquel entonces, tuve la oportunidad de leer por primera vez al escritor canario Armas Marcelo en su novela de Alfaguara (1998) titulada curiosamente “Así en La Habana como en el cielo”. La combinación de los títulos y de la coincidencia de La Habana y de, el cielo, me pareció tan curiosa que llegué hasta intentar conectarme con el escritor. En ese entonces ni sabía que era canario ni que él tenía amistad con los escritores venezolanos. No logré mi cometido y hasta aquí puedo llegar con el comentario sobre las curiosas coincidencias noveleras.

 

Para entonces estuve atento a leer las novelas de aquel escritor, pues la de La Habana me había interesado, y así logré leer “El niño de luto y el cocinero del Papa, novela en Alfaguara, 2001, y “La noche que Bolívar traicionó a Miranda”, de Edhasa, Barcelona, 2011. Ahora he leído que JJArmas Marcelo escribe sus memorias donde hace una exploración de recuerdos y experiencias que intitula “Ni para el amor ni para el olvido” de la que en 2018, en El País, se afirmaría que “da cabal idea de un hombre al que la literatura, en todas sus formas, ha dado su razón de ser”. Bien: llego hasta aquí sobre el escritor canario para regresar al tema de La República del Este. 


 

 

Ya publicada la novela “La Peste Loca”(1997) tuve la suerte de ver en El Papel Literario del El Nacional un segmento de ella, que justamente habla del tema que nos ocupa. Sinceramente no puedo recordar la fecha ni cuál fue mi conexión, en ese entonces yo escribía artículos para varios periódicos, pero algún contacto importante tendría ya que pocos lectores se habían entusiasmado con mi novela… No tengo ni fotocopias por lo que no puedo ubicar fechas, pero quisiera reproducir fragmentos del Capítulo VI de la novela.

 

“El diputado Lucidio Soto escuchaba a su interlocutor ante un vaso de whisky con hielo. A él le resultaban familiares los ruidos de los autos, el monóxido, el aroma del tetraetileno de plomo de la gasolina, el humo de los autobuses con su perfume de diesel, pero sobre todo, los rostros y las voces de los poetas, artistas, empresarios, abogados, jueces y divas, escritores, periodistas, políticos y mujeres hermosas. En el local se hallaban un académico, tres profesores, un italiano mafioso, dos locutores, una estrella de la televisión y todos los habitantes habituales, de aquel triángulo bermúdico en la avenida Francisco Solano, entre el Franco´s, el Vechio Mulino y el Camilo´s. Lucidio había aprendido a conocer los aires gestuales de todos ellos cuando el bullicio sofocaba las palabras y tan solo quedaban los movimientos, las miradas y las sonrisas. Él era ahora otro de los asiduos visitantes de “La República del Este”…

 

… “Él mismo se consideraba un individuo de número y era mucha la historia patria y el intríngulis del país nacional que había captado, rumiado y digerido frente a su vaso de whisky on the rocks. Tampoco todo el crédito se le podía dar a “La República del Este”, él también había puesto de su parte. ¡Y como le había puesto! Fue nutriendo sus inquietudes intelectuales con tantísimas novedades y de un modo muy especial, su pasión por la escritura parecía alimentarse con las ideas que le iban llegando con los comentarios de los contertulios amantes de la pasta, el vino, el antipasto y las casattas. Cada vez le gustaba más aspirar los perfumes caros, conocer a las jóvenes plásticas, algunas de ellas suculentas, vivían revoloteando ante los reflectores que calentaban las pantallas cuadradas y otras liberadas o liberales, de mente más amplia y más exiguas de carnes, sin aureolas de Carón, pero adornadas con palabreríos cuestionantes o llenas de curiosidad inocentona por el más mediato pasado. Entre el bouquet del cognac, del anís del Mono o de un Sambuca chisporroteando en azul sus granos de café, quizás un cointreau seco en productiva sobremesa, y desde hacía un tiempo él fumaba pipa, envolviendo citas, confidencias, cuitas, negocios y arreglos de política esencia, en humo achocolatado, de manera, modo y forma tal, que sus evocaciones más íntimas y muchas componendas quedaban impregnadas de cacao, aspirado por la boca, ladeando la pitillera, expirado por las fosas nasales, con el más distinguido refinamiento”

 

… “El diputado Lucidio Soto apuraba su trago, convencido de que él había sido más afortunado que la mayoría. Me ha ido mejor que a casi todos ellos. Pensó nuevamente que con todo y la historia patria lo que se avecinaba para el país era enea con rinquincalla, en realidad ¡había una presión económica desde fuera del carajo! Afortunadamente él se sentía sobrevolando a los circundantes, como quien dice, a los que vivían de las circunstancias, de hecho no era el viejo Parr quien lo elevaba por encima de circunloquios y chismorreos, tampoco era el dinero a manos llenas que le estaba entrando en sus labores de político honesto, no pendejo que no es lo mismo ni se escribe igual, ¡que conste!, él con su capacidad y con su inteligencia, presta para cumplir sus funciones, pero eso sí, poniéndole precio a cada movida, era así, ¿qué hacerle? Desde la barra veía a Carlos el marinero, al indio Ovalles, a Juan, a Salvador, a Edmundo y a Francisco

 

… “Así, todo llega, a su debido tiempo y él había arribado, finalmente, luego, un acuerdo y una de acomodarse, ¡pero no podía quedarse esperando! ¡La suerte toca a tu puerta!, pero vos tenéis que echarle una manito, un empujoncito, la oportunidad de tu vida, calva la pintan, como cantante sueca. Así se hacían las locas, ¿las suecas?, ante sus miradas, desde la barra, Margarita Gautier con su pechito de tísica y la Fata Morgana, con su do casi de teutona, la británica pechuga excalibúrica, más misteriosas ambas que catiras de film de Bergman, ellas ensimismadas en una charla soterrada con Pico, el de la Mirándola y mirandola también estaba Fabricius de Aguapendiente ¿y a donde me dejáis a Ludovico? A todos los observaba Lucidio desde su silla, como loro en estaca, ellos mascullando temas funambulescos, como era de esperarse, pues todos estaban de lo más entretenidos, oyendo en el afrancesado acento que le hacía tan peculiar, paeso la quiere dijo el chinito guajire, las historias sobre la peste y los pestosos narradas por Gustavito Flaubert. El whisky se había volatilizado…


… “Lucidio se escuchaba oyendo a su amigo y mirando luego hacia la concurrencia. Orlando lo saludó con un gesto de su mano libre, la otra sostenía el vaso, en ese momento volteó a mirar a Adriano conversando con Merlín y André Gide. Lucidio observó por enésima vez como lo interrumpían Beaudelaire y Rimbaud, ellos siempre secundados por Henry Miller, colorado y chapuceando el castellano con el dublinés Buck Mulligan, le hacían objeciones ilógicas, requiebros verbales, interrupciones etílicas a todo cuanto expresaba Adriano, y no contentos con ello y a pesar de su condición de invitados, se deshacían en morisquetas que parecían dirigirle a Miguel y a Rubén quienes charlaban con Elisa y André Bretón, con María Teresa y con Cagliostro, tratando de asimilar los cuentos locos del orate Maupassant eternamente en su nota cañera infinitesimal. Ellos trataban de beber lo más plácidamente posible, sorbiendo las palabras suavemente, ofrecidas por la fluidez poética incontenible de Omar Khayyan. Lucidio lo escuchaba también desde la barra, había adquirido una destreza especial en eso de darle oídos a dos o tres conversaciones a la vez y asimilar lo más conveniente, un ejercicio que su representación del pueblo le había proporcionado para facilitarle sus tareas, como esa de maraquear su viejo Parr en el vaso con hielo y oír poesías, en tanto su interlocutor lo llevaba de la mano hacia la zona roja de los comentarios nihilistas, sobre los defensores de las posturas actuales en los radicales de antaño, los irreverentes contertulios en vías ahora de pasarse al enemigo, ¿o a la acera de enfrente?, por lo menos, a barrera de sombra, ver los toros desde otro ángulo, sin eludir la veracidad de los procesos históricos, sin interpretar lo irreversible de los hechos cumplidos, solo enfocando con un objetivo más prístino, con más pupila, centralizando la atención en el chorro de oportunidades que se estaban dando, donde hasta los medios estaban abriendo de medio a medio sus compuertas. El diputado Lucidio Soto apuraba su trago, convencido de que él había sido más afortunado que la mayoría. 

Maracaibo, martes 15 de febrero del año 2022

 

1 comentario:

Carlos Eduardo Ferrero Larralde dijo...

Una verborrea y un exhibicionismo literario loco