Memorias de lecturas y del cine…
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¡Que molleja!, eso me dije, pues tus palabras
trajeron a mi mente la novela de John Irving “Un hijo del circo”, y recordé al
doctor Duruwalla, un hindú de Toronto quien se fue a Calcuta… No fue a buscar
algunas frutas, y conste que te lo dije para evitar que me interrumpieses, ¡No!... Él se fue a trabajar con niños lisiados, para
ayudarles y es que el doctor aquel se interesaba igualmente por los enanos que
son la gente del circo y les tomaba muestras de sangre, y entonces, según
Irving, él descubrió a un asesino serial… ¡Mondenga! Estaban allí todos ellos
en la novela, con los hindúes y con los jesuitas, porque todo aquello se daba
en un colegio como el nuestro, allí era donde pasaban las cosas que contaba
Irving. Casi que pude percibir el olor a mierda en el aire de Calcuta, leyendo
el libro y todo cuanto había leído años atrás, muchas cosas irrumpieron en mi
mente e interrumpieron la historia de Rodrigo, quien atinó preciso a recordar
otra novela de Irving, que así como “El mundo según Garp”, sí, la del actor Robin
Williams, él pensaba a través del cine en la lectura de Irving, imaginándose a la
hermosa Kim Bassinger en “Una mujer difícil” otra película que si habíamos
visto ambos, hacía ya muchos años.
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Al pensar en aquellos días de nuestra infancia, más bien creo que vos
algunas veces, o quizás de a cada rato, te apoyabas en el cine y así, te
imaginabas casi todo, como estar sumergido en una selva espesa, como en la de
La patrulla de Bataam, con cientos de nipones, o de chinos, acechándonos en la
manigua, como vos sabías que ellos ya lo habían hecho con San Francisco Javier,
quizás, ¿hasta que se lo echaron al coleto? Quién sabe si en aquellos
instantes, de momento, más bien estaba en tu cabeza el otro jesuita, el
rubicundo belga, uno que venía llegando nada menos que desde el Congo, y vos me
contaste que en aquellos tiempos te imaginabas como sería el mero Congobelga,
el Congoberes como le decían algunos, mientras yo, cuando me hablabas, pensé en
el río tortuoso de Conrad en el corazón de las tinieblas, y después en Lord Jim
con la imagen de Peter O´Toole y me era imposible no asociar al misterioso
Kurtz con Marlon Brando en el “Apocalipsis now” de Francis Ford Coopola… Así
que interrumpí tus ideas para solazarnos ambos con el recuerdo del ruqui, ruqui
ruqui de los helicópteros sobre el cielo de Vietnam.
De esta manera, regresamos al África con un
Kilmanjaro nevado, sin que fuese necesariamente el de Heminway, y volvimos al
cine de nuestra infancia y por supuesto, vos a millón, seguramente que
imaginabas todas las escenas en blanco y negro, como si fuese película de
Tarzán, con elefantes escapando hacia una cueva llenas de colmillos de marfil y
ríos plagados de caimanes y de hipopótamos, o mejor aún, y ¡es que recuerdo que
me lo dijiste! África en blanco y negro o en colores, es siempre África. Aunque
ciertamente, no todos los recuerdos eran de películas tan antiguas, algunas
veces sé que te veías, en radiante technicolor, quien sabe si entre los
guerreros de una tribu Masai, los de Las Minas del rey Salomón, y es que me
contaste como soñabas ser el Allan Quatermain de Ridder Haggard con las
patillas de Stewart Granger y hasta con una Deborah Kerr pelirroja… Aquí fue
cuándo llegó a tu mente el hermano Urrestieta, malvado él, pues le cortaba a
las películas las escenas de los besos, tapándolos con su mano durante las
funciones nocturnas de cine escolar, y siempre todos chiflábamos protestando en
la oscuridad, allá en el Maracaibo del Colegio Gonzaga en nuestra tan lejana
infancia.
Texto
ligeramente modificado del original en “Tripticos” (42 relatos todavía
inéditos).
Maracaibo en octubre del año 2018
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