El
Bosco y un Juicio Final
Hyeronimus se calló la boca y dirigió su vista al
rostro de su Señor El Príncipe Felipe El Hermoso, quien continuaba mirándolo.
Estuvo así, atisbando la faz arrugada del pintor durante un rato, sin decirle
una sola palabra. La explicación detallada del cuadro por hacerse le había
hecho vivir al Príncipe el momento del Juicio Final como una lacerante
realidad. No quería negarlo pero el pintor le había provocado una sensación de
terror indescriptible, era como si hubiese conocido la escena anticipadamente.
Se llevó la mano a la barbilla frotándosela. Hyeronimus continuaba en
silencio... Entonces el Príncipe se levantó y le recomendó esmerarse en la
ejecución de la pintura. ¡Tendrá que ser mi Juicio Final! Cuando se lo dijo, le
prometió que lo promocionaría como un gran pintor si le cumplía a cabalidad.
Estaba por demás convencido de que aquel hombre extraño, ya entrado en años y
con una voz y una sonrisa muy peculiar, sería capaz de complacer todas sus
expectativas. Decidió pagarle por adelantado y dejó que sus secretarios
resolvieran la parte legal en lo referente a la redacción y el registro del
documento por el cual habría de asegurarse el cumplimiento de la obligación
pendiente por parte del pintor...
“Ars Moriendi”, el arte de morir, era
una obra impresa en Alemania y en los Países Bajos, muy popularizada entre los
devotos católicos del siglo XV. En este breviario, los demonios se disputan el
alma del moribundo al pie de su cama, y al final el Ángel del Señor triunfa y
se lleva el alma al cielo. La popularización del Apocalipsis de San Juan, los
dibujos visionarios de Leonardo da Vinci en Italia y de Alberto Durero en
Alemania, reflejan las ideas del pueblo sobre los sombríos días tan esperados
del próximo Juicio Final. Todos los textos los ha hojeado el sin par
Hyeronimus. Él pinta con febril energía las tablillas llenas alucinantes
criaturas. También ha escuchado una canción religiosa denominada, “Días de
Ira”, se ha popularizado en esos días, es una tonada que habla de los horrores
que deberán verse el día que el mundo tenga que ser reducido a cenizas...
Una nube azul flota sobre la tierra calcinada. Hay
valles y montañas y desfiladeros, todo es muy oscuro y arden cientos de fuegos
chisporroteando sobre los farallones de manera tal que los incendios iluminan
el cielo y se van reflejando como resplandores en lagunas con aspecto de
charcas y en los contornos de las grandes piedras que oscurecen la tierra,
mientras contra ellas se estrellan chorros de agua hirviente, humeante y se
producen salpicaduras de fuego líquido, turbulencias y explosiones
fantasmagóricas. Es posible observar a cientos de hombres desnudos que huyen
desesperados, algunos se hunden en negros socavones, tratan de ocultarse, más
los destellos luminosos permiten detectar una caterva de monstruos
transformados en sus torturadores, quienes los persiguen y los arrastran en
tanto que otros grupos de seres desnudos e indefensos son llevados hasta los
desfiladeros y los acantilados donde aguardan paralizados de terror.
En el plano frontal, los monstruosos
perseguidores de los hombres utilizan las más extrañas máquinas e instrumentos
de tortura. Sobre este paisaje aterrador, encima de una nube celestial, flota
Jesucristo, Dios Todopoderoso, rodeado de sus apóstoles y de cuatro ángeles de
albas túnicas quienes anuncian con largas trompetas doradas el acontecimiento.
Ha llegado la hora del Juicio Final. La Virgen María con San Juan esperan
detrás del Señor, quizás ya es demasiado tarde para que ellos puedan interceder
por los seres humanos. Es la hora del Apocalipsis y los mortales enfrentan la
violencia aterrorizados. No hay demonios, sólo algunos seres, posiblemente son
los mismos hombres quienes se han metamorfoseado en monstruos y en primer
plano, en radiantes colores esmaltados, disfrutan torturando a sus víctimas.
Texto extraído del Capítulo XI de mi novela “Para subir al cielo…” Ganadora
de Bienal de Literatura Elías David Curiel 1977, Narrativa.
Maracaibo, 6 de febrero 2018
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