miércoles, 11 de enero de 2023

La baronesa en Budapest


Un día como ayer, un 10 de enero, pero del año 2016, me dio por incluir en este mi blog un extenso relato extraído de mi novela “La Entropía Tropical” (Ediluz 2003) y su relectura hoy en 2023, me trajo recuerdos del pasado y me siento obligado a informar que, en un local de la Biblioteca Pública del Estado Zulia, la Universidad del Zulia (LUZ) tiene a la venta esta novela cuya publicación tuvo que esperar muchos años, desde la década de los 80 hasta el 2003 cuando Ediluz aceptó publicarla.

En 2016 me atreví a crear un relato, demasiado largo para las características con las que desde entonces he tratado de conformar mis contribuciones y divulgar mis escritos en este blog. Hoy, ya octogenario, al releerlo confieso que sonreí con una cierta emoción al entender porque aquel mecanismo de desnudar el alma poniendo en letras verdades ocultas, detuvo la publicación de lo que yo denominaba “una jerigonza apocalíptica” y otros creyeron tenía que ver con el extraterrestre “ET”, hasta que con su portada multicolor producto de mis pinturas, nació la novela ya editada, ¡al fin!




Por eso, sin querer abusar de la paciencia de mis lectores, pues al artículo original del año 2016 al que se puede se acceder desde el mismo blog por el link (http://bit.ly/1ZVeCPa), voy para mi propio gusto a refrescar algunos detalles de aquel -para mi- importante reencuentro en La Galería Nacional de Budapest, en Hungría, tras la cortina de hierro y antes en el hotel… “Vas hasta el televisor y te quedas atónito, durante un rato verás a Harry Belafonte y Dorothy Dandridge cantando en la película Carmen Jones, doblada en un idioma que no entiendes, ¿en ruso?, ¿será húngaro?”… La música de la ópera Carmen de Bizet, me persigue desde la edad de 10 años cuando mi profesor de piano-yo era muy mal alumno, pues no me ejercitaba- desde un pentagrama titulado “La canción del toreador” aprendí de memoria los compases de su inolvidable música. Por eso, hablando con mi hijo mayor hace unos años, cuando sorprendido de que nunca hubiese estado en una ópera, le explicaría diciéndole, ¡Ni siquiera en la ópera Carmen, de Bizet!

Me sorprendió a mi, el recuerdo de Cortázar “no eran magiares los vampiros, no, ¿y qué hay de aquel conde?, ¿no era húngaro?, ¿por qué revolotea en tu cabeza Julio Cortázar?, tal vez por el hotel Polidor en París de “62 modelo para armar””, -a través de los vampiros y de su novela “62” (https://bit.ly/3ID5EVL), que utilizaría yo como “63” en una charla dictada en México el 2 de mayo del 2016, sobre las encefalitis en la época del virus Zika… Es que las referencias al conde Drácula se remontan al cine de mi lejana infancia (https://bit.ly/3k08VUN) y en este blog he dejado constancia de los vampiros en varias ocasiones.

El reencuentro como mi amigo neuropatólogo Sam Chou, trajo a mi mente un triste episodio vivido en mi Colegio de Médicos, cuando se me exigiría “demostrar” mi solvencia en aquella subespecialidad y nadie… “nadie quiso atestiguar para demostrar lo que eras, ni siquiera tus colegas del hospital, nadie quiso confirmar lo que has venido haciendo durante siete años, tus biopsias, tus cerebros de autopsias, tus estudios ultraestructurales, tus investigaciones sobre rabia y encefalitis, quizás y especialmente tus publicaciones sobre neurovirus y sobre amibiasis cerebral”. Pensé en el manido refrán “recuerdos tristes de un pasado alegre”, pero no era así… La historia es otra, y todavía, aunque algunos intentan soslayarla, aun siento que se repite…

Revivi la emoción de volver a ver a Gabreielle, la baronesa y escucharla cuando dijo: “este es mi neuropatólogo venezolano”, y con un retintín de orgullo decirle a sus amigos. “¡Él es el único de mis residentes de neuropatología que publica trabajos en revistas científicas, y vive en Venezuela!” Pero sus palabras, acaso pudiesen estimularme, mas no fue así… ¡Neuropatólogo! No era posible modificar los hechos... La lucha en mi entrópico paraíso tropical se había tornado un asunto complejo y era cada vez más difícil. En mi tierra era "un bicho raro”, no me habían querido aceptar en Medicina y afortunadamente daba clase en la Facultad de Ciencias Veterinarias, pero estaba siendo acusado de escribir estupideces… El Colegio de Médicos, me exigía demostrar que de veras era neuropatólogo y estas cosas la reviviría en Hungría, durante un Congreso internacional de Neuropatología… Pero había logrado ver de nuevo a Sam y a la baronesa Gabrielle Zurhein. ¡Que suerte!

Mis amargas experiencias las de mi entrópico paraíso tropical, el de las palmeras azules, la luna llena y el lago de cristal, habrían de quedar atrás... Sería muy tarde esa noche cuando regresé a pie, caminando rápido y con el frío aire de la madrugada percibiría el olor a cebollas y a paprika, y las imaginé brillando en el aceite, transparentándose, un picadillo envuelto en coles, lo saborearía mentalmente, pensando degustar… ¡Una sopa de goulash bien caliente! ¿Con otra copa de vino tinto? Tal vez…Tan lejos de casa... ¡Bah! Lo mejor era marcharse al hotel a dormir, sí… ¿Qué podría hacerle? … Mañana tendré que presentar varios trabajos y es que de veras, me dije: al menos aquí en Hungría, soy un neuropatólogo...

Maracaibo, miércoles 11 de enero del año 2023

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