Fue una noche caraqueña de febrero, y vos me contarías
que eran ya casi a las once, cuando con Isolda del brazo, te acercarías a una
sala de presentaciones artísticas ubicada en la parte alta de la urbanización
Los Chaguaramos. Era aquel un sitio muy conocido de nombre “El Ánfora dorada”
donde se intentaba revivir en Caracas, los destellos de los antiguos cabarets
de los años cuarenta…
Lo de los locales nocturnos de Caracas yo lo había leído
en libros novelados por Oscar Yánez, creo que entre otros, recordaba el de… “Del Trocadero al Pasapoga”. Yánez había
descrito toda una época cuando al país arribaban las mejores rumberas del
Caribe…
Aquella noche, vos en compañía de Isolda esperabas
encontrarte con un matrimonio bonchón y gastador, el periodista Francisco
Berrios, y su pareja, Glenda, todos acordados para ver la atracción del momento
en El Ánfora, que no era María Antonieta Pons ni una moderna Tongolele, por el
contrario, el show lo protagonizaba un viejo cantante de boleros y tangos, con
bisoñé y mucho panqué para disimular sus líneas de expresión. Era nada menos
que don Leo Marini, conocido como “la voz
que acaricia”.
Vos habías aceptado la invitación de Francisco, apodado
El Kiko quien cubría eventos sociales en el diario Ultimas Noticias y en
realidad estabas algo
avergonzado por que unas semanas atrás habías rechazado de su mano unas
entradas para asistir en primera fila a una función de ballet en el teatro
Teresa Carreño.
Le dijiste que tenías un examen en la universidad, pero en realidad,
no te daba nota pasar varias horas viendo un ballet cuando recién estabas
iniciando tu empalagoso romance con Isolda.
Ya en El Ánfora, las parejas fueron ubicadas en una mesa
cerca de la orquesta al borde de la pista donde los cuatro esperaban disfrutar bien chévere la noche. Tan cerca estaban
del cantante, que me dijiste podías detallar las fracturas de su maquillaje y
hasta percibías el aroma a naftalina de su elegante, pero lustroso smoking.
Me explicaste que la situación había sido importante,
porque sorpresivamente volverías a ver a Eudocia. En un intermedio durante la
presentación y disimulando el poco interés que te inspiraban las historias
diarreicas del perrito chiguagua de Glenda, vos recorrerías la concurrida sala
hasta tropezarte con un hombre de faz abotagada fumando un largo tabaco y quién
al girar su cara hacia la izquierda, te llegaría su recuerdo al vislumbrar la
cicatriz del rostro. Era Nicanor, me explicaste, y añadiste, el proxeneta mafioso
de Eudocia, la carajita que habias conocido en “el huequito frío”.
Sin prestarle mucha atención a los negocios de Kiko en
Miami ni a la diarrea del perrito de Glenda, tomarías cariñosamente bajo la
mesa la mano helada de Isolda, mientras tus ojos detectaban entre el humo, en
la oscuridad distante a la pareja de Nicanor y Eudocia.
Sombras chinescas la destacaban detrás de un reflector.
Se iba creando un cono de luz en medio del escenario, mientras la pista musical
arrancaba con barcos carboneros que en la
noche han de zarpar, y el humo de los cigarros creaba vetas azules de un
moaré lechoso envolviendo el chorro luminoso que según me dijiste parecía
simular la niebla del riachuelo, aferrada
al recuerdo.
Eudocia estaba de perfil, y se volteó para quedar de
espaldas. Me describiste su ubicación precisa y de cómo, al estar casi de chaflán, así me lo dijiste, la
podías divisar desde tu sitio sin problemas. Ella conversaba al lado del
anciano cachaco, el mismísimo scarface de tus tiempos de parrandas con tu amigo
Rómulo, en tanto que Isolda ni se percataría de lo que vos estarías reviviendo
aquella noche en El Ánfora, mientras LeoMarini proseguía con aquello de, de este amor para siempre me vas alejando…
Con la mirada perdida en las sombras, esperaste pacientemente oyéndole
balbucear llueve sobre el puente mientras
tanto mi canción, llueve lentamente sobre tu desolación…
Miraste como Nicanor pausadamente comenzó a levantarse
de la mesa para dirigirse al baño y casi automáticamente vos hiciste el gesto
de querer ir también a orinar y pediste permiso. Me dijiste entonces que en el
camino hacia los servicios te acercaste a la mesa y Eudocia al verte pasar
fingió no conocerte. Sólo quiero tú teléfono, le susurraste al oído, y ella te
volteó la cara. Luego, no insistirías. La noche finalizaría con unos cuantos
whiskys entre pecho y espalda y no transcurrirían ni dos días cuando Eudocia te
llamaría por teléfono.
Me dijiste que estabas en ese momento en tu trabajo de forense
en la morgue y suspendiste lo que hacías para atender su llamada. Ella dizque,
melosa, te susurró que quería supieras que le había gustado volverte a ver, y
sentía tener que ausentarse del país, pero te prometió que cuando estuviese de
vuelta, tal vez en unos meses, te localizaría. Curiosamente, al rememorar
aquellos momentos, sobre algo que había sucedido hacía ya tantos años,
guardaste silencio durante un rato.
Preferí suponer que habías regresado a pensar en Nicanor
y en su cicatriz y te pregunté por el tipo. Él sí que era un verdadero mafioso.
Yo sabía que era el propio “narcocapo” y vos
me explicaste que aquel era un tipo que se había consolidado como il capo di tuti capi de la cocaína y sus
redes iban desde Maicao en Colombia pasando por Maracaibo, hasta el oriente del
país.
Tras un rato de silencio, recordaste como un par de
meses después del episodio de El Ánfora, habías vuelto a saber de Eudocia. Pero
ya esa es otro cuento que es como “el del gallo pelón” y vos lo averiguaréis
tan solo si me leéis, en mis novelas y esto te lo digo en serio usando mi
condición de “escribidor” de oficio y usando la proverbial sentencia de
Ernesto, que oiga, quien tenga oídos y quien tenga ojos, que lea, o que vea…
NOTA: 1- Niebla del
Riachuelo es un tango argentino de 1937. Su letra pertenece al
poeta y escritor Enrique
Cadícamo y su música al pianista y
compositor Juan Carlos Cobián.
2- Este relato es parte de la trama de alguna de las
novelas publicadas en Amazon por el autor quien al escribir “la Nota”, siempre recuerda
a un tal Warren, amigo de los fantásticos músicos argentinos, Les Luthiers.
En Maracaibo ya en septiembre, el día miércoles 3 del
año 2025
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