miércoles, 3 de septiembre de 2025

En “El Ánfora”

 

Fue una noche caraqueña de febrero, y vos me contarías que eran ya casi a las once, cuando con Isolda del brazo, te acercarías a una sala de presentaciones artísticas ubicada en la parte alta de la urbanización Los Chaguaramos. Era aquel un sitio muy conocido de nombre “El Ánfora dorada” donde se intentaba revivir en Caracas, los destellos de los antiguos cabarets de los años cuarenta…

Lo de los locales nocturnos de Caracas yo lo había leído en libros novelados por Oscar Yánez, creo que entre otros, recordaba el de… “Del Trocadero al Pasapoga”. Yánez había descrito toda una época cuando al país arribaban las mejores rumberas del Caribe…

Aquella noche, vos en compañía de Isolda esperabas encontrarte con un matrimonio bonchón y gastador, el periodista Francisco Berrios, y su pareja, Glenda, todos acordados para ver la atracción del momento en El Ánfora, que no era María Antonieta Pons ni una moderna Tongolele, por el contrario, el show lo protagonizaba un viejo cantante de boleros y tangos, con bisoñé y mucho panqué para disimular sus líneas de expresión. Era nada menos que don Leo Marini, conocido como “la voz que acaricia”.

Vos habías aceptado la invitación de Francisco, apodado El Kiko quien cubría eventos sociales en el diario Ultimas Noticias y en realidad estabas algo avergonzado por que unas semanas atrás habías rechazado de su mano unas entradas para asistir en primera fila a una función de ballet en el teatro Teresa Carreño. Le dijiste que tenías un examen en la universidad, pero en realidad, no te daba nota pasar varias horas viendo un ballet cuando recién estabas iniciando tu empalagoso romance con Isolda.

Ya en El Ánfora, las parejas fueron ubicadas en una mesa cerca de la orquesta al borde de la pista donde los cuatro esperaban disfrutar bien chévere la noche. Tan cerca estaban del cantante, que me dijiste podías detallar las fracturas de su maquillaje y hasta percibías el aroma a naftalina de su elegante, pero lustroso smoking.

Me explicaste que la situación había sido importante, porque sorpresivamente volverías a ver a Eudocia. En un intermedio durante la presentación y disimulando el poco interés que te inspiraban las historias diarreicas del perrito chiguagua de Glenda, vos recorrerías la concurrida sala hasta tropezarte con un hombre de faz abotagada fumando un largo tabaco y quién al girar su cara hacia la izquierda, te llegaría su recuerdo al vislumbrar la cicatriz del rostro. Era Nicanor, me explicaste, y añadiste, el proxeneta mafioso de Eudocia, la carajita que habias conocido en “el huequito frío”.

Sin prestarle mucha atención a los negocios de Kiko en Miami ni a la diarrea del perrito de Glenda, tomarías cariñosamente bajo la mesa la mano helada de Isolda, mientras tus ojos detectaban entre el humo, en la oscuridad distante a la pareja de Nicanor y Eudocia.

Sombras chinescas la destacaban detrás de un reflector. Se iba creando un cono de luz en medio del escenario, mientras la pista musical arrancaba con barcos carboneros que en la noche han de zarpar, y el humo de los cigarros creaba vetas azules de un moaré lechoso envolviendo el chorro luminoso que según me dijiste parecía simular la niebla del riachuelo, aferrada al recuerdo.

Eudocia estaba de perfil, y se volteó para quedar de espaldas. Me describiste su ubicación precisa y de cómo, al estar casi de chaflán, así me lo dijiste, la podías divisar desde tu sitio sin problemas. Ella conversaba al lado del anciano cachaco, el mismísimo scarface de tus tiempos de parrandas con tu amigo Rómulo, en tanto que Isolda ni se percataría de lo que vos estarías reviviendo aquella noche en El Ánfora, mientras LeoMarini proseguía con aquello de, de este amor para siempre me vas alejando… Con la mirada perdida en las sombras, esperaste pacientemente oyéndole balbucear llueve sobre el puente mientras tanto mi canción, llueve lentamente sobre tu desolación

Miraste como Nicanor pausadamente comenzó a levantarse de la mesa para dirigirse al baño y casi automáticamente vos hiciste el gesto de querer ir también a orinar y pediste permiso. Me dijiste entonces que en el camino hacia los servicios te acercaste a la mesa y Eudocia al verte pasar fingió no conocerte. Sólo quiero tú teléfono, le susurraste al oído, y ella te volteó la cara. Luego, no insistirías. La noche finalizaría con unos cuantos whiskys entre pecho y espalda y no transcurrirían ni dos días cuando Eudocia te llamaría por teléfono.

Me dijiste que estabas en ese momento en tu trabajo de forense en la morgue y suspendiste lo que hacías para atender su llamada. Ella dizque, melosa, te susurró que quería supieras que le había gustado volverte a ver, y sentía tener que ausentarse del país, pero te prometió que cuando estuviese de vuelta, tal vez en unos meses, te localizaría. Curiosamente, al rememorar aquellos momentos, sobre algo que había sucedido hacía ya tantos años, guardaste silencio durante un rato.

Preferí suponer que habías regresado a pensar en Nicanor y en su cicatriz y te pregunté por el tipo. Él sí que era un verdadero mafioso. Yo sabía que era el propio “narcocapo” y vos  me explicaste que aquel era un tipo que se había consolidado como il capo di tuti capi de la cocaína y sus redes iban desde Maicao en Colombia pasando por Maracaibo, hasta el oriente del país.

Tras un rato de silencio, recordaste como un par de meses después del episodio de El Ánfora, habías vuelto a saber de Eudocia. Pero ya esa es otro cuento que es como “el del gallo pelón” y vos lo averiguaréis tan solo si me leéis, en mis novelas y esto te lo digo en serio usando mi condición de “escribidor” de oficio y usando la proverbial sentencia de Ernesto, que oiga, quien tenga oídos y quien tenga ojos, que lea, o que vea…

NOTA: 1- Niebla del Riachuelo es un tango argentino de 1937. Su letra pertenece al poeta y escritor Enrique Cadícamo y su música al pianista y compositor Juan Carlos Cobián.

2- Este relato es parte de la trama de alguna de las novelas publicadas en Amazon por el autor quien al escribir “la Nota”, siempre recuerda a un tal Warren, amigo de los fantásticos músicos argentinos, Les Luthiers.

En Maracaibo ya en septiembre, el día miércoles 3 del año 2025


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