martes, 26 de agosto de 2025

Escribir y reescribir

 

Estaba releyendo un artículo publicado en 2013, donde decían que: “La manera en la que un escritor corrige sus propios textos puede definir una postura en relación con su oficio y la literatura” y me pareció un tema interesante pues en ocasiones (https://surl.lu/jbkkrb) hemos discutido en este blog (lapesteloca) sobre el oficio de escribir (https://surl.li/mudsol) literatura.

Lo que parece ser muy cierto, es que el poder de la lectura reside en la capacidad para abrir un texto, leerlo y hacerlo propio, pues siempre será el lector quien habrá de interpretar y darle sentido a lo que lee. Por eso, la importancia de ese momento cuando el escritor se coloca frente a lo ya escrito y antes de llevarlo a la imprenta se decide y re-lee sus textos... 

En este sentido, podemos recordar a Gustav Flaubert quien decía que escribir significa reescribir”. El mejor “órgano de control” de la escritura es la reescritura. Flaubert afirmaba: “Escribir significa reescribir”, y en una carta a Louise Colet comentaba: “Hoy me he pasado ocho horas corrigiendo cinco páginas y creo que he trabajado bien”. 

La reescritura y la corrección son las obsesiones principales del escritor, que trata de guiar el libro hacia un centro, hacia una perfección que es irrenunciable e inalcanzable a la vez.

Bastaría con pensar en otro francés Proust, quien enviaba las pruebas de galera a Gallimard y estas regresaban no ya con correcciones, sino llenas de anotaciones y agregados; como si al texto original se le superpusiera siempre otro y ninguna palabra pareciera ser nunca definitiva... Quizás pudiésemos entender que siempre con todo su nombre Valentín Louis Georges Eugène Marcel Proust Weil, andaría siempre “En busca del tiempo perdido

Sin embargo, existen escritores convencidos de que se trata de un 90% de trabajo y un 10% de inspiración… Es que existe siempre un problema… ¿Cómo evitar el riesgo de corregir demasiado quitándole al cuento, la novela o al poema esas impurezas que muchas veces tienen que ver con lo verdadero, con la creación literaria… Si son lo real y verdadero, uno se preguntaría, entonces… ¿Para qué quitarle lo que se piensa son “impurezas”? ¿No serán estas efectivamente las palabras más adecuadas?  

Borges era el escritor que buscaba aquella palabra, la más adecuada, la que ya no admitía ser cambiada por otra, y existen otros escritores si hablamos precisamente de argentinos como Cesar Aira, Raúl Damonte Botana (Copi), Osvaldo Lamborghini quienes creen en la conocida frase de “primero publicar y después escribir”. Borges publicaba aparentemente abandonando, al menos provisoriamente, la búsqueda de ese término “perfecto”, mientras que el proyecto narrativo de Aira en gran medida pareciera apoyarse en la idea de olvidar lo escrito casi inmediatamente después de haberlo terminado.

Martín Kohan es otro escritor argentino contemporáneo, cuya obra abarca once novelas, cinco libros de cuentos y diez de ensayos; es Kohan un escritor de prolijos cuadernos que  no concibe escribir sin ir corrigiendo sobre la marcha mientras que Viviana Irene Lysyj (1958) dentro de la narrativa argentina en el campo de la literatura erótica, examina la narración mucho tiempo después de haber comenzado su trabajo como si fuera una enorme piedra que debe cincelar, mientras avanza un poco a ciegas, hasta cuando llega al final.

García Márquez escribía y corregía, corrigiendo y escribiendo hasta que su agente literario le imprimía el manuscrito, casi a la fuerza: “Un libro no se termina se abandona” afirmaba, muy de mala gana el Gabo cuando lo entregaba a su destino. Son todos estos, diversos mecanismos muy diferentes que pueden utilizarse para enfrentar la corrección de los manuscritos de escribidores de oficio con sus distintas manías. Dostoievski escribía día y noche, en cambio T. S. Eliot sólo un par de horas: “He descubierto que más de tres horas no funciona”. Como mucho pulo un poco el texto. Cuando me he pasado de las tres horas, nunca he producido cosas satisfactorias. Es mejor dejarlo ahí y dedicarse a otra cosa”.

Hay quien goza corrigiendo, porque de repente le gusta algo que escribió y se atreve a enfrentar cada frase ya en el papel, sin temores, quizás a la pesca de lo que en un momento le pareció perfecto y le sorprenderá no haberlo logrado. El escritor italiano Francesco Piccolo propone en un libro, hacer un recorrido ligero de equipaje por los métodos y las manías de Balzac, Hemingway, Claudio Magris, Ian McEwan, Thomas Mann, Marcel Proust, Gabriel García Márquez, Paul Valéry, Kafka, Sartre, Georges Simenon, William Faulkner, Marguerite Duras, Mark Twain, Raymond Carver, Italo Calvino y Gustave Flaubert, entre otros escritores. El libro, según plantea el autor en el prólogo, nació de un deseo íntimo. “Sentía la necesidad de reunir una documentación práctica para mostrar que el oficio de escribir tiene sus reglas y no se parece en nada a esa imaginería de colegial tan falsa.”

Abandonar lo que se ha escrito para alejar el juicio, para poderlo mirar después con una mirada distinta, es otro método eficaz de reescritura: es, como si el manuscrito se modificase con el alejamiento obtenido por el andar del tiempo. Lo interesante siempre será que la manera de corregir lleve consigo una reflexión sobre el lenguaje y la propia práctica, aunque a veces se trate de una postura, frente a la literatura.  

Gina Lagorio, (1922-2005) fue una escritora italiana que recibió el Premio Rapallo Carige por Golfo del Paradiso en 1987,  de quien se dice que seguía reescribiendo obsesionada por un adjetivo, por una “limpieza” infinita:“Me tienen que arrancar el manuscrito a la fuerza, llevarlo corriendo a la editorial e impedirme que lo mire por última vez”. El nigeriano Chinua Achebe tenía un método más sencillo: escribía una frase y luego escuchaba como sonaba. Si no sonaba bien, la rehacía hasta que quedara satisfecho. Solo entonces pasaba a la siguiente.

La mujer del escritor francés Louis-Ferdinand Céline (1894-1961) confirmaría de alguna manera que la enfermedad del escritor francés dependía de la insatisfacción que sentía al escribir. Ya no comía casi. Se saltaba los almuerzos y las cenas. Su vida, sus últimas energías, las gastaba en el trabajo. Escribía en las pocas horas matutinas de alivio que le dejaban las migrañas cada vez más fuertes. Nunca se quedaba contento con lo que hacía. Volvía a escribir diez, veinte veces el mismo capítulo. Siempre en busca del ritmo musical perfecto…

Martin Amis va aún más lejos:  Re escribir es volver a mirar continuamente lo que se ha escrito tratando de descubrir algo nuevo. La reescritura y la corrección son las obsesiones principales del escritor, que trata de guiar el libro hacia un centro, hacia una perfección que es irrenunciable e inalcanzable a la vez.

Abandonar lo que se ha escrito para alejar el juicio, para poderlo mirar después con una mirada distinta, es otro método eficaz de reescritura: es como si el manuscrito se modificase con el alejamiento obtenido por el andar del tiempo. La cosa no acaba ahí. Se puede seguir trabajando con el texto, siempre que cada intervención sea una diversión, el saber que todavía le falta algo a ese texto, siempre les falta algo a todos los textos, pero no se sabe el qué, aunque está agazapado en alguna parte.

Maracaibo, martes 26 de agosto del año 2025

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