Estaba releyendo un artículo
publicado en 2013, donde decían que: “La
manera en la que un escritor corrige sus propios textos puede definir una
postura en relación con su oficio y la literatura” y me pareció un tema
interesante pues en ocasiones (https://surl.lu/jbkkrb) hemos
discutido en este blog (lapesteloca)
sobre el oficio de escribir (https://surl.li/mudsol) literatura.
Lo que parece ser muy cierto, es
que el poder de la lectura reside en la capacidad para abrir un texto, leerlo y
hacerlo propio, pues siempre será el lector quien habrá de interpretar y darle
sentido a lo que lee. Por eso, la importancia de ese momento cuando el escritor
se coloca frente a lo ya escrito y antes de llevarlo a la imprenta se decide y
re-lee sus textos...
En este sentido, podemos recordar a Gustav Flaubert quien decía que “escribir significa reescribir”. El mejor “órgano de control” de la escritura es la reescritura. Flaubert afirmaba: “Escribir significa reescribir”, y en una carta a Louise Colet comentaba: “Hoy me he pasado ocho horas corrigiendo cinco páginas y creo que he trabajado bien”.
La reescritura y la corrección son las obsesiones principales del escritor, que trata de guiar el libro hacia un centro, hacia una perfección que es irrenunciable e inalcanzable a la vez.Bastaría con pensar en otro francés
Proust, quien enviaba las pruebas de
galera a Gallimard y estas regresaban no ya con correcciones, sino llenas de
anotaciones y agregados; como si al texto original se le superpusiera siempre
otro y ninguna palabra pareciera ser nunca definitiva... Quizás pudiésemos
entender que siempre con todo su nombre Valentín Louis Georges Eugène Marcel Proust Weil, andaría siempre “En busca del tiempo perdido
Borges era el escritor que buscaba
aquella palabra, la más adecuada, la que ya no admitía ser cambiada por otra, y existen otros escritores si
hablamos precisamente de argentinos como Cesar
Aira, Raúl
Damonte Botana (Copi),
Osvaldo Lamborghini quienes creen en
la conocida frase de “primero publicar y después escribir”. Borges publicaba aparentemente
abandonando, al menos provisoriamente, la búsqueda de ese término “perfecto”,
mientras que el proyecto narrativo de Aira
en gran medida pareciera apoyarse en la idea de olvidar lo escrito casi
inmediatamente después de haberlo terminado.
Martín
Kohan es otro escritor argentino contemporáneo,
cuya obra abarca once novelas, cinco libros de cuentos y diez de ensayos; es Kohan un escritor de prolijos
cuadernos que no concibe escribir sin ir
corrigiendo sobre la marcha mientras que Viviana Irene Lysyj (1958) dentro de la narrativa argentina en el campo de
la literatura erótica, examina la narración mucho tiempo después de
haber comenzado su trabajo como si fuera una enorme piedra que debe cincelar,
mientras avanza un poco a ciegas, hasta cuando llega al final.
García Márquez escribía y
corregía, corrigiendo y escribiendo hasta que su agente literario le imprimía
el manuscrito, casi a la fuerza: “Un libro no se termina se abandona”
afirmaba, muy de mala gana el Gabo cuando lo entregaba a su destino. Son todos estos, diversos
mecanismos muy diferentes que pueden utilizarse para enfrentar la corrección de
los manuscritos de escribidores de oficio con sus distintas manías. Dostoievski escribía día y noche, en cambio T. S.
Eliot sólo un par de horas: “He
descubierto que más de tres horas no funciona”. Como mucho pulo un poco el texto. Cuando me he pasado de las tres
horas, nunca he producido cosas satisfactorias. Es mejor dejarlo ahí y
dedicarse a otra cosa”.
Hay quien goza corrigiendo, porque
de repente le gusta algo que escribió y se atreve a enfrentar cada frase ya en
el papel, sin temores, quizás a la pesca de lo que en un momento le pareció
perfecto y le sorprenderá no haberlo logrado. El escritor italiano Francesco
Piccolo propone en un libro, hacer un recorrido ligero de equipaje por los
métodos y las manías de Balzac, Hemingway, Claudio Magris, Ian McEwan, Thomas
Mann, Marcel Proust, Gabriel García Márquez, Paul Valéry, Kafka, Sartre,
Georges Simenon, William Faulkner, Marguerite Duras, Mark Twain, Raymond
Carver, Italo Calvino y Gustave Flaubert, entre otros escritores. El libro,
según plantea el autor en el prólogo, nació de un deseo íntimo. “Sentía la necesidad de reunir una
documentación práctica para mostrar que el oficio de escribir tiene sus reglas
y no se parece en nada a esa imaginería de colegial tan falsa.”
Abandonar lo que se ha escrito
para alejar el juicio, para poderlo mirar después con una mirada distinta, es
otro método eficaz de reescritura: es, como si el manuscrito se modificase con
el alejamiento obtenido por el andar del tiempo. Lo interesante siempre será que la manera de corregir
lleve consigo una reflexión sobre el lenguaje y la propia práctica, aunque a
veces se trate de una postura, frente a la literatura.
La mujer del escritor francés Louis-Ferdinand Céline (1894-1961) confirmaría de
alguna manera que la enfermedad del escritor francés dependía de la
insatisfacción que sentía al escribir. Ya no comía casi. Se saltaba los
almuerzos y las cenas. Su vida, sus últimas energías, las gastaba en el
trabajo. Escribía en las pocas horas matutinas de alivio que le dejaban las
migrañas cada vez más fuertes. Nunca se quedaba contento con lo que hacía.
Volvía a escribir diez, veinte veces el mismo capítulo. Siempre en busca del
ritmo musical perfecto…
Martin Amis va aún más
lejos: Re escribir es volver a mirar
continuamente lo que se ha escrito tratando de descubrir algo nuevo. La
reescritura y la corrección son las obsesiones principales del escritor, que
trata de guiar el libro hacia un centro, hacia una perfección que es
irrenunciable e inalcanzable a la vez.
Abandonar lo que se ha escrito
para alejar el juicio, para poderlo mirar después con una mirada distinta, es
otro método eficaz de reescritura: es como si el manuscrito se modificase con
el alejamiento obtenido por el andar del tiempo. La cosa no acaba ahí. Se puede
seguir trabajando con el texto, siempre que cada intervención sea una
diversión, el saber que todavía le falta algo a ese texto, siempre les falta
algo a todos los textos, pero no se sabe el qué, aunque está agazapado en
alguna parte.
Maracaibo, martes
26 de agosto del año 2025
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