En estas conversaciones sobre el quehacer literario, aunque ya están a
punto de terminar, no hemos dicha nada aun, sobre el uso del llamado monólogo interior puede ofrecerle al
escritor una capacidad intimista que lo conecte psicológicamente con el lector.
Si el escritor habla consigo mismo establecerá una especie de soliloquio y esto
puede parecerse más bien a un monólogo, pero en el monólogo interior nadie
habla.
Si hablamos del llamado monólogo interior, o corriente del pensamiento,
esta especie de riada de ideas puede ser traducida al lenguaje escrito y las
palabras y frases pueden ser vistas como ideas dispersas, sin sentido o
caóticas, sin embargo, la traducción del mismo servirá para señalar que este
discurso interno estará siempre dirigido por el inconsciente y se rige por
asociación de ideas. En realidad, lo que se pretende es escribir en palabras un
fenómeno normal de la mente humana. No hay que olvidar que el cerebro es como
una máquina que mientras estemos vivos, hasta donde conocemos, nunca deja de
funcionar, no cesa de trabajar ni siquiera cuando dormimos y una prueba de esto
son los sueños.
El cerebro estará siempre hablando y no podremos hacerlo callar. Dujardin en “Han
cortado los laureles” fue el primero en usar la técnica
del monólogo interior que luego en el siglo XX Jamen Joyce lo
haría magistralmente en el “Ulyses”. La lectura de un
monólogo interior puede resultar inquietante e incómodo, y es que precisamente
por ello, escribirlo es pasearse por el lado oscuro, posiblemente inhóspito de
la mente pues se trata de que el escritor plasme en letras lo que atraviesa por
la región del inconsciente.
En el fondo, estos procedimientos del escritor al crear secuencias de
palabras que son reflejos de su inconsciente, se pueden semejar a lo que es la
creación poética, o lo que se logra expresar en una pintura. Es poner por
escrito la parte más de artista con poner en palabras el yo interior, ese que
comenzó a vislumbrarse con el psicoanálisis. El oscuro territorio de los sueños
es atisbado desde el monólogo interior y puede transformarse en una especie de
escritura automática.
Otros escritores también como Joyce han utilizado con
excelencia esta técnica, Luís Martín
Santos, William Faulkner, Miguel Delibes, Virginia Wolf y algunos
otros han usado la técnica con grandes ventajas, no solo de la mayor
verosimilitud que se le da al texto, sino que logra crear una especie de nexo
entre el escritor y el lector a través de los personajes cuya vida interior es
cada vez mejor conocida por la existencia de curiosos registros lingüísticos
utilizados adecuadamente. Cito nuevamente Rosa Montero en “La
loca de la casa”: “Estoy convencida de que por las noches
cuando nos dormimos y empezamos a soñar, entramos en realidad en otra vida, en
una existencia paralela que guarda su propia memoria, su causalidad
enrevesada”…”ambas cosas, los sueños y las novelas, surgen del mismo estrato de
la conciencia”.
Es importante recordar la novela “Tiempo de silencio”, ya
que ésta viene a ser el primer intento sólido de ruptura con la estética
realista en la literatura de España, entendiendo que en la novela de Luis Martín-Santos hay una profunda reflexión sobre la
realidad socio-cultural española, desde el hombre humilde e inculto hasta las
clases sociales profesionales y ésta todavía conserva en su interior el germen
de una atmósfera naturalista que viene de la posguerra. “Tiempo
de silencio” fue publicada en 1962 con veinte páginas
censuradas por el franquismo, y la edición definitiva salió en 1981.
El autor innovaría en esta novela, utilizando tres personas narrativas,
el monólogo interior, la segunda persona y el estilo indirecto libre,
procedimientos narrativos que venían ensayándose en la novela europea desde
James Joyce pero que eran ajenos al realismo social usado en la época. Todo
ello contribuye a lo que el propio Luis
Martín-Santos llamaría "el
realismo dialéctico". La novedad de “Tiempo
de silencio” parece estar más en su forma y su estructura, en
la técnica narrativa y en particular en su lenguaje, todas éstas cosas y
bastante menos en su contenido”.
Es novelística en español, por ello, es necesario señalar que la irrupción de Vargas Llosa, va a ser, sin duda para la novela de habla hispana, más determinante que la ya comentada novela de Martín-Santos. Vendrá a acontecer lo que Emir Rodríguez Monegal en 1972 denominaría “el boom”, un fenómeno que obedeció a una corriente que creo una especie de desintegración del canon novelesco que se daba en aquellos años sesenta. La concesión en 1962 del Premio Biblioteca Breve a Mario Vargas Llosa, dará, en gran medida su inserción en el panorama de la novela peninsular. En detalle, es interesante entender que hablamos de un peruano Vargas Llosa, dos cubanos Guillermo Cabrera Infante y Alejo Carpentier, un argentino Julio Cortázar, un colombiano Gabriel García Márquez, un mexicano Carlos Fuentes, y un venezolano Adriano González León, ocho novelistas quienes rellenaron un segmento que va desde 1962, hasta 1969, el cual viene a cerrar José Donoso con su novela Coronación.
Para llegar a un feliz término en la creación literaria, será necesario
conciliar tres cosas fundamentales: paciencia, confianza y tiempo. Estas tres
palabras tienen que ser realidades básicas y fundamentales. Ellas solo se
asimilarán con el ejercicio de otra virtud capital, la disciplina. Estas
virtudes que deberán irse consolidando en el tiempo, tendrán que ser examinadas
concienzudamente y finalmente aceptadas si se quiere emprender la tarea de
escribir como oficio.
Quien se propone a escribir una novela debe entender que él se ha de
trasformar en un creador. Él tendrá que poseer una imaginación fértil que logre
inventar situaciones y episodios de los que él mismo estará consciente, pero de
los que puede ser que no tenga muy claras las motivaciones de su creación,
estas usualmente le llegarán desde muy adentro de sí mismo, y representan la
voz de su inconsciente. Como hacen los buenos actores cuando tienen que
representar a ciertos personajes y para poder hacerlo magistralmente entran en
un estado de concentración muy particular, un trance que podría verse como de
locura puesto que deben dejar de ser ellos mismos, así como quien padece una
especie de rapto de esquizofrenia transitoria, durante la creación literaria el
escritor deberá lograr un estado de búsqueda entre ser él mismo y ser a la vez
otro, u otros, los personajes de su obra.
El escritor necesita vivir dentro de sus personajes, pensar como ellos,
sufrir, amar y hasta morir con ellos. Lograr esto y ponerlo por escrito con
niveles de excelencia no es tarea fácil. Hay algo especial que diferencia al
escritor del actor, es su pasión por la palabra escrita, por el lenguaje
literario. La creación literaria es una labor individual, y ella va a depender
de procesos introspectivos personales que a su vez deberán ser extrovertidos en
palabras escritas, algo más difícil aún.
Ante los miedos y las dudas pueden muchas cosas querer emerger del
inconsciente, y el escritor necesitará dejar que fluyan, que los fantasmas
afloren, que broten esas ideas ocultas hasta comprender que la novela, no es
tanto de quien la escribe, deberá ser más bien de los personajes que por ella
transitan, y el escritor como amanuense gratuito, irá traduciendo y plasmando
en letras sobre páginas en blanco o rayadas, lo que sus personajes les muestren
al ir viviendo. Al final el producto deberá ser más de los lectores que de sus
autores… Esta es una opinión personal y hay muchas de estas cosas que están
escritas previamente en este blog (lapesteloca), que han valido para concluir hoy estas reflexiones sobre la
creación literaria.
En Maracaibo el jueves 23 de
octubre del año 2025
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