sábado, 18 de octubre de 2025

Nobel del 2025 en Fisiología o Medicina y en Física

 

En Seattle, el lunes 6 de octubre de 2025, la doctora Mary E. Brunkow, como muestra la fotografía, se emocionaba al enterarse de que ganó el Premio Nobel de Medicina por su trabajo sobre la tolerancia inmune periférica,

En Seattle, el lunes 6 de octubre de 2025, la doctora Mary E. Brunkow, como muestra la fotografía, se emocionaba al enterarse de que ganó el Premio Nobel de Medicina por su trabajo sobre la tolerancia inmune periférica. Cabe destacar el perfil de Mary Brunkow —la única mujer galardonada con un Nobel de Ciencias en 2025 —que contrasta mucho con el modelo del investigador que acumula publicaciones, y cargos: cuenta con apenas 34 artículos publicados, lo que no ha sido obstáculo para su magnífico éxito científico.

El Premio Nobel de Fisiología o Medicina de 2025 ha sido concedido a Mary E. Brunkow, Fred Ramsdell y Shimon Sakaguchi, tres científicos que realizaron descubrimientos fundamentales sobre un mecanismo esencial para la vida: la tolerancia inmunitaria periférica, el sistema que actúa como freno del sistema inmune e impide que este se vuelva contra el propio cuerpo. Los galardonados identificaron las “células T reguladoras”, que funcionan como los guardias de seguridad del sistema inmunológico y evitan que las células inmunes ataquen nuestro propio cuerpo.

En campos distintos, los Nobel de este año celebran una misma intuición: que la realidad, ya sea cuántica, o biológica, no se rige por líneas rectas ni respuestas simples. Que la ciencia no avanza por acumulación, sino por imaginación. Frente a un mundo que tiende a simplificar lo complejo, a reducir la vida a métricas, algoritmos o jerarquías, estos descubrimientos nos recuerdan que el conocimiento verdadero nace de la creatividad, de las grietas del conocimiento y de la cooperación.

En una época marcada por la fragmentación, la guerra y la obsesión por el rendimiento, estos premios apuntan hacia otra forma de esperanza: una ciencia guiada por el optimismo creativo y el bien común, que mire más allá del cálculo y se atreva a imaginar un mundo compartido. Porque, como nos reveló, la hoy tan vigente Hannah Arendt, solo cuando pensamos y actuamos con los demás, la inteligencia se convierte en humanidad.

Este año 2005 se cumple un siglo desde que la Física descubrió que, en el corazón de la materia, la realidad ya no obedecía las leyes del sentido común; en escala diminuta de átomos y moléculas, el mundo reveló una lógica distinta, a los moldes trazada por Galileo y por Newton. la teoría cuántica célebre por sus paradojas, de cómo que las partículas pueden comportarse también como ondas, y que pueden existir simultáneamente en varios estados y pueden entrelazarse, sin importar la distancia que las separe…

En mecánica cuántica, el efecto túnel es un fenómeno por el que una partícula viola los principios de la mecánica clásica penetrando una barrera de potencial o impedancia mayor que la energía cinética de la propia partícula. El túnel cuántico ocurre cuando una partícula atraviesa directamente una barrera que, según la física clásica, sería infranqueable. El Premio Nobel de Física de este año ha sido concedido a tres científicos -John Clarke, Michel H. Devoret y John M. Martinis- por haber llevado uno de los fenómenos más extraños del mundo cuántico, el efecto túnel, a la escala humana.

Es como lanzar una pelota contra una pared y verla aparecer intacta al otro lado, sin que la pared sufra el menor daño. Este fenómeno, que está en la base del funcionamiento de los transistores -los diminutos mecanismos que hacen posible los algoritmos de la inteligencia artificial-, suele desvanecerse en sistemas más grandes. Sin embargo, en una serie de experimentos realizados en la Universidad de California, Berkeley, entre 1984 y 1985, Clarke, Devoret y Martinis demostraron que el efecto podía manifestarse a escalas mayores.

Los tres investigadores diseñaron circuitos electrónicos basados en superconductores, materiales capaces de conducir la corriente eléctrica sin resistencia. Sus dispositivos, unos chips que cabían en la palma de la mano, contenían componentes superconductores separados por una delgada capa aislante: esta es una configuración conocida como unión Josephson, en honor al físico Brian Josephson, que la había propuesto en 1962.

Mediante una medición exhaustiva de las propiedades de estos circuitos, Clarke, Devoret y Martinis demostraron que los electrones en el sistema se comportaban como si fuesen una sola entidad cuántica, atravesando colectivamente la barrera y llenando todo el circuito.

Al emplear la superconductividad -otra de las propiedades más sorprendentes descubiertas por la física moderna-, estos científicos mostraron cómo, bajo ciertas condiciones, la naturaleza puede romper de nuevo las reglas del sentido común y dar lugar a propiedades emergentes imposibles de explicar con una lógica simple y reduccionista de causa y efecto lineal, pero que solo tienen explicación cuando se tienen en cuenta los efectos colectivos de millones de átomos.

Con estos descubrimientos, la física empezó a domesticar las rarezas del mundo cuántico y a convertirlas en herramientas tecnológicas, aunque para ello usara propiedades que seguían la nueva lógica de la emergencia, de lo colectivo. Aquello sentó las bases de los actuales avances en la computación cuántica. No por casualidad, tanto Devoret como Martinis han trabajado en los proyectos de ordenadores cuánticos de Google, cuyos chips cuánticos se basan en sus descubrimientos.

Google presume de contar con cinco premios Nobel entre sus colaboradores y empleados -incluidos tres en los dos últimos años- junto a figuras como Demis Hassabis, John Jumper y Geoffrey Hinton.

Maracaibo, sábado 18 de octubre del 2025

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