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Manuel
Serrano Martínez es el autor
de este trabajo ya publicado en El País (España) el 12/10/2025, que reproduzco aquí para el blog lapesteloca
y se inicia de esta manera:
-“Cuarenta y siete años antes de la revolución
bolchevique de octubre de 1917, cuando Fiódor Dostoievski empieza
a escribir 'Los demonios', la novela que narra un movimiento incipiente clandestino que
pretende el poder amparado en la aparente sensiblería de la gente que lo admite
todo.
La fuerza esencial con la que se transmite el
proceso de usurpación es la vergüenza sentida por el pueblo ante la opinión
propia porque ha sido convencido de que no tiene nada que decir, y lo que puede
expresar no significa absolutamente nada ante aquellos que tienen las ideas. La
gente allí no tiene capacidad para mostrar ni una sola idea propia
aprovechable.
La propuesta definitiva era: “Una décima parte de los seres humanos disfrutarán de una libertad individual y de un derecho ilimitado sobre las nueve partes restantes. Estas nueve partes perderían su personalidad, convirtiéndose en una especie de rebaño (mediante la reeducación de generaciones enteras), y, mediante la sumisión ilimitada, alcanzarían tras una serie de transformaciones desde su inicial candidez, algo así como un paraíso primitivo, aunque, por lo demás, habrían de trabajar.”
Inadvertidamente se han instalado de una forma
natural estas formas de nihilismo en nuestro modo de vivir occidental. El
nihilismo –nada tiene valor, a nada se ha de tomar apego– es el contenido
habitual oculto en el discurso político. Ya en el inicio de estas ideas
nihilistas se llega afirmar que la vida humana solo sirve para destruir lo
establecido, como causa justa además. Por las mismas fechas, Nietzsche proclama
el sentido extramoral del bien y del mal. Y ahora solo somos sensibles,
relativamente muchas veces, al sufrimiento cuando nos afecta directamente. Así no
merece la pena vivir, se piensa. Es el nihilismo aplicado a la propia existencia.
La cultura humana de relación ha sido destruida por
pérdida de su valor, y no es asunto considerado en la controversia política,
que se reduce a señalar lo inadecuado para unos del comportamiento de otros.
Nadie tiene un discurso en el que se use la razón constructiva, y de ese modo
predomina la destrucción de lo establecido. Mientras tanto, la democracia se
reduce a convocar a los habitantes de un territorio, desconectados entre sí, a
emitir un voto visceral en la mayor parte de los casos, o un voto útil en el
resto por falta del concepto del valor. No se debate en público cuál ha de ser
el rumbo de la sociedad ni qué valores se defienden. Es la democracia
denunciada por Sócrates.
Sometido y en silencio, el pueblo no tiene nada que
decir. Hay intérpretes sociales, la prensa, sobre todo lo que queda de prensa
consciente de su verdadero papel, cuando se prescinde de lo utilitario e
ideológico. «Nueve décimas partes de la sociedad están condenadas al silencio»,
como escribió Dostoievski. Nos consolamos con los vídeos de las improductivas
redes sociales que circulan haciéndonos creer que alguien les hará caso alguna
vez. No sirven de nada salvo para consagrar una inútil división, o para
provocar la risa y diversión que evita pensar en lo que se debate por debajo de
nuestros pies.
Cien
años más tarde de 'Los Demonios', en
1970, el Club de Roma con Donella y Denis Meadows, J. Randers y W.W. Beheren
elaboraron el informe del MIT publicado como 'Los límites del crecimiento',
que, con sus profecías matemáticas de la vida en la Tierra, ha progresado con
una ulterior corrección hacia la Agenda 2030, de la que se habla mucho, pero se
sabe poco, aunque sea de obligado cumplimiento en las democracias occidentales,
(entre ellas España). En realidad, más de nueve décimas partes de la población
no sabe que la limitación de nacimientos es uno de sus principales objetivos
mundiales. Una décima parte de la población manipula las conciencias del resto
para que lo que es una siega de vidas antes del nacimiento parezca un regalo
con el que tenemos que estar contentos. Como sería la sumisión de una criatura
irracional a la que le acarician el lomo con una ternura atroz. Y lo mismo
respecto a cada uno de “los nuevos derechos” concedidos
para que todas las ocurrencias se consideren atendidas por la décima parte
dirigente, y les permitan seguir su programa de dominio.
Es tan importante este objetivo del aborto, oculto
bajo el epígrafe de “salud reproductiva” (Meta 3.7 de la Agenda 2030), que España,
después de Francia, está empeñada en blindarlo en la Constitución. Es decir, un
derecho constitucional consagrado, y que se pondrá más empeño en cumplirlo que
en promover el pleno empleo o el acceso a la vivienda o la igualdad de todos
los ciudadanos ante la ley. Pero con esta perspectiva no existe duda de que la
muerte provocada de criaturas en el útero materno es una legalidad solo
aparente porque le falta la corona de la ética. Es una incitación a una
deshumanización de la relación humana, una alienación antagónica del hombre y
de la mujer que se convierten en extraños conectados solamente por el deseo.
El iluminado dirigente se permite incluso el lujo
de decir cuándo hay vida humana y cuándo no, pero es obvio empíricamente que
casi antes de que la madre sepa que está embarazada ya existe latido fetal y
desarrollo biológico impulsado por una fuerza misteriosa. La manipulación
positivista ha convencido a la gente de forma inadvertida que la vida es
únicamente la vida biológica. Por eso, se concluye que si la vida es sólo biología es solo material, y por lo tanto
manipulable y prescindible. Pero no. La vida es lo oculto que sostiene a la
biología, no es la biología. La vida es lo que merece respeto en la existencia
humana. Y el respeto es consecuencia de la dignidad irrenunciable que cada uno
de nosotros sabe que tiene, y que es patente en el resto de los hombres y de
las mujeres, y negarlo es un modo nihilista de enfocar la relación social
Quisiera que en algún momento se inicie una contrarrevolución cultural
que vuelva a dar valor a la relación humana constructiva y sinceramente
dialogante, que se trate de curar el cáncer de la destrucción nihilista de la
sociedad. Es verdadero, para empezar, que la relación humana tiene un valor de
participación. De hecho, la sociedad es una prolongación de una relación yo-tú
que construye interiormente, que edifica y constituye un nosotros
verdaderamente conectado por el amor. Partiendo de aquí, la sociedad se
agruparía alrededor de intereses de valor humano, que debería ser el contenido
de la política; la participación política es una virtud humana que hace una
sociedad democrática en su sentido genuino. La consecuencia de esto es una
expresión que hace años que no resuena en ninguno de los partidos que intentan
gobernarnos: el bien común.
Manuel
Serrano Martínez es el autor de este trabajo publicado en El País (España) el 12/10/2025, es doctor en Medicina, especialista en Medicina Interna y máster en
Humanidades, quien desarrolla su trabajo de investigación y en el diseño de
medicamentos de nueva generación comunes para enfermedades oncológicas y
procesos biológicos de senectud. Manuel
Serrano Martínez ha sido Profesor en la Universidad de Navarra y en la Universidad
Alfonso X el Sabio. Su experiencia médica se ha desarrollado en la Clínica
Universitaria de Navarra, en el Mount Sinai Hospital de Nueva York, en el
Servicio Navarro de Salud y en el Hospital La Luz de Madrid. Manuel Serrano tiene reconocimiento
internacional en el campo de la escritura ya que es autor de libros de
Medicina, como “Los últimos días: la
razón y practica de los cuidados paliativos”, “El origen del cansancio” (E-Book), “El hombre ante la vejez”.
Maracaibo, el viernes 24 de octubre del año 2025 de este
siglo XXI