miércoles, 4 de mayo de 2022

BORGES


BORGES

Ya en el mes de agosto 2016 habíamos señalado cómo en una ocasión Víctor Bravo, había comparado a Jorge Luis Borges con Lewis Carroll, recordando cómo es que podemos ser soñados por otros, y que es posible invertir la causalidad; así igualmente el poeta y ensayista venezolano admitía que la paradoja puede crear mundos extraños, aunque estén ellos íntimamente ligados a las lógicas cosas de este mundo (https://bit.ly/38op2pC). Tan solo un año después, en diciembre del 2017, nuevamente hablamos en este blog sobre las siete conferencias de Jorge Luis Borges que están publicadas en la revisión hecha por su amigo Roy Bartholomew (https://bit.ly/3rJShtC).

La diafanidad en Borges es absoluta. Lo prístino e impoluto de la sencillez en la escritura de sus textos, es meridiana, aunque puede que como Mallarme poeta misterioso, sus historias en ocasiones parecieran nacer de un registro expresado por aquel muchacho de Fray Bentos, El Memorioso Funes. Pero los textos de Borges son diáfanos, y siempre será notoria la profunda sencillez escritural del creador del Aleph y de tantos laberintos y bibliotecas como de espejos, posiblemente su modelo fundamental tanto en el plano temático como estructural (https://bit.ly/3OxjgT4).

Pero, para Borges, el tango era otra cosa. El tango era la música con un sentimiento de nostalgia que no invadía su espíritu en el recuerdo de un antiguo amor, sino quizás, la música le llevaba (https://bit.ly/3EM22No) a añorar una ciudad que se le perdía en el olvido. A Borges por otra parte, le gustaba el blues. El estilo de “los bluseros”, según destacaba el padre de Bioy Casares, era muy parecido al del criollo donde muchas veces se terminaba la música en riñas sangrientas; el blues se percibía también en ambientes dónde sobre la figura del compadrito se edificaría la cultura del tango. De tal manera que la milonga para Borges, resultaba otra cosa y para cuando él empezó a escribir sobre ella, literaria y afectivamente, la milonga, el compadrito y el arrabal, fueron temas que lo conectarían directamente con la historia misma del tango.

Si bien de manera general los escritores piensan y se expresan a través de imágenes, (https://bit.ly/2VMzMYd) hay escritores que piensan y son capaces de expresarse usando abstracciones. Ya sabemos que “abstraccionismo” es una palabra que se usa para calificar al Arte Abstracto; el Abstraccionismo, es un movimiento artístico que resultaría del impresionismo, donde la forma y el color tienen un papel muy importante. Lo usual para describir las cosas que la gente experimenta a través de sus sentidos es usar palabras concretas. Cuando las palabras son abstractas y se refieren a sentimientos intangibles, estos pueden pasar por la mente del lector sin que exista una respuesta sensorial. En lograr este fenómeno, Jorge Luis Borges es un experto. Borges retoma la idea clásica de que la literatura y el arte son un espejo de la vida. “Al presente no vemos a Dios sino como en un espejo, y bajo imágenes oscuras: pero entonces le veremos cara a cara”. 

Jorge Luis Borges es un heredero prodigioso de la tradición del ensayismo inglés, pero su obra suele definirse en función de los laberintos y los espejos, visión ésta que él mismo fomentó “A los espejos, laberintos y espadas que ya prevé mi resignado lector”. El miedo a los espejos aparece en la vida de Borges antes que en su literatura. Al respecto existen múltiples testimonios, tanto de él mismo como de sus biógrafos, de cuanto los espejos le obsesionaron en su niñez. Pero Borges, más allá de sus juegos con el tiempo y con lo infinito, habría de reafirmarse como lector. Sus juegos filosóficos le ayudaron a pensar la experiencia literaria como un fenómeno cuyo centro reside en la emoción de un “yo” anónimo e impersonal que caracteriza la experiencia que da origen al pensar. No es literatura que abarca a la filosofía sino su capacidad de permitir que ciertos conceptos filosóficos señalen el núcleo problemático de la experiencia literaria.

En la mente del genial invidente siempre existieron temas que habrían de ser recurrentes, y que implicaban conceptos abstractos como “el sentido del tiempo”, o “la memoria”, (https://bit.ly/3AqVlwE) donde quizás otros escritores desglosarían paisajes o tal vez acciones de determinados personajes, Borges se centraba en ideas que habían sido gradualmente comprendidas por él mismo y que lindaban con la metafísica, tópicos que podían sonar ficcionales, fantasmagóricos, o simplemente alucinatorios que nos llevarían a conocer ruinas circulares y bibliotecas con miríadas de libros, o a transitar por indeterminados cementerios. Si bien el tiempo resultaba ser la memoria para Proust y él la sostenía ante lo irrecuperable del pasado, el tiempo ya perdido en Kafka sería ya tan lejano y tan inaccesible como le resultaba el presente a James Joyce. Los laberintos de Borges parecen ser metáforas de un futuro, tal vez cada vez más oscuro, para él...

Jorge Luis Borges, más allá de sus juegos con el tiempo y con lo infinito, habría de reafirmarse como lector. Es bien conocida su máxima de “Qué otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído.” Han sugerido que para leer a Borges se puede iniciar por la Historia Universal de la Infamia, y en relatos menos extensos, admirar los cuentos incluidos en El informe de Brodie o cuentos más breves en El hacedor. Sus juegos filosóficos lo ayudaron a pensar la actividad propiamente  literaria como un fenómeno cuyo centro reside en la emoción de un “yo” anónimo e impersonal que caracteriza la experiencia que da origen al pensar.

Maracaibo, miércoles 4 de mayo del año 2022

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