lunes, 18 de julio de 2016

El emperador, retirado y su médico, lejano ...





EL EMPERADOR RETIRADO Y SU MÉDICO LEJANO

Tras la abdicación de Carlos V, el emperador no volvería a ver a su arquíatra Andrés Vesalio, pero le recompensó por sus años de trabajo y dedicación con una pensión vitalicia y el nombramiento de conde palatino, restituyéndole su condición de nobleza que le regresaba el derecho a usar su escudo con las tres comadrejas. Carlos V regresaría a España desde Flandes hasta Laredo en barco, para residenciarse en la comarca extremeña de Jarandilla de la Vera, lugar donde se hospedó gracias a la hospitalidad de Fernando Álvarez de Toledo y Figueroa, Conde de Oropesa, quien lo alojó en su Castillo de Oropesa, desde el 11 de noviembre hasta el 3 de febrero del año siguiente, 1557. 

En aquellos años, el emperador ya retirado, vivirá en compañía de frailes de la orden de los Jerónimos. Antes de fallecer, don Carlos el emperador retirado en Yuste, estimuló con algunos decretos la necesaria solidez de la Iglesia Católica, y a través de su correspondencia dejó plasmado su interés en la defensa de la religión, acicateando de esta manera, y también de manera más directa, las actividades de la Inquisición. Cuando años más tarde hicieran preso a Andrés por orden de la Santa Inquisición, seguramente él pensaría en Carlos V muchas veces desde su encierro. Le imaginaría tal vez solo, en sus aposentos del monasterio, cada vez más enfermo, seguramente meditando sobre su vida que se acercaría ya al final de sus días. Juana La Loca, la madre del emperador ya retirado de su vida pública, estuvo encerrada por siempre jamás por decisión del abuelo don Fernando, un basilisco enfurecido, así lo imaginó Carlos desde muy niño, y ella, su madre, doña Juana, desgreñada hablando sola y gritando, así era como él la recordaba, para después de delirios y agitación, regresar ella misma a conversar con el fantasma de su padre, el hermoso Felipe. El emperador la había sabido loca desde niño, desde su infancia, ella en España, él allá en Malinas, mas él mismo la había mantenido encerrada durante todo su reinado. Ella presa y su hijo, el emperador más poderoso del orbe, reinando, ella aullando encerrada, y él, degustando carnes y bebiendo tinto vino borgoñón. ¿Acaso llegó a preguntar por ella alguna vez?… 

Había decidido retirarse del mundanal ruido, y ahora, está en Yuste. En algunos momentos se detiene y la recuerda, y es que existe una razón constante, persistente… Tal vez ella esperaba por él. Quizá esperó siempre por su hijo, toda la vida, gritando desde su encierro, aguardando una visita que jamás se dio… Tordesillas. Ahora, su madre ya ha muerto y él ha abdicado. Don Carlos ya no es el emperador, ahora camina lerdo, va arrastrando los pies, se aferra al bastón con su mano sarmentosa, una garra deforme por los tofos gotosos, aquella, su mano poderosa que le duele y hace que él molesto levante la mirada… Busca observar a las mujeres de los grandes retratos, esos que pintó Tiziano, los lienzos que muestran la belleza de sus hermanas, María de Hungría y Leonor de Francia, las mira de soslayo y después se detiene ante el gran lienzo de Tiziano, el óleo que le regalara el pintor italiano tan solo tres años atrás. Él trata entonces de erguir su encorvada figura, allí, de pie ante el gran cuadro, remoja con su lengua el labio inferior de su rostro prognático, chasquea y quiere imaginar cómo serán realmente las Tres Divinas Personas, si acaso son como las pintó Tiziano y si estará verdaderamente entre nubes El Paraíso. A él le agradó aquel regalo, ciertamente, pues allí también estaba él presente, aparecía arropado en un sudario blanco amarillento, él y sus hermanas, y su mujer, la difunta Isabel y estaba también Felipe, su hijo, el actual monarca, ahora que él ya ha abdicado… Lo piensa y mira los cortinajes negros que oscurecen el ambiente, así él mismo lo ha pedido, y avanza con dificultad hacia la única ventana, así él ha solicitado que se organice su cenobio, su refugio, en Yuste, con los Jeromitas. Ha decidido vivir junto al coro de la iglesia para poder asistir a la santa misa desde su cama… 


Vacilante continúa mientras con el aroma del incienso percibe el olor de la esperma que chisporrotea en el tope de los grandes cirios que titilan iluminado su paso cansino, y en un instante la música del órgano reinicia un salutare nostrum quia voluntuas tua, y él esgarra sus flemas tras un acceso de tos, y tras mirar las baldosas del piso a un lado y hacia el otro, deglute con un gesto de dolor sus mucosidades para ser aquejado de nuevo por un acceso de tos… Entonces recuerda al médico flamenco, al hijo del viejo apoticario, Andreas. Él le podría tal vez haberle recetado algún jarabe… No mucho tiempo hace, cuando él decidió nombrarlo Conde Palatino, pero ahora, ya no está para servirle, se quedó en Flandes, es y será el médico de Flandes…

Maracaibo 17 de julio 2016
Texto con mínimas modificaciones, extraído de la novela “Vesalio el anatomista”    de Jorge García Tamayo: en prensa.

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