EL EMPERADOR RETIRADO Y SU MÉDICO LEJANO
Tras la abdicación de
Carlos V, el emperador no volvería a ver a su arquíatra Andrés Vesalio, pero le
recompensó por sus años de trabajo y dedicación con una pensión vitalicia y el
nombramiento de conde palatino, restituyéndole su condición de nobleza que le
regresaba el derecho a usar su escudo con las tres comadrejas. Carlos V
regresaría a España desde Flandes hasta Laredo en barco, para residenciarse en
la comarca extremeña de Jarandilla de la Vera, lugar donde se hospedó gracias a
la hospitalidad de Fernando Álvarez de Toledo y Figueroa, Conde de Oropesa,
quien lo alojó en su Castillo de Oropesa, desde el 11 de noviembre hasta el 3
de febrero del año siguiente, 1557.
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Había decidido retirarse
del mundanal ruido, y ahora, está en Yuste. En algunos momentos se detiene y la
recuerda, y es que existe una razón constante, persistente… Tal vez ella
esperaba por él. Quizá esperó siempre por su hijo, toda la vida, gritando desde
su encierro, aguardando una visita que jamás se dio… Tordesillas. Ahora, su
madre ya ha muerto y él ha abdicado. Don Carlos ya no es el emperador, ahora
camina lerdo, va arrastrando los pies, se aferra al bastón con su mano
sarmentosa, una garra deforme por los tofos gotosos, aquella, su mano poderosa
que le duele y hace que él molesto levante la mirada… Busca observar a las
mujeres de los grandes retratos, esos que pintó Tiziano, los lienzos que
muestran la belleza de sus hermanas, María de Hungría y Leonor de Francia, las
mira de soslayo y después se detiene ante el gran lienzo de Tiziano, el óleo
que le regalara el pintor italiano tan solo tres años atrás. Él trata entonces
de erguir su encorvada figura, allí, de pie ante el gran cuadro, remoja con su
lengua el labio inferior de su rostro prognático, chasquea y quiere imaginar
cómo serán realmente las Tres Divinas Personas, si acaso son como las pintó
Tiziano y si estará verdaderamente entre nubes El Paraíso. A él le agradó aquel
regalo, ciertamente, pues allí también estaba él presente, aparecía arropado en
un sudario blanco amarillento, él y sus hermanas, y su mujer, la difunta Isabel
y estaba también Felipe, su hijo, el actual monarca, ahora que él ya ha
abdicado… Lo piensa y mira los cortinajes negros que oscurecen el ambiente, así
él mismo lo ha pedido, y avanza con dificultad hacia la única ventana, así él
ha solicitado que se organice su cenobio, su refugio, en Yuste, con los
Jeromitas. Ha decidido vivir junto al coro de la iglesia para poder asistir a
la santa misa desde su cama…
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Maracaibo 17 de julio 2016
Texto con mínimas modificaciones, extraído de la novela “Vesalio el
anatomista” de Jorge García Tamayo: en
prensa.
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