martes, 11 de noviembre de 2025

Misión cumplida…

En la Hamburgergasse, que es una calle perdida de un barrio aledaño de Viena, existía un local con el nombre de Macondo en el año 1987 cuando nos acercamos hasta aquel lugar y les puedo asegurar que no era otra cosa más que un pequeño establecimiento gris, con apariencia de restaurante, donde según el aviso sobre la puerta, “Macondo” decía, algo tendría que esperar por nosotros quienes llegábamos atraídos, no tanto por el recuerdo de los Cien años de soledad de García Márquez, sino porque allí debería esperarnos una “catirita simpática”.

Así fue como penetramos en aquel local con escasa luz que dejaba entrever varias mesas en un cálido ambiente de tonos ambarinos. Pronto comenzábamos a detectar grupos de jóvenes que imaginé, no sé por qué, estudiantes, tal vez de diversas nacionalidades, lo pensé o lo pensamos, y era que arribábamos a aquel sitio, mi amigo Hernando y yo, mientras como en un murmullo, todos parecían estar hablando y no en castellano ciertamente, quizás en alemán, o en inglés, francés y quien sabe en cual otra jeringonza, mientras nosotros avanzábamos pensando que estábamos en una especie de Macondo internacional. Fue entonces, cuando ¡sonó la música! Una guitarra nos dejaba escuchar su rasgueo y yo imaginé que Sevilla tendría que ser 

Hernando siempre inquieto, prontamente indagaría y se enteró de que el dueño del local era un chileno y ante nosotros apareció su hija con unos ojos muy grandes y muy negros y sus mejillas coloradas. Ella era Marisol quien sonreía constantemente y a pesar de la ausencia de la catirita Claudia Hirsch, era muy agradable ver sonreír a una joven de ojos muy grandes y muy negros en la Viena de Strauss… Ella, Marisol, sonríe bonito y su mirada parecía brillar, para mí… Entonces conversamos…

Varios meses atrás, su marido quien era un persa grandote, muy corpulento y bien parecido, un día descuidó su salud…  Aquella historia que nos contaría Marisol, fue la del persa que tenía un furúnculo en la mano, y le dio mucha fiebre y se murió súbitamente... Nosotros, sorprendidos, ambos patólogos latinoamericanos nos dijimos, que era una curiosa patogenia y le aclaramos a la joven viuda que posiblemente Hazim hizo una endocarditis bacteriana y un shock séptico… Hernando y yo estábamos reorganizando la triste historia clínica del difunto persa cando le señalábamos a Marisol que no es lo mismo un furúnculo en una mano que en la nariz, donde el peligro es mucho mayor al no tratarlo a tiempo, es mucho peor…

Así fue como nos enteramos que, hora Marisol vive con sus padres y sus dos hijos, el de año y medio parecido a su padre, pero con la mirada de la madre y el pequeñín, la guagüita de tan solo de tres meses… Pero en Macondo, el restaurante del viejo chileno, hay música todas las noches, aunque no son los valses de Strauss, allí estaba un melenudo franchute, quien parecía intentar hacernos sentir aquello que mentalmente yo tarareaba… están clavaitas dos cruces en el monte del olvido, por dos amores que han muerto, sin haberse comprendido… Están clavaditas dos cruces, ay en el monte del olvido, por dos amores que han muerto, que son el tuyo y el mío

Marisol sonríe entonces de nuevo e insiste en que el guitarrista melenudo no es el único. Nos lo dice ella, la propia, quien nos aseguró insistiendo en que siempre encontraremos algo especial en su Macondo. Ella habla como lo chilenita que es, y nos aclara que no tiene ni idea de quien podría ser nuestra misteriosa rubita, la Claudia que ha faltado a la cita. Conocís a una jovencita y criís que va a venir pues!, no seái bobo,¡ huy no me vengai con cosas, pues!, y pucha ientoncis queriís decir que sois doctores… ¿Sí? Huy papito, vengai a conocer los señores, que lis hubiera mostrado el cabrito y la guagüita pues. ¡Puch qui honor! ¿Sí?

Era esta la historia del Macondo mencionado, en aquel barrio lejano de la Viena vieja de Johan Strauss, donde teníamos una cita… Y allí estuvimos varias horas, no sé cuántas, tomando jarras de cerveza, sin escuchar una cumbia, ni una quena, tan solo las cuerdas de la guitarra del mechudo franchute quien intentaba hacerla sonar para decirnos cosas que nos imaginábamos sobre el Barrio de Santa Cruz con su lunita plateada

En realidad, estábamos citados por Claudia Hirsch, la jovencita catirrucia que conociéramos en el viaje hasta a Budapest por un rio Danubio que no era tan azul, pero sobre sus aguas cantamos, y una semana después, la catirita, añorada nunca apareció en Viena, pero supimos que, en las otras noches de aquel Macondo vienés, se escuchaba también la quena y el tamborcito del altiplano andino. Entonces recordé unas palabras en quechua escuchadas en la boca de la muñequita Claudia, nuestra guía turística, quien no apareció en Macondo...

Ahora está finalizando un concierto. Pero es música de Mozart… Siento que volamos, a una altura de qué sé yo cuantos pies, miles...  May I have a beer, please?, oui, dankz… ¿Dankenschen? Biar, beer, bear, el oso y la birra, “que chabocha” ¿Como en casa, el oso y las polas?

Un sorbito, y está helada, solo un trago, y pienso que aquel periplo austriaco, habría de cerrarse unos días después de lo narrado, cuando en el salón inmenso del Palacio de los Habsburgos, el mismo donde la emperatriz María Teresa recibía las delegaciones extranjeras, bajo una treintena de lámparas con millares de lágrimas de cristal de Bohemia, sobre una gruesa alfombra púrpura para proteger la madera del piso, entre columnas de capiteles dorados, donde los profesores invitados, Karen Ireland, PepeNogales, el profe Kostianovky y nosotros, Hernando y yo, presentamos nuestros casos y entonces, todo fueron aplausos y un gran éxito, así  muy satisfechos, pudimos decir… Misión cumplida.

Para lapesteloca en Maracaibo, muchos años después, ahora el martes 11 de noviembre del año 2025.

 


lunes, 10 de noviembre de 2025

En una onda de verdades


Comienzo este relato y repito en la onda que estoy “desenrollando”, habiendo decidido hablar hace ya un tiempo, sin pelos en la lengua (o “a calzon quitao” si así lo prefieren), y en este caso, lo hago regresando a el tema de la amistad ya frecuentemente comentado en este blog (lapesteloca): vg en febrero 2019, cuando me referí a una “mancheta” de El Nacional que rezaba “Amigo, el ratón del queso”.

He acuñado un dicho que está escrito en mi novela “LaPesteLoca”: “…a los amigos hay que quererlos no con sus defectos, sino por sus defectos”. Es mi opinión con la cual yo planteaba, que los defectos eran precisamente lo que los hacían a los amigos, especiales, diferentes… Luego, en el mes de julio de 2020, personalmente quise hablar sobre mis amigos en un artículo intitulado “Amigos”, al que se puede localizar en el “buscador” del Blog… 

 

Ocasionalmente he hablado sobre profesores universitarios y hoy, siento tener que regresar para mencionar a un personaje de cuyo nombre no quiero acordarme; un “profe” que yo creía que era mi amigo, pero como sabiamente decía Rubén el cantautor panameño “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”, sí señor.

 

Así pues, y a pesar de todo, aquel relato fue escrito para honrar  la memoria de uno de mis más queridos escritores (https://bit.ly/3vWTXiV), uno de mi muy lejana infancia y juventud, el recordado Robert  Louis Stevenson, y cuando pensé en el escritor, decidí ponerle un nombre al “profe”; (ahora lo llaman “doctor” ) pero yo lo denominaría como Jekyll... No es doctor, como el personaje de Stevenson: a Dios gracias...

 

Lo conocí un par de años después de mi regreso a Maracaibo tras largo exilio. En 2006 o 2007, no recuerdo bien la fecha, pero la asociaré siempre con reuniones relacionadas con mi interés como “escribidor” de novelas y con la literatura. Su apariencia era de lo que llamamos ser “buena gente” por lo que nunca dudé de que era mi amigo...

 

Stevenson trata en su novela sobre el desdoblamiento de la personalidad, un aspecto que ya había sido literariamente examinado por otros autores, como el alemán, E.T.A. Hoffmann quien, impresionado por El Monje, de Matthew Lewis publicaría su novela gótica Los elixires del Diablo. Stevenson decidió incorporar en su famosa novela un brebaje que doctor Jekyll se bebería...

 

Resulta que se me antojó comentarle a nuestro vernáculo Jekyll que había terminado de escribir una nueva novela y de inmediato él me ofreció publicarla, en tanto que yo, con cierta suspicacia pensé, que era mejor que no, pues sabía que su editorial estaba cerrada y no quería ponerlo en un compromiso, de modo que preferí ofrecerle una colección de narraciones que tenía represada desde hacía varios años, la cual le hice llegar a su e-mail.

 

“El Dr Jekyll midió unas gotas de la tintura rojiza y añadió una medida ínfima de polvos. La mixtura, que en un comienzo tenía un tinte rojizo, comenzó a oscurecerse conforme los cristales se deshacían, a burbujear audiblemente y a arrojar pequeñas nubes de vapor. De pronto, en un instante, la ebullición cesó y la mezcla adquirió un color púrpura oscuro que poco a poco fue convirtiéndose en verde acuoso”...

 

Eran 39 relatos ya todos antes publicados y “el profe” pronto los revisó y les calculó unas 350 páginas asegurándome que él podría hacer 10 ejemplares en papel bond. Yo sabía que su editorial no estaba funcionando, pero él sin pausa, pero con prisa me dijo que sí, que trabajaría sobre el asunto y sin haber acordado un presupuesto total, ni tener nada por escrito, me dio instrucciones para que comenzara a cancelarle, por partes (al estilo de “Jack el destripador”) y “vía-pronto-pago” directamente depositándole dinero en su cuenta de ahorros...

 

Jekyll se dijo: “Tú que has negado la existencia de la medicina transcendental, tú que te has reído de los que te superaban en saber, ¡mira! Y diciendo esto se llevó el vaso a los labios y se bebió el contenido de un golpe”.


Mi esposa quien es profesora titular jubilada de la universidad, -situación que compartimos ambos-, me advirtió que “ese negocio” era una irregularidad y quiso ver el presupuesto de la empresa u otro inexistente documento para precisar el trabajo de la casa editorial. –Cancelaciones, nunca puede ser a título personal- me dijo, y yo le entendí, pero pensé... Es que Jekyll es mi amigo... ¿Sabes cuál es el costo total? Me lo preguntó ella, pero en realidad ni siquiera eso lo habíamos precisado... Él me pide cancelarle por partes, le dije, y ella de nuevo insistió en que aquello era algo terriblemente irregular...

 

En las dos semanas siguientes y -por partes- llegué a cancelarle a Jekyll en cuotas de 50 US dólares, la cantidad de 6.417,00 Bs que puede no parecer mucho dinero, (actualmente son cifras ridículas) pero… ¡Para un profesor universitario que vive de su sueldo, y de los minúsculos bonos del gobierno, era una suma considerable! Aquello ameritaba una mayor seriedad o claridad, más allá de repetirme: “Deposita otros 50 dólares más”... El profe se ausentó durante una semana y regresó diciendo que necesitaba le cancelara otros 50 US$ que tenía pendientes “para pagarle a sus trabajadores”...

 

Ya en otro tono recibí esta misiva por wasup: “Me preocupa que haya mandado a imprimir una novela y ahora no quiera pagar la edición. Pague su vaina”... Eso sucedería el mismo día de mi cumpleaños 84 en aquel año 2023, ya post pandemia… Recibí una llamada telefónica y entonces ya “el profe” no era Jekyll, era el propio mister Hyde, quien aullaba gritándome textualmente  -“Me pagáis mi verga, viejo coñoemadre”... Escuchando aquel lenguaje prostibulario es difícil comentar mi sorpresa, pero como todo ha quedado escrito -al igual que los comprobantes de los depósitos bancarios- puedo regresar para releer mi respuesta: “Quedará en tu conciencia lo de decirme “me pagais mi verga viejo coñoemadre” cuando traté de explicarte decentemente que leyeras lo escrito... Si lees todo lo escrito verás que nunca has dado un monto total de lo que costarían los 10 libritos. Jamás me lo informaste, (revisa antes de insultar histericamente como lo has hecho)”...

 

Entonces pensé... Hay mucho malandro... Andan por ahí que juegan garrote, hasta disfrazados de promotores culturales y hasta de profesores, y ahora hasta les dicen doctores...

 

Dos días después me escribiría amenazándome de que iba a destruir los 10 libros, -como si aquello tuviese alguna importancia, como si no fuese mucho más grave el haber desvelado en un rapto de insania su personalidad oculta-... ¡Haberme tocado a mí presenciar el fenómeno de Stevenson! Aquella lamentable transfiguración, al ver a Jekyll transformándose en un basilisco para desvelar su oculta calaña de Hyde, en aquella ocasión, sin mediar brebajes burbujeantes, era como para demostrarle al mundo que Stevenson cuando ideó su novela, no estaba lejos de conocer la existencia de estos seres.

 

La desagradable experiencia de comprobar como el profe Jekyll se transformaba en el malandro Hyde, sin necesidad aparente de beberse ninguna poción burbujeante, aquel era un desdoblamiento que se daba solo por “unos cobres”. Muy triste resultaría para mí el espectáculo de ver como aquel “prestigioso profesor” –quien yo juraba era mi gran amigo- sin brebajes -o sea, bueno y sano- era incapaz de controlar su humana condición, e ingresaba al nutrido grupo de los malandrines de oficio.

 

En Maracaibo, el lunes 10 de noviembre del año 2025

domingo, 9 de noviembre de 2025

El siglo pitagórico(2)


En un pasaje notable, de su novela el narrador Henríquez Gómez arremete contra un poderoso ministro con inusitada fiereza, llegando a llamarlo “el más mal hombre de la tierra, la hambre, peste y guerra de la especie mortal… hidra cruel de toda monarquía, cabeza que alentó la tiranía.” La dureza de estas palabras, puestas en boca de un personaje de ficción, demuestra la magnitud del atrevimiento por la crítica política que subyace en la obra del autor, lo que convierte su novela en un espejo deformante pero revelador.

 

La ambición desmedida del favorito, la injusticia de jueces venales, la codicia de los nobles y la ineptitud de los supuestos sabios (médicos, letrados) desfilan por las páginas con sus vergüenzas al aire. La sociedad barroca aparece, así como un mundo al revés, donde casi nadie ocupa el lugar que merece y donde los valores están trastocados por la avaricia y la falta de escrúpulos. "El mensaje de Henríquez Gómez, envuelto en humor y fantasía, debió de resultar incómodo para las autoridades. No es de extrañar que la obra quedase relegada y que su autor acabase siendo blanco de la censura más implacable".

 

Importa subrayar que esta crítica global está filtrada por la sensibilidad particular de un autor converso. La identidad criptojudía de Henríquez Gómez aporta a la novela un trasfondo alegórico interesante: Don Gregorio Guadaña y las diversas encarnaciones del alma pueden interpretarse como figuras marginales o perseguidas que, en distintos ambientes, ven con claridad la hipocresía de los “cristianos viejos” y poderosos. La similitud con muchas circunstancias que vemos en el presente, llaman a la reflexión.

 

El autor escribe desde los márgenes, disfrazando sus propias reflexiones en una fábula, pero su visión moral es la de quien ha probado la injusticia en carne propia, y por ello condena el fanatismo y el dogmatismo con especial vehemencia. El Barroco español fue una época de rígido control ideológico; sin embargo, El siglo pitagórico se cuela por las rendijas de ese sistema opresivo, usando la sátira y el ingenio para cuestionar, por ejemplo, por qué en un mundo supuestamente cristiano triunfan los vicios y sufre la virtud. 


 

Es inevitable comparar El siglo pitagórico y vida de Don Gregorio Guadaña con otra gran obra alegórica de su tiempo: El Criticón de Baltasar Gracián. Ambas novelas, surgidas en la década de 1640-1650, comparten el espíritu del desengaño barroco, esa visión desencantada de la vida y de la sociedad tras el esplendor ilusorio. Es como para pensar en lo que nos sucede como país…

 

Sin embargo, Henríquez y Gracián difieren en estilo y en enfoque. Gracián, era como jesuita, un hombre inserto en el grupo de poder eclesiástico, y cuando compuso El Criticón (publicado en tres partes entre 1651 y 1657) lo mostraría como una alegoría filosófica de la existencia humana. Su obra es un viaje simbólico protagonizado por dos personajes -Critilo y Andrónico- quienes representan la razón y la naturaleza, y a través de sus peripecias el autor realiza profundas reflexiones morales. 

 

El Criticón está escrito en un estilo conceptista, denso de aforismos e imágenes intelectuales, y su crítica a los vicios humanos es más universal y abstracta. Gracián codifica su mensaje de forma sutil para sortear la censura, aunque terminó teniendo problemas con sus superiores por la audacia de algunas ideas.

 

Henríquez Gómez incluso satiriza eventos y figuras reconocibles bajo pseudónimos, mientras que Gracián se mueve en un plano alegórico más general. Henríquez Gómez adopta un tono más satírico y directo, y así, El siglo pitagórico es más festivo y novelesco en la superficie, ya que recurre a la tradición picaresca y a la exageración caricaturesca, haciendo reír al lector con las situaciones estrafalarias de las distintas reencarnaciones.

 

Su crítica social es inmediatamente reconocible tras el disfraz humorístico. Don Gregorio Guadaña y los demás personajes alegóricos hablan con el lenguaje del pueblo, con refranes, chanzas y hasta versos burlescos, en un estilo accesible y vivaz. Donde Gracián lanza enigmas morales para ser meditados, Henríquez Gómez lanza pullas para ser celebradas con una carcajada amarga. Esto no significa que El siglo pitagórico sea una obra menor o superficial -al contrario, bajo su capa popular es profundamente inteligente-, ya que utiliza un registro más popular y satírico frente al tono elevado y erudito de El Criticón.

 

Otro contraste está en la perspectiva del autor: Gracián critica la sociedad desde dentro, con la mirada de un moralista cristiano preocupado por la virtud en términos casi atemporales; Henríquez Gómez critica desde fuera, con la mirada de un outsider que ha sufrido la marginación. Por eso, en El siglo pitagórico se palpa una indignación más personal y concreta hacia la España de su momento.

 

Los abusos que denuncia el autor no son solo ejemplos de la “miseria de la condición humana” (como en Gracián), sino auténticas referencias a la realidad histórica: la negligencia de los gobernantes, la ruina económica, la caza de brujas de la Inquisición, el hambre del pueblo. Henríquez Gómez incluso satiriza eventos y figuras reconocibles bajo pseudónimo, mientras que Gracián se mueve en un plano alegórico más general.

 

Así, podríamos decir que El Criticón es un gran fresco filosófico sobre la vida y la condición humana, mientras que El siglo pitagórico es un esperpento satírico sobre la España del siglo XVII. Ambos conducen al lector al desengaño —ese despertar de las ilusiones tan caro al Barroco— pero por caminos distintos: Gracián lo hace por la vía de la meditación intelectual y la alegoría seria; Henríquez Gómez, por la vía de la risa sardónica y la fábula mordaz.



"Hoy en día, El siglo pitagórico comienza a ocupar un lugar más visible en la historia literaria, y es apreciada como joya oculta del Siglo de Oro y como testimonio literario de la voz de los marginados en aquella España imperial"

 

Curiosamente, ambas obras tuvieron destinos muy diferentes en cuanto a la fama. El Criticón llegó a ser considerada una de las cumbres de la literatura española, ampliamente estudiada y leída (aunque en su día también fue controvertida). En cambio, El siglo pitagórico, tras algunas ediciones en el siglo XVII, cayó en un silencio prolongado. El hecho de que su autor fuera un converso proscrito contribuyó a ese olvido: su nombre no figuraba en el panteón de escritores ilustres que la cultura oficial promovía. Además, la misma rareza híbrida de la novela —mitad picaresca, mitad alegoría— pudo desconcertar a lectores posteriores menos familiarizados con las claves de la sátira barroca. 

 

No sería hasta el siglo XX cuando los estudiosos rescataron la obra de Henríquez Gómez, reconociendo su originalidad y su valor testimonial. Hoy en día, El siglo pitagórico comienza a ocupar un lugar más visible en la historia literaria, apreciada como joya oculta del Siglo de Oro y como testimonio literario de la voz de los marginados en aquella España imperial.

 

¿Por qué leer El siglo pitagórico y vida de Don Gregorio Guadaña en pleno siglo XXI? En primer lugar, podríamos decir que por el puro placer de descubrir un relato entretenido, ingenioso y sorprendentemente moderno en su ironía. La novela, con sus cambios constantes de escenario y persona, tiene un ritmo casi cinematográfico: atrapa con situaciones cómicas que podrían, salvando las distancias, recordar a las sátiras contemporáneas donde un personaje camaleónico va exhibiendo las taras de la sociedad.

 

El autor despliega un abanico de tipos humanos reconocibles en cualquier época: el político corrupto, el falso devoto, el rico avaro, el noble presumido, el charlatán estafador… Al leerlo, uno no puede evitar sonreír al ver cuán poco han cambiado ciertas conductas en trescientos años. La crítica a la hipocresía y al abuso de poder que late en la novela resuena con fuerza hoy, en un mundo donde seguimos viendo líderes arrogantes, fanatismos irracionales y desigualdades que se perpetúan. La literatura satírica barroca, en ese sentido, se hermana con la actual, de quienes se atreven en los espacios que puedan, ambas buscan sacudir la conciencia del lector riendo. 

 

Finalizo este doble repaso literario por el Siglo de Oro del barroco español diciendo que “Igual que el protagonista despierta del sueño pitagórico y reconoce la necesidad de enmendar la realidad, el lector es llamado a despertar de sus propios engaños"

En Maracaibo, el domingo 9 de noviembre del año 2025

sábado, 8 de noviembre de 2025

El siglo pitagórico(1)

 

Quisiera que en dos partes,- hoy y mañana -, conversemos sobre El siglo pitagórico, y la vida de Don Gregorio Guadaña” [1644] una novela escrita por Antonio Henríquez Gómez (1600-1663), originalmente publicada en Roan, en la imprenta de Laurens Maurray en 1644 y reproducida en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, de Alicante, en 2015.

 

Hubo de aparecer en el Siglo de Oro la novela que se tituló El siglo pitagórico (1644), cuyo autor, era descendiente de judíos conversos, razón por la que el autor, vivió entre la sospecha y la delación en tiempos de la Inquisición Española. Este dato modula la obra entera de Henríquez Gómez quien imprimiría la novela en Rouen, para regresar a España bajo “un alias” apareciendo como Fernando de Zárate para vivir en una existencia semiclandestina. 

 

Hoy en día, El siglo pitagórico comienza a ocupar un lugar más visible en la historia literaria, y en la novela y es apreciada como una joya oculta del Siglo de Oro que viene a representar el testimonio literario de la voz de los marginados en aquella España imperial. Por los tiempos tan actuales que resultan ser tan complicados para quienes pretenden ejercer críticas a gestiones gubernamentales o a algunas de las muchas anormalidades sociales que vivimos, va esta revisión en dos partes de aquellos lejanos tiempos del barroco español…  

 

Cuentan las leyendas del Siglo de Oro, que el autor asistió oculto a su propio “auto de fe” cuando lo quemaron en efigie. Siguiendo exilios, seudónimos, y una permanente censura, nacería este libro que es una verdadera sátira cifrada, y mientras tanto el autor se protegería con máscaras para relatar la curiosa historia de una metamorfosis y una delación.

 

El título de la obra hace alusión a Pitágoras y a su doctrina sobre la transmigración de las almas. Se sabe muy poco sobre la vida y las actividades del sabio Pitágoras de Samos, a quien se le atribuyen invenciones y descubrimientos tan importantes como ofrecer una explicación numérica y musical del cosmos, así como de la idea de que existe el alma y que es posible su reencarnación. Pero los textos que nos hablan de Pitágoras se escribieron mucho después de que el sabio muriera (su biografía más antigua ya es de la época del Imperio Romano), por ello, la vida de este personaje sigue envuelta en la leyenda.

Henríquez Gómez recoge estas ideas muy antiguas para armar la estructura narrativa de una novela donde el protagonista será un espíritu que, tras la muerte, va reencarnando sucesivamente en distintos personajes de la sociedad de su época, y cada “transmigraciónse presenta como un capítulo o un episodio, con entidad propia, sin embargo, el autor le dará un giro moral a esta filosofía.


Más que las almas inocentes, parece ser los vicios los que se transfieren de un cuerpo a otro. En otras palabras, en cada persona en quien se va encarnando el protagonista, representa un defecto dominante, y pareciera que la maldad y la corrupción son las constantes que viajan a través del “siglo pitagórico”. La novela es una sátira total de la sociedad de su tiempo, y el protagonista (o mejor dicho, su alma itinerante) se pasea por múltiples estratos sociales y profesiones, sacando a la luz las lacras de cada ámbito.

 

La novela es típica y característica de la literatura barroca, combina la prosa y el verso, y va adoptando externamente la forma de una novela picaresca. “Entreténganse los curiosos leyendo, no la vida del Buscón (del insigne don Francisco de Quevedo), sino la de don Gregorio Guadaña”. El Buscón era la gran novela picaresca precedente, pero aquí, en esta, el protagonista es don Gregorio Guadaña, “un hijo de Sevilla y trasplantado en la corte”.

 

De Sevilla y de Madrid”,- nos dice el autor con sorna y recalca: “son las dos mejores universidades del orbe, donde se gradúan los hijos de vecino en la ciencia del bien y del mal.” Estas líneas cargadas de ironía anuncian el tono de la obra en la cual Henríquez Gómez va a describir un aprendizaje vital, el aprendizaje del corrupto, una cátedra de vicios en la que toda España funcionaba como escuela de picardía, engaño y desengaño.

 

La estructura de El siglo pitagórico se despliega a través del alma narradora que pasa a habitar sucesivamente a un ambicioso, a un malsín (un delator malicioso), a una dama frívola, a un valido todopoderoso, y en su quinta transmigración llega a encarnarse en don Gregorio Guadaña y la novela se detiene más extensamente, pues la “Vida de Don Gregorio Guadaña” ocupa un bloque central y da título a la segunda parte de la obra. 

 

Guadaña es en esencia un pícaro que recorre su propio camino de penurias y astucias, al estilo de los pícaros clásicos pero bajo la lente satírica particular de Henríquez Gómez quien nos narra las aventuras de Gregorio (episodios en Sevilla, en el camino y en Madrid, con jueces, alguaciles, damas y rufianes de por medio), en una narración que vuelve a retomar el hilo de las transmigraciones para mostrar el alma protagonista pasando aún por otros cuerpos simbólicos: el hipócrita (un religioso falso), el miserable avaro, el doctor pedante, el soberbio arrogante, el ladrón, el arbitrista charlatán, y el hidalgo ridículamente vanaglorioso…


En total, son doce las transmigraciones y retratarán doce tipos de mal moral, para finalmente culminar en una “transmigración última” en un hombre virtuoso. Este es un cierre que sorprende al lector con una nota de optimismo o, con una lección final, pues después de tanta maldad observada, parece que sí es posible encontrar un alma buena. No obstante, el mismo narrador se encarga de aclarar que no debemos tomar literalmente la fantasía pitagórica…

 

En un arranque de lucidez, declara que ha llegado la hora de despertar del sueño alegórico y al final nos sugiere corregir el “sueño pitagórico” y salir del engaño, porque no hay tales transmigraciones”, no son reales —lo que hay, implícitamente es la responsabilidad en esta vida de cada individuo por sus actos. El relato cierra con el alma habiendo aprendido que la Virtud es la rara avis de ese siglo lleno de vicios, un rayo de luz en medio de tanta oscuridad.

 

A pesar de su andamiaje fantástico, El siglo pitagórico fue concebido como una crítica mordaz a la realidad española de los tiempos del Barroco, donde Henríquez Gómez emplea la sátira como espada y escudo, y los utiliza para desenmascarar los abusos del poder y las falsedades morales, a la vez que la ficción alegórica le sirve de escudo para decir verdades peligrosas en un entorno de censura. Cada transmigración del protagonista es, en el fondo, un cuadro de costumbres degradadas o un alegato contra algún aspecto del orden establecido. 

 

El tono, no obstante, es ameno y a ratos humorístico, de modo que el autor recurre a la burla, la caricatura y la parodia constante, creando una mezcla de entretenimiento picaresco y de mensaje subversivo lo cual hace que la lectura funcione en dos niveles. El lector puede gozar de las disparatadas peripecias de Don Gregorio Guadaña -que incluyen enredos amorosos, trifulcas nocturnas, cárceles y engaños típicamente picarescos- mientras, por otro lado, siempre estará la segunda lectura, más profunda, donde Henríquez Gómez lanza dardos envenenados contra los pilares del sistema.

 

La sociedad barroca aparece, así como un mundo al revés, donde casi nadie ocupa el lugar que merece y donde los valores están trastocados por la avaricia y la falta de escrúpulos" y uno de los blancos principales de la sátira es, la hipocresía religiosa. No hay que olvidar que el autor, como criptojudío, había sufrido de cerca la intolerancia y sospecha del Santo Oficio.

 

En la novela retrata a clérigos y devotos fingidos, quienes predican virtud, pero ocultan inmoralidad. En una escena particularmente incisiva describe a un obispo hipócrita saliendo con su mitra, recibiendo la pleitesía superficial de sus fieles, mientras a sus espaldas solo cosecha desprecio. El escritor hace una crítica velada a la Iglesia oficial y a la Inquisición, mostrando cómo una sociedad aparentemente devota está carcomida por la falsedad y la delación interesada. Estas denuncias nunca son directas -sería impensable hacerlo abiertamente en 1644- pero el lector barroco astuto podía leer entre líneas la audacia de Henríquez Gómez.

 

El otro gran objeto de sátira es la corrupción del poder político. La novela fue escrita en el contexto del declive del reinado de Felipe IV, cuando las guerras, los impuestos y los favoritismos de “el conde-duque de Olivares” tenían al país en crisis. Henríquez Gómez se atreve a satirizar la figura del valido real mediante su personaje transmigrado lo retrata como un símbolo de la ambición y la tiranía que arruina al reino.

 

Esta historia continuará y concluirá mañana…

 

En Maracaibo, el sábado 8 de noviembre del año 2025

viernes, 7 de noviembre de 2025

Manuel Enrique Pérez Díaz

 

El año 1987, flotando sobre el rio Danubio al regresar de vuelta a la popa, donde el viento seguía siendo el mismo fabricante de heladas agujas que en la proa, iba cuidadoso con un vasito de plástico, pero lleno con vino blanco, y fue entonces cuando tarareando, murmuraría algo que llegaba a mi mente, y decidido cantaría... “Mi canción de amor, viene a turbar, la calma y el silencio, y mi pobre voz, alzándose en la noche te despierta”… Era aquella, la “Serenata” que me aprendería desde niño… “debes perdonar y comprender mi corazón tan necio, que por arrullar al azul de tus ojos, te desvela”... 

 

                                           En

1911, nació en Puerto Cabello, Carabobo, el guitarrista, músico, pedagogo y compositor venezolano Manuel Enrique Pérez Díaz. Esposo de la actriz chilena-venezolana Amalia Muñoz, que luego adoptaría para siempre el apellido de su esposo, por lo que todos la conocimos como Amalia Pérez Díaz. Manuel Enrique ejerció la docencia en la Escuela de Música y Declamación, impartiendo clases de guitarra clásica. Se casaría en 1940 años con la actriz de cine, teatro y televisión de origen chileno, Amalia Muñoz Davagnino, nacida en Valparaíso, Chile, el 15 de junio de 1923. Manuel Enrique y Amalia se casaron en Lima, Perú, cuando él ya era un guitarrista, compositor y profesor carabobeño, y el enlace tuvo 3 hijos: Amalia, Carlos y Manuel Antonio. Amalia se residenció en Venezuela desde 1952 y fue una actriz muy importante en el teatro, cine y televisión. La actriz de teatro, docente, y locutora falleció en Caracas, el 26 de diciembre de 2003.


Manuel Enrique fue el compositor de numerosas canciones, entre las que destacan, Ahnelos (valse venezolano), En la negra espuma (serenata), La palabra amor (serenata), Llanto, Serenata y Serenata pueblerina. Compuso guasas y merengues, entre otras. El guitarrista, compositor y músico-pedagogo Manuel Enrique Pérez Díaz murió el 31 de mayo de 1984. La hermosa canción venezolana, que mencione al inicio de este breve artículo, aunque se le conoce popularmente como Serenata, tiene el título poco conocido de “Serenata pueblerina”:


“Mi canción de amor, viene a turbar la calma y el silencio./
Y mi pobre voz, alzándose en la noche te despierta.//
Debes perdonar, y comprender mi corazón tan necio,/
que por arrullar el sueño de tus ojos te desvela.

La luna en el azul, oyendo está mi ardiente serenata./
Y, de la noche de tul rasgando va con su puñal de plata.//
Para bañarte de luz cuando, asomada a tu balcón florido/
escuchas a tu amado cantor enamorado/
que tu sueño turbó, con su gemido”.

 

Existe ya publicada la biografía de Manuel Enrique Pérez Díaz, en la Colección Guitarras de Venezuela, volumen N° 7, a color o en blanco y negro, de la Editorial La Castalia, de Mérida. Si bien, como intérprete Manuel Enrique no tuvo el prestigio de Alirio Díaz y Rodrigo Riera, ni una obra como la de Antonio Lauro, fue quien heredó tanto la cátedra como la tradición pedagógica instaurada por Raúl Borges. Esto fue fundamental, pues además de haber estudiado con él, en el Conservatorio Nacional de Santa Capillas, que hoy se llama, la Escuela de Música José Ángel Lamas (que aunque «reparada», todavía debe ser recuperado su sentido histórico) se fue a Argentina a recibir lecciones de María Luisa Anido, la gran compañera de Miguel Llobet y discípula de la escuela de Francisco Tárrega, cuya verdadera presencia está en Latinoamérica.

 

Pérez Díaz combinó ambas experiencias y además dirigió la que se llamaría Escuela de Música Lino Gallardo. De sus clases surgiría la mayor cantidad de guitarristas profesionales del país y sus discípulos son mayoría en la historia nuestra del instrumento. Esto no sólo en la guitarra de concierto (Leopoldo Igarza, Ricardo Iznaola, Álvaro Álvarez, Valmore Nieves, Alejandro Vásquez y muchísimos otros), sino en el jazz (los hermanos Planchart, los primeros, y Alex Rodríguez, además compositor), y en la música popular (por ejemplo, Arturo Terán y Luis Ferrebús, famosos requintistas y miembros de tríos románticos importantes).

 

Su importancia pedagógica es tan significativa que, si se toma la labor de su maestro Borges, y se suma la de su discípulo Igarza, es el más relevante seguidor de su labor docente, tenemos casi 90 años de enseñanza de la guitarra en Venezuela en una sólo genealogía. Además, fue miembro de Cantores del Trópico, acompañante y guía de Alfredo Sadel, y compositor de obras que se convirtieron en referencias, como "Serenata", el valse "Anhelos", y quizás todavía por reconocerse, su canción "En la negra espuma". Queda de él un disco con Sadel (quien lo llamaba “Su guitarra”, que contiene su amor por la guitarra. De nuestros guitarristas locales, me place mencionar a mi colega y gran amigo, Rafael “Rafito” Molina Vilchez.

 

Hernando, mi amigo entrañable, quien me acompañaba sobre el Danubio, entonaría con mucho sentimiento una canción que en mis oídos sonaba muy colombiana, y que luego, al finalizarla, él me diría que esa era su Amapola. Tú le dirías sorprendido, que no sabías que existiese otra Amapola que no fuera la que tú adoras en los hierros de su reja, aquella, la del, que escuché la triste queja, pero él te explica que es una muy vieja canción de la época colonial… 

 

Él, como tú, vivía un episodio fortuito, cuando en el año 1987, cantando en la cubierta de aquella lancha rápida, se transportaron a la infancia lejana, recordando Hernando, su niñez en Ibagué, mientras ambos, él y vos, miran a Claudia quien se asoma por la puerta de madera de la nave que surca veloz las aguas del río, y aparece luciendo su disfraz de húngara que la hace parecer una verdadera tarjeta postal para estimular el turismo. “Viaje por el Danubio desde Viena hacia Hungría con Claudia Hirsch”.

 

Ella los ve en cubierta, friolentos, y se ríe… ¿De cuál signo del zodíaco será esta catirita sangre liviana? Entonces vos pensáis que curiosamente, el 21 de noviembre es el cumpleaños Hernando y que, por tanto, son sagitarios limítrofes él y los del 22 de noviembre como vos, y así, analizareis el asunto de las coincidencias, y pensáis que quizás si hubiesen sido compatriotas, no congeniarían tan bien. La amistad no puede expresarse con palabras, y te parece curioso que sea, con un colega del hermano país, con quien hayáis encontrado tantos puntos de identificación, y para colmo, él tiene más de veinte años viviendo en los Estados Unidos, pero es a todas luces más colombiano que el difunto Gaitán.

 

Vos solo tenéis que verlo: mijito, y si lo oís, ya no te caben más dudas. Venga le cuento y vea, ¿y cómo así?, yo no se lo digo, pero él es un colombiano exiliado, y entonces piensas que también eres un exiliado… Es que vives en la capital, pero eres de Maracaibo, de la República del Zulia… Exilio.  ¿Más cosas en común? La amistad es también recíproca y por ello estás convencido de que ha valido la pena viajar con Hernando sobre el Danubio azul, rumbo a Budapest.

 

En 1594 el Papa Gregorio XIII nombró a Santa Cecilia, patrona de los músicos. Se celebra los 22 de noviembre y se dice que ella había demostrado una atracción irresistible hacia los acordes melodiosos de los instrumentos y así, su espíritu sensible y apasionado por este arte convirtió su nombre en símbolo de la música.

 

Pero es que todas estas cosas, o casi todas, ya las había comentado en este blog (lapesteloca) en unos días de mucho frio, vividos con Julita, “a que Belén”, en Mississauga, Ontario, justamente un 21 de noviembre del año 2018.

 

En Maracaibo, el viernes 7 de noviembre del año 2025