Exilio en Donosti
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Esto sucedió en aquella noche lluviosa de noviembre del 82, que
recordabas con impresionante nostalgia. Luego me contaste como continuarían
todos conversando, mientras te viste obligado a responder algunas preguntas de
tu colega canario sobre las investigaciones que desarrollabas en tu patria, y te
hallaste en aprietos. No fue fácil, me dijiste. Yo comprendí perfectamente lo
complicado que te resultaría explicar tantas cosas más relacionadas con el
realismo mágico que con lo que sucedía en el mundo de la medicina. Le hablaste
someramente sobre la institución donde trabajabas y como desaparecería cuando eliminaron
a su director que intentaba postularse para ser Rector de su universidad.
Dijiste cómo su muerte la asociaban directamente con las denuncias que él iba a
hacer ante el Congreso del país. El tuyo que era una patria cada vez más
confusa donde sembrarle droga a cualquiera para inculparlo como habían hecho
con tu amigo Antonio ahora difunto, era algo habitual. Para muchos políticos
vale todo, dijiste. Se puede inventarle a cualquier enemigo un expediente con supuestas
relaciones con guerrilleros, o con narcotraficantes. En el caso de Antonio Navarrete,
le explicaste a Nicolás, para que su desprestigio fuese total, lo acusaron de
conexiones con las Fuerzas Armadas de Liberación Nicaragüense, una excusa de
suficiente peso para que el gobierno democrático justificase su persecución.
Lamentablemente la historia terminaría en su deceso. El doctor Rivero estaba
realmente asombrado con lo que le relatabas, y hablaron largo rato de cómo la
realidad en tierras americanas superaba la ficción. Me contaste entonces que,
tras haber llegado en febrero a San Sebastián, ya en noviembre te sentías adaptado
en aquel país del cual tenías numerosas referencias desde niño, pero nunca
imaginaste que llegarías a visitarlo personalmente. Menos aún, que lo hicieses
como expatriado, puesto que me dijiste que era así como te sentías, y así te
habías hecho conocer y querer en Euskadi. Estabas en el exilio, definitivamente.
Quise entonces que me actualizases sobre la manera como lograste salir de tu
patria y como terminarías yendo a parar al País Vasco. Aceptaste mi idea y
decidido resumirías para mí tu escape.
Después de una frustrada persecución habías logrado escabullirte hacia
Colombia desde Casigua, y ya estando en Cúcuta, te dirigiste en un avión
comercial hacia Santa Marta. En la costa caribeña, habías comprado un billete
aéreo y harías un viaje con escalas, en lo que llamaban un avión lechero de la
aerolínea TACA, por Panamá y Costa Rica hasta llegar a Managua. Allí pudiste hacer contacto con algunos de los
amigos y conocidos del profesor Navarrete. Al explicarles la historia y
relatarles su trágico final, solo rabia y frustración nacería entre mucha gente
quienes sinceramente lo apreciaban. Por todo cuanto me dijiste, a los nicas les
parecía mentira tener que escuchar aquellas desafortunadas noticias. Pensar que
sus amistades y sus relaciones con los amigos sandinistas hubiesen sido
utilizadas para implicarlo en una inexistente conspiración era algo que les parecía
insólito. Su desaparición le impidió desenmascarar a una cáfila de mafiosos
narco-militares al frente de grandes negocios en las serranías de Perijá y al
final, nada se había demostrado. Yo recordé aquellos días, y vinieron a mi
mente algunos comentarios hechos por personajes de la universidad, resquemores
nacidos en la Facultad de Medicina y en la Escuela de Letras, pero en realidad durarían poco tiempo pues como
siempre sucedía, otros sucesos disolverían el interés colectivo sobre la
desaparición del profesor Navarrete. En la universidad no se habló más de él.
Yo mismo, quien colateralmente conocí algunas noticias de lo sucedido acepto
que los hechos se dieron como los describió Rodrigo. En Nicaragua la situación
que se estaba viviendo en aquellos días, tampoco era de tranquilidad. Las
noticias de prensa parecían llegar sesgadas al país, y me dirías que ni vos ni
nadie podría conocer la verdad sobre lo que estaba sucediendo en el país
centroamericano. Vos quien había vivido metido de cabeza en tus experimentos,
soñando con amaestrar rabipelaos, o examinando con tu Nata notas sobre
marsupiales y de la entomología experimental, a pesar de conocer las conexiones
de Navarrete con Nicaragua, nunca imaginaste que aquel país padecía una
verdadera guerra de rambos con metralletas. No era eso lo que relataban los
periódicos, o tal vez la televisión distorsionaba las noticias al antojo de
cada canal. Vos quien habías estado durante años buscando con Natalia
coincidencias entre tus inquietudes científicas, y las necesidades sociales
para el desarrollo de la región zuliana y de su gente, habías logrado escapar
de una persecución precedida por la muerte de tu gran amigo y te aparecerías en
Managua en medio de una crisis económica con aires de guerra. Había todo tipo
de carencias, me explicaste. Estabas arribando justamente coincidiendo con una
de las feroces arremetidas de “los contras" y te tocó conocer
personalmente a muchos hombres y mujeres sencillos de aquella nación
centroamericana agobiada por asesinatos y masacres que aniquilaban a sus
ciudadanos más jóvenes y desestabilizaban el país que ni tenía presupuesto para
alimentar a su gente. Me relataste como unos días después, estando en
Matagalpa, el pueblo del escritor Sergio Ramirez, tu casa fue bombardeada y
lograste salir de entre los escombros casi gateando, por lo que una familia de
amigos del profesor Navarrete quienes vivían en León, decidieron que te mudases
para allá con ellos quienes podían darte alojamiento. En realidad existía entre
todos los grandes amigos de Antonio gran preocupación por tu seguridad
personal, parecía como si fueses el albacea del profesor Navarrete y te
protegían tanto que muy pronto comenzarían a plantearte tu salida del país. Me
dijiste que conscientes de que parecías ser un perseguido político, te habían
convencido de que era mejor para todos si lograbas escapar hacia un destino
donde ya nadie te pudiese detectar. Así se hizo y en un vuelo trasatlántico
habías llegado a Bilbao. Desde el aeropuerto fuiste a la Ría del Nervión, y allí
estuviste viviendo casi un mes en la casa de una familia de mineros y marinos,
viejos conocidos de los valientes nicas.
Entraste en el mundo de Euskadi escuchando hablar el sorprendente
lenguaje euskera en Bilbo. Desde Vizacaya, ellos harían las gestiones
necesarias para que estuviese más cómodo, y te mudarías a San Sebastián para
alojarte con otros amigos. Allí, en Donosti, conocerías a Fernando Aristizabal,
un venezolano caraqueño de familia vasca quien estaba estudiando cocina. En
marzo ambos se ubicarían en una pequeña buhardilla situada en la parte vieja de
la ciudad, cerca de los restaurantes, muchos bares, y sitios donde me
comentaste que todas las noches era una fiesta. Pronto te aclimatarías y, ¡a
pasarla bien! Así, cuando te apetecía podías comer pinchos y beber cerveza con
tu amigo coterráneo quien trabajaba en una de las cocinas del centro. De tal
modo que te aficionaste a los pintxos y a los grandes vasos de gintonic, a un
pequeño surito de cerveza, o a un chiquito de vino tinto, y según me contarías
hasta le tomaste cariño a la sidra y al txakolí. Siempre para rematar luego de
cualquier comida, y la gastronomía gipuzkoana era de primera, e indispensable era
cerrar con pasharán. En ese ambiente fuiste siendo presentado inicialmente a
los amigos de Fernando y así conocerías a Mikel el cocinero y a Maite su mujer,
quienes estaban de regreso de su luna de miel en el norte de Navarra y desde
entonces compartirían una inquebrantable amistad. En compañía de Fernando
Aristizabal, quien mientras estaba trabajando por turnos iba estudiando cocina
en Zarauz, pudiste visitar los pueblos
de la costa cantábrica de Gipuzkoa y probar las delicias de su cocina, desde el
bacalao al pil pil, y las kokotxas, hasta el mero en salsa verde, el txangurro
y hasta las angulas aunque según me relataste, desde siempre te dieron la
impresión de estar ingiriendo Ascaris lumbricoides. Desde Orio, pasando por
Zarauz, Guetaria, Zumaia y Deba hasta Mutricu llegaron en moto, tú de parrillero
y tu amigo conduciendo. En Zarauz habías estado la primera vez, en febrero el
día de Santa Águeda la patrona del País Vasco. No hacía ni dos semanas que
estabas en Euskadi y durante todo el día se había sostenido una borrasca que
les impidió regresar en la moto hasta Donosti, por lo que se quedaron esa noche
en Zarauz aprovechando las conexiones de Fernando que tomaba cursos en una
academia del famoso Karlos Arguiñano. También en esta ciudad costera vivía la
familia de Mikel y sería en la casa de sus padres donde pernoctarían esa noche
los dos amigos venezolanos.
Lo relatado es parte de una novela inédita, aún sin título,
y me he animado a publicarlo hoy, 6 de febrero del año 2016, en Maracaibo,
Venezuela.
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