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Alicia suspiró oyendo las notas del piano y recordando
sus días de juventud, los tiempos cuando empezaba a estudiar Medicina y su
padre había llevado a la casa un gran televisor. Estaba la tele comenzando en
el país, era en blanco y negro y todo el santo día en su casa se la pasaban
mirando los programas de la capital, las canciones de moda, vecinos y
familiares querían ver a las cantantes en el show de las doce del mediodía y ni
que decir de las películas en las noches, o las películas aquellas que se veían
después de terminar el estudio de los gruesos textos de Anatomía, siempre
estaba la tele...
Entonces me hice
aficionada al cine argentino, eran mis películas favoritas, en la noche, hasta
muy tarde, reconocía a Catita por su inconfundible acento, los gestos del
viejito Serrano, Hugo del Carril, Gardel cantando "sus ojos se cerraron y
el mundo sigue andando", reía con Luis Sandrini y me emocionaba con la voz
de la novia de América, linda y joven aparecía Libertad Lamarque con aquello
de, "déjame no quiero que me toques no quiero que me beses me tortura tu
presencia". El cine sureño me encantaba, y quizás, pienso yo ahora, tenía
que ver con el dominio que ejercían en él las catiras. Rubias platinadas,
altas, elegantes, en trajes de seda, con sus cabelleras peinadas en una onda
ascendente, rodeadas de caballeros apuestos siempre de frack. A las once por
Florida muy bien vestida, pasa Isabel, allá va la catirita, la porteña bonita,
figura exquisita de gracia sin par, la gente la admira, murmura y se agita al
verla pasar. Isabelita, como la que suplantó a Evita. Su silueta distinguida, es
preferida como la miel. ¡Que impresión! Que de años hace y la vida y las modas
han pasado pero siempre las rubias con los bucles hacia arriba o de lado a lo
Grace Kelly, las catiras, imponemos la moda. Suben y bajan las faldas, hasta
los tobillos, se usaron y regresan los vestidos floreados con hombreras,
vuelven las plataformas, poco falta para que aparezcan los armadores, pero lo
que somos las rubias, siempre estamos dando la hora. ¡Hasta en el cine mexicano
dominado por María Felix hubo rubias!, allí estaba Silvia Pinal, la Viridiana de Buñuel. El
Cine Landia era especial para ver las películas mexicanas. Desde la casa se
escuchaba el timbre anunciando cuando ya iba a iniciarse la función y oíamos la
música y el griterío, cada vez que se cortaba la película, se podía oír clarito
porque no tenía techo. Sí. El Landia fue el primer cine que conocimos. Fuimos
con papaito a ver a Romeo y Julieta y recuerdo que me impresionó tanto aquello
de la muerte por amor, con Leslie Howard y el cementerio y los frailes, en
blanco y negro, pero fue tanta la emoción de nosotras que esa noche dormimos
todas las tres hermanas en la cama con mamaita. Fue en el Landia donde vi a
Casablanca, no tenia ni doce años pero como ya me había desarrollado, yo era
una catira corpulenta y me dejaron pasar con mis dos hermanas mayores y mi tía
Mercedes. Durante años yo fui Ingrid Bergman y siempre había un Humphrey Bogart
imaginario. Después pasé a ser Juana de Arco dentro de una armadura azul,
postrada ante su majestad el rey José Ferrer y luego reviviría con Gary Cooper
las aventuras de Heminway entre los riscos de España sin saber exactamente por
quien doblaban las campanas. Pero la melodía de Casablanca nunca dejó de sonar
en mis oídos, desde niña, por eso cuando vi Stromboli con el Vesubio lejano y supe
del escándalo de Rosellini, ya en el Colegio comenzaron a hablar muy mal de la
sueca, y yo entendí que ella estaba vetada para todas, y sin embargo nunca dejé
de admirarla. Éramos Bergman and Bogart, mejor que Bogart and Hepburn, también
fue en el Cinelandia donde los pude ver por primera vez como pareja, metidos en
un manglar, en el Reina Africana, él lleno de sanguijuelas que se le pegaban
como corronchos en la espalda, y ella flaca como una espátula, con sus
crespitos rojos y más pecas que un huevo de chocorocoy. De nuevo Anabella
regresó sobre el piano a la melodía de Casablanca, ¡que de recuerdos! ¡Es
increíble mi sobrina en el piano! ¿Como pude pensar que estaba conquistándome a
Marcelo? Que loca soy. Lo cierto es que él no llega. Es muy tarde y me parece
ver a Peter Lorre con sus ojos saltones diciéndole a Ingrid, no hay nada que
hacer, él no regresará. Bogart and Bergman, ¡que de cosas! ¿Bogart and Bacall?
La flaca Laureen con su mirada oblicua, sería su verdadera mujer, pero yo no sé
si sería por celos, pero siempre la sentí como una patada. Gringa esperpéntica,
ella me caía tan mal como la
Dorothy Mc Guire del cinemascope, con todo y su Fontana de
Trevi, o como la
Juliette Greco con la barriga pelada, sus pantalones de bota
ancha y luces estroboscópicas girando en un ambiente lleno de humo, y ella con
su voz cavernosa. Todas tienen un común denominador, son flacas, ¡todas! Como
las dos Hepburn, Audrey desayunando en Tiffany bajo una lámpara Deco, y la
otra, la Katherine,
¡disfrazada de Eleonor de Aquitania!, pero ¿como voy a dejar por fuera a Julie
Harris?, entre violetas y jazmines, gimoteando bajo un árbol llorón, encima de
James Dean, always a rebel without a cause, el Abel de Al Este del Paraíso, ¿o
era acaso Caín? Si no hubiese sido por la dirección de Elia Kazán, la novela de
Steinbeck, tan pesada, nunca hubiese sido tan famosa. Cosas del cine. ¿Qué me
dirá Anabella si le comento ese ejemplo? El cine promoviendo la literatura.
¡Jajaja! ¿Qué suena ahora? ¿Es una melodía italiana? ¡Oh Marcelo! Como Marcelo
Mastroianni, con Federico Fellini dirigiendo a la rubia Anita Ekberg en La Dolche Vita, Anita repartiendo
leche, la inglesa Diana Dors también tenía sus dotes encantadoras, ¿y Doris
Day?, todos los suéteres de mi juventud, los pijama games, las medias
tobilleras con sus mocasines, ella, ¿sobreviviría a la mastectomía? ¡Oh, casi
olvidaba a Lana Turner! Vestida de seda negra, tan elegante y refinada, no tan
suave como Eleanor Parker, una divina diva, aunque fuese casi de la época de
Virginia Mayo. La Parker
en la marabunta. Ese bachaquero comiéndoselo todo y ella allí, envuelta en
Opium o quizás en LouLou de Cacharell, ante el Moisés, Ben Hur o el comandante
astronauta del planeta de los simios, el bello y joven Charlton Heston con su
sonrisa imperecedera, una dentadura perfecta, sonrisa pepsodent, tan sólo
comparable con la de Burt Lancaster, el pirata hidalgo, el gatopardo, se ha
puesto viejo, con los años, ahora ha quedado para extasiarse mirando a Susan
Sarandon mientras ella se lava los senos con jugo de limón desde una ventana
indiscreta en Atlantic City, ¡viejo verde! ¡Ay Marcelo es ya tan tarde!.
Anabella dejó de tocar el piano. Terminó el concierto y ahora ya casi es
medianoche, creo que tendremos que irnos a dormir, a dor m i r r… Alicia
caminaba por la calle derecha. Al fondo se veía la basílica de la Chinita y el sol caía
vertical haciendo brillar los colores de las paredes de las casas con sus
ventanales llenos de barrotes protruyendo hacia las aceras y sus medias puertas
entreabiertas que permitían atisbar tras los zaguanes oscuros el sol reventando
dentro de los patios centrales, llenos de matas. La detuvo una señora anciana
con un vestido largo negro con florecitas blancas. Ella estaba llena de arrugas
y le dijo tomándola de un brazo. Mijita, Nelson está muerto. Entonces entraron
por una de las puertas y en la penumbra del zaguán se detuvo Alicia y le
respondió a la señora. Él estará muerto pero yo estoy bien viva. No me mire así
misia, que yo no tengo remordimientos. ¿Por qué voy a tener que hacer el papel
de muerta? En todo caso seré viuda. The merry widow. Jajajá. Ay, es que estar
divorciada es casi como ser una viuda. ¿Es que nadie pone la mano donde ya la
puso el muerto? ¡Misia Carmen! Que locura es esa... ¿Estaré enloqueciendo? No
hay locos en mi familia... Todo esto es como una crisis esquizofrénica, como
las que provocaba el LSD. Lo usaban en Berkely, uno de mis créditos en UCLA fue
a estudiar la mariguana y sus efectos. ¡Oh la California de Warren Beatty!,
el hermanito de Shirley Mac Laine. ¿Qué pasó con él y conmigo? Pura química,
fue desde su primera película, la de Elia Kazán con Natalie Wood, splendor on
the grass, entonces yo sufrí con aquel dramón sureño. Estaba para la época
terminando de estudiar Medicina y me fascinó el tema de la locura y aquel amor
por Warren, esplendoroso sobre la hierba. Ese querer lo derivé hacia la
psiquiatría. No era la primera vez, ya unos años antes con Joan Crawford en
blanco y negro, en aquella inolvidable película de Robert Altman, quizás también
influyó la música, sin duda. Con que pasión, me acariciabas, te acaricié,
cuanto me amabas, que triste fue nuestro querer, pero un viento gris. Autumn
leaves y la locura, sí... Ahora, yo no estoy loca, sólo que Marcelo me está
fastidiando otra vez, me está haciendo sentir como si fuese una viuda. ¿Yo
viuda? ¡Paso! Ni por asomo. Viuda no, asediada, atacada, perseguida quizás por
las miradas y las lenguas de los hombres, las lenguas viperinas de las mujeres,
envidiosas, yo en boca de todas ellas, ¡jajajá! Pero están equíferas si creen
que voy a perder mis objetivos. Con o sin rusa, con o sin mujeres, contra toda
una manada que se interponga, todas las que se atrevan, que vengan como un
cardumen, una turba de mujeres furiosas, chismosas, no me vencerán. Que lleguen
ellas graznando, como los pájaros de Hitchcock, como aves agoreras, como en el
film de Kazantzakis el griego, las viejas vestidas de negro destrozándolo todo.
El griego, Zorba sí, y yo, Irene Pappas, yo quien sólo ando buscando mi cabra
perdida, bajo el aguacero y los hombres en la puerta mirándome, deseándome y el
chaparrón cayendo, y ellos extasiados deseándome, quisieran poseerme, pero yo
soy Irene, la viuda y los miro altiva y los desprecio a todos. ¿Yo Irene
Pappas?, ¿con esta papada?, ¿con este aspecto de rubia regordeta? No se puede.
Irene es angulosa, de grandes ojos negros, con cara de pepa de mango, yo no.
Soy una gorda papuja, quizás deba tomar el papel de Bubulina, la señora gorda
que suspiraba añorando el perfume del pasado. ¡Oh Marcelo! ¿Donde iba yo a
conocer a cuatro viejos almirantes que bebiesen champaña en mi bañera? Ay no
Marcelo, el papel de Bubulina para mí sería degradante, ¿estás loco? ¿Marcelo
donde estás? Entonces Alicia notó que la señora del vestido de florecitas se
había ido y el zaguán era un túnel interminable. Temerosa de tropezarse con
algún conejo, marchó paso a paso y luego corriendo desesperadamente, hasta
despertar.
Con ligeras modificaciones este es un fragmento del
Capitulo X de “Escribir en La
Habana” novela ganadora de la Bienal José Rafael Pocaterra
del Ateneo de Valencia, en 1994.
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