Inteligencia emocional
El intelecto no puede funcionar adecuadamente sin el concurso de la
inteligencia emocional (IE). Debemos entender por IE la capacidad de
reconocer nuestros propios sentimientos y los de los demás, la capacidad de
motivarnos y de manejar adecuadamente las relaciones interpersonales. Esta capacidad para la auto-reflexión, se
basa en la posibilidad de identificar las propias emociones y regularlas de forma apropiada. La mayoría de los recuerdos emocionales más intensos están almacenados
en una estructura dentro del cerebro denominada “la amígdala”. La
amígdala
es el principal núcleo de control de las emociones y sentimientos en el cerebro, controlando asimismo las respuestas de satisfacción o
miedo. La amígdala son
grupos de neuronas localizadas en la profundidad de los lóbulos temporales del cerebro de los vertebrados,
y forman parte del sistema límbico. Su papel principal es el
procesamiento y almacenamiento de reacciones emocionales.
La amígdala se encarga principalmente de la formación
y almacenamiento de la memoria asociada a sucesos emocionales. La amígdala
envía proyecciones al hipotálamo, encargado de activar el sistema nervioso autónomo, a los núcleos
reticulares para incrementar los reflejos de vigilancia, paralización y escape,
a los núcleos del nervio trigémino y facial para las expresiones de miedo, al área tegmental ventral, al locus coeruleus y al núcleo tegmental laterodorsal
para la activación de neurotransmisores de dopamina, glucocorticoides, noradrenalina y adrenalina.
Casi siempre nuestras reacciones emocionales proceden de situaciones que
se han producido en los primeros años de vida, o de hechos que no sólo escapan
a nuestro control, sino que ni siquiera entran en el ámbito de nuestros
recuerdos conscientes. No es de extrañar que una persona que ha sufrido un
fuerte trauma tenga una reacción exagerada y violenta cuando se enfrente a un
escenario similar o cuando se encuentre con una situación que le recuerde de
alguna forma al trauma. En nosotros se solapan dos mentes distintas: una que
piensa y otra que siente y ellas son relativamente independientes. Esas mentes,
la pensante y la emocional reflejan el funcionamiento de circuitos cerebrales
diferentes aunque están interrelacionados. La adecuada complementación entre el
sistema límbico y el neocórtex exige la participación armónica de ambas.
En muchas ocasiones, las dos mentes mantienen una adecuada coordinación,
logrando que los sentimientos condicionen y enriquezcan los pensamientos. Sin
embargo, algunas veces, la carga emocional de un estímulo despierta nuestras
pasiones, activando a nivel neuronal un sistema de reacción de emergencia,
capaz de secuestrar a la mente racional y llevarnos a comportamientos
desproporcionados e indeseables, como cuando se produce un ataque de cólera que
conduce a la agresión. En el funcionamiento de la amígdala y en su
interrelación con el neocórtex se esconde el sustento neurológico de la
inteligencia emocional, entendida, pues, como un conjunto de disposiciones o
habilidades que nos permite, tomar las riendas de nuestros impulsos
emocionales, comprender los sentimientos más profundos de nuestros semejantes, y
dominar esa capacidad para manejar amablemente nuestras relaciones.
El arte de contenerse, de dominar los arrebatos emocionales y de
calmarse ha llegado a ser interpretado por psicólogos como el más fundamental
de los recursos psicológicos. Estas habilidades se pueden aprender y
desarrollar, especialmente en los años de la infancia en los que el cerebro
está en perpetua adaptación. La preocupación, por gobernarse a sí mismo y
controlar impulsos y pasiones va aparejada al desarrollo de la vida en
comunidad. El cuidado y la
inteligencia en el gobierno de la propia vida era conocida por los griegos
como sofrosyne; los romanos y la iglesia cristiana primitiva denominaban
temperancia (templanza) a la capacidad de contener los excesos emocionales.
Daniel Goleman (Stockton, California, 1946) es un reputado psicólogo
estadounidense, graduado en el Amherst College y doctorado por la Universidad
de Harvard. Tras pasar varios años como investigador y profesor en distintas
instituciones universitarias se incorporó a la revista Psychology Today,
y publicó el libro Inteligencia Emocional (Kairós, 1996), que rápidamente
se convirtió en bestseller, vendiendo
millones de copias en todo el mundo. Posteriormente escribiría La práctica
de la inteligencia emocional (Kairós, 1999). El punto ciego (Plaza
& Janés, 1999), El espíritu creativo (Ediciones B , 2000) Inteligencia
social (Kairós, 2006), Inteligencia ecológica (Kairós, 2009), y Focus
(Kairós, 2013). En la actualidad, Goleman es codirector del Consortium for
Research on Emotional Intelligence in Organizations en la Universidad
Rutgers, para fomentar la investigación sobre el papel que juega la
inteligencia emocional en la excelencia.
Mississauga, Ontario, 25 de enero 2019
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