jueves, 26 de junio de 2025

A C V (1)


Este relato podría denominarse “ictus” y está publicado como parte de la novela “La Peste Loca” editada en Maracaibo en 1997 por la Secretaria del Cultura de la Gobernación del Zulia gracias a las diligencias de Jesús Parra Semprun. Hoy se publica en dos partes para este Blog lapesteloca, en junio del año 2025, para este país en su desafortunado Siglo XXI.

 

Todo había comenzado por un mareo y se le fue desvaneciendo el mundo hasta quedarle tan solo un pito agudo, larguiiísimo, infinito, permanente, sonando dentro de su cabeza, un estridor que se convertía a ratos en barullo o en un aullido trepidante, sin cesar ni un instante y parecía ser, ese rugido agudo, el que le impedía abrir los ojos. Él no lograba articular las palabras, pues no podía moverse ni un solo milímetro de su posición, boca arriba, echado, encamado, sin lograr ni siquiera quejarse. Tal vez podría rezongar, pero era tan agotador, tan cansón el intentarlo y además nada de nada ocurría, ¡todo era tan prolongado! Bun dum, bun dum, bun dum. En la oscuridad del espacio, bun dum, hasta un punto tal, que con el tiempo, estando inmerso en ese conciliábulo introspectivo, embebido en una especie de jalea de sensaciones interiores, internas, intestinas, propias, personalizadas, intangibles pero interminables y sin escape aparente, bun dum, bun dum, en esas desagradables circunstancias, Evanán Jesús Ferrer comenzó a sospechar que no transitaba como en otras ocasiones el tórpido curso de un maldito sueño, y que todo aquello que le ocurría, no estaba enredándolo en la telaraña de una pesadilla.

 

No quería ni pensarlo, pero todo parecía ser real y a él le daba como un pálpito, de que las cosas le estaban ocurriendo a él mismo, y para colmo, todo aquello parecía ser de verdad verdaita. Comenzó entonces Chucho Evanán, a preocuparse con un dejo de miedo, empezó a atemorizarse en silencio y fue pasando del susto a la desesperación derivada de su incapacidad para escapar de la celda de su propio cuerpo, donde lo tenían, bun dum, bun dum, ¿suspendido?, bun dum, bun dum, sin que él supiera quienes eran los responsables, ¿detenido?, ¿dónde?, sin entender el cómo ni el porqué, estaba preso…

 

Lo tenían atrapado... ¿Shiata outá? Estaba considerando esa posibilidad seriamente, tal vez lo que estaba viviendo era lo mismo que estar muerto, o, ¿quizás estaba muriendo lentamente? Los cabos se iban atando en su mente con nudos y más nudos. Dentro de su confundida cabeza, sentía sus pensamientos enredados, aunque a ratos comenzaban a tener una lógica más diáfana, cuando en el momento más inesperado, o el menos esperado, lo zarandearon de un lado a otro, llamándolo desde muy lejos. Se sintió entonces girando, en un vórtice centrífugo, mareado y cada vez más cansado y entonces pensó, ¡váyanse al carajo! Decidió hacerse el loco, y así durmió durante un tiempo indefinido, ¿una época?, años quizás... Cuando le entreabrieron un poco los párpados, él andaba desde hacía un rato dando tumbos en la penumbra de una gran confusión porque creía despertar a ratos y se estaba convenciendo ya de que él era simplemente un muertovivo.

 

Como producto de aquella presunción, la claridad ubicó a Evanán Jesús en otra dimensión. Se percató entonces de no estar en su casa, ni enfundado en sus pijamas, captó el hecho desagradablemente insólito, de estar desnudo, ante una enramada de cables, tubos de plástico y mangueras de goma, y comprendió que tan solo era capaz de poder ver ante él una sábana plegada, especie de cortina verde, de un verde perico… Entonces fue cuando comenzó a entender las cosas. Al menos eso prefirió creer él mismo ante la claridad al poder percibir los destellos de objetos reales, de contornos más nítidos. A pesar del adormecimiento, quiso sobreponerse, él sentía un atontamiento desquiciante, era un embobamiento brutal, amorfo, un embrutecimiento, plácido adormecimiento, sueño… ¡Eso era!, una adormidera infernal, seguramente catalepsia, parálisis, apoplejía, hemiplejia, dislexia, discrasia, afasia, embolia... Así le llegaban los vocablos, cada vez más complejos, sonaban en sus oídos atontados, accidentecerebrovascular, eran susurros, los tonos llegaban en diferentes revoluciones, lesión tromboembólica en la región insular, deformando las voces. Eran ellos, los que le rodeaban, quienes decían todo aquello, entre cuchicheos, en medio de una bruma densa, seguramente allí estaban todos...

 

Espectador no invitado a una función y la sala oscura, era como andar a tientas, dando tumbos, un pasillo interminable, como boca de lobo, seguramente era la casa del terror. Evaristo el mayor era muy pequeño y él también tuvo aquella sensación de pánico al presentir que se tropezarían en las sombras con algo, con alguien y la boca llena de cotufas, rositas, gallitos, palomitas de maíz y luego caerse al suelo, y Evaristo gateando, y la sal regada por el piso, sal y arena, mala suerte, los gallitos dispersos en la oscuridad cuando alguien con el mayor descaro del mundo le entreabre los párpados y alumbra con una linternita.

 

Él pensó en ese instante que era su oportunidad, aprovecharse de una falla de sus cancerberos, el momento era crítico y no obstante él mismo lo logró, no necesitó un gran esfuerzo, íngrimo y solo, pero fue capaz de verter por entre aquellas dos grietas unas lágrimas tibias, consiguió el evacuarlas, expulsarlas de sí, eyacularlas casi, un llanto silente inexpresivo que le permitió captar desde su nacimiento el ruido de su húmedo brote, líquida gemación, hasta percibirlas cálidas, en la rodada, gotas dejando trazos como ríos, resbalando por sus mejillas, serpenteando entre los cañones de la barba y temblorosa, una de ellas se detuvo atreviéndose a filtrarse en la comisura de sus labios.

 

Así estaba, en aquella indefinible expectativa, en el momento absurdo de pensar y escuchar la voz de Enrico Carusso, ¡una furtiva lacrimaaaá!, la imagen se le confundía con un Mario Lanza que luego era el gran Houdini Curtis, encadenado, ¿como él? En ese instante percibió la presencia de su mujer. Tenía que ser Angela, su esposa, madre de sus hijos, estaría apersonándose, ¿apersogándose con él?, estaba a su lado, oía su respiración, anhelante, me conformo con verte, sintió sus manos, la yema de sus dedos en su cara, le limpió los ríos ya casi secos, aunque sea un instante, ella gimoteaba, su Angelita lloraba también, y le acariciaba la frente, masajeaba sus sienes, le apretaba su mano, se la estrujaba, ella lo sentía, ¿tal vez inerte? En aquel impávido e impresionante silencio, él desvió sus globos oculares hacia la derecha y… ¡Carajo! Al fin logró hacerlo, la detectó entonces, la enfocó, ¡la vio sí!, ella mirándolo y él goteando su lluvia de amor tibio y salobre.

 

Frente a él, lentamente desfilaron Emidgio, Ennio y Evaristo y le dijeron varias cosas, diversas, disímiles, disvariantes, diferentes, con mucho amor, pausadamente, pero él hubiese querido ver a Hercilia y a Luisito, retener un rato más el calor de Angelita y cuando quiso preguntarle a Evaristo por la pequeñita, su nieta más, ¿más que?, notó que no decía nada y que estaba muy cansado, se le iban las ideas, ¿los hijos de Emidgio?, sin poder hacer preguntas, ¿nietos?, qué difícil, ¿los negocios?, el trabajo. ¡Ay carajo! ¿Cuándo volvería al Moján? ¿Qué será de la vida de los que están afuera? ¡Maldición! Su existencia parecía estar confinada, lo habían transformado en un recluso. ¡Al fin lo habían metido en una cárcel! Se acordó entonces del negro Lucidio, y vociferó internamente unos coños y creyó pensar en, ¡qué clase de vaina le estaba ocurriendo! Por vez primera comprendió lo que era eso, estar preso, y lo peor del caso era tener la sensación, ese convencimiento de estar preso, pero no en San Juan, ni en el Rastrillo, ni en el Obispo, ni en el Dorado, ni en el Retén, ni en Yare, ni en Tocuyito, ni en la Planta, ni en la Pomona, ni en Sabaneta, no, ¡coño!, ¡no!, estaba preso, dentro de sí mismo.


Nota: este relato continuara y finalizara mañana viernes 27 de junio.


En Maracaibo, el jueves 26 de junio del año 2025





No hay comentarios: